Carolina y Ernesto, el dúo creativo sueco-sevillano que se rifan en el mundo del arte y la moda: “La belleza tiene que ser rentable”
“Nos invitan a todas las inauguraciones y eventos. La gente trajeada acaba sumándose a nosotros”
Hay pocos estudios con tanta luz natural en Madrid, pero seguro que hoy no hay ninguno tan colorido, alegre y centrífugo. Las prendas vuelan, cambian en un segundo, y ellos se mueven a la velocidad del rayo. En esta sesión, Carolina Verd salta y baila frente al objetivo del fotógrafo Esteban Palazuelos, mientras el diseñador Ernesto Naranjo prorrumpe en piropos: “¡Fijaos en ella, cómo controla su cuerpo, es increíble!”. La modelo y artista suecoespañola posa con las creaciones del diseñador de moda sevillano delante de sus propias pinturas, como si ella fuera una pincelada de color, sin dejar de exclamar, “¡me encanta este vestido!, ¿veis que cae como si fuera un trozo de lienzo?”.
Lo mismo que hacen Ernesto y Carolina con las telas, sobre el cuerpo o los bastidores, lo hacen con las anécdotas: las retuercen, las cambian de sitio, las combinan o las ponen en otra parte. Se inspiran mutuamente. Juegan. Son anabolismo y catabolismo. Tejen y destejen. No saben, por ejemplo, cuándo se conocieron, eso les divierte, y elucubran sobre cómo fue ese encuentro. Deciden solamente que fue un día soleado y que hablaron de un vestido con la forma de un rectángulo rojo.
Ella es bisnieta de un relevante pintor sueco y una familia de filántropos; él ha estudiado en St. Martins y ha trabajado con Galliano en París. Ahora, comparten transferencias. Para Ernesto Naranjo, su idilio creativo nació en la calle Limón mientras Carolina Verd hacía el fitting para su tercer desfile en Madrid, su colección 05. “Yo estaba buscando mujeres con personalidad, artistas que representaran mis colecciones, todas inspiradas en mujeres artistas del siglo XX, y apareció ella”, relata.
Para Carolina, se conocieron en una escena que parece sacada de una película de Tim Burton, quizás Alicia en el país de las maravillas. “Fuimos a una cafetería con una parte de atrás larguísima y dos tazas de té, donde me contaste el concepto de la geometría de los vestidos. La conexión fue a través de la joyera Catalina de Anglade. Yo era reticente a desfilar, pero me enamoré de tu visión”, dice. Ernesto sonríe: “Podría ser”.
Historia de la moda española
Lo único seguro de esta historia sin principio es que Carolina abrió el sonado desfile del diseñador en el patio del Conde Duque de Madrid en febrero de 2020, “con un vestido rojo que era un rectángulo y a raíz de ahí nos hicimos amigos y vimos que nuestros universos se acoplaban muy bien. Y comencé a hacer colaboraciones con ella y sus performances. Nuestra conexión es intuitiva y muy directa”, explica Naranjo.
Y añade más: “Con las telas, yo me ponía a jugar encima de ella, sin patrón, cosía el trozo sobre su cuerpo, y era un proceso muy vivo, algo que me ha gustado desde siempre. Ella se deja hacer, lo defiende todo mucho, es muy fácil y vive lo que lleva. Nunca he visto a Carolina con algo que la opacara. Y eso me inspira mucho. La moda tiene que ayudar a embellecer a la mujer, pero los vestidos deben ser cómodos y fáciles”.
Así comenzaron su colaboración creativa: él diseñaba el vestuario de sus performances y ella era la modelo de sus creaciones más arriesgadas. Instagram es una bitácora de esos ensueños. Dos años o más después, a menudo, cuando van caminando por la calle por el exclusivo barrio de la Moraleja, donde ella reside, muchas personas se les quedan mirando.
“No criticando ni frunciendo el ceño, se les abren los ojos. Carolina tiene la energía de mi madre [una prestigiosa catedrática de comunicación], así que estoy acostumbrado. Se pone lo que sea, le da igual lo que la gente piense de ella, tiene esa cosa fresca y desenfadada. Es una cosa del contexto como lo que sucedía con el artista de performance australiano Leigh Bowery: no es que quiera llamar la atención, es que es así”, admite Naranjo.
