Icíar Bollaín (Madrid, 1967) sabía lo que podía aportar la ficción en un caso real como este. Quería hacer sentir al espectador por lo que pasa el personaje de Nevenka Fernández, porque no tenía muy claro que comprendiera lo que es un acoso.

Y lo consigue. La película es también un alegato a la dignidad, a la valentía de denunciar. "Ella dice que hablar la salvó", explica la directora. 

Nevenka Fernández consiguió la primera condena a un político por acoso sexual en España cuando era concejala de Hacienda del Ayuntamiento de Ponferrada. Pero el precio por denunciar fue altísimo.

Tanto ella como sus padres tuvieron que 'exiliarse' de Ponferrada y ella además tuvo que emigrar al no encontrar trabajo en España. Si hay justicia poética, quizá este sea un caso.

Icíar Bollaín. Gtres

Desde hace unos años su figura se viene reivindicando: un libro, un documental, un premio del Ministerio de Igualdad, una placa con su nombre en una rotonda de Ponferrada que reza "Gracias por tu valentía", y ahora esta película.

Icíar Bollaín ha trabajado prácticamente con el mismo equipo técnico que en la magnífica Maixabel, también con Isa Campo de coguionista. En cuanto al reparto, Mireia Oriol hace de Nevenka Fernández y Urko Olazábal de alcalde prepotente y campechano que tanto ha abundado y quizá siga abundando por la geografía española.

Soy Nevenka se estrenará próximamente en la sección oficial del Festival de San Sebastián. Ahí recogerá el premio Donosti un exultante Pedro Almodóvar tras ganar el León de Oro en Venecia. Son las 4 de la tarde, viernes.

Icíar Bollaín aguanta con estoicismo una sesión maratoniana de entrevistas. En un reservado de la librería 8 ½ un periodista está terminando de entrevistarla. Soy la tercera y le quedan unas siete entrevistas por delante.

Entre uno y otro se levanta y estira las piernas. Saluda sonriente, pregunta de qué medio vengo. Es simpática, natural, sin ínfulas. Presionada por el tiempo, o más bien la compresión de este, le aviso de que empiezo sin preámbulos. “Dispara”, contesta.

De Víctor Érice a Ken Loach. Del cine como expresión artística al cine como denuncia social… ¿Qué ha cogido de uno y de otro?

Érice me puso en el cine, si no es por él no creo que estuviera aquí sentada contigo. Tenía 15 años. Fue después, en otros rodajes como actriz, incluso cuando he trabajado con niños o con adolescentes, con actores no profesionales, que rebobinaba y me preguntaba cómo hacía para que estuviéramos tan cómodos y naturales. Luego, de adulta, sus películas me parecen preciosas. Hace poesía visual.

En Soy Nevenka y en otras películas suyas después de un rato de acción hay unos momentos de calma, un paisaje, una figura andando, un poco de silencio…

Hay una gramática en las imágenes que es como un punto y seguido o un punto y aparte. Eso más que de Érice, que también lo hace mucho, lo he aprendido de documentales. El documental tiene que expresar con la imagen muchas cosas.

Como también soy guionista te empeñas en que digan y hagan. A lo mejor el personaje en silencio o caminando cuenta más que un diálogo, sobre todo después de la acción. Al espectador le das un poco de espacio y puede reconectar con el personaje.

En la película, Nevenka Fernández está sola cuando aparece en exteriores.

Al principio no tanto. Hay una primera parte de la peli en la que ella está empoderada, contenta, es una mujer brillante, joven, que ha vuelto a Ponferrada de Madrid tras estudiar en el CEU, que está en Arthur Andersen y tiene toda la vida por delante. Pero, a medida que va entrando en ese túnel de acoso, se va quedando sola. Tienes que encontrar las imágenes que comuniquen cómo se siente el personaje.

¿Qué le llamó más la atención de la historia cuando le propusieron los productores el encargo?

