Anna Rodríguez Otín, nacida en 1981, madre de dos niñas de siete y diez años, es maestra de profesión y de corazón, y ahora también es una actriz llena de ilusión El cine, como la tierra, es de quien se lo trabaja, y ella ha cultivado y cuidado de su personaje, Dolors, la madre de la familia Solé en la película Alcarràs de Carla Simón, como si se tratara de un frágil melocotón que poco a poco ha ido redondeándose y perfumándose.
Desde que rodó la película todos la conocemos por su nombre artístico, Anna Otín, que, por otra parte, ella ya usaba desde niña. A los 14 años, al irse a vivir a Almacelles, el pueblo de Lleida donde vivían sus abuelos, la gente le preguntaba: “¿De qué casa eres?”. “Yo soy de Otín”, contestaba: “Todo el mundo conocía a mi abuelo aquí en el pueblo porque cantaba jotas, así que elegí su apellido, también para no perderlo, en homenaje a él".
Otín ha sido nominada al premio Goya a la Mejor Actriz Revelación por su trabajo en la película, pequeño gran milagro, de Carla Simón: un retrato vivo de la historia de la familia Solé, que tras 80 años cuidando de su tierra amada, se enfrenta al dolor del final obligado de su tradición agrícola familiar. Multipremiada desde su estreno en el Festival Internacional de Cine de Berlín 2022, donde por primera vez en la historia del festival una directora de cine español ha recibido el Oso de Oro, posteriormente arrasó en los premios Gaudí, y en los premios Goya 2023 se ha hecho con once nominaciones, entre ellas las de Mejor Película, Mejor Dirección y Mejor Guión Original.
Después del viaje vivido con Alcarràs, Anna Otín ha trabajado de nuevo con su querida directora en el cortometraje Carta a mi madre para mi hijo, presentado en el Festival de Venecia: “Para mí era como volver a casa, como decir que ‘los Solé se van a hacer teatro’”. También ha participado en el corto Mai oblidis que t´estimo de Gemma Capdevila, que trata el tema del Alzheimer, pendiente de estreno.
¿Actualmente sigue trabajando como maestra?
Sí, no lo he dejado, solamente pedí la excedencia dos o tres meses para poder estar en el rodaje de Alcarràs al cien por cien, ya tenía bastante con tener que delegar las tareas del hogar y el cuidado de mis hijas, pero la familia está para eso y más. Mis hijas son inseparables de su padre y él es un gran apoyo para mí. La película se rodó en verano del 2021 pero antes, desde febrero hasta junio, estuvimos ensayando, y durante ese tiempo yo no dejé de trabajar: incluso en junio compaginaba mi trabajo de maestra con el rodaje de la película… Al terminar de rodar, o el día que tenía fiesta, me dedicaba a poner las notas de fin de curso.
Al inicio de los casting para Alcarràs, en 2019, a usted le costaba dar el paso y presentarse a las pruebas, hasta que finalmente...
A veces la vida te da señales al estilo de "esto no tienes que hacerlo", y otras veces te dice: "Por favor, haz esto". Hacían tres tipos de castings distintos, al principio se acercaban a la gente de por aquí y les proponían presentarse a las pruebas, pero además estaban los castings que organizaba Carla Bisart en los pueblos, y luego estaban aquellos a los que tú mismo ibas proactivamente.
En El casal, un Centro Cultural al que iban mis hijas a hacer extraescolares de música, era donde Carla tenía organizado el casting, yo estaba allí de lunes a jueves esperando a las niñas y Carla siempre me ofrecía presentarme al casting pero yo no quería, le decía que con las crías ya tenía bastante, hasta que un día le dije: "Si un día no encuentras gente para que te lo haga y eso es para ti una faena, me llamas y te hago ese favor. Iré, pero ya no me lo digas más".
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Luego la madre de Carla Bisart abrió un gimnasio y, por la novedad, me apunté. Ahí grabamos un video de promoción de las actividades del gimnasio, lo vio Carla Simón y dijo: “Esta actitud es la que estoy buscando, dile a Anna que te he dicho yo que quiero que venga al casting”. Total, que recién salida de una clase de gimnasia me fui a casa, me duché y fui para allá.
Posteriormente usted hizo diversas pruebas, pero ¿cuál fue su sensación o impresión al salir de la primera?
