"Ve con tu familia al aeropuerto. Tenéis que salir ya". Eran alrededor de las 11 de la noche cuando Waheda Ahmadi, una joven de ahora 20 años, recibió aquel mensaje. Lo recuerda perfectamente, y aún visiblemente emocionada, comienza a reconstruir las últimas horas de aquel 25 de agosto de 2021.
Habían pasado exactamente 11 días desde que las tropas estadounidenses decidieran abandonar Afganistán y los talibanes entraran en Kabul. Waheda vivía allí, en la ciudad donde nació, con su padre, su madre y sus tres hermanos, y todos vieron como en ese breve lapso de tiempo sus vidas se iban apagando.
"En Afganistán nunca ha habido mucha libertad, pero antes de la llegada de los talibanes la gente podía hacer cosas, eran un poquito felices... pero se acabó", expresa. Las mujeres vieron coartados, aún más, sus derechos. No podían ir a la escuela, ni mucho menos trabajar. Tampoco se las permitía salir de casa sin un acompañante masculino. Ni siquiera podían asomarse a las terrazas de sus propias casas, tenían que bajar siempre las persianas para no ser vistas.
Antes de quedar atrapada bajo el yugo talibán, Waheda estudiaba y trabajaba. Estaba en el equivalente a lo que sería el primero de bachillerato aquí en España y, a su vez, daba clases de idiomas a los niños y niñas más pequeños y a las mujeres analfabetas. Como iba a colegio privado, tenía la posibilidad de estudiar lenguas distintas al árabe, como inglés o español, "aunque no estaba bien visto".
Pero de un día para otro, vio cómo se desmoronaba todo lo que llevaba construyendo tras años y años de esfuerzo. Un primer sentimiento de impotencia dio, en apenas unas horas, paso al miedo. Los talibanes estaban empezando a hacer registros casa por casa.
"Cuando eso pasó, mis padres dijeron que iban a quemar todos mis títulos, certificados y documentos de la escuela para no tener problemas, porque encima estaban en inglés. A mí me daba mucha pena y, bajo mi responsabilidad, decidí conservarlos a pesar de las consecuencias que pudiera tener", afirma.
Al preguntarle por esas posibles represalias, no titubea y es más que clara en su respuesta. "Podrían haberme llevado a la cárcel o, incluso, haberme matado. También podrían haber hecho algo a mi familia... porque los talibanes pueden hacer cualquier cosa", sentencia. Así que para Waheda era más que necesario huir de ahí. Pero no quería hacerlo sola.
En busca de una salida, y después de muchas cartas a embajadas de distintos países sin respuesta, descubrió que su colegio estaba respaldado por una fundación española. "Conseguí un teléfono y un correo electrónico. Escribí una carta pidiendo que nos sacaran de allí... y fue el día 25 cuando recibí el mensaje", explica.
En Kabul, a esas horas, todo el mundo está dormido, incluida la familia de Waheda. Pero no había tiempo que perder. "Me quedé en shock unos instantes, pero no teníamos tiempo. Teníamos apenas unos minutos para coger todas nuestras cosas. Desperté a mis padres, a mis hermanos y, con tan solo una mochila para los seis, nos fuimos al aeropuerto".
Pasaron un día entero allí. Waheda recuerda que no cabía un alma, "parecía que todo el mundo estaba allí". De camino al avión militar, vio como familias enteras se tenían que quedar en tierra. Se lamentaba por no poder hacer nada por ellos, pero era consciente de que había que irse.
Su último recuerdo de Afganistán fue ver cómo, minutos después del despegue de su vuelo, una serie de bombas explotaban en el aeropuerto. 183 personas murieron y 150 resultaron heridas pero, para entonces, el calendario ya marcaba el 26 de agosto en Madrid. Y Waheda ya estaba allí para verlo.
