Sonia Encinas es comunicadora, sexóloga feminista y madre. Además de ser autora del libro de no ficción Feminidad Salvaje: Manifiesto de una sexualidad propia (Penguin Libros, 2022) y del cuento infantil El niño que quería dar abrazos (Penguin Libros, 2022).
Estudió periodismo, pero antes de terminar la carrera se decantó por la especialización en estudios de género para informar y divulgar en ese campo. Lo que, al final, terminó por conquistarle y le condujo hasta el máster de Sexología y Género de Fundación Sexpol y el máster en Terapia Sexual y de Pareja con perspectiva de género.
Dice ser "adicta a aprender", pero también le apasiona "compartir lo que aprende", por eso trabaja desde hace ya unos años como docente en sexología, acompaña grupos de crecimiento sexual y realiza consultas individuales con mujeres.
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¿Una mujer que disfruta de su sexualidad sin tapujos es una mujer empoderada?
Sexualmente hablando, por supuesto. Y de alguna manera, el empoderamiento sexual, puesto que ha sido el tema más castigado para las mujeres, va a influir enormemente en otros aspectos de la vida. De hecho, no los entiendo separados.
Para que se dé un empoderamiento sexual, es decir, una recuperación del poder que nos ha sido arrebatado, han tenido que ajustarse otros aspectos de la vida con total seguridad. Por ejemplo: la relación con el cuerpo, el permiso para el placer, el derecho a recibir, la capacidad para expresarnos y comunicarnos, el tiempo para una misma, etc.
Desgraciadamente, no todas las mujeres se sienten así de libres en su relación con el sexo, ¿por qué nos invaden, a veces, sentimientos como la vergüenza o la culpa?
Porque es lo que hemos aprendido. Venimos de una cultura con una herencia judeocristiana muy fuerte que ha puesto muchos esfuerzos en separar a las personas del placer, sobre todo del sexual, que ha quedado relegado únicamente a la pareja heterosexual que busca reproducirse. Es una forma de control social perfecta porque cuando un individuo está desconectado de su disfrute, lo está de sí mismo, y entonces es más fácil de manejar.
Y con las mujeres, esta influencia ha sido aún mayor, hasta llegar a hacernos creer que nosotras no éramos sexuales y que nuestros cuerpos no estaban fisiológicamente preparados para el placer o el orgasmo. Que el placer sexual era, de hecho, para los hombres. Y no fue hasta que los movimientos feministas empezaron a alzar la voz que estas creencias limitantes comenzaron a aflojarse. Pero todavía hoy perduran.
¿Cómo podemos desprendernos conscientemente de los roles de género que nos determinan en el sexo?
Primero, reconociéndolos. Si no, no hay manera. Y muchas personas siguen en esa ceguera de que el machismo no existe. Una vez reconocemos que existen unos roles de género que nos colocan en distintos lugares a unas y otros y que, además, nos limitan enormemente, entonces podemos empezar a deconstruirlos. Es a lo que yo llamo siempre “crear contradiscurso”. Y ese trabajo de desactivar creencias limitantes es de por vida. Aunque los efectos los vemos desde el principio.
En Feminidad Salvaje: Manifiesto de una sexualidad propia, habla sobre la importancia de eliminar los tabúes sobre el placer femenino. ¿Cuáles cree que son los factores que mantienen activos estos estereotipos hoy?
De nuevo, otra vez, la cultura. En este caso, la patriarcal. Arrastramos un modelo de sexualidad androcéntrico, en el que son los placeres “tradicionalmente masculinos” los que están representados en nuestro imaginario erótico, dejando en segundo plano aquellos que son “tradicionalmente femeninos”.
El ejemplo más claro es que, en nuestro imaginario, todo en el sexo gira entorno al pene, que es este el que marca el inicio y el final de una relación sexual y el que garantiza el sexo de verdad (solemos pensar que el coito es el sexo de verdad, y obviamente no lo es).