Ella responde. “Ahora nos invitan a todas las inauguraciones, y a todos los eventos que tienen que ver con arte y moda”. “De repente, miramos alrededor y hay mucha gente trajeada”, bromea, “pero luego esas inauguraciones se convierten en una fiesta y se nos termina sumando un grupo grande de gente”.
“No reivindicamos nada”, afirma él. “Somos felices. Colaboramos, creemos en la riqueza de la unión”, añade ella. Ernesto la observa atentamente durante toda la sesión, colocando la ropa sobre ella, como si la terminara in situ. “Carolina tiene una energía desbordante, yo soy más tranquilo, hacemos buen equilibrio por eso”, confiesa.
Ella explota en colores delante de sus propias pinturas, inspiradas en lienzos de la historia del arte: de El Bosco a Georgia O’Keeffe. Él viste de negro riguroso, todo su armario es negro.
“En Londres yo vestía con batas de seda y sombreros gigantes, porque el contexto me lo permitía. En este momento de mi vida, quiero que lo que hago llame mucho más la atención que lo que yo visto. Quiero exportar la creatividad más que importarla: cuando trabajé en Margiela, John Galliano nos quería a todos con batas blancas, para centrarnos en lo que estábamos haciendo. Ese es mi caso al usar el negro”, añade.
El florecer de Ernesto Naranjo
Hoy, Ernesto Naranjo es uno de los diseñadores españoles con más éxito. “Geometrías, telas, colores y transparencias: con eso crea una riqueza que nos deja sorprendidas”, resume Carolina Verd sobre su estilo. La arquitectura no era su camino, y se dio cuenta pronto, pero su gusto por la geometría quedó en sus creaciones.
Llegó a España a finales de 2018, después de pasar por Sevilla, aunque ya desfilaba en la capital. Luego, después de la pandemia, se trasladó a Madrid. Venía de París, de trabajar en el corazón de la moda, haciendo alta costura con Galliano en Maison Margiela, y de estudiar en la prestigiosa St. Martins londinense tras recibir la beca Alexander McQueen.
Nacido en un estimulante entorno, “he vivido en una casa muy matriarcal. Entre mi madre, sus hermanas y mi abuela conocían la fiesta de vestirse, sin tener miedo, celebrando. Siempre ha habido mucha bisutería y complementos, recuerdo desde pequeño ver cómo ellas estaban en ropa interior, jugando, quitándose la ropa y vistiéndose juntas y eso me ha ayudado a ser como soy”.
Y relata una anécdota de su obsesión con la caída de los tejidos. “Según mi madre, cuando era pequeño y aún no sabía ni hablar, cogía una toalla, un paño o cualquier elemento textil. En vez de ponérmelo como una capa de Superman o superhéroe, lo que hacía era tirarla al aire y me quedaba embobado viendo cómo caía esa tela desde el techo y contándolo”.
“Yo no tenía referencias de nadie que haga moda a mi alrededor”, explica Naranjo, “soy de un pueblo de Sevilla, mi padre es empresario, mi madre periodista, he visto mucha moda en mi casa, pero no sabía que me pudiera dedicar a eso, haciendo lo que me gustaba. Fue cuando fuimos a elegir el vestido de novia de mi tía cuando vi por primera vez que había gente que lo vendía, que lo arreglaba, y que existía una industria, un negocio detrás”.
