La única vez que me faltó folio para acabar un examen fue en la prueba de Selectividad. Tras escribir fin y entregar Siete agujas de coser a mi editora tuve la misma sensación que años atrás. Hubiera seguido escribiendo la historia de esas siete mujeres tan distintas que un día coincidieron en una academia de costura y cuyas vidas quedaron unidas para siempre.

['La librería y la diosa', un texto que hace referencia a lo artesanal, a la naturaleza y a la confesión del deseo]

Las tardes en torno a una mesa aguja en mano y las conversaciones que mantuvieron actuaron de hilo invisible y tejieron una amistad que ninguna imaginó jamás. Allí, en el Madrid de principios de los años noventa, encontraron un oasis en medio de la vida cotidiana, un lugar en el que se nutrieron de las experiencias vitales de cada una de ellas y se descubrieron a sí mismas.

En aquellos años no se hablaba de emprendimiento femenino, de salud mental, de bullying laboral, de sororidad… incluso el divorcio o la palabra cáncer eran casi temas tabú. Sin embargo, en una sociedad llena de tópicos, eran realidades que estaban muy presentes. Las mujeres de mi novela se enfrentan a ellas armadas con la fuerza de una sólida amistad que se va gestando en El Cuarto de Costura, el lugar que las unió.

Los días que cosemos juntas, ni nueva novela, nace de esa necesidad de seguir contando historias, de encontrarme de nuevo con las protagonistas de mi primera novela y profundizar en sus personajes.

Sus vidas son como las de cualquier mujer corriente (si es que alguna lo somos) con la que podríamos cruzarnos por la calle. Los retos a los que se enfrentan son las mismas circunstancias que muchas hemos vivido y creo que precisamente esa es la clave para que calen tan dentro de los lectores.

La costura se nos muestra como una metáfora de la vida. Coser y descoser viene a ser como caer y levantarse. Cada puntada es un paso hacia adelante, el camino está por hacer y siempre podemos cambiar de dirección.

En esta ocasión, nuestra protagonista, Julia, se da de bruces con una maternidad que la absorbe hasta el punto de perderse a sí misma. Comprueba que todos sus sueños se han hecho realidad y, sin embargo, hay algo que no encaja.

Los platillos que debe mantener en equilibrio para que no caigan al suelo y se rompan en pedazos son demasiados. La emprendedora, la esposa, la madre y la amiga han ocupado el lugar de la mujer que fue y que necesita recobrar a toda costa.

El encuentro con un amor de juventud la hará ponerse delante de un espejo y la obligará a tomar decisiones difíciles, convencida de que merece ser feliz.

LOS DÍAS QUE COSEMOS JUNTAS

Entre tanto, los secretos de un pasado que parecía haber quedado enterrado para siempre salen a la luz y vienen a agitar la vida de su socia, doña Amelia, una señora que consiguió deshacerse de una vida encorsetada a fuerza de rancios convencionalismos sociales y que ha decidido sacarle jugo a los años que le quedan.  Laura se debate entre la familia y un proyecto profesional al lado del que podría ser un gran compañero de vida.

Sara, la protagonista de Siete agujas de coser, la mujer valiente que un día rompió con todo para perseguir sus sueños, se convierte en la confidente de nuestra narradora y en el apoyo que necesita para buscar respuestas en su interior.

Cada personaje representa un tipo de mujer con el que el lector se identifica en algún momento de la novela: Catherine encarna la ternura, Carmen, el optimismo y el humor como arma para enfrentar las piedras en el camino, Malena la juventud y la creatividad… 

Los personajes saben que cada obstáculo en la vida es una oportunidad para crecer y así Los días que cosemos juntas se convierte en una novela amable que deja un buen sabor de boca al acabarla, invitando al lector a la reflexión y al autodescubrimiento.

Esta novela trata de la amistad entre mujeres, de su fortaleza, de sentimientos universales, de maternidad, de esfuerzo, de sueños cumplidos, de generosidad, de secretos del pasado, de perdón, de encontrarse, de descubrirse. La vida, con todas sus caras, se pasea por sus páginas con naturalidad y convierte lo cotidiano en extraordinario.

Cuando he tenido la suerte de reunirme con mis lectores y de intercambiar impresiones con ellos las emociones han estado a flor de piel. A veces, la sensación de verse retratadas en este libro ha sido tan auténtica que algunas mujeres me han confesado que les costaba seguir leyendo por lo mucho que estas historias les removía por dentro.

Ambas novelas se nutren de historias familiares, de vivencias personales. No sé escribir de otro modo que no sea mirar hacia adentro y dejar que afloren las emociones que me componen y que toman cuerpo en mis personajes.

Por cierto, como imaginarás, aprobé Selectividad. El examen era de Historia del arte. Empecé a escribir y acabé con el pliego donde debía contestar las preguntas. Como se decía en los ochenta, me enrollé. Nada especial para alguien a quien le gusta contar historias.