Conocí a Mary McFadden en un cumpleaños de Cruz Sánchez De Lara en Nueva York. Ha fallecido a sus 85 años en su casa de Long Island. Era un octubre maduro en la gran manzana el día que la encontré. Llegamos casi al mismo tiempo, porque yo estaba dejando mi abrigo cuando sonó el timbre. Eran, exactamente, las ocho de la tarde. La puerta de aquel gran apartamento de la calle 57 se abrió y apareció puntual una mujer que parecía una escultura.

McFadden llevaba puesto uno de sus famosos vestidos plisados de inspiración helénica, uno de color piedra, y sobre él una chaqueta oscura con los ribetes dorados. Su rostro parecía kabuki.

Mary McFadden, en una foto de archivo. Getty Images

Sostenía un bolsito dorado cerrado con un sinnúmero de vueltas de una cuerda que terminaba en un pequeño agarrador de madera. Me sonrió y se me quedó mirando bajo su famosa melena recta. Extendió la mano izquierda.

- Mary McFadden—dijo simplemente.

La anfitriona, la coleccionista Luz Míriam Toro, atendía urgentemente a los invitados al cumpleaños, que llegábamos todos a la vez. McFadden esperaba en el zaguán sin dar muestras de ninguna prisa: una auténtica dama de Madison Avenue nunca se queja, si no está a gusto en un lugar, simplemente se volverá a casa.

Mary McFadden, en una fiesta celebrada en 1977. Getty Images

Por aquel entonces, McFadden vivía en un espectacular edificio construido por Solomon R. Guggenheim en la calle 72, cerca de Sotheby’s y del río, en el que era costumbre que todas las tardes entre las cinco y las ocho hubiera músicos tocando en el lobby una música de cámara, otra más de las excentricidades que este tipo de edificios únicos comparten.

- ¿Le apetecería una copa de vino? - preguntó un camarero a McFadden, una vez accedimos a la sala principal de aquel céntrico piso con mucho carácter y objetos preciosos.

- Una copa de agua -respondió, justo delante de una escultura precolombina.

Foto de archivo de la cena. null

Enseguida tuvimos una conexión. Comencé a escuchar su historia, la cual sigue fascinando a los medios más poderosos del mundo, que la intentan definir hoy, desde Vogue AméricaThe New York Times.

Para mí, McFadden era una 'arquéologa del diseño', como la describió una vez Harold Koda, porque tenía todo el conocimiento de los templos y las estatuas, los dioses y los monstruos.

Contó que había realizado más de cien viajes a la India y que conocía todos los países de mundo, a excepción de una única isla del Asia Pacífico. Para mí, McFadden era también una performance: mirando fijamente a los ojos, conjuraba a la antigüedad del presente, afilaba la conversación, trayendo a Manhattan todas las realidades que había conocido y por su rostro iban pasando todos los rostros imperturbables que había contemplado.

El autorretrato de McFadden 

En una ocasión, Diana Vreeland dijo que Mary McFadden era la mujer más elegante que había conocido. Jacqueline Kennedy Onassis llevó sus creaciones. Era la invitada más esperada a la Costume Institute Gala. Su cabello negro, perfectamente cuidado hasta el final de sus días, creó un estilo: se hizo su propia imagen y para algunos inspiró la mismísima estricta melena de Anna Wintour.

Mary MacFadden y Luz Miriam Toro null

Su padre había muerto en una avalancha de nieve en Aspen cuando ella era pequeña; su madre era concertista de piano, una mujer que se quedó viuda y se volvió a casar de nuevo, y McFadden tenía una gran relación con sus medio hermanos. "El vacío de no tener un padre trae otro tipo de fortaleza", afirmaría.

Aunque pertenecía a la jet set, trabajaría para Dior, para Vogue, viviría en África e India y crearía una firma de moda que sería definida por la revista icono de la moda como "abstracción romántica", siendo la primera mujer en presidir el Council of Fashion Designers de América.

McFadden y una modelo con sus famosos vestidos plisados. Getty Images

Su inspiración mayor eran las cariátides griegas. Sus creaciones de mobiliario, joyas y sus prendas —se la considera inventora de un tejido, el 'marii' que continuaba con los estudios de Fortuny— no eran un producto de costura sin más, sino una expresión de su personalidad. "Mi construcción es simple, plana, unidimensional. Me interesa limitar el volumen", afirmaría ella misma.

