Maruja Mallo (Lugo, 1905 - Madrid, 1995) fue una mujer adelantada a su tiempo. Inteligente, valiente, extravagante, independiente, vitalista, con sentido del humor. Vivió amores, desamores, siempre libre. Pero, sobre todo, fue pintora. De la talla de Georgia O'Keeffe, Frida Kahlo o Leonora Carrington.
Tuvo una carrera fulgurante en Europa hasta la Guerra Civil. Fue integrante de la generación del 27, compañera de correrías y amiga de Dalí, Lorca, Buñuel, María Zambrano, Margarita Manso… Ortega y Gasset, por tratarse la pintura de Maruja de "un caso tan extraordinario y original", organiza su primera exposición en las salas de la Revista de Occidente.
Los surrealistas se rinden ante ella cuando expone en París y Breton le compra un cuadro. Al comienzo de la Guerra Civil es invitada a Argentina a dar una serie de conferencias. Se queda 25 años. Su pintura sigue evolucionando y se da a conocer en América.
Cuando en 1962 vuelve del exilio, en España es una completa desconocida. "Mis amigos o no están o están todos muertos", dirá. Poco a poco, sobre todo a partir de los años 70, empieza a frecuentar los ambientes artísticos de la época. Sigue pintando y exponiendo. Sus historias y vivencias, su personalidad excéntrica calan en una juventud deseosa de libertad. Ella es la última representante de las Vanguardias.
En 1980, Joaquín Soler Serrano la entrevista para TVE. Tiene 75 años. Vemos a una mujer estrafalaria, con los ojos pintados a lo egipcio, parpados de blanco azul. Las cejas son dos enormes arcos de lápiz negro, los labios de un rojo persistente, delineados. Un pañuelo fucsia, una chaqueta cerrada amarillo ocre moteada y unos zuecos rojos de plataforma. Su uniforme, de gala. Una Gloria Swamson descendiendo las escaleras en Sunset Boulevard, pero cuerda y sagaz. Aprovecha los últimos focos para fijar el mito de su personaje.
El entrevistador repasa vida y obra. Ella cuenta anécdotas que ya ha debido de contar una y mil veces. Sabe bien la fascinación que ejercen las gamberradas de los jóvenes de la Residencia de Estudiantes en la sociedad madrileña de los 80 que despierta frenética y alucinada tras un largo letargo.
Pero también adelanta unas teorías esotéricas que dejan al entrevistador sin respuesta. Maruja juega, es actriz y espectadora, entrevistada y conductora. Cuenta lo que quiere. Lo que no, lo calla. En el fondo late sentido del humor y una manera personalísima y original de ver el mundo, contra viento y marea.
Ana María Manuela Isabel Josefa Gómez González (Mallo es el segundo apellido paterno) nació en Vivero un 5 de enero de 1902. Los continuos cambios de residencia de la familia, debido a la profesión del padre que era funcionario de aduanas y ser cuarta de 14 hermanos, probablemente contribuyen a su carácter independiente y social.
En Avilés, con el apoyo de su padre, ingresa en la Escuela de Artes y Oficios. No necesita el bachillerato. Continua Bellas Artes en Madrid con un nuevo traslado de la familia a la capital en 1922. Llegan a una ciudad provinciana y pequeña, pero vibrante, en plena revolución de estilos artísticos y Vanguardias. Reina Alfonso XIII y un año más tarde comenzará la dictadura de Primo de Rivera.
Uno podía encontrarse por la calle o en los cafés y tertulias a representantes de las generaciones del 98, 14 y 27. Valle Inclán, Unamuno, Machado, Ortega, Ramón Gómez de la Serna… los jóvenes del 27 desafían tanto las convenciones sociales como las artísticas. Sus actos son una provocación y un juego.
Justo, el hermano de Maruja, la introduce en el círculo de estudiantes e intelectuales que se reúnen en el Gran Café de Oriente. Allí conoce a José Barradas y Salvador Dalí, con el que coincide en clases de dibujo. A través de ellos, a Lorca, Buñuel, Bergamín, Alberti, Alberto Sánchez, Benjamín Palencia, Francisco Bores, María Zambrano, Concha Méndez, Margarita Manso…
Paseando un día junto a Margarita Manso, Lorca y Dalí por Madrid -cuenta Maruja- se les ocurrió quitase el sombrero. Ramón Gómez de la Serna, quien introduce las Vanguardias en España y traduce el manifiesto futurista, recomendaba este gesto provocador para "descongestionar las ideas". Al pasar por la Puerta del Sol, los insultos -incluido el de invertido- se tornaron en piedras. Se refugiaron en el metro, salvo Dalí que provocaba a los viandantes gritando que sí, que pertenecían al tercer sexo.
