Hay personas que andan por la vida haciendo el ruido justo. Si además su tamaño influye, parecen aún más silenciosas. Y digo que parecen por aquello de las comparaciones entre las ermitas y las catedrales. La sombra de Paloma Bravo es alargada. Tanto como su influencia, siempre entre bambalinas, desde hace años desde el grupo Vocento, pero anteriormente, por ejemplo, en Telefónica.
Pero Paloma es mucho más que una ejecutiva de la comunicación. Es una activa escritora, a la que sigo desde hace años y con quien siempre he mantenido una relación muy especial de pegamentos familiares. Leí su última novela Sin Filtros (Editorial Contraluz, 2023) y sentí lo mismo que ella cuenta que le han dicho muchas otras mujeres. Que me estaba retratando. A mí y a otras amigas. Las relaciones con los padres, con los ex, con los futuribles, con las ideas de las que a veces se anda enamorada. El miedo a la muerte, la presencia de la muerte, tan lejana que se te aparece y te golpea. La maternidad. Y las amigas, esas hermanas elegidas, la tribu.
Es su sexta novela, a las que hay que añadir dos libros de cuentos. En trece años. Dos se han llevado al teatro, una se va a rodar este año en cine y Sin filtros está opcionada para una serie. No me extraña, tiene todos los mimbres...
Me gustaría que me contaras la novela de tu vida. Ojo, como cuento corto...
¡Qué difícil! Era una niña un poco solitaria, como muy enganchada a mi padre, y muy callada, muy tímida. Hasta que cuando era adolescente me fui a estudiar fuera y descubrí que podía ser quien quisiera ser. Pero nunca me atrevía a ser escritora. Y cuando nació mi hija y ya tenía un trabajo muy establecido, pensé que no podía no atreverme. Esa es una cosa que además he intentado enseñarle a Sol y es que el miedo no puede paralizarte. Y ahí escribí la primera novela, La novia de papá. En los últimos quince años, me he dedicado a trabajar, a escribir y a ser madre, porque yo me divorcié enseguida y he tenido a mi hija sin ningún tipo de custodia compartida. Y mientras tanto, intentando no perder amigos, no perder vida.
¿Lo has conseguido?
¡Con mucho esfuerzo! Ahora que ella está estudiando fuera, me doy cuenta de la cantidad de espacio y de presión que eso significa. Pero de eso ya te das cuenta cuando tiene 15 años y hay mucho trabajo hecho.
¿Cómo te organizas?
Durante la semana soy incapaz de escribir por las noches, porque de lunes a viernes curro e intento ser muy íntegra. Pero los fines de semana intento sacar ratos para escribir, que no es fácil. Porque escribir tiene una parte de sentarte cuando no te apetece: sentarte y esforzarte. Los fines de semana he escrito teniendo que llevar a Sol al fútbol, al baloncesto, sacar a pasear a la perra y quedar a cenar. Pero si le robas una hora bien robada, pues esa que tienes.
¿Eres metódica?
Anárquica. Y no lo digo con orgullo. Mi hermana mayor es súper organizada y me parece admirable, pero yo no lo he conseguido nunca.
¿Pero eres de las que escriben en un taxi?
No en taxis, pero sí en aviones, en viajes largos... Sinceramente, requiere disciplina, porque a mí hay mucha gente que me dice que le encantaría publicar libros y yo siempre pregunto si ha escrito. Porque sentarte a escribir 200 páginas es mucho trabajo: escribir, reescribir, cortar, revisar... O sea, es mucha dedicación, más allá del talento, que es subjetivo. Pero también de alguna manera es tan bonito... Ahora que además los lectores te encuentran, entran en redes sociales y te mandan mensajes, te dicen que se han emocionado. Es superbonito saber que lo que haces está sirviendo.
¿Qué tal te mueves por las redes?
Con las redes pongo una barrera, en parte por timidez y en parte por elección. No me hago selfies, no publico nada privado; no me apetece. Cuando empecé con la primera novela tenía un blog que consiguió mucho éxito, y me asustó bastante. En aquella primera década de los 2000, si tenías un blog parecía que eras famosa y cuando te empiezan a reconocer por la calle, a mandar mensajes a lo mejor no agradables, cuando ves el lado oscuro de la pérdida de intimidad... Ahí yo di un paso atrás y decidí que quería seguir escribiendo, pero no ser famosa. Seguramente estoy perdiendo oportunidades. O a lo mejor no las tendría si lo intentara, porque tampoco tengo ni edad, ni cara de ir haciéndome selfies por la vida. Quiero mantener la intimidad; la mía, la de mi hija, la de mi gente.