Las prácticas sexuales que más suelen gustar a las mujeres son aquellas en las que no hay necesariamente penetración: las que estimulan el clítoris, las que salen de los genitales y hacen de todo el cuerpo un órgano erótico… Estas suelen considerarse “preliminares”, o sea, las que ocurren “antes de”. ¿Antes de qué? Pues del supuesto “sexo de verdad”.
Esto no quiere decir que no haya mujeres a las que nos guste el coito, claro que sí, puede ser una práctica maravillosa, pero no para todas las mujeres ni la única práctica maravillosa que podamos tener.
¿Cree que, a nivel general, se tiene idealizado el sexo? Si es así, ¿cuáles son los peligros de esto?
No sé si diría idealizado, porque hay dos miradas muy polarizadas: por un lado, el sexo como el mayor placer que puedes experimentar, y por el otro, el sexo como campo de problemas y preocupaciones. Sin embargo, el sexo sí está absolutamente plagado de ficciones y pocas veces tenemos una idea de él cercana a la realidad.
Por lo que veo en consulta o en los grupos, pensamos que el sexo tiene que ser de una manera concreta, pero no lo vivimos así y en vez de cuestionar esa idea, solemos terminar pensando que eso “solo me pasa a mí”, ocultándolo por vergüenza o miedo al juicio.
Una cosa que digo y creo firmemente es que colocar el sexo al nivel de cualquier otro placer nos permite vivirlo de manera más flexible, sin tantas exigencias ni culpas. Porque vivirlo pensando que “debería ser otra cosa” termina generando un enorme malestar.
En tu último libro, El niño que quería dar abrazos, es un cuento infantil, ¿qué te inspiró para comenzar a escribir en este género literario? Y, sobre el contenido del mismo, ¿por qué crees que es importante educar la masculinidad de los más pequeños como un sentimiento que incluya también la sensibilidad?
El cuento nació de una propuesta editorial concreta. Nunca me había planteado escribir un libro infantil. Pero en cuanto me propusieron la temática, ¡me encantó! Me he dado cuenta de que ya hay muchos recursos para educar a las niñas desde una mirada feminista, pero no para hacerlo con los niños. Y es tan importante romper con ese referente de masculinidad tradicional que les trae tantos dolores a ellos…
Así que, partiendo de mi propio compromiso con romper estereotipos de género en la crianza de mi hijo, aproveché anécdotas que vivo a día de hoy para reflejar que las criaturas necesitan ser libres para abrazar su sensibilidad, su autenticidad, sus gustos… sean chicos o chicas.
Igual que con las niñas hemos tenido que hacer hincapié en valorar su fuerza y valentía, con ellos debemos hacerlo en valorar su sensibilidad, su creatividad, su emocionalidad. Y creo que tener referentes masculinos sensibles y cuidadores tiene un peso brutal.
¿Una educación sexual temprana alienta a los jóvenes a tenerlo antes o simplemente les prepara para tenerlo de una forma segura más adelante?
Los estudios ya lo dicen, cuanta más información sexual de calidad tiene la juventud, decisiones más responsables toman y más tarde se inician en las prácticas.
Creo que no es negociable, merecemos recibir una educación sexual positiva y de calidad desde la infancia, adaptada a las distintas etapas de la vida. Porque la educación sexual no solo influye en el sexo, lo hace en la manera de relacionarnos con las personas, en la manera de ver el mundo, en la manera de relacionarse con las emociones, en la capacidad para poner límites y respetarlos, etc.
De cara al futuro, ¿qué te gustaría que cambiara para las generaciones más jóvenes?
Lo tengo claro, que pudieran recibir una mirada positiva de la sexualidad con una buena información al respecto a la que todas tengan acceso. Educación sexual integral para todos desde la infancia. No sabes la cantidad de malestares y problemas que nos ahorraríamos en la edad adulta.