Cuando Carme Chaparro (Salamanca, 1973) cuenta su historia y describe su infancia en la Riera Blanca, la ‘frontera’ natural entre Barcelona y Hospitalet, lo hace con su característica voz modulada y televisiva, que acompaña en este caso con un tono que oscila entre realista y mágico. “Mi madre se llama también Carmen y es extremeña. Mi abuelo, su padre, era agricultor y murió de apendicitis. Mi abuela lo trajo a Madrid a principios de los 50 pero no supieron ver qué le pasaba y murió sin remedio”.
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“Mi abuela tenía seis niños pequeños, imagínate”, explica con intensidad. “Vendieron todo y se vinieron a Barcelona. Los trabajos eran los que eran y mi tía Paulina, que tenía dieciséis años, se puso a hacer camas en los hoteles de la Costa Brava. Mi madre tenía doce cuando llegó a Barcelona y entonces más o menos fueron a vivir a esa casa debajo del Campo del Barça. Es una zona que siempre ha tenido mucha vida de barrio, y está muy cerca de Hospitalet, vamos, cruzando la calle, es al mercado al que sigo yendo”.
“Lo llamaban la Riera Blanca porque, cada vez que llovía, se inundaba la calle que hacía la cuesta, mi madre recuerda inundaciones como si viviéramos frente un río, todo fluyendo por delante de nuestra casa. Era una zona en la que no había nada, que se empezó a urbanizar en mi infancia, una zona que se urbanizó bien, no como otros polígonos, una zona de las que luego quedaron”.
“Esta mañana estaba justo escribiendo un post”, confiesa a MagasIN, “hablando de la generación de nuestras madres”. Y continúa explicando cómo “vivieron los años duros del hambre… madres y padres sacrificaron muchísimas cosas. Ahora, cuando hablamos de recortar derechos a los pensionistas, hay que recordarlo: les debemos unos años de vida digna”.
Vocación por la comunicación
“Yo me dediqué a la comunicación”, relata Chaparro, “porque me gustaba leer y escribir, y como en Cataluña durante la semana de Sant Jordi se hacían concursos en los colegios, muchos años era la típica repelente que ganaba. ¿Qué te daban? Nada, bonos de libros para la librería”.
“De esta época infantil no guardo nada, pero el otro día alguien que estudió conmigo en el instituto me mandó un mensaje directo por Instagram”, confiesa divertida, “con una foto de una revista del insti, hecha con ciclostil [sonríe y pregunta si sabemos lo qué es] y salía un relato mío ganador. Era sobre una chica que tenía un accidente de coche y se clavaba el cambio de marcha, y describía los últimos segundos de ella conduciendo”.
“A mí me hubiera gustado ser corresponsal de guerra”, añade, “pero nunca pensé en la tele, fue circunstancial. Empecé en la tele local de Barcelona, donde pagábamos dinero por trabajar, literalmente, pagábamos la luz y los gastos a cambio de poder emitir desde nuestro distrito. El Ayuntamiento nos daba la señal y de lunes a viernes emitíamos cada distrito, primero el de Sants, luego el de las Corts,… y yo me apunté, hacíamos un programa sobre juegos de rol, luego hicimos unos informativos… eso te da la libertad de hacer cosas sin ser juzgado, dejas volar tu creatividad porque apenas te ve nadie”.
“Internet empezó a usarse cuando iba a la universidad”, recuerda, “estaba en TV3 de becaria y recuerdo que nos dieron un curso de qué era Internet y cómo buscar. Pero insisto, tengo que dar las gracias de haber podido desarrollarme como una niña y como una adolescente en una época en la que los errores se quedaban en una anécdota: te ibas a casa con mal cuerpo, ok, pero no como ahora, que veo a compañeras, y cualquier cosa que te puede pasar en un directo, a ti se te puede olvidar algo… pero ya está el vídeo en redes”.
Continúa: “Un olvido o equivocación lo tenemos todos y ahora en seguida todos se ríen de esa persona, sin pensar lo que cuesta estar ahí. Porque… ¡¿quién no se equivoca?!”.
Recuerdos televisivos
“He tenido la inmensa suerte de contar la historia de España y del mundo en los últimos veinticinco años”, resume, “pero también de contar la microhistoria, algo que pasa pocas veces, he contado lo que le pasaba a las personas de la calle, que es lo que te explica cómo es una sociedad. Los grandes titulares que han conformado el mundo durante los últimos veinticinco años, pero también lo que hacía la gente de la calle, porque las decisiones que toman los políticos no son nada si no influyen en la gente”.
“¿Lo más duro que he cubierto?”, repite la pregunta en voz alta la periodista, de forma retórica. “Pues… estuve en París en los atentados, y en mil situaciones indescriptibles, pero recuerdo dos, una fueron las manifestaciones por Miguel Ángel Blanco, con ese dolor, esos dos días en los que teníamos la esperanza que lo dejaran libre con vida”.
“Y otra, la gran manifestación en Madrid después del 11-M, ese silencio que te desgarraba el alma, el dolor colectivo que podías palpar, era en el Paseo del Prado y como si pudieras tocarlo. Es una sensación que nunca olvidaré y fue más intensa incluso que ver las imágenes de los cuerpos en la redacción, que nunca llegamos a emitir porque una zapatilla manchada de sangre podía ser identificada por un padre o una madre como la de su hijo y hacerles mucho daño. Yo lloré mucho, pero sobre todo en la manifestación”.