['Palabra de reina' una novela histórica que indaga sobre la vida y el poder de Catalina de Aragón]
Tengo la sensación de que escribes pensando en determinadas mujeres.
Yo escribo pensando en las cosas que no he encontrado en los libros. Por ejemplo, con el primero yo estaba viviendo con las hijas de mi pareja y todas las referencias que tenía de madrastras de ficción eran unas mujeres horribles. Y como los libros me han ayudado a entender el mundo, pensaba que igual que yo no lo encontraba, otros no lo encontrarían. Lo que quieres es querer a esas niñas y que te quieran, ¿no? Y necesitas también ese ejercicio de tolerancia, de entender a la ex, a la madre, entender en general. Y eso no lo encontraba...
Igual que cuando a mi padre le diagnosticaron una enfermedad terminal, encontré un montón de libros sobre el duelo, pero no sobre el acompañamiento. Y pensé que si yo lo necesitaba, lo necesitaría más gente. Además, no escribo desde las respuestas, sino desde las preguntas,. Y en el caso de Sin filtros era también ser consciente de tener 40 o 50, todavía con hijos adolescentes porque hemos tenido hijos más tarde, con padres mayores... Y qué haces con tu vida que no es perfecta. Porque, cuando yo era pequeña, mi madre parecía que lo tenía todo claro: tenía una pareja de siempre, un trabajo, no tenía miedos, porque las dudas te generan miedo. Y ese libro tampoco lo encontré. Durante muchos años las historias nos las han contado otros y ahora que nos estamos contando nosotras, nos queda mucho por contar.
'Sin Filtros' también me ha hecho pensar en la relación con tu madre...
Es muy cercana. Porque yo creo que mi madre (es la periodista María Elvira Aguilar) que ha tenido cuatro hijos, conmigo tiene cosas que entiendo que no las tiene con el resto, porque las dos nos hemos dedicado a los medios. Compartimos muchas cosas, a veces incluso amigos, y eso hace que la relación sea muy intensa. Y a veces también te genera problemas. Yo creo que las madres condicionamos mucho la vida de nuestros hijos. Y eso hay que trabajarlo.
¿Crees que la gente se trabaja?
En general, no. Creo que hay un problema de acceso a los profesionales de las terapias y de precios, pero hay un problema anterior, que es que todos necesitamos hacer un ejercicio de autocrítica. O sea, tú no puedes culpar siempre de todo a los demás o a tus padres. Tienes que hacer el ejercicio de pensar qué es lo que la vida te ha dado, qué has hecho con eso y qué quieres a partir de ahora. Es un ejercicio primero de autocrítica y segundo de autoexigencia. Y son dos cosas muy difíciles. Es un esfuerzo enorme.
¿Tú lo haces?
Sí. Nunca me ha dado miedo pedir ayuda. Quizá porque tuve una depresión a los 18 años y empecé a ir al psicoanalista. Entendí que todos tenemos problemas y que no puedes juzgar a los demás sin haber hecho tú el ejercicio de saber qué te pasa a ti, que suena muy Mister Wonderful, pero es muy básico.
De alguna manera, 'Sin filtros', pero también otras novelas, es una suerte de análisis.
Es que si no te miras por dentro no sabes contarte hacia fuera, ¿no? Hasta para ir al médico y explicarle qué te duele y cuándo.
¿A ti te ha ayudado a escribir la novela?
Yo creo que sí. Por ejemplo en el tema de las madres. Adoro a la mía. Es inteligentísima, muy lúcida, muy lista, la admiro hasta el infinito, pero sé que me ha condicionado también. Y yo que vivo sola con mi hija desde hace 15 años, me daba miedo condicionarla. Procuro no repetir los errores que reconozco, aunque por supuesto estoy estrenando errores todos los días.
Escribes desde las preguntas. ¿Qué respuestas has tenido de los lectores?
