En pleno siglo XXI, maquillarse, ver una película o celebrar el cumpleaños de una amiga sigue siendo un privilegio para las afganas. Desde que los talibanes tomaran el poder en agosto de 2021, el horrible 'reinado del terror' parece estar repitiéndose y, este jueves 15, se cumplen tres años de infierno para todas ellas.
Durante este tiempo, los edictos impuestos por el yugo talibán para mermar los derechos de las mujeres no han cesado. A día de hoy, la integridad, dignidad y seguridad de las afganas corren peligro, y sus necesidades básicas no están cubiertas a pesar de la ayuda internacional.
Ante esta oleada de prohibiciones, las protestas tampoco se permiten, por lo que las mujeres afganas están, literalmente, silenciadas: no pueden hablar con un hombre que no sea su padre o marido, ni reír en público, y tampoco se les permite manifestarse. Entonces, ¿cómo viven (o más bien sobreviven)? ¿Por qué tanto odio? ¿Aún quedan valientes que se atrevan a protestar? ¿A qué castigos se exponen?
La situación empeora
"Hace tres años, todo el mundo estaba mirando una toma de poder transmitida en directo. Ahora, mientras la atención mundial parece girar hacia otros lugares, los horrores no han cesado para las mujeres y niñas afganas, ni tampoco su convicción de que deben hacer frente a la represión", ha declarado Alison Davidian, la directora de ONU Mujeres en Afganistán.
Davidian tiene razón: no solo no ha mejorado la situación, sino que ha empeorado considerablemente en tan solo tres años. A día de hoy, el país está sumido en la pobreza extrema, su economía tiene 'crecimiento cero' y la ayuda internacional es fundamental para muchas de las personas que allí viven, sobre todo mujeres y niñas.
Además, en este tiempo han sufrido una pérdida progresiva de las libertades y los derechos. Las normativas talibanes se han ido recrudeciendo con el paso de los años hasta llegar a límites insospechados. Prueba de ello, es el regreso del burka: aunque algunas mujeres ya lo usaran por imposición o por tradición, vuelve a ser obligatorio por ley.
Según un informe de ONU Mujeres, el 96% de las mujeres afganas siente que no puede confiar en nadie por miedo a ser denunciadas; y el 98% cree que no tiene influencia en la toma de decisiones. Esto afecta de manera directa a su salud mental, entre otros ámbitos. De hecho, dos de cada tres mujeres lo admiten: su salud mental ha empeorado considerablemente. Y el 8% conocen al menos a una mujer o niña que se han intentado suicidar.
El futuro no pinta mucho mejor para las afganas. Si los talibanes persisten en el poder, se calcula que el embarazo precoz aumentará un 45%, y el riesgo de mortalidad materna será de un 50% en el año 2026. Todo esto se traduce en mayor presión social para las mujeres, que ya tienen que aguantar multitud de vejaciones y prohibiciones.
Prohibido, por ser mujer
Sería prácticamente imposible hacer una lista de todas las prohibiciones a las que las afganas tienen que hacer frente en su día a día. De manera oficial, son casi treinta normativas las que afectan a todos los ámbitos de la vida y que fueron expedidas en 50 edictos talibanes. Sin embargo, en la práctica, son solo el comienzo, pues las vejaciones no cesan. La Asociación Revolucionaria de las Mujeres de Afganistán (RAWA) resume algunas de las más restrictivas y sorprendentes, como la prohibición de participar en la vida pública.
Tanto es así que no pueden salir de casa solas o con un hombre que no sea su marido, hermano o padre. Y, cuando decimos participar, nos referimos a que no pueden hablar, reírse en público, reunirse para celebraciones, ni por supuesto salir en televisiones o radios. Además, dentro de sus propias casas, no se les permite asomarse a las terrazas o ventanas, pues las mujeres no pueden ser vistas por los hombres. De hecho, las ventanas deben ser opacas.
En cuanto a sus derechos básicos, las afganas no pueden trabajar si no es en el hogar o en hospitales, pues las mujeres y niñas solo deben ser atendidas por una sanitaria y nunca por un médico varón. Esto hace que el acceso a la sanidad sea prácticamente imposible para la mayoría de ellas.
Tampoco tienen la posibilidad de ir al colegio, universidad o cualquier otra institución educativa, pues no tienen derecho a la educación. Y, en el caso de que tuvieran relaciones sexuales fuera del matrimonio, las afganas deberán ser lapidadas, según la sharía talibán. Además, tampoco pueden conducir, y el transporte público está segregado entre hombres y mujeres; publicar fotografías de su imagen, ver películas o escuchar música.