Estudiantes clandestinas
"Nos fuimos dejando todo atrás", dice. La llegada a España no fue nada fácil. Waheda tuvo que adaptarse a un nuevo país, a una nueva cultura... y a un nuevo idioma. A pesar de que tenía un nivel básico de español, a la hora de retomar sus estudios en el Instituto Francisco Giner de los Ríos (Alcobendas) se tornó insuficiente.
"Desde que llegué, tardé dos meses en entrar al instituto. Comencé directamente en segundo de bachillerato y, al principio, fue muy complicado. Es duro estar más de seis horas sentada en una silla viendo pasar a profesores cuando las materias son difíciles y encima no te enteras de muchas cosas, porque aún no dominas el idioma", cuenta.
"Pero quien quiere, puede". Bajo esta máxima, Waheda se esforzó al máximo en busca de conseguir lo que siempre había querido: entrar a la universidad para estudiar Relaciones Internacionales. Pero la vida no siempre te da buenas sorpresas.
A pesar de todas las horas que pasó estudiando, su nota en selectividad no fue la suficiente. Como no quería perder más tiempo, ni tampoco arriesgarse a sacar un peor resultado, su opción de repetir la EBAU al año siguiente quedó descartada: "Vi que podía hacer primero un Grado Superior para, después, entrar directamente en la carrera, y decidí escoger ese camino".
Pero para entonces, los plazos ya se habían agotado. Solo le quedaba una última opción: estudiar en una universidad privada. A pesar de que sus padres encontraron trabajo al poco de llegar a España, su economía no era lo suficientemente solvente como para cubrir ese enorme gasto.
"Siempre me ha gustado ser una mujer independiente en todos los aspectos, y yo creo que la independencia económica también te da libertad hasta cierto punto, especialmente si eres mujer, así que tomé la decisión de buscar un trabajo. Me costó mucho porque no tenía el nivel suficiente de español pero, en una entrevista en una tienda de cosméticos les pedí que, por favor, me dejaran al menos un mes de prueba, y a cambio yo prometía esforzarme lo suficiente como para conseguir el nivel. Y así lo hice", explica.
Gracias a ese trabajo, Waheda consigue pagarse los estudios. A día de hoy sigue ofreciendo sus servicios en esa tienda cosmética mientras se saca su segundo año del Grado Superior de Educación Infantil en la Universidad Europea de Madrid. "Soy una persona muy activa y, aunque pueda parecer difícil, el día da para mucho. Trabajo por las tardes y voy a la universidad por las mañanas y así, poco a poco, voy cumpliendo metas", asegura.
Se siente una afortunada, porque otras mujeres no han corrido la misma suerte. Lo sabe de buena mano y es que, a pesar de la lejanía, nunca ha perdido el contacto con sus amigas de Afganistán, que cada día ven más vulnerados sus derechos. "Me cuentan cosas que pasan allí y sé que yo no podría soportarlo. Para mí, son las mujeres más valientes que conozco, porque lo que llevan ellas no es una vida. Y se dice que están vivas simplemente porque respiran, que es casi lo único que pueden hacer", asegura.
Hace menos de un mes que los talibanes ratificaron una nueva ley de moralidad por la que se prohíbe el sonido de la voz de las mujeres en los espacios públicos y que sus rostros sean visibles por la calle, por lo que tendrán que hacer uso de un velo integral de uso obligatorio. Pero, a pesar de las prohibiciones, estas valientes jóvenes no cesan en encontrar una vía de escape y, en paralelo a Waheda, muchas lo hacen a través de los estudios.
"Todas mis amigas están estudiando online. Algunas estudian idiomas, como inglés o español, y otra está estudiando Medicina. También van a talleres de joyería, porque es de lo poco que pueden hacer. Pero claro, todo es de manera clandestina. Los talibanes que están estudiando... por eso digo que mis amigas son las chicas más valientes del mundo", confiesa.
"Se podía sentir el miedo"
Waheda estuvo poco más de una semana conviviendo con el terror talibán, pero fue el tiempo suficiente como para darse cuenta de que la pesadilla iría en aumento. "Cuando andabas por la calle se podía sentir el miedo. Las normas, no solo hacia las mujeres, sino hacia el conjunto de la sociedad, eran cada vez más restrictivas", cuenta.
