No sabe la edad que tiene, tampoco sabe leer o escribir. Vive sola en las montañas y, desde que en verano tuvo un grave accidente de coche camino a recoger fresas, Zohra Sidki lleva un corsé ortopédico.
['La reina amazona' de Patricia Betancort: una novela de amor y secretos]
Sin embargo, al llegar al Festival Internacional de Equitación Mata, entre vítores de los asistentes, sube ágilmente a un caballo, hasta ponerse de pie en su grupa. Los gritos de admiración se suceden, porque esta menuda y enjuta mujer es un símbolo en Marruecos: la única que ha competido en una ancestral carrera ecuestre. Ella sola entre 200 hombres.
“Yo era una niña traviesa, me pegaba con todos los niños, era muy mala y le robaba siempre la yegua a mi padre para dar vueltas por ahí. Todo lo que quería era estar encima de un caballo”, cuenta Zohra, que apenas tenía 10 años cuando comenzó a montar para llevarle la comida a su padre cada día.
[De amazonas a reinas antiguas: las heroínas reconocidas como 'Las 9 de la Fama' en la Edad Media]
La que volaba a caballo
De su infancia, recuerda una higuera que tenía su familia y cuyos frutos servían para endulzar una vida de dureza extrema, en la que el colegio era una quimera y había que arrimar el hombro aunque fueras muy pequeña. Su evasión era escapar en la yegua, para sentir esa sensación indescriptible que siempre le ha acompañado a lomos de un caballo. Al cabalgar, su mente volaba alto.
Aunque asegura que le cuesta mucho explicar lo que supone para ella montar, Zohra reconoce sentir “un subidón enorme cuando me subo al caballo. Me siento absolutamente libre”, confirma, por eso “por mucho que mi padre me decía que no lo hiciera, que no era mi mundo, porque aquello era cosa de hombres, yo no podía escucharle, ni hacerle caso, porque lo que sentía no tenía comparación con ninguna otra cosa”.
Por eso, también, cuando hace diez años se enteró de que se iba a recuperar la carrera Mata Moussem, decidió apuntarse, a sabiendas de que en ella solo competían hombres. Consiguió que la aceptaran y les dejó impresionados, al correr más rápido que todos ellos. Además, Zohra contó con unos aliados inesperados, la familia Baraka.
Cultura, diálogo y desarrollo
La familia Baraka, descendiente del poeta y santo sufí Moulay Abdeslam, se encargó de recuperar esta tradicional competición, nominada a Patrimonio Cultural y Mundial por la UNESCO y con el patrocinio del rey Mohamed VI. “Nuestro padre, Abdelhadi Baraka, se esforzó mucho para preservar el legado universal de este espacio cultural de diálogo”, explica Nabil Baraka, el hermano mayor, que preside la organización de Mata.
El Festival Internacional de Equitación Mata se celebra durante tres días desde hace diez años en la región de Beni Arós, a 46 kilómetros de Tánger y 110 de la ciudad de Ceuta. Se hace en una gran explanada en la que se levantan varias jaimas.
En una tienen lugar encuentros con las autoridades oficiales, visitantes y organizaciones, y unas inolvidables meriendas a base de té moruno, zumos naturales y exquisitos dulces. Enfrente hay un gran pabellón donde se pueden comprar productos locales y conocer los proyectos de emprendimiento y empoderamiento femenino.
Además de puestos ambulantes de algodón dulce y otras chucherías y una zona de juegos infantiles, un señor ofrece sus camellos para hacerse una foto o dar un pequeño paseo. La llanura baja en pendiente hasta la zona donde corren los participantes en este certamen ecuestre que conmemora la carrera ancestral Mata Moussem, cuyo origen se remonta más de 800 años.
Mata significa montar a caballo sin montura, a pelo. También es el nombre de la muñeca de trapo por la que, originariamente, solo los hombres más aguerridos de la zona competían.
Entre los premios que conseguía el ganador, además de ganarse el respeto de todos y el honor para su aldea, estaba casarse con la mujer más bella. Hoy, se ha dejado de tratar a las mujeres como un galardón, para dar mayor relevancia al papel que desarrollan en las ceremonias. Ellas son quienes confeccionan la muñeca-trofeo y realizan el ritual de la henna, además, se impulsa su faceta como emprendedoras, a través de la Asociación Alamia Laaroussia.