Explica más. Ha creado un grupo, GenSpain, junto a diseñadores como Palomo Spain o Carlota Barrera, para dar a conocer nuestras creaciones fuera de España. “Más allá de Sybilla, que es lo único que aún se conoce fuera, o Jesús del Pozo. Cuando me metí en moda fue porque había un negocio detrás. La belleza tiene que ser rentable, la belleza es rentable. En la moda y el arte, nos interesa la parte más lúdica y el juego, pero reivindicamos su utilidad, y su rentabilidad. Es interesante hacer cosas creativas, pero también pensar que tienes que venderlas: para mí tiene sentido que exista un objetivo final. Me gusta mucho lo que hago, con mi moda, pero no es el 100% de mi vida dar vueltas a ideas imponibles. Quiero que se use para algo, que tenga un objetivo. La vocación es maravillosa, pero muchas veces es peligrosa. Eso lo viví en París. La gente se aprovecha mucho de eso, de que esté trabajando hasta las mil sin un sentido. Perder el tiempo me pone muy nervioso y esa presión… definitivamente no es mi estilo. Luego, el arte y la moda tienen algo de estatus, y lo comprendo, pero a mí me gusta aterrizarlo”.
Carolina, heredera de una saga
Dicen que los colores son hijos de la luz. Carolina desciende de un relevante pintor sueco expuesto en la galería nacional de su país y también por la otra rama de una familia de amantes del arte y filántropos.
“Soy una mujer muy sensible y lo que llevo puesto claro que habla de cómo me siento. No tengo miedo al color”, admite. Musa de Colomo en su próxima película, está concentrada en su pintura, resultado de procesos largos de creación mientras escucha textos canónicos y organiza performances inspiradas en Lucian Freud o Georgia O’Keeffe.
Estudió Derecho, aunque explica que siempre tuvo clara su vocación artística: “El dibujo es una forma tan primigenia de contar las cosas, siempre me ha acompañado. Llevo toda la vida formándome en academias de bellas artes, incluso en dibujo realista. Considero que para desaprender, primero hay que aprender”.
Aparte de producir su obra —para la que confiesa que cuenta con un nutrido grupo de coleccionistas, seguidores de sus exposiciones y de su proyección en redes—, “me considero privilegiada si puedo inspirar a otros. Doy clases de dirección de arte en Sevilla y también a alumnos en colegios, me gusta compartir eso que decía Magritte de que un artista es un prestidigitador, y que cada persona acaba el lienzo con su mirada. Eso es magia, traer a dos dimensiones una idea y a un espectador para que le llegue según las noticias que ha leído, las inquietudes que tiene… Eso es mágico y eso comparto en mis clases y en mi arte, esa aspiración eterna y mágica”.
Carolina termina explicando más sobre su inspiración conjunta con Ernesto. “Compartimos la pasión por contar cosas a través de la composición, la luz y el color. A mí me encanta todo lo que hace él. Con su lenguaje, de formas geométricas y telas que dicen mucho en cuanto al color o la textura, siempre buscando lo que es posible y lo imposible. También el juego entre transparencias, líneas negras, telas que pesan más y pesan menos, que brillan o que recogen la luz… Muchas veces me pregunto ‘y dónde va a ir ahora’… pero siempre me sorprende. Él entiende mi lenguaje. Todo ese juego no deja de ser para mí como pinceladas. Acompañarle en su evolución y verlo siempre me deja con la boca abierta y es un estímulo para mí”, confiesa.
Admiten transferencias entre ambos. “Nosotros quedamos a tomar algo porque nos gusta estar juntos. Pero claro, lo que yo tengo en mi cabeza es mi obra, por eso le cuento, sobre unas puertas que lleven al arte del pasado, o los materiales que quiero utilizar para hacer lo que sea. En Ernesto encuentro ese amigo con el que tenemos transferencias entre ambos”, explica ella. “A veces no la entiendo para nada”, ironiza él, “pero al final de nuestras conversaciones siempre sale algo”.
Para coger potencia entre foto y foto, Carolina lleva sus dos manos a las caderas, “como las corredoras olímpicas”. Ernesto se acerca a revisar cómo cae la solapa de una chaqueta.
La conversación termina donde empezó. “Quizás sí que nos conocimos en una cafetería, en esa que dices”, responde finalmente Naranjo, mirando al pasado con los ojos abiertos, mientras coloca sobre ella una prenda con aire futurista, probando a combinar el orden de los capítulos. “Sí, tiene más sentido así”, concluye, y no sabemos si se refiere al pliegue de la solapa o al momento exacto en que sus caminos creativos se cruzaron definitivamente.