Durante siglos, los relatos de viajes se han detenido en el tiempo para narrar historias de piratas y aventureros, conquistadores y peregrinos, trotamundos y aduladores que han dado la vuelta al mundo descubriendo países que ya estaban descubiertos y exagerando anécdotas que nunca ocurrieron.
[La novela que libera a las mujeres de sus cárceles]
Las narraciones de tierras lejanas y las descripciones de las culturas que se practicaban en ellas, así como las vivencias en primera persona de los protagonistas de sus textos, poco o nada tenían que ver con las memorias de las viajeras.
Más prudentes y sofisticadas, se introdujeron en lugares a los que estaba vetado el acceso al hombre y empatizaron con el entorno respetando, por encima de todo, las tradiciones de lugar. Las viajeras miraban con los ojos de otras mujeres y esto acercaba a las lectoras de medio mundo a conocer al resto de mujeres del otro medio.
El mundo es uno solo
En un artículo titulado Por qué viajar, una joven sueca nacida en Ginebra citó las palabras del maestro chino Chuang Tzou para explicar su intenso estilo de vida: "Si abordamos las cosas desde sus diferencias, incluso el hígado y el bazo son órganos tan alejados como las ciudades de Ch’u y Yueh. Si las abordamos por sus semejanzas, el mundo es uno solo".
Ella Maillart fue una mujer inquieta, una auténtica viajera del siglo XX, deportista, escritora y bohemia que hizo del movimiento constante su forma de vida y de la aventura el motor de su aprendizaje.
A los veinte años practicó la vela con su amiga Miette Saussure para, después, poder viajar a las islas griegas a bordo del velero Bonita y enrolarse como marinera trabajando los veranos en los yates británicos.
Su destreza en el mar le permitió representar a Suiza en los Juegos Olímpicos de 1924 y competir como esquiadora en cuatro campeonatos mundiales entre 1931 y 1934. "Si no navegaba o esquiaba, me sentía perdida, como si sólo viviera medias".
El debut de una escritora
Aunque fracasó en su sueño de convertirse en vagabunda de los mares, Ella Maillart partió rumbo a Moscú con un diccionario y 50 dólares que le regaló la viuda de Jack London para ver con sus propios ojos el desencadenante de la Revolución Rusa en la población.
Era el año 1929 y, seis meses más tarde y con la mochila llena de recursos, el editor Charles Fasquelle le pidió una crónica de su viaje. "Qué horror. Odio escribir", le respondió la joven. A lo que el editor replicó: "¡Qué gran oportunidad, entonces!".
Ella Maillart debutó con su libro Parmi la jeunesse russe, un informe fresco y espontáneo que se convirtió en un éxito de ventas en París y la consagró como de las cronistas de viajes más leídas de su época.
En 1932 comenzó su viaje por Turquestán y Kirguistán, escaló montañas de cinco mil metros, exploró las estepas de Asia Central y publico Turquestán Solo, sin embargo, su periplo más famoso estaba a punto de llegar de la mano del periodista Peter Fleming, un viajero que tuvo la suerte de encontrarse en el mismo camino que esta mujer.
Oasis prohibidos
En enero de 1935, el diario Le Petit Parisien envió a Ella Maillart a Manchukuo, un Estado fundado por los japoneses en China en 1932. Tras tropezar con la reciente escritora, Peter Fleming respondió a su propuesta de atravesar China con ella: "En efecto, por ahí regreso yo a Europa. Si lo desea, puede venir conmigo…". A lo que Maillart respondió: "Perdón, ese es mi itinerario y soy yo quien va a llevarle si me resulta ventajoso". En la crónica escrita por Fleming sobre este viaje mencionó a su fiel compañera de esta manera: "Ambos sabíamos que ella, por así decirlo, era el mejor hombre".
Para el viaje, Maillart se preparó con un rifle, una cámara de fotos Leica, papel para tomar notas, una visera con solapa, mermelada y salsa Worcesterhire. Juntos, atravesaron China de este a oeste para conocer los "Oasis Prohibidos" de Sinkiang, surcar las altiplanicies de Tsaidam, romper la franja meridional del desierto de Taklamakán, descansar en la cuenca del Tarim y, al llegar a Kashgar, sacar las últimas fuerzas para finalizar a travesía en Srinagar. Según el escritor Nicolas Bouvier, "ningún occidental lo ha recorrido después de que lo hicieran ellos".
