"¿Y si me abrazo al león de El Español?", propone Nathalie Poza (Madrid, 1972), irreverente, animalista, madrileña, trilingüe (de madre francesa, padre español y educada en un colegio británico), actriz de Woody Allen, Pedro Almodóvar, Icíar Bollaín, Gracia Querejeta o Alejandro Amenábar, ganadora de dos Goyas, nominada seis veces, multipremiada por el sector (Platino, Unión de Actores, Forqué, Feroz) y considerada actriz de actrices: a menudo son sus propias compañeras las que la suelen destacar como una de las mejores.
Ahora es la protagonista del mayor estreno de Movistar+, la tercera temporada de La Unidad, en la que interpreta a una policía antiterrorista en Kabul. Estos días, en el cine es también una mujer con una terrible crisis matrimonial en la película Honeymoon. En teatro, acaba de trabajar, por enésima vez, con Andrés Lima.
Le gusta mucho la música pero también las palabras. Cuenta que el mejor directo que ha visto nunca es el de Iggy Pop; ese día, una amiga perdió la falda. No olvida tampoco cuando vio a Anthony and the Johnsons en el Teatro Real y había una persona que lloraba y lloraba. Su canción favorita es Ocean de Lou Reed. Cuando creó el personaje de Helena para El sueño de una noche de verano de Shakespeare lo hizo con canciones de Kate Bush y para Días de Cine lo hizo con María Jiménez y Courtney Love.
"¿Yo? No quería ser actriz, quería ser estrella de rock. Pero hay que ser compasiva con una misma [sonríe]. Hay cosas que las he entendido hace muy poco. Soy lenta. Te vas conociendo, por fin, a los 50. Nos pasa a muchas. Me ha costado llegar a apostar por la curiosidad en la incertidumbre. Hay que parar y tomar perspectiva. Pasado un tiempo, es cierto que se abren puertas y se mira mejor. Aunque para eso hay que dejar cosas atrás", explica.
Un poder sobrenatural
Cuando vio Supergirl en el cine, salió pensando que tenía un superpoder. Cuando vio Cabaret en la televisión, quería ser Liza Minelli subida al sofá. Cuando vio Grease, y también con Abba, daba la chapa a sus amigas con coreografías. No tenía "ni vergüenza, ni pudor, ni exigencia, vivía en un mundo de imaginario brutal", recuerda Poza. Fundó el grupo Animalario, y pronto conectó con su destino inevitable: la interpretación.
"Acabé COU, llegué a casa, dije lo que quería estudiar, no hubo ningún problema", explica. "Y desde entonces cambié de vida radicalmente. Empecé a estudiar teatro, a juntarme con gente que se dedicara a esto, me tiré a las calles a actuar, a animar, a hacer lo que fuera necesario. Y todo se fue dando como de manera orgánica, de aquellos encuentros creé un grupo, una compañía. De repente, un día miras para atrás y dices 'anda que soy actriz' y todavía a veces el apelativo actriz me parece fuerte".
Describe que está en un gran momento personal y mediático. "Estar bien es una decisión. Yo he decidido estarlo. Consiste en dejar cosas atrás. Desde cambiar el lugar en el que vives a lo que llaman los divorcios psicológicos, cambiar tu relación interior con ciertas cosas y personas. Eso no significa entrar en guerra con nadie, a veces es en silencio. Yo ahora siento una energía muy renovada y me apetece volver al terreno de juego".
Estrena ahora la temporada final de una exitosa serie, que trata, entre otros temas, del miedo.
Sí, y creo que se cierra un círculo, una etapa. Inconscientemente los propios creadores de la serie han ido en esta temporada al origen y la esencia de lo que querían contar.
Hacer una serie sobre la policía antiterrorista les ha llevado a profundizar en el horror con el que seguimos conviviendo y que nos constituye como sociedad. Han mirado de frente a lo que ocurre poniendo todos los escenarios para no dejar ninguno fuera y que cada uno podamos reflexionar.
La Unidad se rompe en pedazos en un escenario espectacular.
Sí [para recrear Kabul se ha rodado en diferentes localizaciones en España y Pakistán], imagínate recrear todo eso, un aeropuerto, servicios de inteligencia, embajadas, y cada personaje es en esta temporada más diferente. La Unidad se rompe y los pedazos se disparan a lugares remotos e inconcebibles como aldeas perdidas de Afganistán, campos de refugiados, ciudades en conflicto bélico…
¿Y cómo se siente?
A mí me deja este cierre con un cierto duelo. Pero hemos hecho nuestro trabajo y así acaba la serie. Nuestros personajes hacen aquello para lo que viven, la misión para la que creen que existen, pero con la impotencia que provoca el no poder cambiar la realidad. No se puede cambiar lo terrible. Hay que convivir con el horror.
