Rosa Montero (Madrid, 1951) recibió el premio Maga de Magas a la Mejor Trayectoria Profesional de manos de Pedro J. Ramírez. Contó el director de EL ESPAÑOL que él siempre había querido tenerla en su equipo. De hecho, la intentó fichar en varias ocasiones. En una de ellas el intermediario fue Umbral.
Entrevistar a Rosa Montero no es tarea fácil. No solo está muy entrevistada, sino que, sobre todo, ha sido una de las entrevistadoras más cotizadas de este país.
Lo ideal es que la conversación sea presencial para poder describir el ambiente, observar las reacciones del entrevistado, sentirlo… Pero Rosa se ha recluido en un apartamento de -supongo- la costa española, para terminar el último borrador de Bruna Hasky. Va a ser la última novela de esta serie. Se titula Animales difíciles y saldrá en enero.
Los "animales" somos nosotros. Imbuida del espíritu incisivo y observador de la Rosa entrevistadora, no queda más remedio que videoconferencia. Habíamos acordado una llamada. Entrometerse indiscretamente en la casa de alguien tiene sus riesgos. La pillo en camiseta y algo despeinada. La escritora odia las rutinas, es anárquica en cuanto al tiempo. Le ofrezco colgar y volver a llamar por el modo tradicional. "Da igual -me dice- mientras no uses este vídeo horrendo. Cuéntame…"
Decía Josep Pla que "lo más profundo que tiene el hombre es la superficie, o sea, la piel". ¿Qué dicen de Rosa Montero sus tatuajes? Intensa, rápida de palabra, salpica la conversación de risas y carcajadas. Su vitalidad se traduce en unas enormes ganas de comunicar.
Usted tiene varios tatuajes, el primero fue una salamandra, luego la frase de Kant…
El primero fue una salamandra. El siguiente, un montón de pajaritos en todo un brazo hasta el cuello; luego unas estrellas. Luego un verso de Raúl Zurita en el cuello, que dice "ni pena ni miedo". Es una frase muy adecuada para hacerse mayor. Cuando vas envejeciendo vas teniendo cada vez más pena por lo perdido y más miedo por lo que viene.
Los lemas no son lo que tú eres sino lo que quieres ser. Después el sapere aude (atrévete a pensar) y la fórmula de la relatividad. Esta fórmula es como el esperanto de la ciencia. Tener que elegir entre letras y ciencias es una aberración. El conocimiento es un continuo. La frase de sapere aude, de Horacio y popularizada por Kant, me representa mucho.
Para vivir una vida plena hay que atreverse a saber, por encima de tus prejuicios, de tu conveniencia, de tu pereza. Es más fácil meterse en un nicho de pensamiento y que te proteja un grupo.
Ha recibido el Premio Maga de Magas a Mejor Trayectoria…
El premio es una maravilla. Me encanta que se valore el trabajo de las mujeres en un momento en el que está arreciando por todas partes la involución sexista. ¡Y tiene el nombre más bonito del mundo! Un premio profesional, generoso y amplio de miras. Estoy feliz.
Usted tuvo éxito desde muy pronto. Luego El País se puso de moda y con el periódico sus colaboradores. ¿Qué relación ha mantenido y mantiene con el éxito?
El País fue una explosión, sociológicamente hablando. Se convirtió en una especie de locomotora. Nos llevó a otro nivel de éxito. Más bien, como de fama de la canción del verano. Fue muy duro. Yo tenía 26 años y todo el mundo, de repente, actuaba de una manera muy rara contigo. Hasta tus amigos, en vez de hablar de cosas normales, hablaban de lo que tenías que hacer para mantenerte.
Primero viví una onda de amor tremendo. Es razonable que tú quieras que te sigan queriendo, pero no sabes qué hacer para ello porque cada lector se inventa una “Rosa” diferente. Te sientes como una especie de calidoscopio de exigencias distintas.
A los pocos meses, vino una ola de odio igual de arbitraria. Horripilante. Me sentí tan mal que acepté el cargo de redactora jefa del suplemento dominical para dejar de firmar. Quería que se olvidaran de mí. Afortunadamente no se olvidaron. Pero tienes que colocar las cosas y crearte una muralla defensiva personal. Todo eso no es tu vida.
"Esta empatía te puede hacer sufrir. O te construyes una especie de armadura o la desarrollas."
Esa facilidad de sintonizar con el lector que tiene usted, ¿a qué se debe?