La primera sensación fue la misma que tenía cuando, siendo estudiante, me pasaba horas y horas estudiando y luego, al salir del examen, pensaba: "Vaya parrafada que he puesto y no sé ni si he aprobado". Pero llegué a casa y le dije a mi marido que ya nadie me podía decir que no había participado en un casting en mi vida, que me lo había quitado de encima. Al cabo de un mes me llamó Bisart y me dijo que querían volver a verme, así que hice dos castings más y un tercero en el que dijeron que estaba en la final, pero yo no entendía nada… O no me lo quería creer y les pregunté: “¿En la final de qué?”. El último casting lo hice con Jordi, mi marido en la película, Quimet, en enero del 2021, el mismo año que rodamos.
¿Qué características hay de Dolors en usted y de Anna Otín en Dolors?
Dolors es una mujer sumisa, callada, pero que lo tiene todo controlado y cuando tiene que poner los puntos sobre la íes los pone. Me ayudó muchísimo Carla Simón a crear el personaje porque yo soy casi opuesta a Dolors. A mí mi marido me trata como trata Quimet a su mujer y lo primero que hago es pegarle un grito, yo soy más efusiva y muy activa. La Dolors y yo tenemos en común que nos gusta tener todo atado, tenemos que saber qué hace todo el mundo en cada momento para que no le falte nada a nadie, somos las dos como gallinas cluecas, para las dos primero son los demás y después voy yo.
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¿Grandes cuidadoras?
Sí, el concepto de mamma. Pero tenemos diferente actitud a la hora de hacer las cosas, yo soy más expresiva.
Teniendo en cuenta que nunca antes había actuado o interpretado un personaje, ¿cómo vive el proceso de transformación, el juego de ser otra persona?
Fue muy bonito. Una cosa que hizo Carla Simón y me impactó desde el minuto uno fue el hecho de crear la familia Solé en los ensayos en la masía. Llegábamos sin saber lo que íbamos a hacer y, con juegos de rol, teatrillos, íbamos trabajando las situaciones, Carla nos explicaba qué había pasado antes, durante y después, y además ella estaba ahí todo el rato, cámara en mano, grabando todo lo que hacíamos. Ella, poco a poco, me iba diciendo cosas hasta que yo iba cambiando mi manera de estar o decir las cosas como la Dolors. Al volver a casa, después de los ensayos, yo explotaba como Anna y mi marido me decía: "Tú puedes ser la Dolors en esta casa cuándo tú quieras"... Claro, porque Dolors es más tranquila que yo.
¿Qué ha aprendido Anna Otín de Dolors que permanezca en usted, en su vida?
Me ha enseñado que, a veces, antes de hablar hay que pensar. Yo soy muy impulsiva, he aprendido a contar hasta diez antes de decir según qué cosas, a respirar. Y he aprendido que, con solo una mirada, la gente ya entiende las cosas. En cambio, el concepto de familia que tiene mi personaje, Dolors, ya estaba en mí, es innato, e incluso ahora los niños de la familia de la película nos siguen llamando mare, pare, padrí, tieta...
¿Siguen encontrándose, comiendo juntos, reuniéndose en la vida real como una familia?
Sí, estamos todos cerca y hemos hecho comidas. Durante la promoción de Alcarràs íbamos casi todos juntos a los pueblos de alrededor cuando se estrenaba la película, no tanto por el hecho del estreno sino por volver a vernos entre nosotros.
¿Qué sintió la primera vez que, sentada en una butaca de un cine, vio la película como espectadora y se vio a sí misma?
Fue antes de ir a Berlín, pero yo no vi la película, estaba pendiente de otras cosas, de cómo me quedaba un vestido y otros detalles. Miraba el contorno, no el contenido. La primera vez que realmente vi la película fue en Berlín. Me metí muchísimo en la historia, reí, me emocioné, no me veía a mí, veía a la Dolors, al Quimet, me puse nerviosa antes de mi escena de la bofetada, preocupada por cómo iba a reaccionar la gente y entonces se hizo un silencio absoluto. Después, cuando presentamos la película en el Festival de Málaga, en esa escena hubo aplausos. Otras veces he oído frases como “demasiado tarde, le has dado”. En Berlín sentí los pelos de punta… ¿Conoces esa sensación, cuando te tiembla el estómago? Yo creía que estaba bien, pero me temblaba el estómago.
Me ha gustado mucho el hecho de poder viajar y ver a la gente dentro del cine, preparados para ver la película y después ver sus caras cuando salen. Te miran como diciendo: “Madre mía, ¡lo que habéis hecho!”. Me siento orgullosa, realizada, incluso soy yo misma la que llora de la emoción y pienso: “¿Te das cuenta de lo que está viviendo esta gente?”.
¿Ha cambiado, se ha transformado el concepto o la mirada que tenía sobre el cine?