Aún recuerda su última cena familiar en Afganistán. La idea de irse ya rondaba en su cabeza, pero todos los mensajes que envió y que estaban sin responder le hacían augurar un futuro en esa nueva realidad. "Me acuerdo de que todo el mundo estaba tratando de buscar una salida. La cosa se nos ponía fea a nosotras, pero también a los hombres de la familia. Mi padre temía perder su trabajo y tampoco quería ver cómo mi madre, mi hermana o yo nos veíamos totalmente apartadas de la sociedad", confiesa.
Para Waheda, cada día que pasaba era más duro. Su familia siempre había tenido una mentalidad "muy abierta", y vio cómo todas las libertades que le habían otorgado para hacer todo lo que ella quisiera hacer se iban desvaneciendo sin que nadie pudiera evitarlo. "Yo en Afganistán llevaba el velo y recuerdo como, por ejemplo, un detalle tan simple como quitármelo al llegar a casa ya estaba totalmente prohibido. De hecho, mi madre tenía tanto miedo que se lo hizo poner hasta a mi hermana, que aún era muy pequeña", explica.
Finalmente, Waheda y su familia pudieron huir de ahí. Lo hicieron "dejando todo atrás", tanto su vida como su familia. Ahora, aunque le encantaría volver a su país de origen, Waheda no se lo plantea. "Tengo muchísimo cariño a Afganistán, es mi lugar de origen. Pero soy consciente de que ahora no podría regresar, tal y como están las cosas. Sueño con volver cuando la situación mejor un poquito. Sueño con volver a empezar", confirma. Y por eso, Waheda nunca pierde la esperanza.
"Cuando me quité el velo me sentí culpable"
Aunque pisar suelo español para Waheda fue un alivio, su llegada a nuestro país no resultó precisamente un camino de rosas. Lo primero que vio al desembarcar del avión militar que les había traído a 'tierra segura' fue el centro de refugiados donde pasaría los siguientes seis meses. Se trataba del CAPI Alcobendas, donde les facilitaron techo, comida y gastos para el transporte. Ese sitio hizo las veces de hogar hasta que consiguieron alquilar el piso en el que actualmente viven.
Desde el principio, Waheda se vio obligada a adaptarse a una sociedad y a una cultura completamente distinta de la que venía: "Yo allí llevaba el velo porque al final vives en una sociedad musulmana y tienes que hacerlo, no quería tener problemas diarios, pero cuando vine aquí estaba decidida a quitármelo". En un alarde de reivindicación de los que caracterizan a la joven, decidió despojarse de su hiyab al poco de llegar, pero se dio cuenta de que la decisión le costaría más de lo que pensaba.
"Cuando llegué a España, lo que más sentía era culpabilidad. Me sentía culpable por toda la gente que tenía que seguir viviendo en Afganistán, pero también porque sentía que abandonaba mis raíces. Cuando me quité el velo, también me sentí culpable. Hice un primer intento de quitármelo, pero al día siguiente me lo puse de nuevo. Me sentía mal, pero ese sentimiento fue desapareciendo poco a poco hasta que conseguí quitármelo del todo", explica.
Ahora, Waheda ya no lo lleva nunca. Como tampoco lleva ese sentimiento de culpabilidad cargado a las espaldas. Se siente feliz, cuenta con "pocos pero buenos amigos", y con una familia que la apoya y ayuda en todo cuanto necesite. Además, sigue siendo activa, participa en actividades culturales y forma parte de la asociación Netwomening para ayudar a las mujeres afganas refugiadas en nuestro país.
Aunque no abandona la idea de volver, su vida ya está consolidada en España, con muchas ideas en mente y con muchos proyectos de futuro, a puntito de tocar con las yemas de sus dedos la carrera que siempre quiso hacer "para poder cumplir el sueño de ayudar a todas las personas que no pudieron salir de Afganistán".