Soy Ana, bimadre, magíster en psicología positiva, terapeuta de madre, divulgadora y escritora. Mi superpoder (además de crear y parir seres humanos maravillosos) es la escritura, digamos que la palabra escrita es la forma en la que mejor me comunico.
Por medio de poemas y prosas comparto a través de mis redes sociales
@mamaminimalista mi viaje a la maternidad. Pero no es cualquier viaje ni
cualquier maternidad: yo hablo de la maternidad real, cruda, sin filtros, adornos, purpurina ni edulcorantes, llena de momentos hermosos, maravillosos y mágicos pero también plagada de desafíos, cuestionamientos, dudas y sombras.
Mediante mis textos y relatos trato de darle voz a las madres que me siguen, pues todas nos vemos reflejadas las unas en las otras. Y es que más allá del estrato social, el país de origen, el estado civil o la formación, todas compartimos heridas colectivas de los residuos de la maternidad idealizada y de la representación social de 'la buena madre' que históricamente nos ha oprimido y que nos ha arrebatado y secuestrado el gozo y la calma de la maternidad, pues casi todas las madres criamos bajo una triada maligna: la autoexigencia, la culpa y el intentar ser la 'madre perfecta', lo cual es imposible.
Y es que para ser una madre perfecta, según los estándares actuales y en sumatoria
con todas las demandas históricas que han modelado a la 'buena madre', las mujeres
deberíamos: estar presentes en la vida de nuestros hijos 24/7 y a la vez trabajar de
manera remunerada, aportar económicamente, ser las principales encargadas de la
educación de nuestro hijos, ser profesionales exitosas, tener espacios de autocuidado,
cocinar una dieta equilibrada, tener la casa impecable, estar siempre sonrientes y en lo posible que no se note en nuestro cuerpo que ha atravesado un embarazo.
Está expectativa se caen por un propio peso y es imposible llegar a este ideal. Cuando no logramos ser esa 'madre perfecta' nos sentimos culpables y “malas madres”.
La culpa es la emoción negativa que más afecta la manera en la que vivimos nuestra maternidad pues nos atraviesa a todas desde que los hijos nacen y hasta incluso cuando ya son adultos.
En mi libro Alquimia materna lo expongo de la siguiente manera: Si tuviste que regresar a trabajar al acabar la baja por maternidad, te sientes culpable por no pasar demasiado tiempo con tus hijos. Si decides poner en pausa tu carrera unos años y te quedas en casa para cuidar a tus hijos a tiempo completo, te sientes culpable por no aportar económicamente.
Si te olvidas la lavadora llena, culpable. Si tus menús no son variados, culpable. Si en lugar de lavar los platos te tiras en el sillón a mirar una serie, culpable.Si decides tener otro hijo, culpable. Si decides no tener otro hijo, culpable. Si no vas al gimnasio porque no te da la vida, culpable. Si vas al gimnasio y dejas a tu peque al cuidado de otros, culpable también.
Si te sientes agobiada por la maternidad, culpable. Si no tienes ganas de relaciones sexuales con tu pareja, culpable.
Si no tienes ganas de jugar, culpable. Si les dejas ver unos dibujos animados para poder comer sin interrupciones, culpable. Si pegas un grito porque ya no puedes gestionar una discusión de hermanos más u otra Pataleta, culpable. Si escolarizas a temprana edad, culpable. Si decides esperar unos años, culpable. Culpables, culpables, culpables.
Está culpa opresora y fruto de la construcción social de la buena madre, de nuestras propias heridas de la infancia, expectativas irreales y creencias limitantes, nos empuja a vivir la maternidad desde las sombras, la autoflagelación y la postergación de nosotras mismas. Aun así, no toda la culpa en la maternidad es mala.
En el libro hablo también de otro tipo de culpa que necesaria y común a todos los humanos y es la culpa como emoción adaptativa. El trabajo consiste en diferenciarlas y en mandar a la porra a la culpa como opresión.Anécdota: mientras escribía mi nuevo libro Alquimia materna, yo también fui víctima de la culpa como opresión. Resulta que me fui de viaje unos días sola para mi cumpleaños porque me apetecía mucho estar conmigo misma, disfrutar de un museo de caminatas eternas, situaciones que con los peques son más complicadas. Quería viajar sin horarios ni limitaciones y debo decir que me lo pase genial y aunque corto, fue un viaje intenso.
Cuando regrese y lo compartí en mis redes sociales me llegaron comentarios de otras madres del tipo “que dejes a tus hijos solo para irte de vacaciones es egoísta” y debo confesar que por un momento esas palabras me hicieron sentir culpable aun cuando sabía de manera consciente que no había dejado a nadie solo, que los peques estaban al cuidado de su padre que es un adulto funcional de casi cincuenta años.
Y es que la culpa se nos cuela a todas porque está demasiado arraigada y de está manera aún cuando racionalmente reconozcamos que no deberíamos sentirnos así, la culpa gana la partida.La gran ventaja es que yo puedo reconocerla, ya la distingo, la puedo pescar a tiempo y liberarme de ella. He trabajado en mi propia culpa y la he trascendido, lo que no quiere decir que de vez en cuando pase a saludar.
Estos comentarios que me hubieran afectado mucho un par de años atrás, simplemente los deje pasar porque sé de dónde vienen.
Al poder reconocer y gestionar está culpa como opresión retomamos el control de nuestra maternidad, nos permitimos y no aceptamos como madres suficientemente buenas pero felices y plenas en lugar de intentar sin exitos ser madres “perfectas” y nunca conseguirlo, viviendo la maternidad desde la culpa, la autoexigencia y el estrés.Y esa es la idea del libro, que entiendas de dónde viene esa culpa, esa exigencia y todo el estrés que conlleva y que comprendas porqué aún están presentes todos estos mandatos de la maternidad idealizada a través de un paseo por la historia occidental de la construcción social de la buena madre.
A su vez, Alquimia materna te ayudará a reconocer cuando la culpa que sientes es real y adaptativa y cuando es patológica y opresora para poder erradicar está última por medio de ejercicios y herramientas que he creado y adaptado especialmente para este fin. La intención de mi libro es que puedas vivir una maternidad más gozosa, porque las madres también nos merecemos criar desde el gozo y no desde la exigencia.
Como digo en el libro: me equivoqué, no quería ser madre, quería ser padre pues mientras la culpa es la emoción negativa más experimentada por las madres solo el 17% de los padres se siente culpables por situaciones relacionadas con la crianza de sus hijos, ¡vaya si es más fácil ser padre!
Las madres tenemos una deuda histórica con nosotras mismas y con nuestras
antepasadas: recuperar el control de nuestra maternidad y permitirnos abrazar a la madre suficientemente buena, humana y falible.