María Guerrero (Madrid, 1983) llega temprano a la cita con magasIN. Ese tiempo de antelación [materializado en un dossier y unos apuntes, en una jarra de agua por la mitad, con un vaso alargado] sirve como metáfora de que probablemente los visionarios son aquellas personas que llegan antes a una visión personal. Hace una década, ella fundó 'Acción por la música', un proyecto para ayudar a niños y niñas en espacios de alta complejidad socioeconómica.
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Hasta ese momento, era una exitosa abogada en Uría Menéndez, uno de los despachos más conocidos de la capital.
Sin embargo, colgó la toga. Un pensamiento daba vueltas en su cabeza continuamente: “Nuestra vida está hecha de tiempo, y aquello a lo que dediques tu tiempo es aquello a lo que estás entregando tu vida. Mucha gente me decía: ‘No, que va, tu trabajo no tiene por qué darle sentido a toda tu vida, lo importante es que lo tenga en global’… Y seguro que es así, pero yo sentía la necesidad de hacer algo que tuviera sentido todos los días”.
De aquella primera experiencia en relación con grandes corporaciones explica enfáticamente que no se arrepiente, porque aprendió mucho sobre “la excelencia, este tipo de despachos son lugares en los que cada uno de los eslabones son piezas de una máquina de precisión. Hacer algo entre muchas personas y que sea profundamente coherente es algo que me sigue fascinando".
"La clave de cualquier proyecto probablemente está en entender cómo puede contribuir cada persona -según su nivel de consciencia, y de visión sobre lo que realmente está en juego-, según cuáles sean las partes de un proyecto, de cómo lo vive cada uno, las partes involucradas y eso los socios saben verlo muy bien, pero es necesario el trabajo de todos a una, es también en cierto modo como una orquesta”.
El encuentro con el método
Un día, en una reunión de amigos, vio por casualidad un documental. “Estaba buscando algo que tuviera relación con mi propósito vital, independientemente de que se valorase socialmente o fuera más o menos rentable. Me habían admitido
en Georgetown para hacer un máster sobre Cristianismo e Islam, de nuevo los encuentros entre los diferentes. Y tenía mi decisión tomada, pero me invitaron a ver un documental en casa de unos amigos. Sobre el sistema del maestro Abreu”.
“Cuando vi aquel documental”, continúa, “se me ocurrió exclamar en alto ¡‘yo podría dar mi vida por esto!’ Lo sentí así. Para eso hay que entender por qué la música era importante para mí. No soy músico. No he estudiado música, no tengo un gran oído, no soy un gran talento, pero amo profundamente la música. Cuando era pequeña me apuntaron a unas clases de piano que me aburrieron y me torturaron. Porque no entendía la soledad, el miedo a equivocarte, la necesidad de estudiar solfeo… No me admitieron en el coro del colegio. Tuve muchas peleas. Era un desastre cantando, cantaba fatal. Y, sin embargo, aprendí a tocar la guitarra en una clase colectiva de treinta niñas y a partir de ahí todo cambió”.
Con quince años, había tenido un encuentro humano fundamental. “Hice una gran amiga, que se llamaba María, igual que yo. Ella tenía una voz deliciosa, un oído perfecto, pero sobre todo era generosa conmigo. Tenía más de trescientas canciones compuestas, era un genio de la música. Yo la enseñé a tocar un poco la guitarra y ella a mí a cantar, y cantábamos juntas”.
Añade cómo “en la adolescencia, no olvidemos que se trata de años claves para la configuración de nuestra identidad y nuestra vida, porque te juegas mucho y te puedes hacer heridas que duran para siempre, en esos años la música para mí y esta amiga fueron un mecanismo de salvación. Cada vez que nos rompían el corazón, hacíamos una canción nueva juntas. Había un componente espiritual y trascendente en esa amistad y en esa manera de relacionarnos que fue clave en mi vida”.
Con veinte años, María Guerrero probó a visitar el Golfo de Guinea para hacer un voluntariado. “Allí estuvimos trabajando con niños, dándoles clase. Eran hijos de esclavos, porque la esclavitud de facto se abolió muy tarde en esas islas. Las familias de esos niños seguían viviendo en barracas. Después de las clases, íbamos a la casa principal de la hacienda y nos poníamos a cantar. La música no genera espacios de revanchismos, de oposición, sino de integración, porque todo se suma y se lleva al siguiente nivel. Todo se iba integrando de forma armoniosa”, recuerda.