La recordaba, pero no la tenía tan fresca y la revisé. Pensé que era una historia épica en cierto modo. Que esta chica casi sola, con el apoyo fundamental de muy pocas personas, le plantara cara, no al jefe, no al exnovio, sino al alcalde poderoso de una ciudad pequeña, es impresionante. Ese entorno con el que tenía que luchar, ella misma que se sentía culpable de lo que había pasado…

El sentido de culpabilidad es tremendo...

Es que es muy común sentirse responsable de lo que ha pasado. Es una gran historia. Luego pensé que era incluso más pertinente hoy porque yo no estoy muy segura de que entendamos lo que es un acoso. Nos cuesta entender por qué las víctimas no se van, por qué van a esa habitación, por qué suben a esa casa, por qué vuelven. Pasa un poco con el maltrato, cuesta entender por qué la situación se repite.

No es fácil retratar en imágenes el acoso, la ansiedad, el bloqueo y la soledad.

El acoso es además algo muy reiterativo, se alarga mucho en el tiempo y va a poquitos. Eso es difícil, porque en el cine repetir cosas es muy mala idea. El espectador enseguida dice ya lo he visto. Es muy difícil contar algo sutil como una broma, un comentario, un silencio, una mala cara, un quiebro… Ha sido un reto.

¿Cuando la historia es tan potente se corre el riesgo de que se coma la película?

Depende de dónde pongas el acento. Ya había un libro y un documental y yo tenía muy claro lo que aporta la ficción. Quería hacer sentir al espectador lo que va sintiendo ella, el acoso, pero también ese poder de la dignidad que al final la mueve a denunciar. Si tienes eso claro vas en esa dirección, pero no tienes garantía de que te salga bien. A lo mejor otro guionista hubiera tirado más por el juicio.

¿Recuerdas cuando salió el caso Nevenka en los medios?

Fue hace 23 años. Pensé que se trataba de una pelea dentro del partido y sí que me llegó una imagen de ella muy poco positiva, de cierta duda. En los medios se la cuestionaba, incluso había un cierto retrato de una mujer con ambición en el sentido negativo, un poco trepa, y desde luego no como víctima.

Urdaci lo llamó 'trifulca sentimental en Ponferrada'. Otra periodista se preguntaba cómo era posible si tenía estudios… La sociedad ha cambiado afortunadamente y la percepción de las víctimas es distinta.

Pero incluso ahora vosotros habéis rodado en Zamora en lugar de en Ponferrada. En esta localidad colocaron una placa en homenaje a Nevenka en una rotonda y apareció rociada de ácido.

En Ponferrada no nos dijeron que no podíamos rodar, pero tampoco que sí. Ahora hay un gobierno afín a Ismael Álvarez. Él tiene sus negocios. Fue sentenciado por acoso y ratificado por el Supremo, pero también gran parte de la población considera que fue un gran alcalde y muchos creen más su versión de que aquello no sucedió. Sigue teniendo mucho apoyo.

El precio de denunciar es altísimo. Nevenka ganó la batalla judicial, pero fue sometida a un juicio público y mediático. Ella y sus padres se tuvieron que 'exiliar' de Ponferrada y no consiguió trabajo en España.

Ella dice que hablar la salvó. Lo hizo por una cuestión de supervivencia; no podía vivir con eso. Luego su historia la ha trascendido, pero era una necesidad denunciar. Decimos muy alegremente que denuncien, pero hay que estar preparado. Es un camino muy duro y tortuoso como para hacerlo a la ligera. Que la gente tenga la idea de que las mujeres van a juicio falsamente… ¿Para qué? ¿Para exponerse a todo eso?

Nevenka fue a ver el montaje final con su abogado y su psicólogo. Rememorar todo eso debe de ser duro.

Vinieron en calidad de amigos, de personajes, en calidad de todo. Fue una proyección para ellos. Nos han ayudado a Isa Campo y a mí a escribir el guion. He tenido muchas conversaciones con Adolfo Barreda, el abogado, y con Antonio Bustos, el psicoanalista. Están en la película, son personajes, leyeron el guion cuando estuvo acabado por si tenían algo que decir sobre sus personajes.