Pero lo fascinante de este personaje, de Carla, es que arranca en un lugar en el que no pertenece, que además la aburre y la marchita. Es una mujer inspirada en una mujer real, y tiene un talento increíble. En el momento en el que puede volver, no lo puede evitar.
Tiene algo muy kamikaze, a pesar de lo imposible, hay un tipo de personas que no se plantean tanto las cosas, están en la acción. Hay momentos en los que sencillamente hay que tomar decisiones. Alguien se tiene que inmolar por los demás en esta sociedad, y suelen ser héroes anónimos.
Un tema actual…
¿Hoy? Vivimos en un funambulismo de noticias tremendas que pasan tan rápido que no las podemos digerir. Una de las funciones de la ficción es esa: poder asomarnos al horror para enfrentarnos a él de una manera soportable y poder ver la belleza a la que agarrarse.
Hasta en el thriller más oscuro, como podría ser esta serie, siempre hay lugares bellos a los que asomarse. Lo llaman los ingleses 'divine sparks', esos pequeños actos de amor con los que uno se cruza cada día. Son una posibilidad de respirar y mirar un poco más allá del espanto.
Son personajes fuertes pero desconcertados.
Creo que hay que hablar más del desconcierto que nos produce todo. Es muy bonito colocar personajes tan aparentemente imbatibles, fuertes y duros como representantes de la policía antiterrorista que estén tan desconcertados. Nadie se espera algo así.
Carla es muy segura pero duda constantemente. Siempre parece que el desconcierto es propiedad de los más indefensos y los que no tienen voz, como los niños y las mujeres en Afganistán por ejemplo, pero, voy a citar a Nick Cave: 'Nadie es inmune a la catástrofe'. Lo interesante y lo importante es ver cómo salimos.
Vive su profesión casi como algo social…
Lo vivo así con los años. Empiezas en este oficio con cierto narcisismo, con el juego, con una curiosidad enfermiza y unas ganas de buscarte en las artes, en la música, en el baile, en la actuación. Con los años me gusta pensar que hay algo de acto de servicio en el trabajo de actriz.
¿No cree que el mundo de la interpretación a menudo es especialmente egotista?
Eso nos empequeñece. Empobrece nuestro oficio y no es saludable. Lo sano está en mirar fuera de uno, siempre y cuando primero hayas vuelto a casa. Como nos dijo una vez Juliette Binoche: '¿Qué es lo más importante que hay que hacer en esta profesión? Volver a ti'.
Y sin embargo el cuerpo y la imagen son herramientas básicas.
Yo utilizo el cuerpo, cada célula que me constituye se pone en marcha cuando trabajo. He vivido algún momento de crisis total. Un maestro me dijo. ‘Ah… ¿que tú pretendes ser artista y no revisarte nunca? Dedícate a otra cosa'.
¿Pensó alguna vez en dejar la interpretación?
Muchas veces. Se me viene a la cabeza una vez con Andrés Lima, que estábamos haciendo Tito Andrónico de Shakespeare, y todo el rato trabajábamos sobre la violencia, sobre la capacidad criminal del ser humano.
Me acuerdo que en un momento de crisis en plena ebullición de ensayos le dije a Andrés: '¿Para qué sirve esto, hacer un Shakespeare y reflexionar sobre la violencia si nunca se va a acabar? Hay tanta violencia en el mundo, ¿qué podemos hacer?'. Y me dijo: 'Teatro, Nathalie, teatro'.
Hay una responsabilidad en hacer el bien. Hablar del bien y el mal puede parecer infantil, pero ambos polos nos constituyen.
Ha trabajado con directores como Woody Allen o Pedro Almodóvar.
Lo mejor de este trabajo son esos encuentros. Los compañeros, los directores, una conversación como esta… lo que te nutre es eso. He tenido la suerte de encontrarme con mucha gente interesante y generosa. No siempre es así.
Yo también tengo una tendencia a la melancolía, pero cuando tomas la decisión de romper la jaula, sales de ti y vuelves al otro.
¿Una frase dicha por alguien que recuerde?
Recuerdo a Juan Diego, que en paz descanse. En un momento de absoluta oscuridad en un rodaje cuando iba a tirar la toalla, vino él, que decía que con esa película había aprendido a morir, me agarró por los hombros y me dijo 'ahora no te puedes caer, eh'. A veces me sacude esa frase desde algún lugar.
¿Es Nuria Espert fan suya como dicen?
Nuria Espert podría ser muy crítica con todas y por derecho. Pero cuando viene a vernos, desde el patio se puede sentir su luz y su generosidad mirando. Cuando nos viene a ver, después celebra cada esfuerzo, nos ayuda a recordar por qué lo hacemos. "Esta obra no es caótica, esta obra se organiza desde otro lugar", me dijo una vez.
¿La clave de una buena actriz cuál sería para usted?
