Hablar con Benedetta Tagliabue (Milán, 1963) es relativamente fácil. Lo difícil es hacerlo durante mucho tiempo seguido. De hecho, esta entrevista se podría definir como un collage, como ella misma bromea, un término especialmente contemporáneo en una época hecha de pedazos de tiempo, cambios de lugar y desplazamientos entre espacios reales y virtuales que se suceden de un modo inevitable y se unen entre ellos como buenamente nos es posible.
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Además, “collage” es un término especialmente adecuado en el vocabulario EMBT [el estudio de arquitectura que ella dirige] porque es la técnica que utilizan habitualmente para crear las propuestas de visualización de nuevas edificaciones.
“Disculpa, me pillas en Holanda”, descuelga primeramente el teléfono Tagliabue, “en unos minutos entro en una reunión, ¿podremos terminar la entrevista más tarde o mañana?" Tagliabue, establecida en España, viaja constantemente y es una de las arquitectas más importantes de nuestro continente, no en vano actualmente es miembro del jurado del premio Pritzker [el Nobel de la arquitectura], algo especialmente reseñable si contamos con que hasta hace unos años ninguna mujer lo había obtenido [la primera fue Zaha Hadid, fallecida en 2016].
Tagliabue es autora de edificios emblemáticos como el Mercado de Santa Caterina en Barcelona o el Parlamento de Escocia en Edimburgo, y actualmente ejerce como la directora del estudio que lleva el acrónimos de los nombres de Enric Miralles y el suyo, EMBT. “Perdona”, contesta nuevamente tres días más tarde, “estoy en la notaría. Por el momento puedo hablar, pero cuando entre la notaria tendremos que aplazar el resto de la conversación”.
Así comienza el primer fragmento de conversación, como una cápsula de tiempo que queda conservada. “¿Yo?”, pregunta retóricamente con una medio risa y un acento muy marcado. “De pequeña era siempre ‘la chica fuerte’. Cuando iba al colegio en Milán, jugaba con los chicos, tuve la suerte que era en los jardines de fuera de la ciudad", comenta.
"Luego fui estudiante en un colegio masculino los dos primeros años en Suiza, donde era la única mujer entre hombres, por una casualidad del destino me entrené a eso de ser una chica entre tanto chico, en Zurich [sonríe: en una llamada posterior remarcará esta anécdota y se definirá como la ‘reina’ de todos ellos]. Pidieron al colegio enviarme para cuidar de mi hermano, y me vi allí entre trescientos chicos. En serio, fue divertido y complicado, ellos hacían muchas bromas, pero yo siempre conseguí mi sitio”, explica la archistar [un término habitualmente usado para definir a las grandes figuras internacionales de la arquitectura].
“La arquitectura era solo una posibilidad entre otras”, puntualiza. “Me gustaba mucho dibujar y las matemáticas, siempre quise ejercer una profesión que tuviera eso, algo relacionado con el arte y que fuera precisa. Escogí sin saber muy bien qué significaba arquitectura y durante los primeros tiempos pensé que me había equivocado, hasta que supe que existían opciones como las que luego desarrollé. Son unos estudios muy abiertos, con muchas opciones y no todas me gustaban”.
Venecia, Nueva York y Barcelona
Estudió en Venecia, donde se graduó en 1989. Amplió sus estudios en la ciudad de Nueva York, y al terminar su tesis se trasladó a Barcelona. “Como ya me había separado de la familia, y me había acostumbrado a tener mi independencia, decidí estudiar arquitectura fuera, y acabé en Venecia. Me enamoré de la ciudad, de eso no tengo dudas. Fue increíble vivirla durante esa época universitaria, y no fue fácil convencer a mi familia, porque a mi padre no le gustaba la idea”.
Su recuerdo ahora es cuasi cinematográfico. “Porque estudié y aprendí, pero la propia vivencia de la arquitectura fue muy intensa, con la limitación de Venecia de ir caminando a todas partes. Pero fíjate que por eso todo el mundo está al nivel de tierra, las diferencias sociales desaparecen en cierto modo porque todo el mundo aparece caminando, no te distingues por un coche mejor y otros detalles de vestimenta [se refiere por ejemplo al calzado]. Es una ciudad de muchos encuentros y posibilidades, en la que te acostumbras a dejar que las cosas pasen, y cuando estás dentro es muy fácil”.
Si no hubiera sido arquitecta, relata, quizá habría estudiado Medicina. Reconoce que hay ciudades como Venecia que “tienen un carácter tan fuerte que, aunque te enseñan mucho, en un determinado momento te hacen evidente que tienes que irte a otro lugar”.
Después vino Nueva York, con toda su verticalidad, pero su primer crush con la arquitectura llega en Barcelona “con Enric Miralles. Yo le decía a él que mejor trabajásemos cada uno por su cuenta, así que iba haciendo pequeños proyectos para familia y amigos, era como un pequeño ejercicio, pero constante. Luego empecé a colaborar con Enric como socios y ese fue el crush, creando un team [equipo] de mucha gente y eso en arquitectura es una gran fuerza. Es una estructura habitual, existe un líder o una líder —menos habitual—, pero la arquitectura es un trabajo de equipo con grandes profesionales”.