Ha habido cosas muy chulas, como "me has contado a mí y a mis amigas", o "me has ayudado a entender a mi madre", "me has ayudado a entender a mi hija adolescente". Hay también una parte en la novela muy importante de defensa de la muerte digna. Y luego una cosa súper importante que sí me han dicho las lectoras es que las mujeres tenemos muchos miedos y que la novela no los censura. El miedo a quedarte sola, a que no te quieran, a que no te acepten, a no tener para comer, a no estar a la altura de lo que necesitan tus padres mayores. Poner nombre a los miedos y decir que yo también lo tengo hace que quien está al lado diga no estoy sola y eso te ayuda porque entiendes que lo puedes hablar.
En general, se tiene miedo a esas cosas que aparentemente son básicas y que, como lo son, no se hablan.
Cuando mis padres se casaron era para toda la vida, los trabajos eran para toda la vida... Pero ahora mismo que ya nada es para siempre y que tienes que estar constantemente eligiendo, debes ser muy consciente de tus elecciones y de cómo rectificar cuando te has equivocado. Y, luego, una cosa muy importante que creo que pasa especialmente en España es esta manía de contestar siempre que estamos bien cuando nos preguntan cómo nos encontramos. Pedir ayuda y reconocer la vulnerabilidad me parece básico para poder crecer y para poder dejarte ayudar. A veces no hace falta ir al psicólogo, ¿sabes? A veces basta con que te abrace un amigo.
¿Estas cosas las cuentas a tu hija?
Por supuesto. Desde que era pequeña, hablamos no como adultas, pero sí como personas. Ante un conflicto con un amigo o una decepción, intento que aprenda a entender al otro lado y a hablar las cosas. Es la única manera. Y además algo que a mí me han enseñado mis padres y que me parece importante es que vivimos en sociedad, que el egoísmo no vale, que hay que pensar en los demás. Lo digo desde la exigencia, no desde el buenismo.
Ahí, las redes sociales, de las que hablábamos antes, no ayudan.
Sobre todo, nos han vuelto muy individualistas. Yo pongo siempre el ejemplo de las cámaras de fotos. Cuando me regalaron la primera era para mirar al mundo. El móvil es para hacerte selfies, para mirarte a ti y además ponerte filtros y salir mejor. Pues ese no es el mundo en el que quiero vivir. Yo quiero mirar y quiero escuchar. Por supuesto que quiero que me escuchen y quiero estar bien y hacer las cosas mejor. Es verdad que todos tenemos malos días. Yo soy la primera que cuando duermo mal no estoy de buen humor y no soy nada perfecta, pero sí creo que hay que trabajar mucho la generosidad, la amabilidad y pensar en los demás.
Y eso, si te pones en modo medios de comunicación, ¿cómo lo ves?
Nunca en la historia de la humanidad has tenido a tanta gente conectada al medio, considerando Internet como el medio. Y lo que hay que hacer es saber llegarles con calidad, con algo que les aporte y generando confianza y valor. La empresa periodística por supuesto tiene que trabajar la independencia y todos los valores básicos. Pero los periodistas también tenemos que exigirnos ser mejores y saber que tenemos que aportar, entender la importancia de contar historias, independientemente del soporte.
Y luego está el público que recibe la información. Me gusta más el verbo recibir que consumir, porque primero tienes que estar tú más abierto, más receptivo y luego tienes que poder interiorizarlo y ver en qué te transforma. Es recibir para poder dar. Siempre hemos dicho que de un libro, de una obra de teatro o de una película no deberías salir igual que entraste. Y con la información debería pasar lo mismo.
¿Cómo has salido tú de las novelas que has escrito?
Cuando escribes para publicar, lo primero que sale siempre es el miedo a que no guste. También piensas en si vas a hacer daño a alguien. Luego pasas al proceso de lanzamiento y empiezas a recibir esos mensajes como "si no me conoces, ¿por qué me ha retratado?", "¡cómo has conseguido emocionarme!" o "has puesto palabras a lo que yo no sabía contar y me has ayudado". Así que yo creo que de las novelas primero sales satisfecha por el esfuerzo y luego con muchas ganas de recibir, porque los lectores lo que hacen es darte y devolverte las ganas de seguir. Yo creo que leo para sentirme acompañada, porque leo todo el rato, y escribo para acompañar. Entonces, yo salgo de las novelas intentando pensar que he acompañado.
En la última, la enfermedad está bastante presente.
Sobre todo está presente la vejez y el hacerse mayor. Y empieza la fase de la enfermedad, la decadencia y la falta de horizontes. Es algo tan, tan, triste. Y en esta cultura tan individualista y de alguna manera tan frívola y con tanto culto a la imagen, esa especie de apartamiento que hacemos de los mayores está muy presente. Porque, salvo que tengas mala suerte y te mueras joven, ahora ya te mueres mayor y de enfermedad. Tardas en morir. Y eso genera complicaciones logísticas, por supuesto, emocionales y vitales y muchísimos problemas a ti y a tus alrededores.
