El día se les ha hecho largo a Isabel Coixet (Barcelona, 1960) y Laia Costa (Barcelona, 1985) Aunque apenas son las dos de la tarde, las actrices y la directora, sienten en sus cuerpos como una eternidad la jornada que llevan hablando sobre Un amor, la película de Coixet, que compitió por la Concha de Oro en la reciente edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián.
En una terraza del Hotel María Cristina de la capital donostiarra, a Laia (ganadora del Goya como Mejor actriz por Cinco lobitos, de Alauda Ruiz de Azúa) le traen un tentempié que consiste en una bocadillo y patatas fritas. La actriz se había sentido mareada. Se disculpa por comer mientras hacemos la entrevista, que terminó siendo una conversación salpicada por algunas intervenciones de gente que pasaba y saludaba.
Pintorescos efectos colaterales de hacer una entrevista en una terraza, y que sirven para engrosar el anecdotario. Ingrid García-Jonsson (Skelleftea, Suecia,1991), que también participa en la película, se une a la entrevista, más atraída por las patatas que por la grabadora.
Que si prefieren hacer más días con más descansos, pregunta Ingrid mientras come de las patatas. "Yo no sé lo que prefiero…", espeta riendo Isabel con su cansancio desparramado como resultado de los dos últimos días en San Sebastián. Sin embargo las tres concuerdan en que es bonito hablar de la película, y Un amor lo merece. Isabel Coixet adaptó la obra homónima de Sara Mesa, una filosa y contundente novela publicada en 2020.
La historia se centra en Nat (Costa), una traductora que se va a vivir una temporada a un apartado pueblo donde encuentra un entorno hostil alimentado por ciertos lugareños, por una tierra en apariencia poco fértil, por el tiempo, por una casa que se cae a pedazos y que tampoco parece aceptarla en su interior, y por una maltratada perra adoptada que la mira con recelo. Tras aceptar una propuesta sexual de Andreas (Hovik Keuchkerian, premiado por esta interpretación en el Zinemaldia), Nat se obsesiona con un supuesto amor romántico.
Pocas veces en un festival se ve una recepción inmediata abrumadoramente positiva, y eso ha ocurrido con Un amor.
Isabel Coixet: Bien, pues ¡eso nos gusta!
Hasta había gente que decía 'aunque Isabel no es santo de mi devoción, esta es una de las buenas’.
I.C: Ellos tampoco son santos de mi devoción (ríe) Vamos a ver, yo no quiero admiración, yo quiero respeto, y eso muchas veces no lo he sentido. He sentido como una especie de lugar común respecto a mí, y yo no soy así.
Laia Costa: Es que lo más fácil es caer en los lugares comunes...
Sintiendo ese irrespeto hacia lo que haces y al hecho de ser mujer en el cine, ¿el momento que vivimos y Un amor propician no quedarse callada?
Ingrid García-Jonsson: Has disfrutado con Nat entonces, ¿eh? (se sonríe)
Me peleé con Nat desde las páginas de la novela de Sara Mesa.
I.C: Claro que te peleaste con ella porque también eres tú. Yo no he querido ser Nat, pero lo soy, lo he sido. A veces no me ha gustado como me he comportado, las gilipolleces que he hecho en mi vida, pero eso es vivir también. Somos gente con contradicciones, imperfecciones y el que no lo vea, pues peor para él.
Se tiende a pensar que todos los personajes femeninos tienen que ser empáticos, simpáticos, súper poderosos y empoderados. Nat parece ser todo lo contrario. Laia, ¿cómo afrontaste a esta mujer desde la novela y el guion, hasta la interpretación?
L.C: Cuando Isabel me dice voy a hacer esta peli, leo la novela y aparco ese puñetazo y digo, 'vale, cuando tenga el guión me pongo a ello'. Al leer el guion veo lo que Isabel aporta narrativamente, sobre todo en lo relacionado a la profesión de Nat, lo cual me da muchas herramientas.
