Bárbara Goenaga (San Sebastián, 1983) tiene un encanto sostenido, algo así como un acorde muy agradable que se mantiene por detrás de la melodía, y no solo anima el conjunto de la conversación, sino que sostiene los silencios. Dos notas que suenan juntas, un encanto reposado que no cesa, algo que la cámara y los flashes han sabido recoger durante décadas, desde hace la ‘friolera’ de treinta y siete años de profesión -si es que el frío es una buena metáfora de una infancia en el norte-, y una seriedad para lo artístico tremendamente precoz, que casi se puede describir como genética.
Hija de un renombrado pintor abstracto y de una profesora de humanidades, explica en exclusiva a MagasIN que sus primeros pasos en la interpretación ocurrieron casi al mismo tiempo que sus primeros pasos, es decir, con tres años.
“Hoy es difícil de entender”, añade, “comencé haciendo papeles pequeñitos porque mi tía era guionista, directora y actriz, y cuando necesitaban una niña me lo decían y como a mí me encantaba hacerlo, así empecé. Cuando no había una cámara, yo jugaba a hacer de mis profesoras, imitaba sus gestos y sus formas de hablar. Luego aprendí que había una profesión que era la de ser actriz, pero yo jugaba desde que recuerdo a eso, pensaba que no era nada importante, pero a los catorce ya podía enseñar trucos y había adquirido soltura y bagaje”.
¿Qué trucos exactamente encierra la interpretación, cuáles no imaginamos como espectadores? “Pues me refiero a trucos más técnicos”, explica con simpatía y seriedad, “por ejemplo, ya sabía cómo hacer para que la que cámara me viera, ya sabía que una frase de espaldas no está bien dicha, o qué posturas favorecen en un plano corto. Sabía que no puedes hablar mientras haces algún ruido, mientras te pones un café por ejemplo, no puedes decir tu texto, cosas muy concretas”.
Además, como su familia residió fuera por temporadas, eso la ayudó a aprender idiomas, “con ocho años nos fuimos a París, estuve en el cole dos años, y hace unos años he trabajado en Francia gracias a hablar francés”.
Su primer casting profesional lo realizó a los catorce años y fue “para la serie de El Comisario. Había un montón de personajes episódicos porque pasaban cosas diferentes en cada caso que investigaban. Ese casting lo hice con Críspulo Cabezas, el chico con los ojos más felinos de España, de la película Barrio, ¿le conoces? Ahí decidí que tenía que salir de Euskadi, y a los quince me planté en Madrid”.
“Fue un mundazo”, describe con gracia, “aterricé en el colegio Montserrat, seguía estudiando mientras trabajaba y la suerte de la vida es que mi padre era pintor y mi madre trabajaba ya con él y por eso ellos me podían acompañar. Cuando tenía trabajo estaban conmigo aquí y cuando no, volvíamos allí por temporadas. Con 18 años ya me fui quedando en la capital”.
Televisión y cine no son categorías definitivas en sí mismas para Goenaga. Al menos en su experiencia, “que la producción sea un éxito depende de muchos factores. A veces son cosas hechas con más o menos presupuesto, guiones buenos o no tan buenos, pero no existe una fórmula. No es ni tele ni cine, el presupuesto ayuda, porque permite tener más tiempo para repetir o reconsiderar, pero más que nada, la clave está en algo que se crea solo a veces entre la dirección, los actores y el lugar, que no siempre tiene que ver con el presupuesto”.
Un ejemplo de esta magia espontánea para ella sería “la serie La Noche más larga de Netflix, ahí desde el guion ya sabíamos que mucho lo teníamos que fastidiar para que no saliera algo estupendo, y en el rodaje estaba esa magia. En teatro, recuerda “Historia de una escalera, de Buero Vallejo, que dirigió Pérez de la Fuente, estuvimos de gira y fue un exitazo”.
Ha conocido en su trabajo a muchas de las actrices más importantes de este país. “Muchas mujeres hay que admiro, te digo dos: Julieta Serrano, que hizo de mi abuela en una serie, Viviendo a medias, y en una peli también… y recuerdo una cosa que me dijo. Yo lo estaba pasando mal en una escena y se acercó y me dijo: ‘Ay Bárbara, es que te tienes que quitar importancia, el día que te quites importancia, todo saldrá más fácil’. No a todo el mundo le servirá esa idea del relajo, pero ese disfrutar del momento, esa bondad, es tan grande en ella, que a mí me ayudó mucho y me acuerdo mucho de ella, cuando paso momentos tensos”.
