Sara Puig (Barcelona, 1968), historiadora del arte y filántropa, habla más de caminos de entrada y puertas de acceso que de arte como tal: habla de frutos en los bolsillos y de jóvenes artistas, de piezas móviles que giran en el techo y de esculturas de Miró recibiendo al visitante por tierra, mar y aire, quizás del mismo modo que los enamorados no hablan de amor, sino de los detalles que les emocionan.
Así, Puig habla de “formas de hacer posible”, de la generosidad incansable de algunas personas, de cómo están colocadas las letras y sus colores en la fachada de un edificio singular que se integra con su entorno lleno de Naturaleza, y de cuando viaja, porque cada vez que menciona al famoso artista catalán, la gente sonríe.
“En mi infancia, yo conecto con la cultura a través de mi padre”, recuerda con modestia, “que los fines de semana en la ciudad nos llevaba a ver exposiciones de arte. Luego tenía un tío que pintaba y me enseñaba sus pinturas cuando era yo muy pequeña, él imitaba a grandes artistas internacionales, los copiaba intencionadamente, y así fue cómo fui conociendo a muchos artistas, por sus copias”, revela la conocida filántropa.
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“Estudié historia del arte en la universidad de Barcelona. Luego busqué mi lugar en el mundo del arte, que es muy grande, y observé que a veces algunos gerentes y directores de museos e instituciones eran grandes intelectuales, pero les faltaba la vertiente de gestión y organización y decidí buscar estudios al respecto, para tener una visión más global de una institución, para adquirir más conocimiento sobre lo que requiere entender una institución como una empresa cultural”.
“No había estudios en Europa”, señala, “más que una formación en París, en el Louvre, muy enfocada al arte clásico; después encontré un máster en la NYU enfocada a museos y de ahí pasé a trabajar en instituciones culturales y otros lugares [una galería comercial, una casa de subastas e incluso el museo MOMA, entre otras]”.
Después de su experiencia en el Museo MACBA [“durante dos años, en la parte de la fundación, creada para realizar las adquisiciones de obras de arte contemporáneo del futuro museo, antes de la construcción del edificio”], explica cómo “pasé a trabajar con Liliana Godia, que iba a abrir su propia fundación con la colección de su padre, Paco Godia, uno de los mejores coleccionistas de arte de España”.
Así fue como Sara Puig se encargó junto con esta familia de crear el actual museo, a partir de un acervo espectacular, “desde arte medieval del siglo XII hasta arte contemporáneo”. Actualmente, esta colección, que consiguió dinamizar la ciudad mostrando también exposiciones de otras colecciones privadas, se encuentra en una antigua casa de modernismo catalán, con 2.500 metros cuadrados.
Después de este museo, “me embarqué en otra aventura, con mi marido”. Así ella cofundó con el coleccionista y comisario alemán Désiré Feuerle la conocida como “The Feuerle Collection”, en Berlín. “Rehabilitamos para ello un antiguo búnker de telecomunicaciones de la segunda guerra mundial, con la ayuda de John Pawson, que es extremadamente respetuoso con lo histórico y se enamoró de la colección”, explica, sobre este siguiente espacio que abrió al público.
El arte transforma
Fue en 2016 cuando Rosa María Malet, la antigua directora de la fundación Joan Miró, "me propuso entrar en el patronato y fue después, cuando el presidente Jaume Freixa se retiraba, que me ofrecieron sucederle".
Respecto a la repetida obsesión por el hecho de compartir con el público las colecciones privadas, explica: “Supongo que sí, que se trata de un convencimiento personal, que es una lástima que no se pueda compartir una buena colección. Valoro mucho el trabajo de los coleccionistas porque asumen muchos riesgos, invierten mucho tiempo y muchas posibilidades que podrían invertir en otras cosas”.
Para Puig, la filantropía es “un apoyo fundamental para la cadena del arte. Porque el artista crea y se enfrenta a la obra, luego se enfrenta al mercado, hasta que alguien adquiere su pieza. Al final de esa cadena, esa pieza pasa a formar parte de una casa o de un almacén, pero de algún modo si va a los museos, la pieza sigue viviendo, creando reacciones y eso hace que ese arte esté vivo”.
