Anne Igartiburu (Elorrio, 1969) ha comenzado 2023 sin dar las campanadas en TVE, pero con muchísimos proyectos nuevos: presenta un programa de entrevistas en Telemadrid, participa en Tu cara me suena, ha publicado un libro y continúa con el canal de YouTube que empezó durante la pandemia.
Paralela a su carrera televisiva, corre su formación como coach. Fruto de este aprendizaje y del éxito de su canal, es su libro La vida empieza cada día. 366 reflexiones, una para cada día del año, que nos ayudan a comprendernos mejor y a encontrar “esa paz interior para estar bien con los demás.”
La entrevisto por videoconferencia. Por la tarde, se estrena con un pequeño papel en la ópera de Schostackovich, La nariz. Con dulce firmeza insiste en la importancia del sentido del humor y del sentido común, de observar y relativizar las cosas. Nada ni nadie es tan importante. Al final, dice, “es lo mismo de siempre con diferente envoltorio. Nada nuevo bajo el sol".
¿Cuánto tiempo lleva formándose como coach?
Comencé en 2010. Poco a poco, con pequeños acercamientos a diferentes formaciones tanto en España como fuera. En 2012 obtuve el certificado de la ICF (International Coaching Federation) y en 2014 el PCC (Professional Certified coach), su nivel más alto.
Me formé por eso de que, como ahora todo el mundo es coach, no fueran a decir: “Mira esa presentadora de televisión que va de coach…”.
Tiene un canal en YouTube con 143.000 suscriptores. ¿Por qué se titula Un latido de más?
Fue a raíz de una conversación que tuve, hace muchísimos años, con una maquilladora. Me dijo: "Tú tienes un latido de más”. Quise hacer un guiño: aquí estoy dando un latido de más, dando una vuelta de tuerca a una nueva forma de comunicar. De ahí surgió una comunidad supergrande que está en un canal, en un pódcast y en Instagram.
Empecé en la pandemia. Me dio menos vergüenza dado el momento crítico. Quise aportar lo que sabía hacer: ponerme delante de una cámara y entrevistar a psicólogos, psiquiatras, terapeutas, coaches, filósofos, educadores, especialistas en diferentes ramas del bienestar emocional, como mindfulness, yoga, meditación… Muchos habían sido mis profesores.
La vuelta a la normalidad tras la pandemia quizá nos ha hecho olvidar los buenos propósitos como los de Año Nuevo. Entonces, igual los propósitos no son tan importantes o hay que arreglar otras cosas. Si son importantes, pregúntate cómo cumplirlos.
¿Cómo definiría el coaching?
Lo que aprendimos —y yo ya no hago, pero solía hacer— era acompañar a personas en cambios vitales y toma de decisiones, ayudándolas a sopesar pros y contras e identificar qué patrones o creencias podían limitarlas. Suelen ser procesos de un tiempo limitado. Luego las dejas que vayan solas.
Ha dejado de dar las campanadas tras 17 años y el programa Corazón tras 20, pero ahora tiene un programa de entrevistas en Telemadrid, ha participado en Tu cara me suena, ha publicado un libro… ¿Qué ha sucedido para que se haya producido este cambio?
He dejado que la vida fluya y me haga regalos. Quizá antes no estaba abierta, porque tenía una vida muy organizada. La pandemia nos descalabró muchísimo. Ha sido un gran aprendizaje. No cerrarme a nada, sino abrir y a ver qué pasaba.
Corazón se retiró, pero ha vuelto y ahora estoy los fines de semana. De repente, Telemadrid me propuso hacer entrevistas que se me dan muy bien. Y surgió de una manera muy orgánica. Yo soy muy cuidadosa, no fuerzo las cosas. Ha sido un regalo de la vida. “El susto del amor”, como decía García Márquez.
Además, tiene un pequeño papel en la ópera La nariz en el Teatro Real.
Joan Matabosch, de repente, me llamó. Hago de presentadora en esa ópera tan loca de Schostakovich, que es un despropósito gamberro, divertidísimo, con una calidad musical y escénica increíble.
Salgo unos minutillos al final diciendo algo así como “señores, esto es lo que hay. ¿Con qué se van ustedes a casa? Piensen un poco en esta locura”.
Vayamos a su libro La vida empieza cada día…
He querido compartir con el lector aprendizajes de diferentes corrientes de pensamientos que me han ayudado a entender y comprender mejor qué nos pasa muchas veces a nivel emocional, sin querer yo ser pedante.
Tirando de ese hilo, he ido aportando una reflexión para cada día del año y un pequeño ejercicio. Son 366 por eso de que como soy de febrero y “medio bisiesta”, puse un día de más.
Las propuestas se leen rápido, pero los ejercicios toman tiempo… De hecho, los ejercicios funcionan si se hacen de manera constante, repetitiva y acumulativa. Son para seguir trabajándote hasta donde tú quieras. Hay dinámicas que pueden funcionarme, pero no a ti. Por eso la variedad.
¿Somos lo que pensamos?
Para nada. Ese es el punto de partida. Sergi Torres, una de las personas de las que más he aprendido, también lo expone en el prólogo del libro.
¿Nuestra capacidad de pensar está condicionada por nuestra forma de pensar?