Respecto a su aspecto físico, están obligadas a tapar todas las partes de su cuerpo, incluso su rostro. Si no fuera así, correrían peligro de sufrir una paliza, azotes u otros abusos. Los tacones y los cosméticos también están prohibidos para ellas. De hecho, en el anterior periodo talibán (que tuvo lugar de 1996 a 2001) se supo que, a algunas mujeres que llevaban las uñas pintadas, se les amputaron los dedos como castigo.
Kimia Yousofi, atleta afgana no reconocida por su país: "Solo quiero representar al pueblo afgano. Las niñas y mujeres quieren derechos básicos"
Por último, los talibanes consideran que el deporte tampoco es para ellas, por lo que también lo han prohibido. Sin embargo, en los recientes Juegos Olímpicos de París 2024, se colaron cuatro refugiadas afganas que hicieron historia, y no solo por su faceta como deportistas. Una de ellas fue Manizha Talash, quien compitió en la modalidad de break dance y, además, lo hizo con una capa en la que se podía leer: "Mujeres afganas libres". Otra de ellas fue Kimia Yousofi, que también aprovechó para reivindicar los derechos de sus compatriotas. Ambas han desafiado al régimen con su influencia.
Coraje y valentía para protestar
La opresión de los talibanes ha dado lugar a diferentes movimientos de resistencia pacíficos, que por supuesto han tenido consecuencias. Las mujeres que se han atrevido a protestar han sido víctimas de palizas y descargas eléctricas con pistolas paralizantes, incluso algunas asesinadas, secuestradas o envenenadas por el régimen. Otras todavía intentan salir del país.
En este sentido, Katharina Miller, mujer española que organizó el rescate de 100 afganas y sus familias, explica en conversación con Magas: "Todas las mujeres a las que yo evacué eran activistas o habían trabajado por los derechos de las mujeres antes de que llegaran los talibanes. Había fiscales, juezas... y todas corrían un grave peligro". Y añade: "Tres años después, todavía hay muchas miles de personas en Afganistán que quieren salir del país y no pueden. Solo les queda resistir".
Entre tantas mujeres y niñas, un claro ejemplo de resistencia es el de Manizha Seddiqi, miembro del Movimiento Espontáneo de Mujeres Afganas y defensora de los derechos humanos que fue sometida a desaparición forzada y localizada cuatro semanas después bajo custodia de los talibanes en una cárcel. Gracias a una recogida de firmas de Amnistía Internacional en la que participaron 3.631 personas, entre otras propuestas, fue puesta en libertad.
Otras no tuvieron la misma suerte. Es el caso de Freshta Kohistani, que fue asesinada al noroeste de Afganistán a finales de 2020, antes de que los talibanes tomaran el poder; al igual que a Malala Maiwand, una presentadora de televisión muy influyente en el país, que murió con tan solo 26 años. "La sostuve y murió en mis brazos", declaró su hermana mayor a la BBC.
"Tres años después de la llegada de los talibanes al poder, todavía me siguen surgiendo muchas preguntas, y cada vez más", afirma Katharina Miller. "¿Por qué ha sido posible que vuelvan los talibanes? ¿Por qué no os se han unido todos los afganos? No puede ser que dejen el país vacío de buena gente. Y el papel de Occidente, por supuesto, también me hace reflexionar: no hemos hecho bien las cosas", comenta. Sea como fuere y a pesar de todo ello, las mujeres siguen hoy en día desafiando a los talibanes desde la clandestinidad", explica.
La ayuda internacional
Ante esta situación, Naciones Unidas y otras entidades supranacionales siguen trabajando con diferentes organismos de seguridad y las autoridades de facto para tratar las violaciones de los derechos humanos, asegurar las libertades fundamentales, la protección de la población civil y los derechos de las personas detenidas. Todo esto, en un ambiente de crisis humanitaria y económica desesperada.
A 1 de julio de 2024, ningún país miembro de la ONU ha reconocido al gobierno talibán, aunque entre los estados cercanos sí se ha producido un acercamiento con el régimen. Actualmente, la asistencia internacional humanitaria y para necesidades básicas destinada a Afganistán supone unos 1.800 millones anuales, lo que asegura servicios públicos básicos como la salud o la distribución de asistencia alimentaria, según la Oficina de Información Diplomática del Ministro de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación.
Sin embargo, como se demostró el pasado mes de junio en la tercera ronda de conversaciones propuestas por las Naciones Unidas para buscar una solución en Afganistán, las mujeres de este país siguen sin estar presentes en las grandes negociaciones. "La exclusión de las voces de las afganas y la ausencia de debate sobre nuestros derechos humanos tan solo permiten a los talibanes oprimirnos con impunidad", expresaba en The Guardian la primera vicepresidenta del parlamento afgano, Fawzia Koofi.
Ante esta situación, la comunidad internacional todavía tiene mucho trabajo que hacer en la lucha por devolver a las afganas sus derechos y dignidad. Y eso es trabajo de todos.