No sé si tengo esa facilidad, pero sí que soy tremendamente empática. Me gusta muchísimo la gente, me interesa, me fascina observarla, saber cómo es, hablar con ella. Alguien tiene que ser muy pelmazo, muy falso y muy malvado para que no me interese. Por otro lado, esta empatía te puede hacer sufrir. O te construyes una especie de armadura o la desarrollas. Yo me he dedicado a dos cosas que la desarrollan: la novela y el periodismo. Ambos son un viaje al otro. Todos queremos que nos escuchen. Si hay alguien que verdaderamente tiene interés en ti, te abres a esa persona.
Su estilo es fluido, desenfadado, coloquial… ¿Cuánto lo trabaja?
Muchísimo. Decían los hermanos Goncourt que la literatura es una facilidad innata y una dificultad adquirida. Yo he escrito desde pequeña. Todos los escritores que me interesan -para mí el periodismo escrito es literatura también- han trabajado toda su vida contra esa facilidad. Han intentado salir de la copia a uno mismo.
Decía Bioy Casares que la peor copia es la de uno mismo. Me gustan los estilos diamantinos y profundos. No me gustan lo barroco y el tintineo.
Con 73 años solo quiere hacer aquello que le “calienta el corazón”. ¿Qué es?
Leer, estar con los amigos, escribir, aprender, estar con mi perra, disfrutar de la música que me encanta, de la belleza de la vida, de la naturaleza…
¿Va a seguir escribiendo artículos?
Sí, en tanto en cuanto me aguanten. Escribir es una manera de pensar. Es una disciplina y un grandísimo ejercicio intelectual. Como quien hace ejercicio físico todos los días.
¿Cómo ha cambiado la forma de mirar de la Rosa joven a la actual?
El hacerte mayor no te convierte en más sabio ni más inteligente per se. Conozco muchos mayores completamente imbéciles que se sentaron sobre sus ideas a los 20 años y no se han vuelto a levantar. Pero si te esfuerzas, vas teniendo más posibilidades de ir madurando, de meter la pata tú misma y aprender de esos errores. Por tanto, creo que mi visión del mundo es ahora mucho más compleja. Llamarlo sabiduría me parece pomposo.
"He modificado pequeñas cosas, sobre todo relacionadas con la ideología de izquierdas. Era muy joven y no tenía suficiente confianza en mi propio criterio."
¿Cuál diría que ha sido el mayor cambio en su pensamiento?
Acabo de publicar un libro donde he reunido mis crónicas y reportajes bajo el título de Cuentos verdaderos. No me he sentido ajena a esa chica que escribió esos textos hace entre 35 y 45 años. Ninguna vergüenza de verme. Sentí la misma empatía, la misma curiosidad, la misma manera de mirar el mundo. He modificado pequeñas cosas, sobre todo relacionadas con la ideología de izquierdas. Era muy joven y no tenía suficiente confianza en mi propio criterio. Era difícil oponerse a gente que te parecía más inteligente y culta. Por ejemplo, fui castrista, pero enseguida me desengañé.
La empatía me ha librado de extremismos y dogmatismos.
Usted se ha psicoanalizado 3 veces.
En tres épocas, como un año o año y pico cada vez.
¿Ha sacado algo en claro?
Muchísimo. Es una experiencia intelectual extraordinaria. La recomiendo vivamente con un buen profesional. Los seres humanos somos una narración. El psicoanálisis rompe esa narración primera que hiciste cuando eras niña y no tenías más armas. Eso te sirvió entonces, pero ahora no, y suele ser una jaula. El psicoanálisis te ayuda a construir una narración más de acuerdo con tu vida de hoy. Ahora, no sé yo si estarte 20 años haciendo psicoanálisis es bueno...
En 2015 dijo que iba por la 4.ª vida. ¿Por cuál va ahora?
Lo diría al tuntún. Lo que quiero decir es que tengo la sensación de haber vivido 4 o 5 vidas. No sé si tendrá relación… Tú sabes que cada 7 años cambiamos todas nuestras células. A lo mejor tiene que ver un poco con esa especie de renovación. En realidad, somos otros. Es increíble. La novela que estoy escribiendo habla mucho de eso. Estoy muy enrollada con el 'yo'. A qué llamamos 'yo', qué es la conciencia, qué nos da esa unidad de conciencia que hace que yo me reconozca en la niña de 10 años que fui. Que me reconozco poco, pero es otra criatura…
Algo queda…
Sí, es muy interesante, pero ¿qué queda?
Forma parte de una generación que ha roto muchas convenciones y que ha luchado, como dice en La ridícula idea de no volver a verte, contra las expectativas familiares y sociales. En la novela se pregunta por el lugar de la mujer en esta sociedad en la que los lugares tradicionales se han borrado.
