Su primer contacto con el mundo criminal fue haciendo un voluntariado en la cárcel de Daroca, en la provincia de Zaragoza. Marta Perdiguer, inspectora de la Policía Nacional, actualmente al frente de uno de los grupos de la Unidad de Intervención Policial (UIP) de Valencia, estudió Derecho y ADE, pero pronto se dio cuenta de que su lugar estaba lejos de los despachos y los tribunales.
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El contacto diario con los reclusos provocó en ella una nueva ilusión: ¿y si opositaba para Policía Nacional? Ese interrogante, poco a poco, fue cogiendo forma. El destino caprichoso alineó todas las piezas de su puzle para que se encajaran en esa dirección, pero primero tenía que acabar sus estudios universitarios.
Amor a primera vista
Las prácticas de la carrera las realizó en la Fiscalía de Zaragoza, donde pudo acercarse todavía más al derecho penal y a los atestados policiales. Entonces lo tuvo claro: "Mi sitio estaba detrás de aquellos atestados. Yo no los quería recibir… yo quería ser la policía que los escribiese". No había terminado los estudios de grado, que ya empezó a prepararse la opción.
Además, como si se tratase de una revelación mística, mientras opositaba tuvo el primer flechazo con la UIP. Amor a primera vista. "Mi último año de oposición coincidió con la votación del 1 de octubre en Cataluña y ahí tuve el primer contacto por la UIP… aunque fue a través del televisor", recuerda.
Mientras el grueso de la sociedad discutía sobre política, Marta se quedó asombrada con el trabajo de la Unidad, a los que popularmente conocemos como los antidisturbios: "Yo solo me fijaba en cómo tomaban las calles, en los movimientos tácticos y en los dispositivos de seguridad que montaban".
El esfuerzo tuvo recompensa
Pasaron dos años mientras terminó el doble grado universitario y aprobó los exámenes para acceder a la Academia de Policía en Ávila. Marta probó suerte en la Escala Básica para ser agente, pero también en los exámenes de la Escala Ejecutiva. Esta es una oposición mucho más exigente, pero que te permite entrar al cuerpo directamente como inspector/a.
Su esfuerzo tuvo recompensa y aprobó. Hizo las maletas, dijo adiós a su Zaragoza natal y, desde septiembre de 2018, se instaló durante dos años en Ávila.
El reencuentro con la UIP
Fueron dos años de mucha exigencia académica, al más alto rendimiento mental y físico. Pero entre toda aquella vorágine de exámenes, prácticas y nervios a flor de piel, un día se llevaron a los futuros inspectores a Madrid para ayudar en un dispositivo de la UIP, en el marco de un partido de Champions League.
De nuevo, Marta se reencontró con aquella unidad con la que le había hechos sentir mariposas en el estómago años atrás. Esta vez, sin embargo, no había ningún televisor de por en medio. Ahí tomó la segunda gran decisión: cuando terminase la Academia y el año de prácticas, querría prepararse las pruebas para acceder a la Unidad de Intervención Policial. Y así lo hizo.
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Marbella, Ávila, Valencia y Linares
Tras pasar nueve meses en Marbella, donde fue destinada para realizar las prácticas como inspectora, en marzo de 2021 juró el cargo. Volvió a hacer sus maletas, se despidió de Ávila y de Marbella para instalarse en Valencia, ya que una de las condiciones para entrar en la UIP justo el año que se jura el cargo es estar destinado en una ciudad que tenga dicha Unidad.
Así pues, antes de pasar las pruebas, estuvo unos meses en la Unidad de Drogas y Crimen Organizado (UDYCO) de la ciudad del Turia, pero sabía que sería algo temporal. Marta tenía las ideas muy claras: en cuanto saliese el examen para acceder a la UIP se iba a presentar. Así, en septiembre de 2021 consiguió la calificación deseaba y en octubre se marchó ocho semanas a Linares (Jaén) para superar el curso de acceso a la UIP.
Superó un curso muy exigente y selectivo
"Tanto los exámenes como el curso son muy duros. No hay distinción entre hombres y mujeres, que tenemos que realizar exactamente las mismas pruebas, incluso las físicas", explica la inspectora. Ella estuvo entrenando durante meses, sin bajar la guardia, sin relajarse y, así logró su objetivo.
Sin embargo, "lo peor es el curso de acceso… te agotan física y psicológicamente para estar preparado para lo que podamos encontrarnos luego en la calle. Es un desgaste muy grande y no puedes desfallecer porque el curso es selectivo y, aún habiendo aprobado el examen, pueden echarte fuera".
Las caras de asombro…
"Lo que llevé peor fueron las caras de asombro cuando explicaba a la gente que quería acceder a la UIP. A veces no hacía falta mediar palabra para saber, por la expresión de su rostro, lo que pensaban acerca de mi propósito", recuerda Marta. La UIP es una Unidad tradicionalmente masculinizada; no obstante, cada vez hay más mujeres: "Al empezar en enero de 2022 solo éramos tres mujeres en el vestuario… a día de hoy ya somos ocho".
"Cuando una mujer quiere acceder a la UIP lo debe tener muy claro porque el camino no será fácil. Aunque se van rompiendo muros, todavía quedan muchos prejuicios y muchos nos miran con cara de 'no lo va a conseguir' o lo peor: 'no va a encajar", asegura.
Por suerte, todas esas caras y ojos de asombro no logran cruzar las puertas de la Unidad, donde Marta siempre se ha sentido una más: "Tanto mis superiores, como mis compañeros o los miembros de mi grupo, todos me han tratado sin prejuicios. Con absoluta normalidad".
La vida dentro de la UIP
La UIP se ha convertido en su modus vivendi. Como inspectora dirige un grupo de unas 40 personas. Su esfuerzo y su valía le han permitido estar al frente de un grupo de máxima exigencia, que ha terminado convirtiéndose en su segunda familia.
"Pasamos muchas horas juntos y viajamos mucho por cuestiones laborales. Esa es la magia de la UIP: que el grupo se convierte en una especia de familia. Y eso te reconforta, porque te pierdes muchos momentos con los tuyos, estás lejos de casa y la conciliación es complicada. En la UIP no hay rutina, casi no hay ni horarios", explica.
Por eso, intuye, no hay muchas mujeres. No obstante, para ella la Unidad es su vida. "Me llena, me hace sentir que aporto algo bueno a la sociedad. Voy a trabajar feliz. No me cuestan ni los madrugones, ni las jornadas eternas. Me pongo el uniforme, me calzo las botas y ya estoy lista para lo que nos depare el día", dice visiblemente orgullosa.