Nat es traductora en una oficina de refugiados. Significa que está en constante contacto con la crueldad humana más extrema a través de testimonios reales, que tiene una responsabilidad brutal de hacer bien su trabajo porque de alguna manera ella está influenciando lo que está diciendo, y le va la vida.
Todo eso pasa una factura emocional de diagnóstico clínico, hablo a nivel de salud mental, que he podido chequear con expertos, gente que se ha dedicado 15 años a tratar supervivientes de torturas, y de cómo se reincorporan socialmente. Este tipo de perfil profesional acarrea unas mochilas emocionales y personales que son el ABC a nivel clínico para comportamientos como el de Nat. No es un personaje tan raro, y lo que me gusta de esta aportación es que cuando vas sacando las capas, al final mucha gente dice ‘yo he sido Nat’. Isabel me dijo: ‘Eres la persona más alejada del personaje’ Y pienso que tampoco es tanto así, porque lo que está dentro de ese personaje es muy común.
¿Será que no estamos dispuestas a decir que somos o hemos sido Nat?
(Isabel se sonríe y asiente)
L.C: Duele porque juzgamos. Hay un ejercicio por nuestra parte para ponernos en esa piel y cuando lo haces y te preguntas si harías lo mismo, juzgas y te juzgas a ti misma. Es muy difícil. No queremos ser Nat, pero lo somos.
Isabel, a conciencia has puesto un espejo para que nos veamos. ¿Es un buen momento para hablar de nosotras con la verdad en la mano?
I.C: Y para admitir que es verdad. Hoy el mundo masculino está confuso, pero ¿las mujeres?
L.C: Con las mochilas...
I.C: Lo estamos. Es que también es el momento de decir, pues sí, la hemos cagado, hemos permitido cosas. Yo he tenido un casero, no era tan cabrón como el personaje de Luis Bermejo, pero he pagado a un lampista a pesar de que ese gasto no me correspondía. Para librarme de esa cosa paternalista, le he dicho a mi vecino que lo sabía y que le pasaría el ticket al casero; pero he mentido para no quedar como una idiota. Como también me he metido en la boca del lobo con un tipo que no era lo más saludable, sabiendo además que nunca me iba a dar lo que yo quería, ¡pero lo he hecho, sí, ¿qué vamos a hacer?!
I.G.J: Y yo...
L.C: Y yo...
(Se ríen)
¿Creen ustedes que películas como estas nos pueden ayudar a sobreponernos a las mentiras que nos han metido en la cabeza y a los mandatos de tener que ser de determinada manera?
I.C: No sé si yo puedo cambiar el mundo con mis películas, lo que intento es explicarlo. Y creo que si lo explicamos, pues igual podemos ahorrarnos algunas cosas, también del comportamiento, de esas pequeñas mierdas que te joden la vida cotidiana. Como cuando el personaje de Ingrid le pasa su vida perfecta por la cara a Nat.
No podemos solucionar la vida de la mujer de Burkina Faso, pero podemos no presumir de gilipolleces, asumir también nuestras contradicciones, que vamos a perder la cabeza por un tipo que es una pared y que tenemos derecho a ello. Es decir, tenemos derecho a equivocarnos.
Decía Sara Mesa en una entrevista que a ella no le interesa crear personajes femeninos empáticos.
L.C: Eso se parece mucho al cine de Isabel, porque ella siempre incómoda con su cine.
I.C: Quizás Un amor sea la película más incómoda que he hecho.
L.C: Pero lo has tenido en tus pelis y en tu trabajo. Siempre hay algo que incomoda en todos los personajes, hasta en los que parecen más simpáticos, amables. Creo que tiene que ver con que hay una mirada distinta del personaje femenino.
También existe una gran diferencia entre incomodar y provocar.
