Tiene nombre de dios egipcio y es mitad francesa mitad asturiana, una mezcla curiosa que le imprime carácter. Apasionada de la moda ha trabajado en varios medios de comunicación como redactora y estilista y a ojos de muchos tenía una vida casi ideal. Sin embargo, detrás del escaparate se escondía su lucha contra un enemigo imaginario: la comida

[Cristina Barrous, experta en nutrición: "Enseño a mis hijos a comer disfrutando"]

Este es el inicio de la historia de Osiris Martínez Salvarrey que, spoiler, tiene final feliz. Una historia de superación, de aprendizaje y de esperanza para todas aquellas personas que sufren trastornos de la conducta alimentaria. Nos atiende vía zoom desde su casa en Bali (Indonesia) donde se instaló hace unos años para cambiar de vida y donde ha encontrado la paz que necesitaba.

Formada como psiconutricionista especializada en TCA ahora ayuda a personas con este tipo de problemas: conoce muy bien el tema porque ella misma lo sufrió en primera persona. Su mensaje en su perfil de Instagram como terapeuta (@comosoy_tca) es claro: "Yo también lo viví (te entiendo)". Su lema: "Sana tu relación con la comida y contigo". 

La terapeuta nos cuenta su historia personal. Cortesía

Empecemos por el principio, Osiris, ¿cómo llegaste hasta Bali y a convertirte en terapeuta?

Bueno, yo he hecho un cambio de vida bastante heavy. Hace ocho años me dedicaba al mundo de la moda, era estilista y trabajaba para muchas revistas. Tenía anorexia, ortorexia, bulimia.. todo junto y estaba  sufriendo mucho. Vi que no conseguía ponerle fin a todo esto, así que decidií irme a Bali tres semanas.

Allí me di cuenta de que había otra manera de vivir la vida que me correspondía más. Alargué el viaje y empecé a ir y venir hasta que me quedé allí. Fui trabajando mi problema con la comida y empecé a formarme en terapia cognitivo conductual, en terapia transaccional, en terapia interpersonal, en life coaching, en PNL, etc., Durante el COVID me formé online en Oxford, en su departamento especial dedicado a los trastornos de la conducta alimentaria para certificarme enterapia cognitivo conductual aplicada a este campo.

¿Cuál es el momento en el que tomas conciencia de ese problema que tienes y ves la luz para ponerle solución? 

Es un poco curioso porque yo creo que siempre fui consciente de lo que me pasaba. La gente a tu alrededor ve lo que está pasando y te lo dice, pero una misma no es que se engañe, sino que el sentimiento de vergüenza es muy fuerte. En mi trastorno, además de perder peso y estar cada vez más delgada y en desnutrición, había una parte de apego muy fuerte. Existe como una parte de resistencia enorme, porque, entre otras cosas, hay un miedo a engordar terrible y hay dismorfia corporal. Además, la desnutrición hace que tú te enganches aún más a tu rigidez y eso impide que te abras a una posible solución.

Explícanos eso un poco mejor.

Todo el mundo sabe que cuando estás en desnutrición o en infrapeso, el cuerpo pone en marcha ciertos mecanismos para su supervivencia: no te baja la regla y ese tipo de cosas, pero hay mucho más. Cuanto más desnutrida estás, menos plasticidad neuronal tienes, con lo cual más rígida y obsesiva te vuelves, y es más difícil romper con ese mecanismo. Es un proceso que lleva tiempo y que no es ni líneal ni igual para todos.

Supongo que habrías ido a terapia...

Claro, en España fui a psicólogos, pero no lograba ir hasta el final. Las terapias psicoanalíticas me ayudaban a identificar ciertas cosas, pero no lograba romper los mecanismos que me mantenían atrapada. No sé cuándo vi la luz, supongo que fue un proceso, porque la comida nunca es el problema, la comida es un síntoma. Fui solucionando todo lo que había detrás y empecé a reconectar conmigo misma. Yo sentía que estaba en un mundo que podría parecer envidiable, pero en el que yo no quería estar. Cuando empecé a entender de que podía ser yo y que podía vivir otra vida y empecé a formarme eso me hizo ver la luz. Engordé 15 kilos respecto a mi peso más bajo y siempre digo que no me di cuenta. En cuanto el proceso arrancó, fui reconectado conmigo.

¿Tuviste miedo de no superarlo? Al final llevas una doble vida, aparentando normalidad cuando hay un problema grande detrás.

