Taylor Swift escribió una canción sobre cómo se enamoraron Ethel y Robert F. Kennedy: el tema se llama Starlight, y en ella dos jóvenes se escapan por la ventana vestidos de punta en blanco, para correr por el paseo marítimo y colarse en la fiesta de un club náutico. Es el verano de 1945, ella tiene diecisiete años y él dos más. Los dos se habían conocido en un viaje de esquí y él había salido antes con su hermana. Pero esa noche se sentían 'hechos de estrellas'.
Como confirmaría Ethel Kennedy en un reciente documental de HBO, aquel encuentro había sido, en términos de la generación Z, un crush: se pusieron a bailar en la terraza, prometiéndose amor eterno. “Tengamos diez hijos y enseñémosles a soñar”, dice el estribillo. De lo que no habla la canción de Taylor Swift —que la compuso cuando salía con uno de sus nietos y expresó su devoción por Ethel Kennedy— es de la maldición que giraba también sobre ellos bajo las mismas estrellas, mientras bailaban.
No tendrían diez hijos, sino once, de los cuales hoy siguen viviendo esta historia nueve, además de 34 nietos y 24 bisnietos, todos despidiendo a la última gran matriarca de los Kennedy.
Ethel estaría en la primera fila de muchos de los principales acontecimientos políticos estadounidenses y su actividad como benefactora haría historia, pero tendría que atravesar la muerte de sus padres en un accidente, la de su hermano, el asesinato de su cuñado —el presidente de los Estados Unidos JFK—, la violenta muerte de su marido tras aspirar al cargo poco después, criar a sus once hijos sola y superar la muerte de dos de ellos, entre otras duras vivencias.
De 1928 a 1968
La presidenta de la Fundación Robert Kennedy Human Rights en España, María Díaz de la Cebosa, explica a Magas que Ethel era una de las grandes voces de los Estados Unidos, así como “la única mujer que quedaba de la época doraba del partido demócrata”, asegurando que lo que vendrá en los próximos días “será un funeral de Estado”.
La fundación escribía en sus redes tras su muerte este jueves a los 96 años que “el mundo ha perdido a una mujer extraordinaria que dedicó su vida a la justicia social y a los derechos humanos”. Sobre su importancia como activista, el analista de CBS John Keller afirma que “Ethel Kennedy tuvo un tremendo impacto con su propio trabajo social”, porque su fundación durante 60 años se convirtió en una fuerza centrípeta para todo el entorno. El cantante Harry Belafonte afirmó que, de todas las Kennedy, es a ella a la que más terminó admirando la sociedad norteamericana.
Antes de conocer siquiera el apellido de la Camelot estadounidense, Ethel nació como Skakel en el año 1928 en Chicago, estudiando en elitistas colegios como la sexta hija del magnate George Skakel, una de las grandes fortunas del país, proveniente del carbón y el acero.
Competitiva, gran deportista, toda su vida afirmó entre risas que “perder no es divertido”. Una de sus compañeras de Manhattanville College fue Jean Kennedy, que le presentaría a su hermano Robert, otro de los jóvenes descendientes de esta saga de irlandeses que había emigrado a las nuevas ciudades norteamericanas a mediados del siglo XIX.
Ethel se casó con Robert F. Kennedy en 1950 y ambos se trasladaron a Washington. En su reciente documental de HBO, ella misma describe cómo había sido educada de otra manera, pero dejó “toda esa parte republicana detrás de mí”. En medio de esta aventura política con RFK, describe cómo sus hijos, que iban naciendo en todo tipo de circunstancias, “estuvieron incluidos en todo lo que hacíamos”.
En esta época, la íntima relación entre los dos hermanos Kennedy la convierte en una ‘segunda primera dama’, la otra FLOTUS de las famosas fiestas de la casa adquirida para una agitada vida social, la mítica Hickory Hill.