Estamos en ello, reflexionando, intentando encontrarlo. No es un lugar, sino miles de lugares posibles. Lo que tengo muy claro es que el sexismo es una ideología en la que se nos educa a todos. Y todas las mujeres tenemos una dosis metida en el cerebelo de ese sexismo. Los estudios al respecto son muy interesantes.
Nosotras tenemos que librarnos de esos miedos. Por ejemplo, el hecho de no darle tanta importancia a nuestro deseo. Los hombres viven para su deseo. Y bien hecho. Eso tenemos que hacer nosotras. Tú deseas ser algo, pues tienes que perseguirlo 100%.
¿A lo mejor no hubiera sido necesario romper con todas las convenciones?
Uno hace lo que puede. No soy nada partidaria de arrepentimientos. Rompías a patadas; si no hubieras dado patadas a lo mejor no hubieras podido romper… Ahora, creo que el estar peleándote con las parejas todo el rato es muy cansado. He estado con tíos maravillosos -todos ellos, el que más, Pablo-, pero les he dado una vida de peleas. Los pobres… Qué remedio. Una hace lo que puede.
Cuando hacía entrevistas, todo el mundo quería ser entrevistado por Rosa Montero, pero usted podía ser muy incisiva. ¿Cuándo sus entrevistados leían sus acotaciones se enfadaban?
Alguno se enfadó, pero muy rara vez. Eso me llamaba muchísimo la atención, porque a veces escribía una entrevista y pensaba “dios mío, le va a parecer terrorífico esto”. Pero luego estaban tan encantados. ¿Por qué? Me voy a poner una flor. Porque veían reflejadas sus palabras. La entrevista no estaba manipulada. Como ellos se encantaban a sí mismos y no se veían así de imbéciles, me daban la enhorabuena.
"Envejecer es muy duro, y más envejecer cara al público. Vamos perdiendo protagonismo y lugar."
Fernando Savater llevaba colaborando con El País desde su inicio. ¿Qué opina de su expulsión tras criticar al periódico por haberse convertido en un medio gubernamental?
Lo de Savater me ha dado mucha pena. Para mí ha sido un maestro en muchas cosas. Desde luego, él estuvo haciendo todo lo posible para que lo echaran. No sé, a veces pienso que envejecer es muy duro, y más envejecer cara al público. Vamos perdiendo protagonismo y lugar. Es una travesía difícil de navegar en la que puedes acabar perdiendo el paso. Me lo digo también como aviso a mí misma.
¿Tiene alguna rutina para escribir?
Tienes que ser muy disciplinado para escribir. Creo que son más importantes la tenacidad y la perseverancia que el talento. He visto gente con muchísimo talento que no ha llegado a nada sin tenacidad. Pero eso no quiere decir que tengas que ser metódico. Hay gente que sí lo es. Vargas Llosa se sentaba todos los días a las diez de la mañana y se levantaba a las 12, nevara o tronara. Yo me pego un tiro si tengo que hacer eso, si tengo que hacer lo mismo todos los días…
Primero me paso desarrollando en la cabeza y en cuadernitos la novela un par de años. Y luego, cuando te sientas, que es otro año y pico, entonces tienes que escribir todos los días, aunque sea media hora para no perderla. Intento programar por la noche el día siguiente para reservarme tiempo para escribir. Da igual a qué hora.
Tiene muchísimos lectores fieles y los trata muy bien. En Facebook, con 215.000 seguidores, hace un encuentro semanal en vivo.
Como te decía antes, me gusta mucho la gente. Soy muy cercana. Soy incapaz de ponerme a una distancia de la gente, ni ahora ni nunca. Siempre he sido así. Por otro lado, me siento muy en deuda con mis lectores. Quiero agradecerles todo lo que pueda su afecto y que elijan un libro mío para leer, habiendo tantos.
"Si alguien te dice algo bueno de tu obra, piensas que es porque te quiere. Si te dice algo malo, piensas que tiene razón."
Dice que el reconocimiento apacigua la inseguridad.
Los premios consuelan mucho porque son un reconocimiento más elaborado. Te dices "algo habrán visto". No es solo por vanagloria sino por supervivencia. El peor enemigo es el interior, esa voz odiosa que te dice "no vales, no sirves, lo haces fatal". Siempre es un enemigo muy astuto.
Me preguntan cómo voy a tener dudas con todas las cosas que he hecho. ¡Por supuesto! El enemigo se adapta. Bueno, tal libro no salió mal, pero ahora ya has perdido completamente la creatividad. Esto es el ABC. Si alguien te dice algo bueno de tu obra, piensas que es porque te quiere. Si te dice algo malo, piensas que tiene razón. Cuando la gente se acerca y te dice cosas bonitas, siento una gratitud total. Como si me estuvieran regalando algo.