Tu esencia sigue estando, pero hay una voz que está detrás y va contra ti todo el rato. Te invitan a un cumpleaños y quieres ir, pero esa voz te dice que si vas tendrás que comer tarta y engordarás. Así todo el rato. No sé si llegué a tener miedo de morir, creo que no, porque hay una parte de apego que te impide soltar ese problema.

¿Compararías este tipo de trastornos con la adicción a las drogas, por ejemplo?

Creo firmemente que no existe la adicción a la comida. Si bien es verdad que, por ejemplo, hay similitudes de repente entre ser adicto a la cocaína y darte atracones porque estas intentando gestionar emociones o porque es una herramienta de anestesia, no es lo mismo. La pregunta es ¿yo soy inmune ahora que lo he superado? La respuesta es no. La relación con la comida es un patrón, mientras tú no reproduzcas esos mecanismos vas a tener siempre el mismo resultado. Si no reproduces temas como el chequeo corporal, las restricciones de alimentos etc, no volverás a caer. 

Se habla mucho de hambre emocional, por ejemplo. Y yo siempre digo que no tiene nada de malo. El problema no es tener un bajón un día y comerte una tarrina de helado, sino usar siempre la comida como herramienta de gestión de emociones, porque no tienes otra.

¿Qué papel crees que que juega la cultura de la dieta y el culto a la imagen en la que vivimos? 

Casi nadie empieza a tener una mala relación con la comida antes de tener una mala relación con el cuerpo. Está muy ligado. Empezamos a tener problemas con la comida cuando empezamos a querer controlar nuestro cuerpo, cuando lo rechazamos. Las dietas son un detonante de libro. La cultura de las dietas es el cáncer de nuestra sociedad 100%, por la insatisfacción que genera, porque se ve que no funcionan, porque son una industria millonaria y eso nadie lo tiene en cuenta. Hay que cambiar de paradigma. Es urgente. Hay que hablar de diversidad corporal, de aceptación corporal, de salud en todas las tallas, hay que luchar contra la gordofobia y cuestionar muchas cosas de la industria de dieta.

El llamado 'real fooding' está cada vez más presente.

Bueno, es que yo pienso que al final hemos entrado en una dicotomía muy peligrosa, que es la de etiquetar los alimentos como sanos e insanos, buenos y malos. Por supuesto que hay que cuidarse y apostar por alimentos con un valor nutricional interesante, pero tachar el resto de Satanás, demonizarlos, es extremista y genera culpa. Darle un valor moral a la comida es muy peligroso.

Una de las cosas que más me llama la atención de tu cuenta profesional de Instagram es que apareces siempre comiendo para hablar de esta problemática. ¿Fue algo meditado?

No tome la decisión de hacerlo, simplemente no hay que darle tanta importancia, todos comemos. Hay como esa idea de que si tienes permiso incondicional para comer no puedes ser una persona delgada.

¿Cuáles dirías que son los primeros síntomas de alarma de que tu relación con la comida no va por buen camino?

No me gusta etiquetar ni generalizar, pero a partir del momento en el que tú sientes que la comida o el tema del cuerpo te roba energía y te impide vivir con plenitud, hay algo que no funciona. La comida

tiene que ser un motor, lo que nos da energía y nos ayuda a vivir, no lo que nos impide hacer cosas. A partir del momento en el que yo siento que la comida ya no es un motor sino un freno, aparece la culpa, empiezo a medir mi silueta... Son alarmas a tener en cuenta.

El entorno también influye.

Totalmente y tienes que protegerte y poner límites a los demás. Hay que decir no a que emitan comentarios sobre tu cuerpo o tu alimentación. Limpiar tus redes sociales y empezar a escuchar mensajes diferentes. Empezar a entender que gordo no significa siempre insano y que delgado no es siempre saludable. La salud mental es igual de importante que la física. Nadie nació odiando su cuerpo, fue algo aprendido. Así que hay que desaprenderlo.

¿Cómo ha cambiado tu vida?

Ha cambiado todo, desde las relaciones con los demás hasta mi propio yo, he vuelto a ser yo misma. Vuelves a poder socializar, vuelves a tener energía, vuelves a tener espacio mental para otras cosas que no sean eso, vuelves a mirar a los chicos... Cuando  tú empiezas a reconectar contigo, cambia todo, porque la vida ya no es la misma. El filtro no es el mismo, tu vida es de otro color.