¿Nevenka también colaboró?

Ayudó con las conversaciones, fue muy generosa, nos contó sus vivencias. Se expuso a que la conociéramos, le preguntáramos… Teníamos que conocerla, porque cuando tú recreas a una persona en pantalla necesitas que tenga relieve.

¿Cómo gestiona usted la presión de dirigir?

No lo sé. Intento dormir mucho. Si no puedo, me tomo una dormidina, algo que me bloquee 8 horas de sueño. Luego hago una vida de monja de clausura durante el rodaje. No ceno fuera, no salgo de birras. Nada. Lo único que hago es estar en la película. Requiere mucha energía.

Estás todo el día rodeado de gente, generando una armonía en el trabajo, pendiente de todo, de que no se te escape nada, y aun así llegas al montaje y dices (da un golpe en la mesa con la palma de la mano) "me cachis en la mar, se me escapó no sé qué…".

¿Hace un storyboard muy preciso o improvisa en el set?

No improviso. Un rodaje es una operación militar. Yo he trabajado como actriz con directores que llegaban al set y decían "a ver qué hacemos". Era otra generación. Ahora se rueda en menos tiempo. En la última película con el director de fotografía hemos hecho mucho trabajo previo. Yo hago dibujos, él ya usa fotos.

Icíar Bollaín. Gtres

¿Qué parte del proceso de una película disfruta más?

La escritura es muy bonita porque está todo por hacer, todavía puede ser cualquier película (se ríe). Luego ya es "esa". Me encanta la investigación, hablar con mucha gente. Es un trabajo casi periodístico. El rodaje tiene una adrenalina muy bonita. Pasan las cosas, están los actores…

El trabajo con ellos es fundamental, son los que aparecen en pantalla. Luego llega la paz del montaje, donde también te encuentras con decepciones. Lo que tú te habías imaginado no es y hay que saber arreglarlo… Cada parte tiene su atractivo.

Parece usted una persona muy equilibrada, ¿es apariencia o hay turbulencias interiores?

[Se ríe] No lo sé. Antes me angustiaba más, pero con la edad aprendes y te dices "chico, esto es lo que hay".

Lo decía por el tópico de la mente 'atormentada' del artista. No parece que usted luche consigo misma ni contra el entorno ni contra no se sabe qué.

Me obsesiono cuando estoy trabajando. Aparte, en el cine trabajamos a contrarreloj, incluso cuando te sientas en el montaje. Tienes que resolver todo lo mejor posible en un tiempo limitado.

Es una sensación constante de que solo tienes una oportunidad. No tengo fantasmas de creadora, vigilo no despistarme porque tengo esta oportunidad de meter el gol y luego se pasó. Si no lo metes, el espectador lo va a notar, le va a emocionar y convencer menos. Trabajo con intensidad, porque es ahora o nunca.

Está a una película cada 3 o 4 años. Ahora prepara la cuarta con su marido ¿puede adelantar algo?

Intento que sea menos, pero nunca lo consigo. No tengo la luz verde todavía, pero espero que sea en el 25. Si sale, será mi primera película en inglés.

Usted vive en Edimburgo. ¿Se ve volviendo a España o ya es totalmente escocesa?

No. De hecho, trabajo aquí. Paso mucho tiempo aquí. Mi familia está aquí, mis amigos, los más antiguos también. Yo no me veo de viejecita allí. Veo a la gente mayor bastante sola porque el clima no acompaña nada… Es una vida más recluida. Hace mucho frío. Yo me vendré para acá. Espero traérmelos a todos [se ríe].

¿Cómo va y viene, qué cambios aprecia aquí?

Tengo un lío porque estoy en los dos lados. Leo mucho la prensa. Veo que ha ido subiendo la crispación y el tono. Esto no ayuda a nadie. Todo está muy politizado. Allí se habla de política, pero menos, no está todo tan impregnado y desde luego no hay que andar surfeando temas.