Si fuera hace frío, Ana calienta el alma; si llueve, ella seca las heridas; cuando el calor invade el aire, Ana es la ráfaga que arranca una risa; es empática sin esfuerzo y se esfuerza cada día por ser mejor amiga, mejor persona, mejor ciudadana del tiempo que le ha tocado vivir.
Vive en el centro de Madrid con su perra Ara, entre función y función se escapan al parque de El Retiro para seguir jugando como dos niñas, tirando palos y saltando charcos. Ana Labordeta (Teruel, 1965) es aragonesa de nacimiento y sentimiento, hija del emblemático José Antonio Labordeta y de una maestra fuerte y generosa a la que ama y admira, Juana de Grandes, su madre.
Ahora, su padre está presente más que nunca en su vida, y en la de todos, gracias al documental Labordeta, un hombre sin más, codirigido por Paula Labordeta y Gaizka Urresti: un viaje honesto por y hacia la figura del cantautor, escritor y político, en el que toda la familia ha participado, que está teniendo una acogida impresionante en cines, filmotecas y festivales de toda España.
Se ha alzado con el Premio al Mejor Largometraje Documental en los prestigiosos Premios Forqué 2022 y está nominado a los Premios Goya en su 37ª Edición.
Ana descubre su vocación con 20 años y a ella se entrega, interpretando mujeres fuertes, suaves, divertidas, recias, complicadas o transparentes, en el teatro, el cine y la televisión.
Participa en series como Amar en tiempos revueltos, de TVE, durante cuatro temporadas, u otras como Velvet, Vis a Vis o La catedral del mar. Recientemente, la hemos disfrutado en Madres, de Amazon Prime. Y este año ha pisado de nuevo las tablas con la función Adictos, ahora de gira, junto a la actriz Lola Baldrich y a su queridísima Lola Herrera.
Ser actriz, ¿fue una decisión meditada o improvisada?
Fue casual. En casa, mis hermanas y yo hemos estado siempre rodeadas de cultura gracias a nuestros padres: de libros, música, teatro, cine... eso se queda dentro. En casa había cierto conflicto, porque mi padre y mi madre eran maestros, funcionarios del estado.
Mi padre tenía su lado creativo pero mi madre, aun siendo una mujer sensible que nos llevaba a clases de piano y de francés, valoraba mucho la seguridad del funcionario, nos encaminaba hacia un orden de vida, quería que fuéramos funcionarias y no se planteaba en casa lo de ser artista.
Yo fui una niña obediente, hasta la adolescencia, al inicio pudo más la figura materna, pero también era muy curiosa; me matriculo en Filología Hispánica y, al mismo tiempo, supero las pruebas de acceso a la Escuela de Arte Dramático de Zaragoza, ahí cambia mi vida, descubro esa vocación de la que antes no había sido consciente.
Cuando vengo a Madrid para trabajar, ya no hay nada en mundo que eclipse mi camino, mi deseo de ser actriz.
¿Cómo ha ido tratándole la profesión, o usted a ella, a lo largo de estos 37 años?
No los cambio por nada. Creo que soy muy afortunada, puedo vivir de ella desde el principio, siendo una profesión complicada y con grandes dosis de injusticia; me he desarrollado sobre todo en el teatro y he tenido la gran suerte de trabajar con textos y directores estupendos y con buenos compañeros y compañeras, eso te hace ser cada vez mejor actriz. Me siento muy agradecida con la profesión, aunque me considero una mujer de pico y pala y me he esforzado mucho, también considero que he tenido mucha suerte.
¿Qué momento cree que está viviendo actualmente su sector, superado el tiempo de pandemia y confinamiento?
Han sido años duros pero también es verdad que la soledad y el aislamiento que vivimos, nos hicieron muy creativos; el confinamiento fue terrible pero nos enseñó a estar con nosotros mismos, en un lugar dolorosamente imaginativo del que han surgido cosas muy hermosas. El sector audiovisual se puso en marcha rápidamente, reaccionó, porque había mucho consumo.
Ahora, afortunadamente, los teatros se están llenando, ahora estamos viendo las inmensas ganas de la gente de consumir teatro, de disfrutar de la cultura, tal vez porque la cultura, de alguna manera, nos salvó de la soledad, durante esos años duros.
Usted misma está llenando teatros con una producción de Pentación, Adictos, dirigida por Magüi Mira, tras cuatro años sin pisar las tablas por decisión suya.
Sí, hacía cuatro años que no pisaba el escenario, mi mujer, Kathleen, murió hace cuatro años, la última etapa de su enfermedad fue muy dura y coincidió con la función que yo estaba haciendo, El padre, con Héctor Alterio, y aunque disfrutaba mucho encima del escenario, era muy difícil para mí tener que dejar a Kathleen para salir de gira, me supuso mucho dolor.