I.C: A mí no me interesa nada la provocación. Yo no soy un enfant terrible. Pero sí me interesa incomodar, no ser complaciente, molestar a veces, porque solo desde la incomodidad y de la falta de confort podemos aprender algo y llegar a alguna conclusión.
¿Cuál es la importancia de tender hilos de conexión con una audiencia con cada película?
I.GJ: No sé si es responsabilidad de los actores estar pendientes de que conectas con el público o no.
L.C: No piensas en eso cuando trabajas.
I.G.J: Yo tengo que conectar con mi personaje y con la historia, al lograr esto sé que inevitablemente la persona que lo esté viendo va a conectar. Pero no puedes tener al público en cuenta porque entonces harías juicios y dejarías de contar lo que tienes que contar.
I.C: Y te vuelves complaciente.
I.G.J: Y te propones caer bien, empiezas a mentir, y justamente un actor tiene que contar la verdad de su personaje.
L.C: O te vas al algoritmo a ver qué dice de lo que gusta ahí fuera para hacer lo que el algoritmo quiere. Entonces seguro que conectas superficialmente con algo.
Quiero retomar el entorno hostil en el que se mueve Nat, ¿es tan familiar que hace que te remuevas en la butaca?
L.C: Nat está ahí como buceando, está buscando agradar todo el rato como un perrete.
I.C: Cuando dice que va a plantar patatas, viene uno y le dice ‘¡¿pero cómo vas ha plantar patatas?!’ O cuando el casero le pregunta que si no ha tenido miedo en la noche, y lo primero que le dicen cuando llega al pueblo es ‘¿vas a vivir aquí sola?’ en tono de ¡vaya freak! A las mujeres todo el rato nos está pasando todo esto por la cara, incluidas las otras mujeres que también nos pasan por la cara sus vidas perfectas. ¡Que lo tenemos fatal, tía!
¿No creen que ahora nos plantamos más frente a las hostilidades?
L.C: Menos de lo que creemos. Obviamente hay cambios y ahora, por ejemplo, hay cada vez más narrativas que están hablando de todos estos temas, pero en la vida real falta muchísimo de todo.
I.C: Me hace mucha gracia además la palabra ‘empoderamiento’, porque a ver, o tienes poder o no tienes poder. Y el poder es el dinero, y el dinero todavía no lo tenemos.
L.C: Eso es así.
I.C: En el cine ¿qué te da el dinero? Te da respeto, la posibilidad de equivocarte. Hemos hecho una película en cinco semanas, y un día Laia se levantaba con un herpes en la boca e Ingrid tenía la gripe, y no podíamos rodar, pero no había esa posibilidad. Seguramente no lo veré, pero yo lo que quiero es el poder de que tengamos el mismo dinero. Llevo muchos años hablando de esto de ser mujer y ya estoy agotada.
Es decir, ¿en la industria no basta con los reconocimientos, no vale nada que tu nombre sea conocido?
I.C: Pues vale menos de lo que valdría si fuéramos tres señoros aquí sentados hablando de nuestras cosas.
L.C: El otro día escuchaba en una entrevista sobre un proyecto americano. Una actriz de Hollywood era la protagonista, y contó que le dijeron al director que si cambiaba su personaje por un hombre, automáticamente tendría un tercio más del presupuesto.
I.C: Pues así estamos… Pero oye, ya sé que ahora estamos en plan bajón porque durante todo el día hemos hablado mucho de Un amor. Ya estoy como los conejitos de las baterías, pero estoy súper contenta de la película. Pienso que hay algo muy Sara Mesa, muy mío y muy de cómo veo la vida. Creo que al final lo que la película dice es que hay que bailar más, a lo mejor hay que pensar y hablar menos, y bailar más.
L.C: Como has dicho Isabel, "pase lo que pase yo voy a acabar bailando". Eso me encantó.
I.C: Evidentemente me gustaría bailar sobre la tumba de mucha gente (se ríen) Pero bueno, me conformaré sólo con bailar.