Equitación para niños… y niñas
En esta ocasión, la carrera tiene lugar en otoño porque ha sido un año muy complicado. En julio, la familia Baraka perdió a su patriarca. Apenas unas semanas después, varios fuegos arrasaron con miles de olivos y se cobraron la vida de tres personas. Por eso, este año Mata tiene mucho de homenaje y resiliencia. Los tres hermanos Baraka continúan la labor para preservar este legado.
“Nuestro querido padre, que era un sabio, nos ha dejado una semilla y la gente de aquí, que es nuestra gente, nos ha vuelto a acoger”, explica Lamia Baraka, la hermana pequeña del clan, que ejerce de representante de su hermana Nabila, presidenta de Alamia Laaroussia, que no ha podido asistir por motivos de salud. “No está presente, pero su alma sí lo está”, dice y explica que una de las intenciones de esta celebración es empoderar a las mujeres de la región.
“Zohra es la primera mujer que ha participado y estamos muy orgullosos de ella. Esperamos que ella nos pueda ayudar a enseñar a las niñas a montar a caballo. Queremos que la juventud pueda seguir esta tradición y para eso es imprescindible que puedan aprender”, cuenta Lamia Baraka. Se refiere a una escuela de equitación que planean abrir en la zona y en la que cabalgar se convierte en un símbolo de igualdad: “Queremos empujar a las chicas de aquí, del campo, demostrarles que pueden ser muy útiles y montar a caballo como los hombres. Nos encantaría contar con un equipo formado solo por mujeres para participar en Mata”.
Uno de los objetivos claros es apostar por el desarrollo en la región y eso incluye promover y dar relevancia al trabajo femenino. “Su papel en este festival es absoluto. En esta zona la mujer lleva la casa, trabaja el campo, hace labores masculinas”, explica Lamia, que participa con las mujeres en todas las ceremonias, tocadas con el tradicional sombre de paja y borlas de colores.
Entre ellas, la sintonía y el cariño son evidentes. También recorre el pabellón para interesarse por los diferentes stands, la mayoría regentados por mujeres, que ofrecen cosméticos creados a partir de aloe vera o aceite de argán, que en la zona se considera el mejor del mundo, henna, kohl, frutos secos, dulces y deliciosas infusiones de plantas locales, además del famoso té moruno.
Las nietas de Zohra
El afán por promover a las mujeres tiene mucho que ver con generar desarrollo. La historia de Zohra es representativa de la situación femenina en la región. En esta tierra la existencia es dura.
Aunque es un símbolo, una mujer excepcional e incluso el cineasta español Brais Revaldería está realizando un documental sobre ella para The New Yorker, Zohra vive en la pobreza. “La gente en España o Francia me ve en la televisión o ven mis vídeos en YouTube, y me mandan dinero para ayudarme a sobrevivir”, cuenta.
Sin poder trabajar hasta dentro de siete meses por la lesión del accidente automovilístico, que le causa un intenso dolor, su situación es muy complicada. Pero nadie lo diría al verla recorrer el festival entre vítores, saludada como una heroína, ni al subirse varias veces a caballo.
“Hoy me siento feliz al encontrarme con las mujeres de las ONGs y las asociaciones y con mis compañeros de carreras, pero siento que esto se queda aquí, porque no hay medios para que tenga continuidad. Y sería una pena”, explica Zohra.
Madre de una hija que le ha dado cuatro nietos, Zohra, que no sabe a ciencia cierta qué edad tiene, “antes eso no se tenía en cuenta”, cuenta con ilusión que su única hija le ha dado “cuatro nietos, dos niñas y un niño, aún son pequeños, pero les enseñaré a montar. Me encantaría que alguna de ellas siguiera mi camino”.
El tercer y último día de festival, hay más público que nunca y un incesante trasiego de gente. Se celebra la gran carrera, pero casi se diría que es lo que menos importa. Lo que más son los puentes que se forjan. Al celebrar su cultura y, al mismo tiempo, abrirse a la evolución de las costumbres, la tradición ancestral Mata Moussem puede ser clave en el desarrollo económico de la zona y el avance de los derechos de las mujeres.
A su llegada, Zohra recibe una vez más el homenaje de su gente. Le entregan la muñeca con respeto. Ella sonríe, vuelve a subirse de pie a la grupa de un caballo y enseña, con el puño en alto, la muñeca-trofeo a un público entregado a esta mujer de viento que solo se siente absolutamente libre cuando cabalga y que sueña con tener una escuela para enseñar a montar a niñas que, como ella, anhelan la libertad. Insha'Allah.