Lectora, para hablar del libro que he escrito tengo que comenzar a hablarte de cómo lo escribí, en qué condiciones. Fueron circunstancias muy cómodas.
['Una pieza más', la historia de un crimen sin resolver con enclaves de Madrid como telón de fondo]
Alquilé una habitación en un piso compartido porque mi trabajo como profesora de secundaria me hizo cambiar de ciudad. A mi casero lo había conocido años atrás en diferentes fiestas de cumpleaños de una amiga en común y me caía bien. Nos reímos en un par de ocasiones, nos servimos bebidas.
El tenía muchas ganas de tener una compañera de piso aquel curso, pero la habitación que alquilaba solo tenía un burro para la ropa. Le dije, es suficiente con eso, de verdad. Mis padres me prestaron una cama y mi novio me ayudó a instalar un escritorio con un tablero y dos caballetes. Todavía no había pensado en escribir ningún libro.
Pero ya tenía una habitación en la que vivir y además tenía tiempo. Esto último no sé por qué, no me ha vuelto a suceder. Por eso insisto tanto en las circunstancias. Tenía, además, suficiente dinero como para apuntarme a un taller de escritura.
Ya conocía a Sabina Urraca y justo ella anunció un taller anual por videoconferencia los martes desde las 20:00 a las 22:00. Cuando terminaba la clase e iba a la cocina y mi compañero de piso me esperaba con media tortilla francesa y una ensalada con virutillas de levadura de cerveza. Es decir, tenía también afecto y alimentos.
Durante esas cenas yo le contaba qué tal me habían salido los ejercicios de escritura, qué textos que se habían leído me habían gustado. Él me daba consejos, me decía que parecía un hobby muy entretenido. Porque él tampoco pensaba que yo fuese a escribir un libro. Pensaba que yo había encontrado una afición.
En el transcurso de las semanas, interiormente sí, empecé a creer que era una escritora. Era muy fácil, en el sentido de que escribir me parecía divertido y no me hacía sufrir. Si estaba triste, escribía un rato o leía lo que ya había escrito. Se me olvidaban los problemas. Ahora lo pienso y es que prácticamente no tenía problemas.
Mi novio vino a visitarme una vez. A él sí le contaba sobre el interés más allá de la afición que tenía por la escritura. Que igual algún día llegaría a escribir realmente bien. Me dijo, pues claro que podrás. Ya lo haces bastante bien. Me faltaba convencer a mi compañero de piso, de que aquello no era una forma más de pasar el rato. Le dije, me gustaría publicar alguna vez en mi vida. Él volvió a decirme, bueno pues muy bien, y si no ya lo tienes de hobby.
No no no, la palabra hobby otra vez no. Es una marca de pinturas de dedo. Nada en contra de la pintura no tóxica y de las aficiones perpetuas, son asuntos nobles y maravillosos. Sólo es que yo necesitaba que exteriormente se corroborase lo que sentía. Mi nombre y el título del libro escrito en una portada bonita: Murder, she wrote. No era una cuestión únicamente de aprobación externa, quería que me conociesen de verdad como persona, que mi autoconcepción fluyera con el resto de la vida que ya tenía antes de alquilar la habitación.
Fue entonces cuando me di cuenta de que todavía no tenía cortinas. Compré una barra en el chino y cogí un trozo de tela de la despensa de mi madre. Era un de estampado Pop-art, de colores tierra y naranjas. Para que te hagas una idea, era como de cortina de roulotte. Las instalé y salí de casa. Al cabo de los días iba por la calle y me llamaron la atención las cortinas de una de las ventanas: ¡eran las mías! Ahí vive una persona interesante que está metida en algo. Soy yo.
¿Cómo escribí este libro? La pregunta es al revés: ¿cómo no iba a conseguir lo que fuera en tales circunstancias de confort? Nada estaba en mi contra ni en la de nadie.
Los vecinos tenían muchas mascotas hermosas y grandes. Las personas con las que me cruzaba no estaban enfadadas normalmente. Todos hablaban unos con otros y yo estaba tranquila. Si los bebés lloraban, sus familias los cogían en brazos. Un día recibí por e-mail la propuesta de Sabina de publicar un libro, y no tienes que hacer nada más que lo que ya haces para el taller, dijo. Me emocioné, pero también lo sentí como algo lógico y de esperar. Se lo conté a mi compañero de piso para que no volviese a decir lo del hobby.
¿De qué va el libro? Del paso del tiempo, de que la vida es extraña, de tomar decisiones o no tomarlas, del tabaco, el trabajo, las amigas y la televisión. También sobre escuchar y observar atentamente. Sobre ser adolescente o conocer a uno.
De autora a lectora: si quieres escribir busca un cuarto. Si no lo tienes o no quieres escribir, tampoco te agobies. Lo que ha de suceder termina ocurriendo. Yo esperé mucho. Haz cualquier otra cosa, pero procura tu confort. Leer es mejor, siempre sale a cuenta. Pero también puedes hacer otra cosa.