"Las muertes por intentos clandestinos de interrupción de embarazo son la cuarta mayor causa de muerte de mujeres y personas con útero en Brasil", así resume la cineasta Lillah Halla la situación de su país, donde abortar está considerado una práctica criminal.
La excepción a esa ley, que desde hace años pesa sobre la población femenina, se encuentra en los embarazos por violencia sexual, cuando la vida de la madre está en peligro o al detectar anencefalia en el feto.
Sin embargo, varios casos denunciados han demostrado que la regla es la que se cumple. Medidas de persuasión, cohesión, la desinformación y el miedo entran en juego, por lo que las mujeres o terminan en la cárcel con penas de hasta tres años, cumpliendo la gestación no deseada o pasando a engrosar la fatídica estadística mencionada por la realizadora brasilera.
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Lillah Halla habla con propiedad. En su primer largometraje, Levante habla de una joven de 17 años que se enfrenta a un embarazo no deseado, y a través de esa historia retrata el oscurantismo – por parte de sectores de la sociedad y del gobierno brasileños—, así como el terror y la desesperación de las mujeres afectadas.
En países limítrofes con Brasil, como Uruguay y Argentina, la interrupción voluntaria del embarazo (IVE) es legal. En el primero desde 2012, colocándose como pionero en lograr la descriminalización del aborto en la región; mientras que en Argentina se logró que fuera ley desde 2020. Aunque las fronteras se desdibujan, no es tan fácil que las brasileñas consigan someterse a una intervención en esos países.
"El aborto siempre ha sido perseguido en Brasil, pero en especial en los últimos seis años se ha convertido en una verdadera caza de brujas", acota Halla, "es una situación extremadamente seria, por supuesto, con un sesgo inmenso de clase y raza, con Jair Bolsonaro entramos en un período medieval en relación con las políticas de salud, de cultura y de existencia con leyes que no están para proteger vidas, sino para defender intereses específicos".
Contar la realidad desde la ficción
Para la realización de Levante, filme que se estrenó mundialmente en la reciente edición del Festival de Cannes, Halla y su coguionista María Elena Morán se sumergieron durante siete años en una profunda investigación con la idea fija de que se trataba de un tema extremadamente urgente, pero mientras ponían sobre papel los posibles escenarios de la ficción, la realidad hizo de las suyas, rebasándolas una y otra vez.
"Escribíamos algo que pensábamos que ocurre en otros lugares, que todavía no había sucedido en Brasil, y de repente la cosa se hacía real", comentaba la escritora María Elena Morán en Cannes, "entendimos que el dilema real no era la interrupción o no de la gestación, sino qué hacer, qué estrategias puede tener esa persona para seguir viviendo la vida que tiene derecho a escoger vivir, tomando en cuenta que vive en un país donde el Estado no la protege, sino que la perjudica".
Pero ¿qué hacer cuando la impotencia y la ira están tan presentes en el día a día? "Yo soy una persona de mucha rabia, furiosa", admite riendo, pero desde su más profunda seriedad Lillah, recordando que su cortometraje anterior, Menarca (2021), sobre la violencia casi ineludible a la que están destinadas las mujeres, surgió precisamente de la furia. Ese sentimiento no la abandonó mientras desarrollaba Levante, es más, se intensificó.
"Pasamos por el golpe de Estado de 2016 [el llamado ‘proceso de destitución’ de la para aquel entonces presidenta Dilma Rousseff], luego la elección de Bolsonaro en 2018, las políticas del linchamiento de principio de 2019, entre otras situaciones que estábamos viendo y hacia las cuales sentíamos mucha rabia", repasa Halla.
"Mucho cambió en los años ‘pandemónicos’, entre Bolsonaro y la pandemia, y fue la destrucción de cualquier movida de esperanza, todo lo que se estaba construyendo en Brasil era más bien la destrucción, la persecución total", analiza la directora formada en la Escuela Internacional de Cine y TV de Cuba, "me di cuenta de que el miedo estaba paralizando toda posibilidad de cambio, de que la tristeza es una estrategia, porque Brasil se ha deprimido, la gente está paralizada en una situación absolutamente letárgica de no tener salida".