Una mujer observadora
Antes de abandonar Xining, Maillart aprovechó su última oportunidad para que unas monjas austriacas le empastaran una muela y agradeció que le proporcionaran un cubo de agua caliente para realizar "una batida en toda regla contra los parásitos que turban mi sueño".
Ya en ruta, la escritora va describiendo los encuentros con niñas "que tienen el rostro del color del pan cocido" y mujeres que, vestidas con largas túnicas de lino, se acercan al campamento para ofrecerle "platos de madera llenos de leche cuajada y amarillentas galletas de maíz".
Cuando recalan en el oasis de Cherchen y las mujeres comprenden a qué sexo pertenece la persona que esconde debajo del bronceado y los pantalones, le piden crema para embellecer su rostro. "Tussun me trae una enorme rosa, llena de savia, cogida en el huerto vecino: se me llenan los ojos de lágrimas al ver que el mundo sabe producir tanta belleza".
La caravana peligra
La extrema pobreza de las tierras altas, la dureza del clima, la dificultad para encontrar animales que los transportaran y las cuadrillas de bandoleros que asaltaban el camino hacía del recorrido un tramo tan difícil que el Gobierno nunca pensó en cerrar ese paso. Día tras día, la existencia de la escritora transcurre según la inmutable regla de los siglos: la luz del sol.
La superación de los obstáculos endurece a la cuadrilla, mientras que las fuerzas se evaporan con el aliento de los animales. Maillart muestra abnegación hacia ellos despojándoles de peso, curando las heridas y alentándolos con palabras amorosas, no obstante, el corazón del lector que está leyendo sus andanzas se encoge cuando, finalmente, hay que sustituirlos.
A orillas del río Toruksai, "Slalom permanece inerte, con la cabeza gacha y los huesos de las caderas apuntando hacia el cielo. Hay que despedirse de él, de ese amigo en cuyos lomos he vivido tantas jornadas inolvidables. Le beso la nariz, llamo a Peter y parto, dejando a mis espaldas mi pequeño caballo, inmóvil en la soledad".
Viajar en un suspiro
La triunfal llegada a la civilización plaga de reflexiones la mente inquieta de Maillart. Cuando recoge sus pertenecías y analiza lo que queda de ellas, observa la realidad a través de una fría ventanilla: los mismos kilómetros que ha recorrido en siete meses a lomos de su asno, ahora los cubre en siete horas en un avión. "Ahí está la felicidad. Esa embriaguez que crea un instante de equilibrio entre un pasado que nos satisface y un porvenir inmediato, rico en promesas".
Después de conocer los detalles de su vida, la persona que aterriza entre las páginas de su libro Oasis perdidos descubre que la señora Maillart pertenece a la categoría de los viajeros que escriben y no de los escritores que viajan.
… y después, solo queda la noche
Maillart continúo viajando, viviendo y escribiendo apasionadamente. En 1939 llegó a la India cruzando Turquía, Irán y Afganistán a bordo de un Ford Roadster con su amiga, la escritora y filosofa Annemarie Schwarzenbach.
Sin embargo, esta travesía fue una de las más duras de su vida y fracasó en su estrategia de apartar a su compañera de su adicción a las drogas. De esta experiencia nació su libro El camino cruel, publicado en 1948, y dedicado a Schwarzenbach, ya fallecida, a la que se refiriere en el relato con el nombre de Cristina.
En 1946 regresó a Suiza para establecerse y poder dedicarse a lo que más le gustaba: ayudar a otras personas a que conocieran el mundo. "Planteaos siempre esta pregunta: ‘¿Quién soy?’, y en la búsqueda incansable sabréis que vosotros mismos sois la luz de la percepción". En 1997 murió en su casa Atchala como una viejecita entrañable que había dejado todo el trabajo hecho.