Esta performance avant la lettre dio pie al documental Las Sinsombrero (2015). Bajo este denominativo, la película aglutina a todas aquellas mujeres rompedoras con ganas de vivir, estudiar, aprender y conquistar el espacio público para la mujer, como fueron María Zambrano, Ernestina de Champourcín, Josefina de la Torre, Rosa Chacel, Margarita Gil Rösset, Delhi Tejero, Josefina Carabias, Margarita Manso y Maruja Mallo, entre otras.
Maruja y Concha Méndez recorren la ciudad y los barrios bajos convirtiéndose en observadoras desinhibidas del espectáculo urbano. Montan en bici, hacen deporte, que son actividades mal vistas en mujeres. Como ellas no pueden entrar en las tabernas, pegan la cara desde fuera y sacan la lengua. Con otras amigas asisten a conferencias.
En otra ocasión fueron al Monasterio de Silos a escuchar canto gregoriano. "Los eclesiásticos nos dijeron- contaba Maruja- que allí no podían entrar faldas. Resolvimos poniéndonos las chaquetas de Dalí y Buñuel como pantalones. Fuimos los promotores del travestismo al revés".
En la Revista de Occidente expone su serie Verbenas, junto a Estampas deportivas, Estampas cinemáticas y Estampas de máquinas y maniquíes. Escenas simultáneas de la ciudad y sus habitantes componen un original rompecabezas, mezcla de vanguardia plástica y tradición popular.
Maruja poco contó de su vida privada. Amó pasionalmente a Alberti. En la siguiente serie, Cloacas y Campanas, fuera por la ruptura abrupta con el poeta o por su vinculación con la Escuela de Vallecas, junto a Benjamín Palencia y Alberto, pasa de los colores vivos al interés por los deshechos y la putrefacción. Del realismo objetivo a la destrucción objetiva. Es su etapa más surrealista. Sin embargo, en la obra de Maruja Mallo no hay nada dejado al azar. "Soy ordenada sobre todo", decía.
Federico García Lorca escribió de estas series: "Maruja Mallo, entre Verbena y Espantajo, toda la belleza del mundo cabe dentro del ojo, sus cuadros son los que he visto pintados con más imaginación, emoción y sensualidad".
En 1931, es becada por la Junta de Ampliación de Estudios en París. El galerista Pierre le organiza una exposición a la que acude el grupo surrealista en pleno. Breton le compra el cuadro El espantapájaros. En 2003 el estado francés, propietario de su legado, lo subastaría por 260.000 euros. Paul Éluard considera "las creaciones extrañas de Maruja Mallo, entre las más considerables de la pintura actual". Uno de los marchantes más importantes de París le encarga otra exposición.
Vuelve a España. No quiere perderse la euforia inicial de la joven República. Comienza una serie sobre el mar y el campo. De esta época data la enorme influencia que Joaquín Torres García ejercería en su pintura. Inicia la búsqueda de la armonía interna de las cosas a través de la geometría y la proporción áurea, donde lo figurativo y lo no figurativo son parte de un todo.
En el 1936, coge casa en Bueu con un compañero sentimental sindicalista ferroviario que la introduce en los círculos trotskistas. La guerra la sorprende en Vigo con las Misiones Pedagógicas. Es invitada a dar unas conferencias en Argentina y Uruguay por la Asociación de Amigos del Arte.
Consigue embarcarse en Lisboa con la ayuda de Gabriela Mistral y del escritor mexicano Alfonso Reyes, otro de los amigos de Maruja y embajador en Argentina. La estancia en Buenos Aires se prolongaría más de 20 años. De esa época se sabe poco. Es acogida y protegida por amigos influyentes, artistas e intelectuales. Siempre tuvo esa mezcla de inteligencia, suerte y talento para caer en ambientes afines.
En la primera conferencia explica su visión de la pintura: "El destino de la pintura no está solo en el cuadro, sino también en el muro, en la cerámica, en la escenografía". Comienza una nueva serie La religión del trabajo que expone en Buenos Aires y Nueva York. Nunca quiso vender Canto de las espigas (1939) porque consideraba que el dueño debía ser el pueblo español. Y hoy lo es. Está en el Reina Sofía.
En América, cae fascinada por la naturaleza y el paisaje. "¡Qué profusión de belleza, qué armonía de formas, qué deslumbradora arquitectura de acabada geometría! Yo me siento más completa desde que he vivido en América".