Allí descubrió por primera vez “la música como herramienta que permite la integración. Porque permite que convivan sonidos diferentes con muchos contrastes y que se genere algo muy superior a los sonidos individuales. Es más que simplemente tolerar, es integrar. En una orquesta de hasta tres mil personas, todo cabe. Ahí lo que vivíamos es que, de repente, cada persona sumaba y desaparecía la asimetría de las relaciones de cuidado, de cooperación. Y allí me di cuenta de que de verdad la música podía reordenar las relaciones entre las personas. No es la música, es la aspiración a la armonía, a la fraternidad”.
Tras ver aquel documental sobre el Sistema Abreu, María Guerrero decidió ir a Venezuela a aprender más. “Imagina: estamos en medio de la selva, hay una casa grande, entramos en una casa enorme llena de niños y niñas, doscientos o más chavales de nueve a once años tocando Tchaikovsk y de memoria. Fui a hablar con el conserje del edificio y me dijo que se sentía protagonista de algo que iba a cambiar su país y el mundo. No encontré aquí un movimiento así. Por eso, al ver aquel ejemplo, decidí que tenía que poner algo en marcha”.
Emprendedora social
No fue fácil hacerlo, al principio. “Crear orquestas infantiles en sí no es ni mejor ni peor que hacer equipos de fútbol. Hacerlo desde una visión que ambiciona activar la capacidad de todas las personas para cambiar su sociedad con una actividad de grupo es un reto. Recuerdo una conversación para financiación con una empresa en la que me dijeron que me dedicara a comprar ropa y jugar al golf”.
Para Guerrero, “la sociedad es una gran orquesta en la que todo el mundo es imprescindible e interdependiente de los demás. Aspirar a activar valores humanos a través de orquestas es un programa que necesita una curva larga, para ver cómo se desarrolla”.
Sin embargo, ahora, al cumplir diez años, reconoce que sus métricas son excelentes. “Medimos obsesivamente, ahora atendemos a más de 400 personas, sobre todo niñas y niños pero también con diversidad funcional y mayores”.
Las mejoras percibidas en autoestima que muestran los tests validados “son superiores al 94 % en los participantes”. Y, en línea con la idea de excelencia, “el 25% de nuestros participantes son estudiantes de Conservatorio. Piensa que si ocupamos el 30% del tiempo libre en la infancia o adolescencia (el 64% mejora académicamente) eso tiene una fuerte eficacia simplemente preventiva porque previenes comportamientos de riesgo. Somos los competidores directos de las bandas callejeras”.
El futuro
“Sigo sin saber música, soy melómana perdida, me encanta tocar, pero no soy música”, concluye Guerrero. Sin embargo, si la agrupación musical sirve para impulsar a personas que se encuentran en situaciones de mayor complejidad socioeconómica, también sirve, en sus palabras, para “las personas con privilegios. Cada vez que conocemos a una persona le asignamos una puntuación secreta. Su nivel económico, su nivel social, sus credenciales académicas, e incluso sus atributos físicos y a todo eso, le damos una puntuación. La misma cosa dicha por una persona a la que
ponemos un diez y a una que ponemos un cinco justo no llega del mismo modo”.
En ese sentido, involucrarse en este tipo de proyectos como emprendedor social, o colaborar con ellos [María Guerrero se ofrece directamente a compartir su know-how con aquellas personas que quieran expandir este proyecto] serviría “para escapar de la ‘carrera por tener’ que te hace sentir tremendamente vacío. De ser rico económicamente, pero no en tiempo", dice
Y continúa: "De pensar que tu privilegio es merecido: puede llegar un momento en que pienses que vales más, el doble o el triple que otra persona. Y eso es mentira. Y en el fondo todos sabemos que la vida nos va a demostrar que eso es mentira. Y es muy difícil ser eficaz y efectivo en tus relaciones sociales y tener una vida plena si partes de una mentira”.
“Si tienes privilegios”, concluye, a punto de iniciar otra reunión tras esta entrevista, “necesitarás acceder a ciertos recursos morales, encariñarte con la justicia, con el bien, con la belleza, para aprender a reconocer el verdadero valor de las cosas. Que estás en un lugar que no te corresponde y que de alguna manera es injusto... quizá la única manera legítima de vivir en este lugar es que te veas como el deudor eternamente insolvente, no solo agradecido, sino que busca abrir avenidas para que todas las personas se sientan reconocidas en su verdad”.