Hace unos días, un grupo de visitantes llegó a un pueblo de montaña para visitar el estudio de Natasha Zupan en Valldemossa. Eran unos cuantos visitantes interesados en conocer la obra de esta artista que se encuentra fuera de los circuitos tradicionales del arte español, con una obra originalmente única.
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Después de una caminata, los interesados alcanzaron este rincón de privilegio oriundo: una casa-cueva que es en realidad un contenedor de objetos emocionales, en mitad de una joya natural. La sorpresa de la visita la daban las obras, muchas trabajadas en paralelo, pero también los objetos y la vegetación.
¿Acaso no fueron los mejores artistas de cada época outsiders en su momento? Zupan, hija de pintor [“he respirado pintura desde que tengo uso de razón”], recibió en la puerta a los interesados, y les explicó que acababa de regresar de Tanzania, donde reside su actual pareja, que se encarga de un proyecto de reforestación.
“He estado tres semanas en un campamento, el mayor mundial para la recuperación de especies indígenas”, explica, usando a menudo la palabra ‘salvaje’. “A mí me apasiona la naturaleza, a 1.500 metros elevados en un bosque pluvial, he hecho muchas acuarelas y cogido muchos pequeños recuerdos”.
“He visto árboles que no conocía y he visitado espacios infinitos”, continúa su descripción. “Viajar aclara mis ideas y con esos bocetos y acuarelas ahora puedo seguir trabajando aquí”. Sin embargo, Zupan aclara que su creación es “parte de una continuidad, llevo toda la vida desarrollándola. Muchas de mis obras estarán en Boston en una nueva exposición, y otras han estado en la Biennale de Venecia, y puede que algunas vayan a Miami también”, explica sin dar mucha importancia a los lugares, algo poco usual en los artistas.
Porque ella se considera –y lo es, sin duda- rara avis respecto al sistema del arte español. Y, sin embargo, tiene lo que podríamos denominar éxito internacional, puesto que sus obras están repartidas por todo el mundo, y son especialmente apreciadas por multitud de coleccionistas y expertos. Una parte de los visitantes de la cueva terminaron apasionándose por su trabajo y adquiriendo algunas de sus obras.
Entrevista telefónica
Hoy, días más tarde de aquella visita, Zupan responde en exclusiva a MagasIN por teléfono. “¿Yo? Soy parte de la resistencia en el arte [ríe]: he visto tanto cambio en el mundo del arte, tengo 57 años y ¡he visto de todo! Pero sigo sobreviviendo… buscando ese equilibrio, no lo niego, complicado de mantener”.
“Cuando preparo una nueva exposición”, añade, “trabajo siempre con las ideas. Mi propuesta es como un puzle, un hilo rojo que atraviesa por toda mi carrera y lo voy extendiendo e incorporando con los nuevos temas”.
De fondo, encuentra la sugerencia “del collage, mi locus, mi técnica preferida. Normalmente, uso óleo y telas, pero me atrae el collage porque es algo táctil”. Se refiere a tres vectores en su actividad: “Lo que busco es el color, la luz y los materiales”, subrayados por otros tres, “el tiempo, el espacio y las emociones”.
Con una constante puesta en revisión de sus propias ideas, algo significante. “De África llegué a mi estudio”, continúa, “y todo me parecía denso, así que he vuelto con la inspiración de una luz más sutil y transparente. Yo trabajo en capas, por eso hago 40 o 50 piezas a la vez, porque trabajo seco sobre seco. Añadiendo telas y hojas con cera, usando técnicas de los romanos y egipcios, pero con fragmentos de la realidad de ahora”. A veces también se pueden encontrar en sus obras “ramas e incluso alas de mariposa”.
Durante el confinamiento, explica, “estuve en Panamá, había llegado para cinco días, pero como todo cerró terminé pasando varios meses en la selva, entre hojas e insectos, todas esas experiencias las voy incorporando en mi obra”.