Enamorada del amor

No hablaba mucho de sus temas personales. Tuvo muchos matrimonios, y unos cuantos amores más, algunos de los cuales eran las anécdotas preferidas de la alta sociedad neoyorquina de los años 70 y 80.

"Se enamoraba con frecuencia", relata una de sus amigas. Del ejecutivo egipcio Philip Harari, su primer marido, a Vasilos Calitsis, probablemente su antepenúltima pareja, pasarían seis décadas, pero, como dicen sus amigas, "nunca se retiró del amor". Su hija había fallecido de cáncer recientemente, algo que había sido muy doloroso para ella, "eso la afectó mucho".

Mary McFadden, en 1972. Getty Images

Una exposición reciente la homenajeó este año en Drexel University. En uno de los retratos, aparecía fotografiada por Slim Aarons en 1976, sujetando unas enormes joyas redondas. Su poder visual era impresionante, e inquietante.

Sin embargo, cualquiera que la conociera diría que lo más impresionante de la presencia de Mary McFadden no era cómo iba vestida, ni sus joyas ni su maquillaje, ni su network, ni su vida sentimental, sino algo que podríamos denominar su ‘postura’: decía Capote de sus cisnes que cada mañana elaboraban cuidadosamente un autorretrato de sí mismas.

El recuerdo de sus amigas

"Si tuviera que quedarme con un recuerdo de ella", conversa Luz María Toro por teléfono tras su fallecimiento, "sería un día que salimos en Bombay a caminar por el mercado, ella iba con uno de sus trajes sublimes y arrastraba la falda, porque nunca, nunca la levantaba, y era literalmente como si estuviera barriendo las calles de Bombay. Yo se lo dije, pero no se inmutaba. Era como una reina, es de las imágenes que más me han sorprendido en mi vida, porque en un momento, caminaba por estas calles como si flotara, y las personas la miraban como si fuera realmente una encarnación divina", explica.

"Su ropa cae como la de las esculturas griegas, con esos pliegues que dibujan el cuerpo de la mujer. La conocí por primera vez en la casa de una cantante de ópera, y terminamos viajando juntas por Perú, la India, Salzburgo… ella hacía posible en India un festival y no dejó de asistir hasta este último año. Era una gran coleccionista y filántropa. Ahora que ya no podré verla, la recuerdo como una diosa más que como una persona de carne y hueso", relata.

Mary McFadden, en una foto de archivo. Getty Images

"Luego, ¿hay algo más elegante que la puntualidad?", pregunta retóricamente Luz María Toro. "En veinticinco años y más de doscientas citas nunca falló ni un minuto, era totalmente perfeccionista en el cumplimiento, ni un minuto antes ni uno después. Tal vez tengo que decir que una única vez no apareció en una comida, y cuando la llamé al día siguiente me respondió 'mi hermano falleció en una avioneta, ¿no has visto la televisión?'. Yo aprendí a ser tolerante y educada con Mary", explica Luz María Toro. "¡Nunca se quejaba de nada! Disfrutaba de todo, era muy observadora. Estar con ella era un regalo".

McFadden ha fallecido a sus 85 años en su casa de Nueva York. Su legado permanecerá. Para otro de sus grandes apoyos, Joan Olden, en exclusiva a este medio tras su muerte, "ella ha sido una parte extraordinaria de mi vida durante más de 50 años. Nuestro viaje juntas lleno de creatividad, colaboración y respeto mutuo ha sido uno de los grandes privilegios de mi vida. Es un honor para mí que me confíen el cuidado de su archivo respetando y dedicando su legado de visión, pasión e increíble talento".

Mary McFadden, en una foto de archivo. Getty Images

La última vez que la pude ver fue al final de aquella noche que la conocí, cuando la acompañé hasta el coche que la recogió en la puerta del cumpleaños. Cogida de mi brazo, se despidió de Cruz Sánchez de Lara y Pedro J. y bajó las cinco escaleras que separaban el inmenso rascacielos de la calzada. El conductor abrió la puerta.

Se inclinó suavemente y entró en su coche, despidiéndose por detrás del cristal con un gesto inextricable. Luego, miró al frente, y el coche se llevó su perfil por la Quinta avenida, uno de los últimos cisnes de la historia, por la Quinta Avenida, todo recto hacia el cielo.