Nuestra forma de pensar condiciona nuestra actividad diaria y nuestro discurso y éste, a su vez, condiciona nuestra realidad. El cómo verbalizamos aquello que nos llega es fundamental para poder crear una u otra realidad.
Eso es quizá lo que más he aprendido de los interlocutores con los que he hablado en las entrevistas. Por ejemplo, el síndrome del impostor o de la impostora es, una vez más, una creencia adquirida. Muchas veces, nosotros mismos ponemos la barrera que nos impide avanzar.
¿Cómo podemos identificar los miedos inconscientes?
Tendríamos que revisar si esos miedos inconscientes se han adquirido a través de nuestra existencia vital o responden a instintos primarios. Sentirnos solos, no ser aceptados por nuestro entorno, ser abandonados por el grupo podía suponer la muerte.
Debiéramos desterrar estos miedos. Exponerme tal y como soy me va a suponer algún que otro conflicto, pero también muchos beneficios si soy coherente y consecuente. Esto es un trabajo de valientes.
¿La procrastinación también es un miedo?
Sí, claro. Está muy relacionada con saber que, en un momento dado, podemos encontrarnos con algo que no nos gusta. Incluso está relacionada con el miedo al éxito. Porque, si me sale bien, voy a tener que dar otro paso y me voy a ver obligada a salir de la zona de confort.
Identificar los miedos, aliarnos con ellos y, fundamental, poner un poco de sentido del humor, ayuda a que nos entendamos mejor, nos queramos más y vivamos más aliados con ese ser que somos. Somos auténticos y puros, esenciales.
Uno se esconde en la hiperactividad, los móviles, las compras… Parece que el que está muy ocupado sea una persona de bien, responsable, importante…
Es una creencia muy arraigada. Mi padre me decía: si quieres que algo se haga, encárgaselo a alguien muy ocupado porque te lo va a resolver.
Pero también hay que darse cuenta de que nos metemos en esa rueda de hámster para, quizá, no parar a mirar —como estamos tan ocupados— el caos que tenemos en otro ámbito de nuestra vida. Es muy importante ser conscientes de lo que hacemos. Y preguntarnos si es lo que queremos.
¿Por qué cree que es tan difícil cumplir lo que usted llama la 'trilogía de la coherencia': decir, pensar y hacer en armonía?
Si yo siento de una forma y pienso de otra, actuaré de forma distinta. Conviene vivir con esa coherencia de “pienso, siento y hago” o “hago, siento y pienso” o “siento, pienso y hago”. Están muy relacionadas.
Yo te puedo decir que mi prioridad es mi familia y, cuando digo familia, se me llena el corazón y me emociono, pero luego llego todos los días tarde a casa y mis hijos están dormidos. Esto va a generar estrés. No vale echar balones fuera. Tomar conciencia de esto es un punto de partida interesante para vivir con coherencia.
No podemos complacer y gustar a todo el mundo. Usted es una de las presentadoras más respetadas y aun así la crítica o la burla siempre duelen. ¿Cómo lo gestiona?
Bien. Por suerte, siempre he tenido poca crítica, también porque he vivido bastante a mi aire. He sabido entender que el mundo de la tele es un show como cualquier otro. Ahí sí que me llevo bien con el personaje.
No fue fácil. De hecho, creo que esa dicotomía avivó mi curiosidad por leer e indagar, sobre todo en el ámbito de la filosofía y de otras disciplinas religiosas, místicas... Cada día valoro más el sentido del humor. Nadie es tan importante ni nada es tan relevante. Me quedo con esto.
¿Cómo ha conseguido ese equilibrio tan difícil entre la vida pública y privada y que su imagen pública no la secuestre?
Relativizando. Yo llegué por casualidad al mundo de la tele. Trabajaba en una empresa de ingeniería. Del corazón sabía poco y sigo sabiendo poco. Pero sí me gusta ponerme delante de una cámara. La tecnología, las cámaras, la tele pueden ser un vínculo con las personas. Un abrazo también.
Creo que el personaje no me lo creí nunca. De hecho, hay un capítulo en el libro donde hablo de cómo yo me miro en el monitor desde fuera… Porque hay muchas Annes. Cuando estoy en familia, soy de una forma. Como hija, de otra. Con las amigas, en un evento, en la tele, en el médico o dando las campanadas… Todo esto se resume en relativizar y observar mucho. Y estar aquí y ahora.
¿Qué consejos daría para afrontar una separación?
Nunca doy consejos. Para mí, la pareja y la familia son elementos fundamentales. Cuando te falta algo tan importante como a quién entregarte y con quién compartir la vida… Creo que muchas mujeres hemos aprendido de nuestras madres la creencia de que cuanto más nos entregamos mejores mujeres somos.
He tenido parejas estupendas a las que quiero y admiro, pero no hay que perder la propia identidad. Las separaciones son duras para los dos. Requiere vivir el “duelo”, pasarlo y entender que, cuando se ama, también a veces se pasa mal.
¿Sigue formándose como coach?
Sí. Los coaches se siguen formando porque hay nuevas tendencias. También hay que saber parar, leer más, practicar y trabajarse uno. Al fin y al cabo, casi todos hablan de lo de siempre: cómo encontrar esa paz interior para estar bien con los demás. Es lo mismo con diferente envoltorio. Nada nuevo bajo el sol.