Los poemarios nacen cuando quieren, por mucho que los invoques. Donde descansan las flores (Lundwerg Editores, 2024) vino cuando quiso y se hizo a sí mismo. Habla de mí casi sin contar conmigo.

[‘Purasangre’: la historia de una desaparición ambientada en Euskadi, con dos ertzainas y cargada de denuncia social]

Se podría decir que he sido espectadora de un profundo diálogo interior en el que a veces irrumpo para debatir, matizar, contrastar o escapar de esas voces que hurgan sistemáticamente en las heridas.

Tres esquinas: una infantil llamando al futuro, un presente que avanza mirando hacia atrás, un futuro desatendido.

“Cuesta asimilar/ que un adulto no es más/ que un niño que se va quedando/ sin excusas;/ y a veces,/ cuando te quedas sin excusas,/ apareces/ de verdad.”

El título se impuso mucho antes de lo previsto; no podía sacármelo de la cabeza. Las flores descansan en el mismo lugar donde nacen y también en el mismo lugar donde van a morir. Esa tierra contiene su historia y las raíces van alimentándose de lo nuevo y de lo viejo.

Toda esa verticalidad, todo ese color, esas formas y esos anhelos son fruto de un equilibrio no siempre sencillo entre lo incierto y lo inevitable. Eso somos tantas veces; por descifrar lo que la impaciencia necesita saber, damos por hecho o despreciamos lo que ya en sí es suficiente.

“Costará dictaminar/ si una flor sigue siendo una flor,/ cuando decidas jugar a la suerte/ y hayas agotado todos sus pétalos.”

Mi editor me empujó a ilustrarlo. Me enamoran las ediciones cuidadas y es algo en lo que trato de poner mucho mimo. Dibujé unas flores muy al inicio, cuando el título empezaba a tener algo de peso. Eran ligeras, coloridas, imaginarias. No eran malas flores, pero no eran las flores de este libro.

Así que dejé que los versos empezaran a decir algo sobre sí mismos. Casi al final, cuando ya estaba prácticamente listo, comencé a garabatear las ilustraciones interiores; esas sí eran. Casi reales, casi imaginarias, muy entintadas.

Podían haber nacido realmente de las semillas del conjunto de palabras. Tapa dura, entre el verde y el azul de un bosque y el toque de una lágrima cobre que lo conecta con los demás libros.

Los poemas están llenos de lo que es y también de lo que querría que fuera. El deseo es una forma de verdad mucho menos fiable, cambiante. Hay mucha reiteración, como si quisiera arrancar páginas de un diario a base de escribir encima de lo que ya está escrito pero apretando mucho más el bolígrafo.

Un ejercicio bruto de mirarse al espejo a través de fotografías. Un ejercicio bruto de jugar al teléfono estropeado con el recuerdo de una voz.

“No has crecido aún/ y ya estás cansada/ porque aprendiste a amar/ desde el quebranto,/ desde el vacío,/ desde la falta.”

Si algo nos enseñan los caminos es, precisamente, que es muy fácil perderse. Mi psicóloga, en una época en la que me ahogaba dentro de mi propia existencia, me quiso explicar lo que estaba pasando a través de una metáfora muy tierna. Me dijo que contenía multitud de universos… y claro, tenía sentido, los estaba sintiendo todos a la vez en el pecho.

Cuando hay mucha ansiedad, es frecuente revisitar la propia historia hasta deshacerla. Tú te deshaces con ella en parte, también. Te pierdes. Ese es el origen de la dedicatoria: Para todas aquellas personas que alguna vez se perdieron dentro del universo de sus propias emociones.

En ese bucle de retrospección hay lugares conocidos; lo sentimental es uno de esos grandes temas. Las heridas recurrentes tienen que ver con ello, pero es natural, porque es a lo que más espacio he dado siempre. Así que le pregunto a la niña por qué quiere como quiere y a la grande qué ha hecho ese querer con nosotras; en qué nos ha convertido.

Tras la vulnerabilidad estaba el amor. Una necesidad insaciable de amor. Una colosal falta de autopercepción, de identidad, más allá de la relación con el ser amado. Una ausencia de pertenencia.

El amor no, el espacio que ocupaba el mismo, había borrado mis límites, mis esquinas, limado todas mis aristas. Quedé desnuda de protección, y esa fragilidad me acabó llevando a lugares oscuros. Mi existencia estaba desordenada.

“No sé soltar/ sin antes destrozarme las manos./ ¿Habré enloquecido?/ Corro tras este sentimiento como lo haría/ tras la última ola viva/ antes de que el mar se retirase para siempre.”

Tardé en saber hacia dónde iban los poemas. En un momento determinado empezaron a anudarse los unos a los otros y comprendí que me estaban hablando de procesos. De lo complejo que es entender que había dejado cosas importantes por construir, y además poder asumirlo sin culpa y sin miedo. Es más, asumirlo con cierto alivio y esperanza.

Sólo quienes han estado viviendo en un pozo muy profundo y lograron salir, entienden el éxito personal que lleva implícito el propio paso del tiempo. Cada momento feliz. Que vengan las arrugas, las canas. Verlas brotar. Seguir aquí.

“Me gusta sentir el paso del tiempo en la piel, significa que lo conseguí”.

Os invito a leerlo con calma, con ternura. Ojalá os guste.