En este proceso de implantación y ejercicio de la necropolítica impulsada por el gobierno de Bolsonaro, Halla y Morán se propusieron plasmar en Levante la irrupción de grupos religiosos en las esferas de poder. No hay que obviar que Bolsonaro puso al frente del llamado Ministerio de la Mujer, la Familia y los Derechos Humanos a la pastora evangelista Damares Alves, lo cual es una muestra de que "las manos peludas que mueven hoy al fascismo en Brasil están fuera del armario, sin miedo a mostrarse", tal como afirma la directora.
"Mientras más aumenta la crisis brasileña, más crecen las religiones fundamentalistas", acota Lillah Halla, "es un movimiento creciente, imparable y muy poderoso porque implica la implantación del control sobre los cuerpos, pero también de una cierta estructura que el Estado no te proporciona", explica la cineasta y se remite a las visitas y entrevistas que realizaron en las iglesias evangélicas, donde encontraron la existencia de servicios de salud en barrios populosos, así como el ofrecimiento de protección, de la sensación de comunidad, de apoyo y cuidado, pero también de pertenencia y de esperanza.
"Empezamos a hablar con muchas personas de diferentes movimientos evangélicos, porque también consideramos que ya bastaban los prejuicios, ya que no nos llevan a ningún lugar ni con el tema del aborto, ni con el tema de la religión", enfatiza Halla que se llevó varias sorpresas. "Conocimos movimientos muy interesantes y que nos sirvieron de inspiración para la película, como también dimos con mujeres evangélicas militantes con decisión dentro de las propias iglesias".
Lillah cuenta del caso de una mujer en concreto de la que no puede dar su nombre, ya que está perseguida y hasta tuvo que irse del país. "Ha sufrido muchas violencias porque protege a mujeres en situaciones financieras superdifíciles, con embarazos no deseados dentro de los espacios religiosos; el trabajo que hace esta chica representa un feminismo que yo no había conocido, sencillamente me voló la cabeza", comenta la cineasta.
Y allí radica la decisión de Levante de no apuntar directamente a la religión, "sino a la violencia de la intolerancia en relación con la existencia del otro, a la imposición de una visión hegemónica creciente en Brasil, cada vez más brutal, algo que es muy grave", apunta Halla.
"Si te caes, te levantas"
En la ficción planteada en Levante, Sofía (Ayomi Domenica) es una de las jugadoras estrella de la cuadrilla de voleibol C-Leste (nombre que hace referencia al barrio paulista donde vive), entre sus compañeras de equipo, compuesto por personas de género fluido, existe una amistad inquebrantable, de apoyo mutuo, de tener muy presente su lema: “Si te caes, te levantas”.
‘Levantada o levantamiento’ es un tecnicismo en el voleibol, una jugada rápida para bloquear, para dinamizar el juego, como también es el preámbulo de un remate. En la concepción de la directora y la coguionista, esa palabra es a la vez una metáfora que remite al alzamiento colectivo, a acabar con el letargo desde la unión de fuerzas.
"La única manera para mí de haber seguido inmersa en temas tan difíciles durante todos los años que me llevó hacer esta película, era buscando la luz, la rebeldía, la alegría y la organización colectiva", confiesa Lillah Halla apuntando que por lo general en el cine y en la realidad la temática de la interrupción de la gestación se afronta desde la soledad.
"No se hacen levantes solas, por eso para nosotras se fue haciendo evidente la importancia de que este tema no estuviera tratado desde una perspectiva individual porque no lo es", a Lillah y a María Elena les caló la realidad, y al contar esta historia tuvieron que perder el miedo a reinventarse, a mirarse en el momento político y social de Brasil.
"Sentimos la necesidad de explotar otra vía", la escritora venezolana radicada en Brasil, también autora de cuentos y novelas, justifica no solo el haber apelado a lo colectivo, sino también la decisión de que en la historia estuvieran presentes el placer, el jolgorio, pese a la brutal opresión y al adormecimiento que permea la realidad.
"Al final la alegría es una explosión tan poderosa como la rabia, además son sensaciones que no están separadas", apunta la escritora, "en medio de cualquier tragedia, siempre hay humor, en medio de cualquier revuelta, cualquier revolución, siempre hay espacio para coexistir".
Lillah coge al vuelo las palabras de María Elena, y como si de un levantamiento en la cancha de voleibol se tratara, reacciona: "La alegría es una herramienta de poder, y como diría Emma Goldman, ‘si no puedo bailar, no es mi revolución’ "