Buena arquitectura
¿Cuál es el quid de la buena arquitectura? “Durante mi carrera los quids han cambiado mucho”, bromea. “Habría podido decirte escuadra, cartabón y rotring 0.1 hace unos años, pero hemos tenido que ir cambiando de instrumentación. Yo creo que el quid consiste en un lápiz y una combinación del cerebro y el corazón, siempre tienes que crear pensando y sintiendo, balanceando qué se necesita, qué estaría bien y qué es lo que las personas quieren. Y usar el cerebro para entender las dimensiones y ver posibilidades y limitaciones”.
Un error común para Tagliabue es “creer que ya lo tienes a la primera, eso es imposible, cuando tienes solo una idea y te basas en ella, mal. La arquitectura es muy compleja, hay que mantener muchas puertas abiertas, contemplar más posibilidades, ver todo lo que tiene que formar parte del proyecto”.
Explica cómo, al existir históricamente menos mujeres con relevancia en arquitectura, “hemos tenido que inventarnos, cada una, una forma de ser”. Los premios son una manera de cambiar la autopercepción para Tagliabue.
En relación con sus reconocimientos, recientemente recibió en 2009 el premio Fellowship RIBA otorgado por el Royal Institute of British Architects, en 2013 el RIBA Jenks Award y en 2019 la Creu de Sant Jordi, entre otros.
“Mi amiga Isabel Coixet dice los premios siempre tienes que ir a por ellos porque nunca sabes cuándo te van a dar otro de nuevo o si va a haber otra vez. En serio, los reconocimientos son una satisfacción, te dan ánimo para seguir y darte cuenta de que el trabajo es bueno. En este sentido, para mí fue importantísimo el Sterling Prize [2004], por el Parlamento de Escocia [también premiado en la VIII Bienal Española de Arquitectura y Urbanismo]”.
“Ay, perdona, ha entrado mi notaria, que es una mujer, tenemos que aplazar el final de la conversación”, afirma Tagliabue, al otro lado del teléfono. Una nueva llamada se produce una semana y dos días después, justo a su vuelta de Holanda, mientras camina a visitar una obra en un barrio barcelonés. “Buenos días, disculpa. Estoy llegando a visitar un piso de Barcelona, no creas que solo hacemos proyectos grandes, también pequeños y eso me gusta mucho”.
Aficionada a los dispositivos y las novedades tecnológicas, la arquitecta relata cómo hace unos años recuerda “preguntarle a un piloto de avión si no existía algún instrumento que pudiera leer las montañas, los ríos y las carreteras, y con el tiempo llegó, afortunadamente, Google Maps y Google Earth, una de las aplicaciones que más me gustan”.
Hace unos días, explica, ha estado visitando en Berlín el edificio de la Filarmónica [“no sé si es perfecto o sí me gusta del todo esa imperfección, o si esa misma duda me lo acerca, porque tiene como un misterio”] y el museo de Van der Rohe, [“rehabilitado de una manera muy sutil, casi imperceptible, por Chipperfield, es una obra maestra”].
Dibujando ideas
Está trabajando ahora para “materializar diferentes proyectos que me hacen mucha ilusión, grandes y pequeños, estamos dibujando ideas para la nueva estación de Praga, es un concurso, claro, pero me llena de emoción. Estamos acabando la estación de Nápoles, con poco presupuesto estoy intentando que contenga alguna intervención artística… en todos estos lugares de tránsito, ya sean estaciones de trenes, metros, aeropuertos, se trata de crear ocasiones para tener una extensión de tu casa", cuenta.
Y continúa explicando: "Se trata realmente de diseñar un lugar placentero, en el que la gente esté a gusto, lleno de arte y detalles para que las personas que los habiten tengan esa sensación de que los lugares públicos les pertenecen. Además, Kazuyo Sejima [SANAA] me ha propuesto hacer una pequeña exposición en Japón, ella está dirigiendo allí una galería de arte, imagínate qué grande es hacer esta pequeña exposición en Japón”.
Sobre el futuro, y en concreto sobre las arquitecturas solo digitales y el metaverso, explica que “no me parece nada nuevo, porque imagínate que yo vivo en un estudio de arquitectura en el que estamos todos los días con proyectos digitales. Vivimos en un metaverso que intenta plasmarse en la realidad, tiene esa cosa divertida. Luego, la realidad te da golpes, esos golpes de realidad me interesan mucho, porque sirven para ir creando un equilibrio entre lo que puede ser un mundo paralelo y lo que el mundo físico nos admite en esta Tierra y las limitaciones que tenemos”.
Además, sentencia, “es que a mí, las limitaciones no me molestan, me interesan. El metaverso, si se queda solo en una virtualidad, me interesa menos que la arquitectura que lidia con la realidad”.