Me llamo Cristina y soy diplomada en enfermería, licenciada en historia y escritora publicada. Cuando era pequeña quería ser curandera como Ayla (personaje maravilloso de Jean M. Auel), adoraba las novelas históricas y soñaba con escribir, así que puedo decir que he cumplido mis mayores deseos de la infancia, cosa que me hace muy feliz.

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Llámame Nía surge de la necesidad de hablar de los grandes temas que me han afectado como mujer al llegar a la vida adulta: el techo de cristal en el trabajo, la locura de la maternidad, el cambio de dinámica dentro de la pareja con la llegada de los hijos, la masculinidad tóxica, el amor maduro, la frustración vital de ver cómo una se va quedando con menos tiempo para sí misma, y aún así nunca es suficiente, la rabia por todas las injusticias que hay a nuestro alrededor, la culpabilidad constante, el sentido del humor como arma contra el desconcierto, la sororidad, el deseo de algo mejor…

Portada de 'Llámame Nía'.

Meryl Streep

Hace poco escuché una charla de Meryl Streep en la que decía que para dominar un lenguaje no basta con aprenderlo, hay que soñarlo, y que todas las mujeres éramos expertas habladoras de “hombre”.

Sin embargo, los hombres no hablan “mujer” de la misma manera, ni en la misma cantidad. Mi literatura es un acercamiento a ese lenguaje femenino, una forma de decirle a todas las mujeres “hablo tu idioma. A mí también me pasa. Te siento” y también una invitación entusiasta a todos los hombres que deseen entender y comunicarse mejor con las mujeres, que me consta que no son pocos.

“Este es nuestro mundo, nuestra realidad. Adéntrate en ella y dinos qué te parece, qué te provoca”. Quiero impulsar un diálogo efectivo y empático, el arma más eficaz para mejorar las cosas.

Para conseguir esta conversación social me he valido de Calpurnia Pearson, una mujer en la mitad de la treintena, casada, con dos hijos pequeños y un marido estupendo, cansada de luchar para conseguir un puesto mejor en su trabajo.

Cal acaba de pasar un fabuloso fin de semana en Las Vegas con sus amigas de la universidad y, mientras vuelve a amoldarse a su vida doméstica y laboral, añora desesperadamente esa sensación de libertad y despreocupación que dominó sus años de juventud.

Perdida y ahogada entre sus múltiples responsabilidades trata de buscarse sin acabar de encontrarse. ¿Dónde está la chica alegre y divertida que fue una vez? ¿Por qué siempre está cansada y frustrada? ¿De dónde viene esa rabia que le araña el estómago y descarga contra quien no debe?

Mientras intenta responder a todas sus dudas, un nuevo jefe llega a su oficina y trae con él otra mirada, otra manera de hacer las cosas, otras tareas que desempeñar, otros modales.

Calpurnia inhala esta corriente de aire fresco con entusiasmo, feliz de poder demostrar, al fin, todas sus capacidades y contribuir a su empresa con algo más que cafés con leche de avena y reservas de restaurantes.

Nuevo rumbo de vida

Pero, ¿qué pasa cuando alguien te trata como algo valioso cuando has estado tanto tiempo sintiéndote prescindible? ¿Qué es esta nueva sensación que amenaza con romper todo lo que con tanto cuidado ha ido construido a lo largo de los años? ¿Es deseo o solo agradecimiento? ¿Qué rumbo tomará su vida ahora?

A lo largo de la novela creo que el lector se sentirá como parte de un jurado en el juicio constante que rige la vida de Nía y de todas las mujeres. Al principio quizá tendrá las cosas muy claras, pero a medida que las páginas vayan pasando tengo la esperanza de que se vaya instalando la duda, la incomodidad y todas las certezas y prejuicios se desvanezcan para dejar paso a la empatía, la compasión y la comprensión.

Y también a la risa y al desparpajo, porque a pesar de que me gusta tratar temas profundos, de calado, también adoro el sentido del humor y la ligereza, por lo que quien se acerque a Llámame Nia no se encontrará un drama regado con lágrimas y dolor, sino una aventura loca e imprevisible en la que solo cabe rodearse de buena gente, zambullirse de cabeza y nadar contra corriente manteniendo la cabeza alta y el entusiasmo a tope, para llegar a buen puerto.

Como anécdota, comentaros que me desternillaba de risa mientras escribía algunas escenas y diálogos y que escribí esta historia y la anterior (El beso de Thor) en la aplicación de notas del móvil, en los trayectos cortos de ida y vuelta al trabajo, en los ratitos de espera de las consultas médicas, en esos tiempos muertos que hay en el día. No sé si podría haber empezado a escribir sin el móvil, la verdad.

No soy muy de teclado y tampoco tenía tiempo para picar lo escrito a mano, por lo que fue la herramienta perfecta para lanzarme, por fin, a escribir. Eso sí, creo que a mi presbicia no le ha sentado nada bien. Ya estoy buscando un sustituto efectivo para seguir contando historias.