¡Sí! Esta película me ha abierto un mundo. Me he dado cuenta de lo que cuesta hacer cine. Para ver un minuto, o menos, en la pantalla, has tenido que mover a más de cincuenta personas. ¿Sabes la ilusión que era para nosotros, cuando llegábamos a rodar, que hubiera un montón de gente que no conocíamos, gente joven, y todo el mundo estaba con una sonrisa? Se creó un ambiente que, hasta la gente que trabaja siempre en el cine detrás de la cámara, decía que no era normal.
Ellos me explicaban que en el cine hay jerarquías, me decían: “Tú eres la estrella”... ¿Qué estrella? ¿Tú me ves alguna cola o algo? Recuerdo una vez que me dijo un cámara con una trayectoria en el cine de un montón de años, que no era normal que se acercara un actor por la mañana y le dijera “buenos días”. Yo, lo que vi en el rodaje, es que cada uno daba lo mejor de sí en ese momento, lo notabas.
Yo soy profesora de vocación, con devoción y de corazón, pero el tiempo en el que rodé la película dejé de ser profesora y me transformé en alumna. ¿Conclusión? No tenía ninguna responsabilidad: si salía mal cogía la goma y lo volvía a hacer, estaba ahí para aprender. Aprendimos cómo se hace una película haciendo una película. Fue un viaje de aprendizaje continuo que todavía sigue.
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Y ¿qué le pasa en el estómago al saber que ha sido nominada al Premio Goya a la Mejor Actriz Revelación? Porque ahora el foco la ilumina a usted directamente… ¿Cómo se enteró de la nominación?
Recuerdo que estaba en mi clase, eran sobre las once de la mañana y puse el teléfono en silencio porque ese es el peor momento en la guardería: de cambio de pañales, de despertares… Yo trabajo con niños desde los cuatro meses hasta un año de edad, y claro, más tarde, al coger el teléfono, vi un montón de mensajes y felicitaciones. Me entró una angustia enorme, me hice una bolita pequeña, me encogí, mis compañeras de trabajo empezaron a gritar súper contentas. Yo no podía moverme.
¿Ha tenido que digerir poco a poco la noticia?
Aún estoy en ello, aún lo tengo en la garganta. Creo que me estoy autoconvenciendo de que no va a ser para mí, porque cualquiera de mis cuatro compañeras de nominación están espectaculares en sus papeles y además son protagonistas o coprotagonistas de sus películas. La nuestra, Alcarràs, es una película coral. Aunque también es verdad que si yo estoy ahí es por algo.
A su lado, en Almacelles, donde usted vive, ¿las familias sufren problemas iguales o muy similares a los reflejados en la película Alcarràs?
Sí, por supuesto. Creo que hay poca ayuda, mucha palabra que se queda en charco, no ayudan a la fruta, no ayudan a los trabajadores del campo, si no regularizan los precios de la fruta y todo lo que se necesita para poder cultivarla, y prefieren traer la fruta de fuera, mal vamos. Veo que hablamos mucho pero actuamos poco.
Lo bonito de esta película es que es extrapolable a otros lugares, en Cataluña pasa con la fruta pero en Andalucía pasa con los olivos, en Francia pasa con las granjas de vacas, que son muy caras de mantener, apenas pueden vivir de la leche que dan esas vacas…
¿Cuál cree que es la idea, el concepto, el corazón de Alcarràs que finalmente queda prendido en el espectador… y en usted misma?
El final de la película, el hecho de que estemos haciendo la conserva y que vuelva a reunirse toda la familia. Es lo que se queda, que la familia, aunque haya problemas, tiene que estar unida, y el hecho de hacer la conserva significa que están guardando lo último que les queda de esa tierra. Hasta que no se acabe el último pote de conserva puedes seguir diciendo que esa tierra es tuya.
La tierra es de quien la trabaja, no de quien la ha comprado o pagado, que es lo que dice Quimet durante toda la película: “Esta tierra es mía hasta que yo acabe de cultivar y cuidar estos árboles”.
¿Le gustaría seguir vinculada al mundo del cine?
No cierro las puertas a nada, ni al mundo del cine ni al mundo de la educación. Veo que estar en el cine es como estar en una noria y salir de la mitad oscura cuesta mucho más que vivir en la mitad luminosa. Alcarràs llegó a mí y todo lo que llegue lo haré encantada, pero no voy a ponerme nerviosa o a sufrir si no encuentro otro casting o si no me cogen aquí o allá. En la escuela soy feliz y cuando estoy en un rodaje también soy feliz. Las primeras veces no se olvidan, sean buenas o malas, y yo tengo muy buen recuerdo de esta primera vez