El primer novio que me eché me tenía sorbido el seso. Solo encontraba tiempo para él: quedar con él, hablar por teléfono con él, pensar en él… Y no es que yo fuera una adolescente en plena invasión hormonal, no; era una universitaria, teóricamente ya en proceso de madurez.
[Una declaración de amor a las palabras de Cris Planchuelo en el primer "thriller ortográfico"]
Mi hermana, sensata y cerebral aunque divertida como tantas mujeres de mi vida, se me plantó un día: "Cris, no hagas el tonto y atiende a tus amigas. Son imprescindibles".
Por supuesto, no hice caso a la advertencia de mi hermana mayor y seguí volcada en mi altísimo novio rubio… con el que corté poco tiempo después. Entonces sucedió: ante mí se extendió un desierto afectivo, ya que mis amigas habían dejado de llamarme, hartas de mis negativas para quedar.
No las culpo, salir con el rubito guapo me había convertido en una lerda. No llevé nada bien aquel doble duelo. En realidad, las echaba más de menos a ellas que al capullo —ahora me daba cuenta— con el que había desperdiciado un precioso tiempo.
Me daba vergüenza llamarlas, decirles que las añoraba y pedirles que me sacasen por los bares de Madrid. Mi hermana atacó de nuevo: "¿Ves, Cris? Te lo dije. Llámalas antes de que se olviden de ti".
Y las llamé, y quedamos, y lloré, y les pedí perdón por ser tan tonta. Y aquella noche arrasamos en Malasaña bailoteando en cada garito en el que entrábamos. Perdí varias neuronas por efecto del alcohol, pero recuperé mi precioso tesoro.
Tardé mucho en tener otro novio; sin embargo, la práctica con relaciones esporádicas me llevó a pulir mi criterio para escoger mejor a los hombres. Por fin encontré una pareja estable con la que convivir.
Y tuve otro gran descubrimiento: las conversaciones con los hombres, por muy personales que resulten, no son ni de lejos como con las mujeres. Con ellos el asunto se salda en pocos minutos y con un consejo de su parte como conclusión.
Pero mis amigas y yo extraemos miles de matices a cualquier disgusto o alegría que nos contamos; le dedicamos, por nimio que sea, todo el tiempo que haga falta y acabamos riéndonos juntas del asunto… o de cualquier cosa.
Con las amigas tenemos un vínculo que no se parece a ningún otro. Yo diría que es sólido como un diamante pero complejo y delicado como el encaje bordado a mano.
A mí me ayudan a saber quién soy, a regular el rumbo de mi vida, a reírme de mí misma, a aceptar mis contradicciones, a hablar libremente de sexo y despotricar de los hombres a los que amo…
Con ellas mantengo conversaciones que jamás sostengo con nadie más; se han convertido en una parte de mí y yo de ellas, y juntas somos mejor que cada una por su cuenta.
Por eso escribí El Club del Daiquiri para Agua Editorial. Quería expresar el valor que tienen las mujeres para las mujeres. En esta comedia romántica, las amigas de Álex Aldana crean un club, que en realidad es un pacto: salir juntas todos los jueves para restañar, a base de alcohol y descontrol, las heridas que su ex ha dejado en ella.
Porque para olvidar a un ex necesitas sexo, sí, pero sobre todo a tus amigas. Y también para sobrellevar la precariedad económica. Y para tener unos Jimmy Choo en multipropiedad, como Álex.
Y para que te avisen cuando el hombre que te gusta no te conviene o llevas varios días con las cejas sin depilar o el tinte sin retocar. Las amigas son imprescindibles para todo, lo bueno y lo malo. Esta es una novela multibiográfica y multiorgásmica con la que cualquiera de nosotras puede sentirse identificada.
En ella, además de incluir una banda sonora recopilada por medio de las redes sociales, he volcado muchas de las muchísimas confidencias que he compartido con numerosas mujeres.
Algunas eran amigas mías o compañeras, pero a otras no las conocía de nada. Y es que en alguna fiesta o cualquier otro encuentro, cuando se enteraban de que soy sexóloga, me consultaban en voz baja sus inquietudes más íntimas y yo descubría la diversidad de sus deseos.
Por eso las páginas de la novela están llenas de verdad. La protagonista de El Club del Daiquiri descubre que puede superar grandes retos sin sus amigas, pero también comprueba que si no comparte con ellas cada uno de sus éxitos estos pierden parte de la gracia.
Necesita celebrar en la mejor compañía los pasos que da, justamente ella que es caótica e impulsiva y tiende a complicar tanto las cosas… Esta comedia trata del amor, de la familia, del deseo, de las dificultades de una millenial pero, sobre todo, habla de lo complejas que son las relaciones entre nosotras.
Tenía razón mi hermana: hay que cuidar a las amigas. Porque, por muchos amores que tengas, tus compañeras de vida, esas que vienen y van pero ahí están siempre, ocupan un lugar especial. Son imprescindibles.