Liderazgo femenino
El liderazgo femenino, explica, “es una cosa que descubrí tarde, porque me crié entre Barcelona y las visitas a un pueblo pequeño del Penedés, donde vive ahora mi padre. Haber podido pasar parte de mi infancia y madurez en un pueblo con absoluta libertad, donde se puede dejar la puerta abierta y salir de casa por la tarde y volver por la noche… fue increíble. Pero en mi pandilla eran casi todos chicos y además tengo sólo hermanos, soy la mayor, así que me crié pensando en que soy más amiga de los hombres, y en los últimos años he descubierto, un poco tarde, a las amigas, a las mujeres que son amigas de verdad”.
“El mantra cuando era pequeña y adolescente”, reivindica por el cambio, “era para una mujer ‘ten cuidado con las mujeres, no quieras jefas mujeres, ten cuidado porque las amigas os traicionáis’, pero es a partir de los 30 cuando yo descubrí la amistad femenina y la sororidad. Hay cuestiones físicas y emocionales que nos hacen diferentes a los hombres, mis emociones no son las mismas que las de un hombre, y eso quizá solo otra mujer puede entenderlo, y he descubierto la amistad incondicional”.
“Ahora tengo varios grupos de amigas que son incondicionales, fieles, y cuando lo necesito están ahí siempre y ya no podría entender mi vida sin ellas. Tengo la inmensa suerte de haber encontrado a mujeres a las que les pondría un monumento en la Plaza de España. Sí, quiero poner a mis amigas un monumento. No me gusta lo de ‘ponte las gafas violeta’, se trata sólo de ver cómo está formado el mundo”.
“Empecé en Informativos Telecinco con 24 años”, explica, “y cuando me preguntaban ‘¿cómo compaginas la maternidad con el trabajo?’ siempre respondía por qué esa pregunta no se la hacían a mis compañeros. No estará hecha con maldad, pero yo digo, ‘pregúntaselo a mi marido o a los hombres famosos que son padres’. Y pregunta cómo cómo un escritor padre planifica una promoción una gira siendo padre… Todavía en el cerebro inconsciente, las mujeres cargamos con la mochila de la organización familiar. Estamos hartas de la pregunta '¿tu marido te ayuda en casa?' ¡Esa no es la palabra, la casa es de los dos”.
“Siempre me sacan de titular que mi marido pone más lavadoras que yo, pero yo plancho más… [bromea]. Hay un trabajo de organización que conlleva mucho desgaste mental y es el que supone pensar la compra, la comida, qué tenemos y qué no en casa, y cómo lo organizamos, eso mentalmente es muy duro y normalmente se encargan las mujeres de todo”.
“¿Dónde se habla de conciliación? En foros femeninos, parece que es algo que tenemos que resolver nosotras y no. Yo tengo suerte, soy afortunada, puedo levantar la voz, y lo hago. ¿Por qué unas cuchillas de afeitar son más caras para las mujeres que para los hombres? ¿Por qué la misma bicicleta es más cara en rosa que en gris o azul? Cuando los niños están enfermos en el colegio, ¿a quién llaman primero?”.
“No te imaginas”, continúa, “la cantidad de mujeres que me escriben en redes diciendo ‘no me había dado cuenta de esto o aquello’, o profesoras que me dicen que me ponen de comentario en clase. Que hagamos la mejor sociedad posible para nuestros hijos, ayudándonos unos a otros, se trata de eso: hasta que lleguemos a la igualdad real, que ya existe por ley, pero en la vida real, la mochila que cargamos las mujeres pesa mucho más. Se trata de corregirlo y hacer la mejor sociedad posible, no es una guerra. Yo estoy encantada con mi marido, amigos y con los hombres del mundo”.
Como rol model, menciona por ejemplo, “a Inma Bermúdez, Premio Nacional de Diseño, que es una de las grandes diseñadores de este país, que ya siendo becaria de IKEA vendió un millón de lavabos y hablando con ella, trabaja para los grandes del diseño, le terminé diciendo ‘pero… ¡te lo quieres creer de una vez!”. Muchas mujeres que han llegado arriba sienten que son usurpadoras… Esa sensación es el ‘síndrome de la tiara’, la de ‘ya vendrá alguien a ponérmela, yo me quedo quieta aquí sin hacer mucho ruido’…”.
El futuro
Optimista por naturaleza, le gustaría dar cualquier noticia que fuera un gran avance médico, “como una cura contra tipos de cáncer diferentes. El tiempo es algo que no vuelve, no se puede comprar ni volver atrás, muchas veces lo damos por descontado, y por eso no me gusta la frase de ‘es lunes, que llegue el viernes cuanto antes’, porque indica que estoy tirando cinco días que no van a volver nunca más”.
“Soy más feliz desde que empecé a hacer ese tipo de reflexiones, ojo, hoy es un día más que estoy viva y en el que voy a encontrar algún momento para disfrutar”, explica.
“Haga lo que haga, porque al final te vas a morir, aunque estés mal en tu trabajo, busca la manera de disfrutar aunque sea la pausa del café y ya lo cambiarás… Si estás mal es porque estás viva, hay vidas muy duras y muy complicadas, así que venga, ¡vamos a aprovechar el tiempo!”, sentencia, con gran vitalismo, e invita a una reflexión sobre el día de hoy, justo el día que estamos viviendo, que merece ser aprovechado y disfrutado.