Teresa Arsuaga (Madrid, 1971) es abogada, mediadora y escritora. Tras el premiado ensayo El abogado humanista (Civitas, 2018), derivado de su tesis doctoral, en 2021 nos sorprendió con el libro de relatos No dramatices (Pre-Textos).
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Teresa Arsuaga es de las mujeres que despuntan en la madurez, cumplido el proceso de maternidad: cuatro criaturas en su caso. Le gusta escribir sobre la “aventura” de existir, pero no de grandes peripecias, sino de los temores y pasiones del día a día. Destaca por su perspicacia psicológica y ponderación. La entrevisto una mañana oscura con los coletazos del huracán convertido en ciclón septembrino.
Es mediadora de conflictos y escritora. ¿Estas dos facetas son complementarias o una es más importante que la otra?
Una cosa me ha llevado a la otra. De repente quise fijar de alguna manera mi experiencia como mediadora de conflictos, dejarlo por escrito. Y me encontré con la capacidad para hacerlo gracias a mi trayectoria, mi biografía y mi aprendizaje en crítica literaria con motivo de mi tesis doctoral.
¿Mediación o juicio?
Hay conflictos que tienen que solventarse en los tribunales, pero otros muchos encontrarían una gestión más adecuada a través de la mediación. Todavía hoy, ante una dificultad o controversia, la respuesta automática más común es ir a juicio. Eso debería cambiar porque es extraño que las personas cedan a un tercero -el juez- la decisión de las cuestiones que más les importan sin que nadie les obligue a ello.
¿La mediación alivia el sistema judicial? ¿Es más rápida?
Claro, porque el sistema judicial no está pensado para que todas las controversias se resuelvan ahí. Y sí, con la mediación muchas veces el tiempo es inferior y también el coste económico y personal. Es menor la incertidumbre y pueden alcanzarse soluciones satisfactorias para las dos partes. El problema de que haya un ganador y un perdedor, como ocurre en los juicios, es que algunos conflictos se cronifican.
¿Qué es más complicado, mediar en un divorcio o en una comunidad de vecinos?
Depende del conflicto y de la disposición de las personas a resolverlo. Al final, los mecanismos no son tan distintos. No hay conflicto difícil, la dificultad está en la disposición de las personas a resolverlo.
¿Ha tenido algún caso que haya sido imposible de resolver?
Ha sido imposible mediar cuando una de las partes no ha querido que el conflicto se resuelva. Hay personas que son adictas al conflicto. Encuentran en este una fuente importante de energía que les ayuda a vivir y de la que no quieren prescindir.
¿Cómo mediaría entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo?
La mediación tiene mucho que ver con la búsqueda de intereses comunes de las partes que, en este caso, no deberían ser otros que los intereses de los españoles. Las negociaciones entre los políticos deberían ser menos competitivas y más colaborativas.
¿Por qué escribir un libro de relatos sobre la tendencia a dramatizar?
Porque esa tendencia es uno de los elementos que está muy a menudo en el conflicto y dificulta su resolución. Los dramas de la vida no podemos evitarlos, pero quizá podríamos evitar estas dramatizaciones.
El conflicto se da muchas veces en situaciones nada dramáticas. Ante una dificultad o controversia reaccionamos con un exceso de vehemencia, de orgullo, nos victimizamos, juzgamos, culpabilizamos, nos llenamos de resentimiento, incluso de odio.
Los personajes de No dramatices están en la crisis de los 40. Comparten una sensación de fracaso e insignificancia. ¿Cuánto hay de autobiográfico, de observación y de imaginación?
Hay de todo. La causa de esas dramatizaciones se encuentra muchas veces en una huida de la insignificancia, en una necesidad de atención y de reconocimiento insatisfecha. Eso es una observación mía como mediadora. La he visto en los demás y en mí, nada de lo humano me es ajeno. Pero todas las historias son inventadas y los personajes son imaginarios.
¿Cómo explicaría esa mentalidad de que nos merecemos todo?
Yo creo que está muy presente en la publicidad y en los medios de comunicación. Realmente, caí en ello escuchando un anuncio en la radio, algo parecido a “Unas buenas vacaciones porque tú te lo mereces”.
Esa mentalidad de “me lo merezco” la he visto mucho en mediación. Es algo muy negativo en las relaciones personales. Si tú estás pensando constantemente que mereces cosas que no te dan los demás, no solamente eres muy infeliz, sino que te conviertes en una persona conflictiva.
¿Está escribiendo una novela?
Pues sí. Es una segunda parte de No dramatices, con los mismos personajes. Me dio pena abandonarlos. Algunos lectores me comentaron que les gustaría saber algo más de ellos; y a mí también. Los he situado en otra fase de su vida.
¿En qué fase se encuentran estos personajes tan cercanos?
El conflicto personal, desde mi punto de vista, tiene dos ingredientes que casi siempre están presentes y dificultan su resolución: uno es, como ya he dicho, un exceso de sobreactuación o dramatización y el otro la falta de indulgencia. Sobre la necesidad de indulgencia en las relaciones personales va esta segunda novela.
¿Se considera una escritora tardía?
Sí, es evidente. Yo nunca quise ser escritora. A mí me ha gustado mucho la literatura, pero la de escritor no me parecía una figura excesivamente atractiva. Es verdad que la vida me ha llevado a ello. He ido un poco sobre la marcha, sin ideas fijas.
En su tesis doctoral investigó el movimiento americano “Law and literature”. ¿Qué aporta la literatura a la ley o al abogado?
La literatura, por un lado, te lleva a un tipo de conocimiento sobre costumbres, situaciones, sufrimientos, luchas… en diferentes lugares y en distintas épocas de la historia que es difícil adquirir de otra forma. Ese conocimiento de la naturaleza humana me parece importante en un jurista.
También aplico la crítica literaria al derecho. En mi ensayo El abogado humanista reúno textos de lo más variados. Por ejemplo, destaco cómo Mandela logró cambiar el curso de la historia: su discurso en el juicio de Rivonia transformó la enorme fracción de la sociedad y su odio en un acto de esperanza. Creo que no está de más que el jurista tenga algunos referentes en este sentido.
¿Se da por hecho la democracia?
Puede que sí, y, sin embargo, es un privilegio mucho más débil e inestable de lo que creemos. Son peligrosas ciertas formas de hablar autoritarias que incitan al odio, a la destrucción o al poco respeto a las instituciones.
Es importante la crítica permanente a las instituciones, pero desde el conocimiento de lo importantes que son y del cuidado que merecen. Debe hacerse de forma constructiva y con cierta medida para no producir un descreimiento que pueda volverse en su contra. Hay que tener una conciencia cultural e histórica del privilegio que supone vivir en democracia.
¿Cómo ve Teresa Arsuaga la actualidad?
¡Qué pregunta más amplia! Es una situación difícil, con una guerra terrible, y muy complicada económicamente. Mi esperanza y confianza para afrontar la situación está fundamentalmente en la sociedad civil española, en su capacidad de organización y reacción.