Para mí se trata de tener una visión amplia de lo que se va a contar, que va más allá de tu personaje. Entender cómo quiere contar alguien una historia.
Es muy liberador, estás en mitad de una escena que te cuesta mucho, pero suena una música, llega un compañero… es un engranaje. Somos animales de muchos tentáculos para que el que está sentado en la butaca además lo complete.
Sobre usted, dicen que tiene gran presencia emocional en escena.
A mí me encanta darle vueltas y vueltas al personaje. El último proyecto que hice me fui al mar dos meses a vivir a una casa a pensarlo. Y allí tuve mucho tiempo para prepararlo y no habían terminado el guión y yo estaba ya practicando cosas que no hacían falta, y todo sirve.
Desde que te llega el guion y lo abres, ya hay algo que se integra, eres como una esponja y el mundo empieza a teñirse del mundo que ve el personaje. Caminas y hueles y escuchas de otra manera, sales a la calle y empiezas a ver cosas que tú no verías… pero tu personaje sí.
¿Cómo se controlan las transferencias entre persona y personaje?
Me gusta mucho eso que decía Gena Rowlands de que el guión te lee. Tú ya encarnas aquello que la historia necesita. Tienes que conectar con lo que te resuena internamente aunque no te guste de ti misma cuando lees esa historia. Eso lo convierte en algo particular, íntimo y único. Es imposible que se separen del todo actriz y personaje.
¿Lo que más y menos le gusta de usted?
Lo que menos, la exigencia. El control. Lo que más, que estoy en prácticas de muchas cosas, de flexibilidad sobre todo. Quizás la ternura.
Lo que más me gusta de la vida es la ternura, aunque tiene su peligro. Nos educan en lo duro, en lo que hay que conseguir, y eso es el enemigo de todo.
¿Y del público?
El público no tiene la culpa de nada. En España a veces se subestima la inteligencia y la capacidad del público. Tenemos miedo a ofenderle, a que no nos compren, y se pierden las particularidades, lo genuino de los que protagonizamos esta búsqueda. Y luego está la autocomplacencia.
¿Qué opina de ella?
La complacencia es una enfermedad. Y es un virus.
¿Y de la provocación?
La provocación no debe buscarse, pero no hay que asustarse de ella. Si eres honesta con lo que quieres contar, no tienes que asustarte de que eso provoque.
En un proceso creativo uno se tiene que dejar sorprender, si lo que te sorprende te provoca cierto vértigo, no vas mal. La voz interior susurra, no grita, y hay que estar muy atento a ella. Nuestro trabajo tiene que ver mucho con prestar atención.
Afirma que tiene menos pudor en el escenario que en la vida real.
Nunca he salido al escenario con gran miedo, jamás. Cierto nivel de excitacion y vértigo, pero no miedo. En la vida tengo mucho más, porque soy yo, claro [sonríe].
Dudo más, pero en el escenario la duda es la que tú sabes que tiene cada personaje. He salido en unos estados terribles, y muchas compañeras también.
¿Es interpretar lo que más le gusta de vivir?
El escenario es muy adictivo. Y por eso en el pasado no lo he llevado bien. No sabía estar abajo, no sabía vivir.
Ahora disfruto de los intervalos. Entonces sé que cuando vuelva a subir ahí, lo abrazaré desde un lugar más verdadero. Tenemos que saber que la locura está ahí arriba, debe estar ahí arriba, no en la vida.
¿Tiene claro a qué diría que no?
Es delicado decir qué no vas a hacer porque le tengo mucho respeto a la fragilidad laboral que está sufriendo mi profesión. El porcentaje de actores que trabajamos es muy pequeño.
Muchas veces vemos a la gente en las redes lanzando una imagen y luego la realidad es otra. Le tengo mucho respeto a la necesidad de trabajar, porque ¡hay que comer!, y estamos viviendo momentos delicados por eso no hay que decir 'esto no lo voy a volver a hacer'. Como dice Isabel Coixet, somos como anguilas.
Yo tengo una máxima: es mejor ser generoso que ser un vago. Me lo tatuaré algún día. Me gustaría cocrear con otras personas.
No es usted, sin embargo, una actriz mainstream, pese a su gran éxito. ¿Hay algo que le gustaría que cambiara en cómo es percibida?
Me da pudor responder a eso. Poco a poco creo que me voy mostrando más como realmente soy. Eso se da solo y no hay que vender una imagen, sino al revés. Cuanto menos nos disfracemos, menos tenemos que ocultar.
No quiero tener que disimular más en la vida. Ni por vergüenza ni por culpa. Soy la mujer y la actriz que soy por lo que he vivido. Y ya no me llevo tan mal con mi pasado.
Nathalie lleva estilismos de Tot - hom, zapatos @javierdelafuenteonline @mascaro_official y anillos de Estilo Yibina producción exclusiva FFL