“Cuando los visitantes llegan al museo en Barcelona o Berlín”, explica con emoción, “entran de una manera y salen de otra, salen transformados. Desestresados, pero también enriquecidos espiritualmente e intelectualmente, y eso me hace sentir feliz. Es un tema muy abstracto, pero desde luego el arte o la música, la danza o la literatura te transportan a otros mundos, te hacen evadirte, pero además te generan una, llamésmolo así, apertura a través de esas sensaciones, lo cual nos hace profundizar en nuestra relación incluso con mundos previamente desconocidos, se potencia la imaginación, la relación entre ideas dispares, el cuestionamiento, el análisis crítico…”.
La Fundación Miró de Barcelona
“Siempre he pensado”, continúa Puig, “que Miró es tan querido por todo el mundo, tanto, y ahora observo que a nivel local es adorado. Es como si fueran juntos Miró y Barcelona, por todo lo generoso que ha sido con la ciudad y por su conexión mediterránea. Luego, por todos lados del mundo cuando viajo, hablas de Miró y es increíble cómo la gente sonríe y cuenta cuánto les gusta”.
“Hace falta recordar”, explica, “toda la generosidad de Miró, que nos regaló su colección para su disfrute. Cuando le ofrecieron otros edificios en la ciudad, concretamente en el Barrio Gótico, él se ofreció a costear la mitad de la construcción de este edificio, obra de Sert [decano de arquitectura de Harvard] e incluso se hizo cargo del sobrecoste, llegando a pagar hasta un 70% del museo porque prefería dotarnos de un espacio de arquitectura contemporánea”.
No sólo. Sara Puig recuerda tres mensajes diferentes de bienvenida de Miró, comenzando por “el mosaico del aeropuerto que sirve para recibir al visitante que llega del aire”, continuando por “el del pavimento delante del Liceo de la Ópera, que sirve para recibir a los visitantes que llegan por el mar y echan a andar hacia el centro de la ciudad”, y, para los que lleguen en coche, “la gran escultura de Mujer y Pájaro en el actual parque Miró, el antiguo Matadero”.
Hace falta recordar, asimismo, “que esa generosidad se ha extendido a las nuevas generaciones, porque su bisnieta Lola y su nieto Joan siguen en esa tradición y en 2018 cedieron los derechos del logotipo de Turespaña al Gobierno de España de forma gratuita, y el Ministerio entró en el patronato de la Fundación Joan Miró de Barcelona y Mallorca”.
“Es una labor mía el rememorarlo constantemente”, sigue, “y esto continúa: su nieto en septiembre del año pasado cedió 54 piezas de Miró y 5 de Calder para la colección de la Fundación, lo cual nos permite crear más exposiciones y tener más opciones para poder traer otras obras”.
“En Barcelona”, explica Sara Puig, “existe también el Museo Picasso, que es público, y a menudo hay confusión y los visitantes piensan que este museo pertenece al ayuntamiento, pero no es así: tenemos que buscar nuestros propios recursos, que vienen dados por los visitantes y la Covid nos ha enseñado que no sólo”.
“Este centro es un proyecto de éxito y autogestión”, explica. “En 2025 celebrará su 50 aniversario” y por ello su directora recuerda la necesidad de “mantenimiento y adecuación por parte de las instituciones, el fundraising y patrocinio de las empresas, y la adhesión de los ciudadanos… no sólo sentimental, sino real al museo, es fundamental, convertirse en amigos, se trata de ayudar así entre todos”.
Una de las voluntades fundamentales de Miró fue “que los jóvenes se dieran a conocer”. Explica su directora cómo “la fachada con colores primarios dice CEAC, es decir, Centro de Estudios de Arte Contemporáneo. Después, debajo, se lee Fundación Joan Miró. Su idea no era crear un mausoleo con su colección, sino un espacio para promover el arte contemporáneo. Por eso muchos grandes artistas jóvenes han iniciado sus carreras aquí y están eternamente agradecidos”.
Y pasa a listar artistas como “Jaume Plensa o Esther Ferrer”, dos de los más internacionalmente reconocidos de nuestro país.
“El emplazamiento lo buscó Miró en Montjuic, para que hubiera un diálogo entre naturaleza, arte y arquitectura, porque toda su obra parte de la Naturaleza. La ubicación nos ayuda a darnos cuenta de que tenemos el deber de retornar al respeto al entorno que nos rodea y darle la importancia que tiene. Todo lo que somos nos viene de la naturaleza. Miró siempre llevaba un fruto del algarrobo, una algarroba, en el bolsillo, le gustaba tocarlo cuando caminaba, para eso, para tener siempre los pies en el suelo, para recordar la importancia de la Naturaleza”.