“Otra experiencia”, continúa, “fue coincidir con Maribel Verdú que es una reina, la mujer más divertida y auténtica que he conocido en mi vida. Me he dado cuenta de que las actrices más famosas son a menudo las mejores, y encima esto coincide con cómo son como personas. Son señoras, tipazas y buenas compañeras”.
Sobre el equilibrio personal y profesional, explica como “tuve mi primer hijo con 26 años. Es muy difícil poder trabajar cuando tienes hijos, haces equilibrismo para llegar a todo, pero no en mi mundo, ¡en el mundo en general! Ser madre es muy complicado. Sentirte realizada, llegar a tus objetivos… son palabras mayores, a mí me ha ayudado mucho ser ambiciosa, sobre todo en mi salud mental y en la felicidad, en que mi entorno sea lo más feliz posible”.
“Por supuesto que, para mí, mi profesión es importantísima, porque incluso sólo como espectadora necesito ver historias bellas y que me inspiren”, continúa Goenaga, “pero lo otro es más importante, las personas. Desde el momento de tener un hijo, en mi experiencia, todo se disfruta más, pero con menos tiempo”.
Recuerda como "el otro día Lola Herrera contó que fue a actuar después del fallecimiento de su madre, y lo explicó diciendo algo como 'es mi salvación'. Es una cosa increíble la actuación, la verdad, es un momento en el que te evades, una suerte poder vivirlo".
Y continúa: "Interpretar es una prolongación de ti misma, todo pasa por ahí, presentar una gala como el otro día [se refiere al Festival de San Sebastián] o interpretar a un personaje que no soy yo [se refiere a su último rodaje para la próxima película Para entrar a vivir], todo es un poco terapia, incluso sirve para quitarte de la cabeza la preocupación por los deberes y los calendarios de vacunas [sonríe]".
Sobre su padre, que actualmente ha inaugurado una exposición en Madrid, cuenta que le recuerda “toda su vida pintando”, y diciéndole frases como “cómo no te voy a dejar ser actriz si tu abuela me dejó a mí ser pintor”.
Su padre saltó a las noticias del cine hace poco cuando Woody Allen le eligió de entre los artistas vascos para que su estudio y personaje fueran interpretados por Sergi López en su última película. “Como los tráilers no llegaban al monte lo que hicieron fue coger todo el estudio de arriba, con tres mil libros y lienzos y lo llevaron todo, hasta el mono de trabajo, para que lo usara Sergi”.
En relación a la moda, explica cómo “yo la he descubierto gracias a mi profesión, la disfruto cada vez más y creo que es una herramienta para expresarte que puede ser muy divertida e inspiradora. José, Juan y Paco me visten desde hace años para todo, al principio había cosas con las que no me veía, pero atreverse es parte del show y es divertido, es incluso fascinante cómo la moda te puede ayudar a mostrar una parte diferente de tu personalidad”.
“En Instagram hay más amabilidad que en Twitter”, afirma, hablando de redes sociales. De hecho, cuenta su caso: “Empecé hace ocho años a diseñar joyas porque el padre de un amigo era joyero y en las alfombras rojas no encontraba joyas que me gustaran. Entonces le di unos bocetos para que los diseñara para mí y me hizo las joyas que tenía en mente. Empecé a hacerlas para mis amigos”.
“Un día”, continúa, "estaba enferma y subí en Instagram la foto de mi mano con el 39 y pico en el termómetro. De pronto me di cuenta de que la gente me preguntaba por las joyas, y pensé ‘¿por qué no dedicarme a ello también?’, en estos tiempos que tenemos de parón los actores, esto puede ser una manera de tener la cabeza ocupada".
"Luego la verdad que he descubierto que es un mundo muy largo: con el tiempo, he ido aprendiendo más sobre joyería, sobre materiales como el oro y las piedras preciosas e incluso sobre su origen, por ejemplo, la importancia de que no provengan de países en conflicto. Después de ocho años, uso piedras naturales de origen justo y oro reciclado, y sigo aprendiendo cada día".
Para Goenaga, “hay una necesidad general de leer cosas bonitas, buenas, y yo estoy en esto, hay una necesidad de lo bonito, de lo bueno, de la gente maja. Ahora mismo tengo tres hijos, y quiero poder seguir haciendo mis cosas, quiero seguir actuando personajes que me apetezcan y con los que me lo pase bien y además ver crecer a mis hijos bien, que es lo que más tiempo me lleva, que sean felices y buena gente. El resto son cositas”.