Vivimos una época en la que se están derribando muchos tabúes, y hablar abiertamente de las enfermedades mentales es uno de ellos.
Sin embargo, se necesita de mucha valentía, sobre todo cuando eres una afamada actriz, con casi seis décadas de carrera, protagonista de películas de culto como Bonnie & Clyde, Network, Chinatown o la muy polémica Queridísima Mamá.
Faye Dunaway se plantó frente a una cámara para referirse a su trastorno bipolar en el exhaustivo documental Faye, dirigido por Laurent Bouzereau, (que se puede ver a través de la plataforma Max), el cual tuvo premier mundial en el Festival de Cannes.
El día después del estreno, Dunaway recibe en una suite del Hotel Marriott en Cannes. Sentada de espaldas a la gama de azules de la Riviera francesa, pide correr un poco la cortina a su izquierda. "La luz es muy fuerte", explica, y agradece a la persona que ha atendido su demanda.
"Se trata de un documental sobre mi vida y sobre mí, consideré que era importante hablar al respecto, pero también para llegar a otras personas que puedan compartir los desequilibrios que yo he experimentado", argumentaba la actriz de 83 años.
"Cuando entendí más sobre mis desequilibrios, sobre esta cosa maniaca depresiva, que estaba afectando mi comportamiento, me alegré mucho de saberlo, necesitaba una explicación", ahonda.
Dunaway, quien en Faye también habla honestamente de su superado alcoholismo, le da mucha importancia al hecho de poder "controlar mi comportamiento externo que de cierta manera fue malinterpretado, pero tal como lo digo en el documental, yo sigo siendo responsable de mis acciones, y sé que no excusa el dolor que haya causado en otras personas".
En Hollywood, el estigma de 'la mujer difícil' sigue vivo. Dunaway en su época consiguió superarlo, logró que no la metieran en la lista negra que muchas veces se armaban por otras razones, sobre todo la engrosaban las actrices que plantaban cara a las exigencias y abusos de directores y de los estudios cinematográficos. Faye no lo niega, tenía fama de explosiva.
"Fue bueno saberlo", se refiere a su diagnóstico de bipolaridad, "y luego tratar de encontrar una manera de afrontarlo, de controlar cualquier impulso que estuviera teniendo, de medicarme, y obtener la ayuda necesaria para entender mejor lo que me estaba sucediendo. Eso ha sido apenas una parte de mi proceso y de mi evolución hacia lo que soy hoy".
La mayor ambición de Faye
Dorothy Faye Dunaway, creció en Bascom (Florida) para luego emprender su camino hacia Nueva York con la intención de conquistar los escenarios. En Faye abundan las fotos, los recuerdos de todo tipo, fragmentos de películas.
A veces el repaso de vida lo hace junto a su hijo Liam O’Neill (adoptado a las tres semanas de nacido cuando la actriz estaba casada con el fotógrafo Terry O’Neill), otras lo hace sola frente a la cámara, con el director Laurent Bouzereau como interlocutor.
Precisamente una foto en particular sale a colación en esta entrevista.
La instantánea en blanco y negro muestra a la adolescente aspirante a actriz en un montaje de Medea. Sobre los recuerdos que tiene de sí misma viendo esa fotografía y de si ya en ese momento al menos soñaba con convertirse en una estrella cinematográfica, antes de responder se ríe de buena gana.
"Era muy joven… ¡¿qué demonios sabía yo sobre Medea a esa edad?! Ni imaginaba qué tan lejos iba a llegar, aunque no pensaba mucho en eso, sabía exactamente lo que quería hacer con mi vida, con mi trabajo, así que era consciente, sencillamente seguí mis impulsos, y a medida que avanzaba se hizo cada vez más claro lo que tenía que hacer para lograrlo".
Que cómo hizo para que su ambición de ser actriz no fuera mancillada, reflexiona unos segundos antes de responder.
"No me importaba que me vieran como ambiciosa, supongo que a mi deseo de convertirme en actriz se le puede llamar ambición, pero no lo oculté. Quizás mi deseo dio lugar a la ambición… solo quería hacer lo que me había propuesto, simplemente seguí adelante", afirma.
En su evolución hacia la gran estrella cinematográfica en la que se convirtió, Dunaway dejó de ser Dorothy para ser más Faye.
"Dorothy todavía está ahí en alguna parte", sentencia sonriendo, "siempre he sentido dentro de mi que soy Dorothy y Faye, pero he sido consciente de que Faye es la persona pública, la actriz, la que pongo allí afuera en el mundo".
