Según la nota del traductor Juan Cuartero Otal, Annemarie Schwarzenbach permaneció internada en la clínica Bellevue de Yverdon entre octubre de 1938 y febrero de 1939, lo que supuso un efímero periodo de calma en su atormentada vida.

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El resultado de estos meses fue la escritura íntima, meditada y profunda del libro El valle feliz. Para el crítico Charles Linsmayer, "estas fueron las mejores páginas escritas por Schwarzenbach", quien ya había se había coronado como una viajera resistente y una fotoperiodista de renombre. Pero, ¿Quién fue Annemarie Schwarzenbach y por qué su obra desprende esa fuerza tan seductora como vulnerable?

Vivir la vida

"Nuestra vida se parece a un viaje… y más que una aventura y una excursión a las regiones desconocidas, el viaje parece una imagen condensada de nuestra existencia".

Para la lectora que no esté familiarizada con los textos de Annemarie Schwarzenbach resulta desconcertante que la voz narrativa de su literatura no sea claramente la de una mujer, sino que a veces escriba como si fuera un hombre y otras parezca un ser fluctuante, etéreo y sin identidad propia.

La idea de que una mujer pudiera emanciparse y vivir libremente a principios del siglo XX fue gracias a la herencia de su acaudalada familia. Annemarie Schwarzenbach cursó sus estudios superiores y, con solo 21 años, se doctoró en Literatura e Historia por la Universidad de Zurich.

Durante la etapa escolar que compartió con sus compañeros, la mayoría se sintieron impresionados por esta joven alta, aristocrática, inteligente y de rostro angelical, mientras ella se enamoraba y desenamoraba de Erika Mann, la hija del famoso escritor Thomas Mann.

Dos genios literarios

El primer encuentro entre Thomas Mann y Annemarie Schwarzenbach está documentado en todas las biografías que se han escrito de la joven suiza, ya que describe a la perfección la turbación que causaba su fisionomía andrógina en las demás personas.

Cuando el escritor la vio por primera vez, le dijo: "Merkwürdig, wenn Sie ein Junge wären, dann müssten Sie doch als ungewöhnlich hübsch gelten" ("Qué extraño, si usted fuese un chico lo tendrían por extremadamente guapo").

Annemarie Schwarzenbach. Getty Images

Fue con Klaus Mann, hermano de Erika, con quien descubrió la vida bohemia de Berlín y viajó por Italia, Francia y Escandinavia antes de la llegada de los nazis al poder en el año 1933.

Fruto del primer contacto con el viaje, publicó su primera novela, Los amigos de Bernhard que, como anécdota, la editorial quiso impulsar cubriendo la portada con una camisa de papel estampada con la fotografía de perfil de la autora, la cual salía retratada con el pelo muy corto y aspecto masculino.

Abriéndose al mundo

Entre 1931 y 1938, Schwarzenbach se dedicó a viajar, viajar y viajar, escogiendo como destinos Afganistán, India, Turquía, Siria, Líbano, Palestina, Irak y Persia, haciendo de este último, su lugar de residencia predilecto.

Tantos en los artículos publicados por el reconocido Zürcher Illustrierte como en los textos de su diario personal se percibía como la escritora buscaba la parte más primitiva del lugar otorgándole prioridad a los yacimientos arqueológicos, las expediciones a la antigua Babilonia y los encuentros con tribus nómadas, beduinos y personas que componían las caravanas del desierto.

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Cuando en una escapada se encontró con las mujeres kurdas de Afganistán las describió como fuertes y libres, en contraposición con las mujeres musulmanas, con las que no consiguió identificarse nunca.

El valle feliz

Annemarie supo mirar a través de los lugares hacia su interior, integró la literatura de no ficción en el mercado y, su vida, corta, pero intensa, siempre estuvo ligada a cuestiones existenciales aún no vigentes en su época.

Cuando recaló en el valle de Lahr, Persia (actual Irán), fusionó la experiencia que estaba viviendo con la realidad que padecía en su interior y se dejó llevar por el silencio y el vacío, la soledad y la alineación, agradeciéndole a la escritura que le diera fuerzas para sobrevivir.

"Si me quedo parada solo un instante para recuperar el aliento, lo primero que noto es el sonido de mi propio corazón latiendo con rapidez". La narración recogida en esta pequeña joya con forma de libro recuerda el modo de escribir de la Antigüedad, la intención de plasmar la idea del viaje como si fuera la condena del errante, el deambular por un territorio desconocido buscando la epopeya del mismo desplazamiento para después aclamarse a ella como una triste obra de teatro con un final infeliz.

La búsqueda del 'yo'

Es fascinante como la escritora no concibe Oriente como algo extraño, sino todo lo contrario, más bien como la prolongación de su propio ser. "Habría que transformarse en un segmento del desierto, en un fragmento de montaña, en una franja de cielo vespertino. Habría que encomendarse al país y compenetrarse a él".

A ratos viajera irresponsable, a ratos mujer crítica con las imposiciones occidentales, Schwarzenbach encuentra en las tierras orientales un compromiso social que la empuja a buscar su felicidad individual. "Persia no es un destino, es una gran experiencia".

La obra de Schwarzenbach halló inspiración en su atormentada y casi siempre solitaria existencia, marcada por su adicción a la morfina, que la llevó, en varias ocasiones, a recalar en clínicas de desintoxicación.

Aunque se casó con el diplomático Claude Clarac, su condición homosexual la empujó a tener romances fugaces y a enamorarse de nuevo de la novelista estadounidense Carson McCullers.

Se apaga la estrella

Annemarie Schwarzenbach nació en Zúrich en 1908 y murió en el mismo lugar con solo 34 años de edad. A pesar de sus numerosos y extensos viajes, siempre volvió a su Suiza natal y en sus libros de viajes mencionó la añoranza que sentía por el paisaje patrio de los Alpes suizos.

Fue un icono de la época de entreguerras, llevo una vida intensa y errante, y fue una mujer apasionada que destacó por su estilo reflexivo y lírico, por su atención a las cuestiones de identidad, libertad y sugestión.

Su idea de la felicidad, la ausencia de tensión y el viaje como piedra angular para liberar la angustia le hicieron publicar más de 20 títulos entre novelas, libros de viaje, poesía, ensayos y relatos. Aunque desgraciadamente, como detalla y explica la escritora Patricia Almarcegui, tras su muerte, su madre y su abuela materna quemaron una gran parte de sus manuscritos. "Dos mujeres que intentaron borrar las huellas de otra mujer".

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"No han cambiado desde mi niñez: los mismos anhelos, las mismas dudas. Pero ahora estoy prevenida. Hubo un tiempo en que todos los caminos estaban abiertos. ¿Y como es que no me conformé con eso? ¿Por qué me empeñé con tanta obstinación en dar rodeos, en seguir caminos equivocados? Todos acabaron aquí arriba, en este 'Valle feliz' del cual ya no podemos salir".