Estamos, además con una pirámide poblacional invertida y un montón de gente que no tiene hijos que les vayan a cuidar, gente que se está haciendo mayor, sola y que como sociedad tampoco la estamos acompañando ni cuidando. Y eso sí que está presente en el sentido de que para mí la mejor fórmula para cuidar es construirte tu red. Por supuesto, hay que exigir al Estado que haga su papel. Pero tú tienes que construirte tu red de amigos, familia, lo que haga falta para cuidar y ser cuidado.
¿Te dolió escribir el capítulo de la muerte digna?
La muerte digna es otro tema que se ha politizado de una manera loquísima. Yo he firmado los papeles de la muerte digna también porque a mi padre le diagnosticaron cáncer terminal y cuando cuidas eres muy consciente de lo que exige y no quieres que ocurra contigo. Yo, sinceramente, no querría que mi hija tuviera que cuidarme como mis hermanos, mi madre y yo cuidamos a mi padre porque es durísimo. Creo que es muy importante poder elegir la muerte y la enfermedad en coherencia con quien eres. En la muerte cada uno tiene que elegir lo que quiere y creo que no hay suficiente conciencia de que hay que hacerlo a tiempo. Ojo, el que no quiere, no quiere y es súper respetable.
¿Eres muy de amigas?
Me ha costado. Al principio era muy de amigos. Y la vida me ha ido demostrando que las mujeres nos acompañamos maravillosamente bien, la vida me ha ido poniendo mujeres irrenunciables en el camino y no las he querido dejar escapar.
¿Cómo es tu feminismo?
Según una amiga, es un feminismo practicante. Me encanta esa frase. El feminismo no puede ser teoría y no me gusta que nadie me explique cómo tiene que ser el feminismo. Me gusta la gente que lo ejerce.
¿Cuál es tu práctica?
Primero, exigir la igualdad y rechazar cualquier cosa que vaya en contra. Y luego demostrarlo. Cuando tienes una reunión de trabajo, cuando pides o estás organizando un evento y buscas que haya mujeres, cuando buscas que haya diversidad, porque ya estamos hablando de otros conceptos. Y desde luego, educando, educando en feminismo, educando en la igualdad. Ojo, porque a nosotras, a mí, me educaron en que la igualdad me la merecía, pero creo que no aprendí a exigirla. El feminismo practicante tiene que saber exigir y decir esto no, no me llames guapa cuando estoy trabajando, no me trates así...
Un feminismo que tiene que darse la mano con la diversidad.
Con la diversidad, con los hombres y sabiendo que el feminismo va de construir y de hacerlo juntos. Hemos pasado unos años muy difíciles, de mucho extremismo y de mucho malentendido, de gente que se alegra de que el feminismo se divida y no vaya junto al 8 de marzo, por ejemplo. A mí me parece sanísimo que haya distintas sensibilidades en el feminismo y, de hecho, siempre he pensado que hay feminismos en plural.
Recomiéndame un libro.
Apegos feroces, que seguro que has leído, de Vivian Gornick.
En efecto. ¿Alguno más?
A mí me flipa De vidas ajenas, de Carrere. Me flipa la forma en que él se mete en la historia, y cómo es capaz de contarte la realidad. Y me impresionó mucho uno de Leila Guerriero: Los suicidas del fin del mundo, que es la crónica de un pueblo en la Patagonia argentina que de repente empezó a tener unos índices de suicidio tremendos entre los jóvenes. ¡Y lo cuenta tan bien!
¿Querrías dedicar tus últimos años profesionales a escribir?
No, la verdad es que no. Yo querría poder vivir de mi trabajo hasta siempre. Tener un trabajo aparte de la literatura me da una conexión con la vida real.
¿Cuál es tu sueño de verdad?
Me encantaría tener la integridad y la bondad de mi padre. Y me gustaría haber querido e impulsado a mi hija todo lo que merece y animarla a vivir en libertad. Y aportar al mundo. Con mis libros, pero no solo. Lo más bonito que me han dicho en el trabajo me lo dijo una persona de mi equipo, que me agradeció que le había hecho subir su nivel de autoexigencia.