Ante la pregunta de por qué decidió ocultar su 'yo' real, admite que el mismo pertenece a su intimidad. Sin embargo, "mi 'yo' real alimenta lo público, lo nutre, pero Faye Dunaway es diferente, podría decir que es un caparazón, como una concha hecha para el espectáculo. Así es como funciona", afirma.
Sigamos bailando
Justo otra fotografía, que luego se convertiría en icónica, inicia el documental. Tomada en 1977 en la piscina solitaria del Beverly Hills Hotel, Faye ataviada con una bata de satín rosa pálido, sandalias de tacón, en el suelo un desorden de periódicos del día, sobre la mesa una bandeja con un servicio de té, y flamante el Oscar dorado que ella mira desparramada en una silla a su lado.
Esta imagen está inspirada en la canción Is That All There Is, de Peggy Lee, según cuenta Faye en el documental, cuya letra le va de perlas. Y cuando todo terminó/ me dije a mí misma/ ¿Eso es todo lo que hay en un incendio? (…) Entonces sigamos bailando/ saquemos la bebida y pasemos un buen rato…
La perfecta puesta en escena fue orquestada por Terry O’Neill en tan solo 10 minutos, en plena resaca de la gala de los Oscar cuando Dunaway ganó una estatuilla por su protagónico en Un mundo implacable (en original Network, de Sidney Lumet), era la tercera vez que la nominaban.
En esta película, que ponía al descubierto la lucha despiadada y desprovista de ética de las cadenas de televisión para lograr más audiencia, Faye interpreta a Diana Christensen, una productora en ascenso obsesionada con alcanzar sus objetivos.
Aunque en esta entrevista confesaba ser bastante selectiva a la hora de escoger sus roles, guiada además por sus gustos, en el caso de Un mundo implacable se trató de un empeño personal.
"Hubo gente que se opuso a que yo interpretara ese papel, pero quería hacerlo porque consideraba que era muy importante, sobre todo por el momento en que vivíamos", se remite a las secuelas producidas por el escándalo Watergate y la guerra de Vietnam. Ese ambiente enrarecido permea Un mundo implacable.
En esa habitación climatizada, dice que siente frío y le traen una manta que se pone en el regazo. "¡Perfecto!", exclama y retoma el hilo de la conversación para rememorar otro emblemático rol, el de la maleante Bonnie, en Bonnie & Clyde (1967).
En Faye, la actriz cuenta que Warren Beatty, más en calidad de productor que de protagonista, no estaba muy convencido de la elección del director Arthur Penn para el rol de Bonnie, pero Penn amenazó con abandonar el proyecto si no se fichaba a Faye Dunaway como coprotagonista.
La historia sobre una pareja de delincuentes que fungía de justicieros durante la época de la Gran Depresión en EE. UU., no solamente se convertiría en una película de culto, sino también marcaría un cambio significativo en la industria cinematográfica estadounidense.
Aunque no estaba consciente de esa transformación que se estaba produciendo en la industria, Faye sí recuerda el inesperado éxito del filme. "Reconocí que estábamos haciendo una buena película cuando vi las escenas que rodamos", relata, "el material en bruto nos dio a todos esa impresión; sin embargo, nos sorprendió la reacción en general".
Tomando en cuenta la madera de la que está construida Bonnie, hacemos un puente con la fuerza de los roles femeninos en el cine. Aunque dice que no está muy subida al tren de las luchas feministas actuales y del movimiento #MeToo, dice apreciar esas batallas y los cambios que se están produciendo. "Es algo positivo y correcto, aunque yo no participo de forma activa como lo hacen muchas de mis colegas".
Pero un momento, señora Dunaway, tanto su carrera como sus roles han ayudado al movimiento. Faye sonríe y asiente. "Interpretar ese tipo de personajes: la mujer independiente, la mujer que tiene una vida propia… son roles muy afines al movimiento actual, por lo que puedo decir que a través de mi trabajo, indirectamente he formado parte del movimiento".
Las enemistades y la fama
A estas alturas de la vida, y después de todo lo que ha descubierto sobre su salud mental, Faye Dunaway no niega ninguna de las etiquetas que le pusieron en el pasado: complicada, conflictiva, explosiva, difícil. Este aspecto es abordado ampliamente en el documental.
