En Málaga hay unos emblemáticos grandes almacenes que se presentan como dos edificios conectados por el sótano, una ruta que acostumbraba a tomar por dos razones.

Primera, porque la escalera mecánica que une ambas plantas colinda en su parte de arriba con la librería, y segunda, porque la parte de abajo lo hace con la zona hogar, concretamente, con las vajillas y la cubertería.

Jamás lo sospeché, pero este trayecto de apenas treinta segundos sería el germen de La dama de La Cartuja

Los lectores y las lectoras no siempre retenemos el nombre del autor o la autora de un libro, igual que el de los artífices de las canciones o de los cuadros. La obra es lo importante, faltaría más. 

Sin embargo, este viajecito por la librería, hojeando novelas bien marcadas tanto con sus nombres como el de sus padres y madres, contrastaba con mi siguiente destino, repleto de creaciones de cerámica con la capacidad de atrapar la mirada, pero cuyos creadores eran completos desconocidos. 

Inma Aguilera, autora del libro. Cedida

La Cartuja, Sevilla, 1841, leía a menudo en su reverso, cuando mis manos no podían contener las ganas de tocar aquellos objetos con preciosas ilustraciones rosas, verdes o azules. 

"Sí, pero ¿quién? ¿Quién fue la persona que te ideó?". Tuvo que ser alguien. Y de seguro la loza me respondió, pero yo todavía no sabía escucharla.

En 2016 gané el Premio de Novela Ateneo Joven de Sevilla, y la ciudad se me presentó como un lugar más emocional que físico, donde los sueños podían cumplirse. 

Años después retuve esa sensación, mientras luchaba por mantenerme como narradora de historias, convencida de que, algún día, escribiría algo que agradeciese a Sevilla todo lo que ese día me dio.

Mis tanteos con la novela histórica me acabaron conduciendo a la Sevilla del siglo XIX, mi época predilecta, y, por tanto, al nacimiento de la fábrica de La Cartuja y a sus primeras décadas de consolidación. 

Conocí a don Carlos, y conecté con él. Charles Pickman tampoco era de Sevilla, pero se enamoró igualmente de ella. Se trasladó joven de Liverpool a nuestro país como comerciante de cerámica, y la ciudad le acogió con tan buenos frutos que se pasó el resto de su vida intentando devolver su gratitud.

Luego descubrí el mundo que albergó durante más de un siglo el Monasterio de Santa María de las Cuevas. Un mundo de polvo blanco, barbotina, bizcocho o loza, dependiendo de su fase de realización. Y por fin los encontré. A sus autores y autoras. 

Como todo proceso en serie, son muchas las manos que intervienen en cada pieza de La Cartuja, pero me llamó la atención descubrir la cantidad de mujeres operarias dedicadas a colocar las calcas de los dibujos, frente a las pocas que los diseñaban.

Don Carlos deseaba que sus trabajadores fuesen sevillanos, principalmente de Triana, por su tradición cerámica. Sin embargo, al principio trajo a muchos británicos de la loza de Staffordshire para instruirlos, y casi todos los ilustradores eran hombres burgueses con formación de escuela.

En La dama de La Cartuja encontrarás este contraste, y las frustraciones o satisfacciones de sus distintas épocas como institución. Por ejemplo, cuando don Carlos apostó por los diseños de temática local, o su orgullo respecto a las manos femeninas, a las que fue dando puestos de mayor importancia.

'La Dama de la Cartuja'. Cedida

Es un hecho que, en 1862, don Carlos llegó a obsequiar a la reina Isabel II con una vajilla propia, y que Amadeo I de Saboya le hizo marqués en 1873, de ahí que en esta novela me permitiera algunas concesiones curiosas, como engendrar a tres protagonistas que no te dejarán indiferente. Ni a ti, ni a los Pickman.

En 1902, conocerás a Trinidad, una chica británica que llega a Sevilla con el objetivo de resolver un misterio familiar en torno a un objeto muy valioso para ella.

En 1871, encontrarás a Macarena, una artista trianera con temperamento de Miura, tan talentosa para la cerámica como para las noches de tablao.

Y en 1850, Felisa te enseñará a ver el mundo de otra manera, más prudente pero no por ello conformista, dispuesta a lo necesario para explotar como artesana y como mujer.

Ninguna de las tres es exactamente quien cree ser, y todas guardan un importante nexo en común: La Cartuja de Sevilla. Por eso esta historia habla de identidad y de herencia, con muchos enigmas por desentrañar entre todos los personajes.

Y todo esto empezó, como te cuento, en un edificio que parecen dos por fuera, igual que el taller Montalván de la calle Alfarería de Triana, donde se ubican mis tres damas. Tal vez, por no decir seguro, porque los sueños suelen cumplirse en los lugares y momentos que menos sospechamos.

Tal vez la loza me lo dijo el primer día que se lo pregunté. Que detrás de cada pieza hay una historia que merece ser contada y escuchada. Por una malagueña enamorada de Sevilla o por alguien que la haya recibido de un ser querido. 

Tal vez esta historia te ayude a entender también el lenguaje de la cerámica, para que sean tus piezas de La Cartuja las que te cuenten su propia historia. Sin duda, apasionante.

Solo tal vez. Pero, ey, quizás ese tal vez sea un seguro.