Como autora, y sobre todo, como psicóloga y doctora en neurociencia, siempre me gustó el cerebro, su mecanismo, su forma de funcionar.
Descubrí mi pasión por el cerebro muy joven, a mis 15 años, incluso antes: leía cualquier cosa que llegara a mis manos acerca del cerebro, entonces se hablaba de la especialización de los hemisferios, de los lóbulos y terapias más localizacionistas.
Daño cerebral
Pasaron los años y comencé mi carrera de psicología, echando en falta una carrera que fuera neurociencias y que no existía, por eso me especialicé en clínica para trabajar en despacho con pacientes, y en neuropsicología para trabajar e investigar acerca del cerebro.
Por aquel entonces todo lo que había del cerebro eran investigaciones de daño cerebral, autismo, ictus, traumatismos, accidentes cerebrovasculares, daños en la médula espinal…pero a mí me fascinaba ver cómo el cerebro era capaz de reorganizarse.
Años más tarde, en mi doctorado de neurociencia en la facultad de medicina, empecé a descubrir la química cerebral y los estudios de neuroimagen y actividad eléctrica cerebral. Ya no solo observaba lo que el paciente hacía, sino que podía ver más acerca de lo que pasaba por dentro.
Me fascinaba encontrarme con un mundo tan desconocido, tan importante y tan complejo a la vez.
Cambio conductual
Con los años, además de mi amor por mi profesión como psicóloga con pacientes en consulta, mis especializaciones en psicoterapia y mindfulness, debido a la alta demanda de ansiedad y estrés que tenía en el despacho, mis conocimientos del cerebro, y acerca de la salud integral y holística de las personas, me empezó a interesar algo que es lo que me trae a este libro: la Neurociencia de la psicología.
Es decir, cómo las prácticas que realizamos en consultas o las herramientas que usamos, o los hábitos que proponemos, tienen una base científica más allá de la sensación subjetiva del paciente y cómo el cambio conductual tiene su reflejo en el cerebro.
De ahí, que prácticas como hablar bien y tratarse a uno mismo de una manera agradable activan áreas de placer en el cerebro similares a comer algo placentero.
De ahí, que supiéramos que el cerebro guarda en lugares similares al dolor físico y al emocional, y por eso es tan importante tratarlo, para que no se haga crónico y se nos quede una lesión.
De ahí, comprobamos el poder que tiene el olfato para reorganizar nuestras emociones y memoria.
De ahí, que siempre pidamos movimiento, baile o deporte, porque nuestro cerebro es eminentemente motor, con neuronas motoras y, para que se pongan en marcha y todo funcione, necesitan recibir nuestro movimiento.
De ahí, que supiéramos que el área del cerebro donde siguen naciendo neuronas es el hipocampo, con la memoria y las emociones por bandera. Eso nos brinda la posibilidad de reescribir y cambiar nuestra historia de vida gracias a nuestros hábitos o a la narrativa que usamos.
El cerebro es mágico
El cerebro es tan mágico que está puesto al servicio de nuestro cuerpo, y sobre todo al servicio de nuestro corazón, que almacena los valores más profundos del ser humano y los pone en comunicación con el reflejo del alma humana que se sitúa en la zona de la frente la cual controla voluntariamente la conducta y se hace preguntas acerca de nosotros mismos.
En mi libro Neurofelicidad el lector podrá encontrar una explicación científica del porqué la mejor medicina de la vida es el amor. Vamos a verla.
El corazón vibra más cuando siente amor, cuando ama y se siente querido, y qué curioso que la oxitocina que se dispara con el amor, el contacto físico, el abrazo, la mirada, la empatía, la sensación de estar acompañado y apoyado.
Amor igual a alta frecuencia
No es casual que el sentirse querido provoque que el corazón tenga una alta frecuencia que es capaz de mandar ese mensaje a todo el cuerpo, y al cerebro que tomará consciencia racional del amor que percibe y actuará conforme a valores prosociales como generosidad, compartir, perdonar y comprender, entre otros.
Tampoco es casual que sintamos pánico y niveles altos de ansiedad ante el desamor o la sensación de estar solos en la vida. De hecho, ya de niños venimos programados para esto, para que nuestro cerebro nos salve, reclamando al progenitor adulto la atención que necesitamos.
La sensación que se tiene ante la ausencia prolongada de atención es pánico, reacción orgánica asociada a 'voy a morir' y necesito hacer algo.
Inteligencia cardiaca
Por todas estas razones me empezó a interesar el fascinante mundo de la inteligencia cardiaca, es decir la inteligencia del corazón.
La inteligencia cardiaca nos muestra como 'el corazón tiene razones, que la razón aún no conoce' y esta frase que parece muy romántica y poética, es tan real como la vida misma: tu corazón ya ha tomado una decisión antes de que tu mente lo sepa.
Otra cosa muy distinta es lo que hagamos con ello, porque aquí entran en juego las emociones y el control racional que tengamos de nuestra conducta.
Por eso siempre digo que resulta muy útil escuchar a las emociones como mensajeras, pero con esa información hay que poner en contacto a la razón y al corazón para poder así tomar la mejor decisión.