En 1957 Robert fue nombrado asesor principal, y posteriormente fiscal general cuando su hermano fue elegido en 1961, el presidente más joven de la historia de EEUU. Pero el drama no cesaría de enredarse en la vida de Ethel: sus padres morirían en un extraño accidente aéreo, luego JFK sería asesinado en 1963, una tragedia que presenciaría su cuñada Jackie y sacudiría a la nación entera.
Después de ejercer como fiscal general, RFK se lanzaría a hacer campaña en las primarias demócratas y Ethel se convertiría en su principal apoyo. Hay una entrevista de ambos en vídeo que les muestra recién bajados de un avión, en la que al ser preguntado por sus valedores, Robert F. Kennedy se gira, mira a su mujer y dice simplemente “Ethel”.
Sin embargo, es en 1968, justo cuando él eleva su carrera a potencial nuevo presidente de los Estados Unidos, que el integrista Sirhan Sirhan le asesina en los pasillos del Hotel Ambassador de Los Ángeles.
Hay una serie de fotografías que muestran el rostro devastado de Ethel embarazada de su undécima criatura, mirando en cuclillas a su marido: se dice que lo que le sentenció fue expresar su intención de investigar el asesinato de su hermano. Ethel, según ella misma explicó, decidió retirarse unos meses de la vida pública para cuidar del término de su gestación y del resto de la familia, periodo tras el cual nació una niña: Rory Kennedy.
Rory, que nació seis meses después de la muerte de su padre, fue la que realizó el documental para HBO sobre su madre.
Muerte y renacimiento del 1968
Sin embargo, todavía en el año 1968, la viuda Ethel Kennedy creó una fundación: el Robert F. Kennedy Center for Justice and Human Rights, con el objetivo de reivindicar los valores de su marido, generar acción social y proponer una política cercana y de control de armas. Aunque se la relacionaría con otros hombres, nunca se volvería a casar.
La lista de sus hijos, Kathleen, Joseph, Robert Jr., David, Courtney, Michael, Kerry, Christopher, Maxwell, Douglas y Rory, tiene hoy a dos menos. Su hijo David, cuyo trastorno se relacionó con la exposición a las imágenes del asesinato de su padre, murió en 1984 como consecuencia de las drogas. En 1997, Michael falleció en un accidente de esquí.
“Uno se sorprende de cuánto se le supone a esta familia que debe aguantar”, afirmó Philip Johnson, un amigo de la familia, después de la muerte de Michael Kennedy, y otros sobrinos y nietos.
A pesar de las dificultades de la familia Kennedy, muchos de los pertenecientes a su linaje han seguido estando vinculados con el ámbito de la política. “Cualquiera puede hacerlo, sobre todo si observa algo que deba cambiarse y lo pone en palabras“, declaraba Ethel. En su visión, el servicio público se trata de “personas que hacen sacrificios en sus vidas para hacer el mundo mejor, hay mucho que podemos hacer”.
Dejó claro que tenía clara la importancia de la palabra: ‘Di la verdad al poder’ [Speak truth to power], era una de sus frases favoritas. Ella misma organizó millonarias cenas para el apoyo de la candidatura de Obama y se manifestó en 2018 contra la política de inmigración de Trump. Uno de los hijos de Ethel, el conspiracionista Robert F. Kennedy Jr., se presentó este año a las elecciones como independiente, dando su apoyo finalmente a Trump, con el estupor de sus hermanos.
Recientemente condecorada con la Presidencial Medal of Freedom, la filántropa, activista y última matriarca Kennedy, como señalaba ayer su fundación, usó su voz “para generar proximidad”.
Su hija, Kerry Kennedy, escribía que “además del trabajo de una vida en la justicia social y los derechos humanos, nuestra madre deja nueve hijos, 34 nietos y 24 bisnietos, además de muchos sobrinos y sobrinas que la hemos querido mucho”. Y añade, en línea con su creencia católica irlandesa, que ahora Ethel podrá reunirse con Bobby y los demás miembros de su familia que se marcharon antes que ella, formando parte de aquellas estrellas bajo las que se unieron.