Obsesionada por la técnica y la composición, trabaja con enorme rigor. Pinta la serie Naturalezas Vivas (1941-1944). Se trata de una aproximación racional y formalista con la que pretende mostrar el orden interno de las cosas. El erotismo matemático de Racimos de uvas (1944) evoca una escapada veraniega junto a Miguel Hernández por los pueblos de Madrid. La noche les sorprendió bajo un emparrado del que colgaban jugosos racimos. El poeta murió en 1942. "El arte es presagio", escribiría la pintora en 1947.
El Pacífico es otro descubrimiento maravilloso: la violencia del mar, los colores de la arena, las conchas, las piedras, las algas… recuerda un viaje iniciático con Pablo Neruda a la Isla de Pascua, entonces virgen. Hoy -dice ella- "prostituida".
Pinta y vive una intensa vida social hasta 1945. Sorprendida por la variedad racial hace una serie magnífica de Retratos Bidimensionales. Son cabezas femeninas hieráticas de frente y de perfil. Cuando constata que no hay fecha de vuelta, se retrae y lleva una vida más monacal con escapadas a EEUU. Vive modestamente de su pintura y de diseñar flores y ornamentos para una casa de tejidos.
Vuelve a España en 1961, con miedo a represalias. A partir de los 70, empieza a aparecer por los ambientes artísticos. Una juventud transgresora, ávida de diversión, la acoge como musa. Es la última representante de las Vanguardias.
Primero, se aloja en el hotel Regina y, más tarde, en un miniapartamento con cocina americana, compulsivamente ordenado. Pocas personas entrarían en él- cuenta la escritora y académica Estrella de Diego. En la puerta de un armario, donde guardaba la cama abatible, tenía un collage compuesto con plásticos.
Estrella de Diego la acompañaba a todas partes. Cuenta que le encantaba ir a Galerías Preciados a merendar. "Podía llamarte a las 12 de la noche y seguir hablando hasta las 6. Decía 'querida, llevo 36 horas militando'. Era extremadamente ordenada con su pintura y su carrera. Tenía recortes de todas sus reseñas. Y, sobre todo, muy trabajadora y concienzuda. Su trabajo es escaso, apenas se conservan más de ciento y pico cuadros. Prueba de lo exhaustivo de su pintura son sus cuadernos de trabajo y sus dibujos".
Pervive en ella una enorme curiosidad y el sentido del juego: "Me acuesto con un lápiz debajo de la almohada y me levanto con el cerebro en la mano". Sus últimas series se titulan Seres del éter y Los moradores del vacío. Inventa constelaciones y planetas, explora la ingravidez. En una visita a la primera edición de ARCO en el 82, viendo la enorme cola que esperaba para entrar, le preguntó a Estrella: "Querida, ¿esto es afición o es ganado?".
Nunca se quejó ni lamentó de nada, aclara Estrella. Maruja tenía una gran opinión de sí misma. Construyó su propio mito, el relato de una vida fabulosa. Era imposible de clasificar. Nada sentimental. De haber sido inglesa, americana o francesa, actualmente estaría mucho más valorada.
Poco a poco, el nombre de Maruja Mallo vuelve a resonar como iniciadora del recientemente instituido movimiento de las Sinsombrero. La colección de verano 2024 de la firma de moda gallega Boüret está inspirada en su serie Verbenas. Colores intensos y surrealismo mágico para una mujer independiente.
También la Fundación Ortega-Marañón ha creado el premio Maruja Mallo con el fin de destacar la trayectoria de 8 mujeres brillantes. No en vano, en su centenaria historia, la Revista de Occidente sólo ha albergado una exposición, la de Maruja Mallo. Además, colaboró con viñetas en las distintas etapas de la revista y mantuvo una gran amistad con Soledad Ortega. Faltaría que algún museo hiciera una retrospectiva de su obra.
Maruja Mallo muere en una residencia de Madrid en 1995, tras varios años postrada en la cama. En la que es su última entrevista en TV, le dice a Joaquín Soler: "Mi mayor capital es la soledad, porque me lo da todo. Estoy en comunicación con la Vía Láctea, con la astrología, la astronomía, la ciencia, el arte, con el todo. Creo que el hombre se mide por la soledad que aguanta. Muchos temen el vacío, pero el miedo es el peor de los consejeros".
El entrevistador cita a quien escribió la primera biografía de la artista: "Don Ramón Gómez de la Serna dijo que usted era la única bruja joven que había conocido y que tenía 14 almas". Maruja añade: "Ahora tengo 20". Y sonríe.