Hasta se rescata una entrevista con Bette Davis en el programa de Johnny Carson en el que sin pensarlo mucho la diva menciona el nombre de Faye cuando el presentador le pregunta por algún o alguna colega que no aguanta y con quien nunca más desearía trabajar.
"Habíamos hecho juntas un programa de televisión [La desaparición de Aimee, 1976] y no nos llevamos bien, son cosas que pasan,", relata Dunaway, "realmente no sentí nada en particular por sus declaraciones, si bien no tuvimos una buena relación, lamento que lo haya expresado de esa manera, he de decir que no fui la única que tuvo una experiencia similar con Bette Davis, hubo otras actrices como Tullulah Bankhead y Joan Crawford…", saca las garras de una manera bastante elegante y se sonríe.
Las anécdotas de todo tipo – excepto aquella noche de la entrega de los Oscar junto a Warren Beatty...- abundan tanto en el documental como durante esta media hora de entrevista.
Sobre Chinatown cuenta que las bofetadas que le propinó Jack Nicholson – a quien dice adorar - fueron verdaderas, que Roman Polanski era una buen director pero tenía lo suyo y que hubo muchas tensiones durante el rodaje de esa película que causó sensación en su momento y que cumple 50 años.
Cuando se le pegunta si se sintió de alguna manera desprotegida en ese y otros rodajes, reflexiona, dice estar consciente de que aquellos eran otros tiempos.
"En la producción de una película hay mucho en juego, cada minuto es tan caro y se producen tensiones", intenta fundamentar sobre todo los exabruptos de Polanski que en aquel momento ella no aceptó pero "dejé reposar por un momento, y no, no expulsé una retahíla de palabrotas como se viene contando desde entonces", se propone a desmitificar una leyenda y se ríe.
Sobre su tendencia al perfeccionismo podría hacer un manual, de hecho en el documental y en su libro Looking for Gatsby (publicado en 1998) se explaya. "Parte del oficio es ser perfeccionista, tienes que hacer lo mejor que puedas, prestar atención a cada detalle y darle importancia, ser meticulosa, lo cual hace que todo funcione", explicaba con sabiduría en esta entrevista, "eso lo aprendí de mis profesores que me ayudaron a medida que crecía en esta profesión".
No está muy segura de cómo hubiera afectado su trabajo actoral el haber conocido antes su diagnóstico. "No sé si hubiera empañado mis interpretaciones", reflexiona, aunque está consciente de que sí ayudó a ahondar en sus personajes debido al alcance emocional. "Es una mezcla de todo, no lo quieres tener en tu vida [la bipolaridad], pero en mi mundo, que es la actuación, necesitas los altibajos y esa complejidad intermedia".
Asimismo, otras actrices como Kim Novak, Catherine Zeta-Jones, Carrie Fisher, Rene Russo, Linda Hamilton o Demi Lovato, han declarado sufrir del bipolaridad. Lo cual ayuda tanto despojarlo de estigma como a derribar la etiqueta de 'la mujer difícil'.
"Como actriz usas las emociones, por eso pienso que en mi caso el trastorno bipolar ha sido tanto una bendición como una maldición", se sincera, "es bueno controlarlo pero también comprenderlo, sobre todo lograr que tu comportamiento se ajuste más en las interacciones con otras personas. Eso he aprendido".
Que no sabe si aún disfruta actuar, que ahora mismo está focalizada en otras cosas, concretamente en su vida familiar, en su nieto, "pero vamos a ver qué puede pasar…", le pone misterio a la frase.
Rescatamos del documental una de las tantas reflexiones, esta en particular se refiere a la evolución de Faye Dunaway como una persona normal que quería ser famosa y ahora en edad avanzada, con todo lo vivido, es una celebridad que ansía ser normal. Escucha sonriendo la cita.
Pero ¿qué es lo que no le gusta de la fama? "Bueno, odio todo…" se carcajea y se anima a explicar su aversión. "Aprecio mi privacidad y trato de conservar mi esfera privada. A veces la fama es como el champán burbujeante, es bonita, interesante pero a la vez es un poco peligrosa y tienes que procurar no dejarte llevar", se deja sentir la voz de la sabiduría y la experiencia.
Que si durante tantos años siendo famosa, ¿acaso hubo un tiempo en que lo disfrutó?, "¡Oh, sí, ahora que me acuerdo, de hecho sí lo hice...", responde en tono jocoso. Faye Dunaway vuelve a reír.