Cuando ella fallece tengo la necesidad de alejarme del teatro, le había dado mucho al teatro, me había vaciado y el teatro, el escenario, me recordaban mucho a ella, necesitaba coger distancia, no me sentía con fuerzas, el teatro requiere una energía muy potente que yo no tenía, me había quedado viuda y estaba viviendo un duelo durísimo. Ahí tuve la suerte de que en mi vida apareciera la serie Madres.
¿Supuso un rescate, un regalo que la vida le entrega? ¿Qué se aportan mutuamente y cómo nace el personaje de la enfermera, Vicky, que usted interpreta en Madres?
Absolutamente, fue un rescate, que además me ofrecieron en uno de los días más tristes de mi vida. Podrían haberme ofrecido un papel de madre pero no, mi personaje era la jefa de enfermeras de pediatría y yo venía de tener un contacto estrecho con las maravillosas enfermeras que tenemos en este país, para mí son ángeles, las enfermeras de oncología son increíbles.
Pude hacerles un homenaje a través de mi trabajo, la vida me brindaba esa oportunidad. Además, me encontré con un equipo maravilloso y con unas compañeras actrices que me sujetaron, fueron generosas, amorosas, divertidas… las llevo conmigo para siempre. Finalmente recibí el Premio de la Unión de Actores 2022 a la Mejor Actriz Secundaria de Televisión, un regalo precioso.
¿Qué significa para usted volver al teatro, el reencuentro, en el escenario y en la vida, con Magüi Mira, directora de Adictos, junto a la actriz Lola Baldrich y con su admirada Lola Herrera?
Estoy feliz, el teatro es mi mundo, he disfrutado muchísimo en los ensayos con Magüi, que me conoce muy bien, sabe pulirme.
Ha sido un reencuentro hermoso con Lola Herrera, con la que trabajé hace diez años, poder volver a mirarnos, escucharnos, abrazarnos con las palabras, y ha sido un descubrimiento reconfortante mi compañera Lola Baldrich.
Disfrutamos y nos miramos bonito, con respeto y generosidad, nos cuidamos en el escenario, nos damos el espacio de libertad que necesitamos para dar lo mejor de cada una.
Hablemos del documental Labordeta, un hombre sin más. ¿Cómo y porqué surge la idea o la necesidad de sacar adelante el proyecto?
Surge gracias a mi hermana Paula, cuando 50.000 personas se despiden del féretro de papá, ella es la que se da cuenta de que hay que hacer algo para dar a conocer a un Labordeta más íntimo, profundo, al hombre, no al personaje más popular. Primero hubo que distanciarse, recuperarse del dolor, de la ausencia.
En estos doce años se han hecho muchas cosas, homenajes, programas, se ha creado la Fundación… pero, hace cuatro años, Paula pone en marcha el documental; ella es el motor, se pone en contacto con el productor y codirector, encuentra el hilo conductor, que es la voz de mi madre, ella le da grandeza, emoción, verdad, al documental.
Es un viaje familiar, somos las hermanas, las hijas, las nietas, las que descubrimos al espectador ese Labordeta más íntimo y humano. También es un canto de amor por la libertad, la tierra, los amigos, por eso emociona y es extrapolable a otros lugares y contextos.
¿Se esperaban la maravillosa acogida que está teniendo por parte de la crítica y el público, y las nominaciones a los Premios Forqué y Premios Goya?
¡No, para nada, cómo nos lo íbamos a imaginar! Si empezó como una cosa pequeñita, con un equipo de seis personas, siendo una producción hecha con amor y talento pero desde Aragón, sin ayudas nacionales, a saltos, a lo largo de cuatro años de rodaje.
Ha sido algo que nos ha sobrepasado. La acogida ha sido impresionante en los estrenos. La emoción no engaña, la gente sale conmovida. Estamos muy contentas, en la nube, henchidas de felicidad.
¿Cuáles son los valores y las herramientas emocionales que le han legado sus padres?
Mi mayor fortuna en la vida es el legado ético y emocional que me han dado mis padres; al principio no era consciente de ello; el respeto, el compromiso, la solidaridad, no eran conceptos de los que se hablara en casa, estaban ahí y yo los veía, en ellos, en su forma de ser y de vivir.
Cosas que me han ayudado siempre, desde el ser honesto con uno mismo y con los demás, hasta el sentido de la amistad, la fidelidad, el ser leal, el intentar hacer las cosas bien y el disfrutar con las cosas, la generosidad, el ser empático, no prejuzgar, el valor de la cultura y de la palabra… son tantas cosas...
¿Disfruta o escapa de estas fechas señaladas, la Navidad?
Disfruto mucho de la Navidad familiar, no de la consumista, que no me interesa nada, ni a mí ni a mi perra, Ara, que se niega a pasar por la Gran Vía para ir a El Retiro en cuánto ponen las luces. A pesar de la tristeza y el dolor de las ausencias, intento disfrutar de las Navidades porque me reencuentro con mi familia, a la que quiero y con la que me lo paso muy bien.