En el arte desde pequeña
Nacida en Georgia (USA), Zupan ha convivido con el arte desde pequeña. “Mis padres se conocieron en el París en los 60. Vinimos aquí en el 67, yo tenía dos años y mi padre buscaba la luz, porque ha pintado toda su vida, sobre todo paisajes. Luego de repente nos íbamos y cambiábamos de lugar, yo fui a doce escuelas distintas y aprendí muchos idiomas, y creo que el collage nació de estos tránsitos, en los que tuve que adaptarme rápidamente a las circunstancias”.
Para ella, “todo se junta y se rompe y se vuelve a juntar y se remezcla. De hecho, literalmente, en los desplazamientos, yo llevaba objetos, cositas, conmigo y los traía hasta incluso otra cultura, para agarrarme a la realidad que dejaba. Sigo con esa idea”.
Lo que más le interesa a Zupan “es el color, porque es algo que no existe, es lo que está al lado del otro color. Ves un color por su relación con los demás. Yo me crié en Europa que era muy tradicional, muy clásica y cuando llegué a estudiar arte en la Universidad de Yale me encontré con un arte conceptual y teórico, fuera de tal tradición”.
Desde la idea de “memoria táctil, y el uso de las manos”, Zupan reivindica que es muy importante no perder la conexión con cada ecosistema. “He visto en África el tronco de un árbol que tiene 500 años, me apasionaba su textura, y quería acumularla, por eso estoy creando nuevas piezas muy matéricas: una pieza muy pequeña mía de dos figuras que puede pesar perfectamente dos kilos”.
“Tanto tiempo absorbidos por la información, en la pantalla”, añade, “hace que sea todo mental y estemos perdiendo lo sensitivo, lo sensacional y lo sensual. Eso me concierne mucho, y al ser la mía una obra muy táctil, que apela a los cinco sentidos, eso te conecta con algo más sensorial”.
“Soy una persona un poco salvaje”, se define, “paso mucho tiempo en la naturaleza, me gusta Valldemossa porque aquí exploro las cosas con los sentidos y creo que estamos perdiendo esto: vivimos con millones de palabras y se nos olvida la realidad natural de la que venimos... Hasta acariciar, ¡esa cosa primordial!”.
Para ella, “la Covid nos ha alejado aún más de la realidad, de nuestra conexión con la naturaleza. Vivimos en nuestras cabezas la mayor parte del tiempo, cuando lo que nos arraiga al mundo es esa conexión con lo que nos rodea. Lo importante es la salud mental, el equilibrio, y, por qué no decirlo, la belleza, que es una palabra que uso con caución, que se ha vuelto tabú en nuestra sociedad, nos ancla y al mismo tiempo nos eleva el alma. La necesitamos más que nunca”.
“Yo pretendo en parte rescatarla, salvar lo bello, si es posible, en un recuerdo”. Zupan menciona artistas como “Louise Bourgeoise, Sigmar Polke, Gerhard Richter, Gustav Klimt…”, todos ellos la inspiran y a ellos se remite "día a día, cuando me levanto y voy al estudio, paso de seis a ocho horas ahí y siempre es así, con una rutina".
Y continúa: "Luego, cuando viajo, siempre llevo conmigo algo para poder dibujar o crear. Mi oficio requiere tener mucha disciplina, la carrera de pintora es una vocación, consiste en dedicarse a una vocación, la inspiración viene trabajando. En un día cuaja todo de repente".
El sistema del arte español
Para Zupan, “en el arte español, tienes que estar muy metida en los programas de becas y conectar con un cierto sistema. En realidad eso se aplica a todo el mundo, en EEUU es igual, el mundo del arte es muy complicado”.
En su caso, “yo me crie con un padre pintor, vengo de una tradición más antigua de cómo eran los artistas, y en mi vida he visto cambiar tanto el arte contemporáneo… hasta llegar a ser un sistema de stock options. Las cosas no eran así hace cincuenta años, pero todo cambió con las subastas, dando un valor falso al arte”.
España es, en su opinión, “lo mismo que todo el mundo, un club muy cerrado de participantes. Yo he tenido la suerte de que he seguido una carrera lenta, y he conseguido vivir de mi arte. He realizado más de cuarenta exposiciones, he estado en Venecia este año y expongo regularmente en mi galería de Boston en la que venden grandes artistas… Es difícil, pero con mucho esfuerzo y tesón, un artista puede sobrevivir”.