Rosa Sánchez de la Vega
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Carmen Posadas (Montevideo, 1953) es autora de 12 novelas y 15 libros infantiles, ha ganado el Premio Planeta 1998 con Pequeñas infamias, y ahora se sumerge en las profundidades del océano con su nueva obra: El misterioso caso del impostor del Titanic (Espasa, 2024). 

La novela de sugerente título aborda una temática policíaca en la que Carmen Posadas investiga la historia de unos españoles que embarcaron en el Titanic. Con doña Emilia Pardo Bazán como detective protagonista, y su amigo Ignacio Silva, juntos tendrán que esclarecer el misterio de la "resurrección" de unos de los tres españoles que perdieron la vida en el naufragio del Titanic.

Escritora de prensa brillante, perspicaz, profunda, llena de hallazgos y de matices, pero a la vez sencilla, con toque de humor y al alcance de cualquier lector. No sé si estoy hablando de Emilia Pardo Bazán o Carmen Posadas. Así le confieso a la entrevistada mi visión sobre sí, quien haciendo gala de su humildad agradece y puntualiza "procuro mirarme en ese espejo". Sin la convicción de llegar a algo, pero con la meta de que así sea, Posadas comienza a conversar.

¿Desde cuándo esa atracción por el Titanic?

Mi familia era amiga de uno de los que perecieron en el naufragio del Titanic. Él había sobrevivido a un naufragio anterior, y cuando se produjo el golpe, creyó que no pasaría nada, porque era el barco más seguro del mundo, y se fue a tomar un whisky en la biblioteca, esperando que el resto de la gente que los habían metido en botes salvavidas volvieran en una falsa alarma.

Entonces a mí ya me llamaba mucho la atención el pensar en un señor que se toma un whisky esperando la muerte.

Lo acontecido en el naufragio configuraba un caleidoscopio de todas las pasiones humanas imaginables. A doña Emilia Pardo Bazán, se le ocurrió la idea de recrear alguna de ellas y publicarlas por entregas en la prensa. 

Ella escribía en los periódicos, se interesaba mucho por los estudios del doctor Freud y decidió escribir sobre cómo marcó sus vidas, pasados ya diez años desde aquel horrible suceso.

Pardo Bazán había creado un detective que era protagonista de La gota de sangre.  Ella es, por tanto, la primera escritora española de novela policíaca y una de las primeras de Europa.  

En mi novela, Ignacio Silva, que es el personaje en el que ella se ha basado para crear al detective, le cuenta que ha recibido una carta de una señora que necesita consultar urgentemente su caso. El cuerpo de su hermano, que viajaba en el Titanic, nunca se encontró, y ahora ha aparecido en la casa de su viuda en Cuba, y todo parece muy verosímil.

¿Por qué no encontrar un cadáver te convertía en un paria? 

Los parientes no podían heredar, la viuda no se podía volver a casar hasta pasados ​​20 años… Entonces, las familias que tenían dinero compraron uno de los muchos cadáveres no identificados del naufragio y lo enterraron en una tumba con el nombre de su pariente. Pero al cabo de 10 años aparece esta persona que dice que es el auténtico Armando Olmedo. 

¿Compartir la misma afición por los crímenes, fue lo que te llevó a introducir a Emilia Pardo Bazán en esta novela?

Sí, yo soy devota de la crónica negra, ahora está de moda, pero cuando llegué a España en el año 65, todos los días que salía El caso lo compraba. Eso sí, a escondidas de mis padres, porque no era una lectura muy edificante para una niña de 12 años. 

La casa de los Torreones. Allí se desplaza doña Emilia para llevar a cabo la investigación. En ella había mucho silencio. ¿Cuál era el coste de los silencios?

Los silencios han continuado en las familias hasta muy recientemente. De las cosas importantes nunca se habló.

Sobre todo de esos secretos que hay en las familias, y que era como una especie de nube negra que planeaba por encima de las cabezas de todo el mundo, pero tú por supuesto no podías preguntar a nadie y de hacerlo nadie te iba a contestar y se perpetuaba el silencio. He querido retratar ese ambiente que ahora es menos pesado, pero sigue existiendo.

En esta casa existía una notable distinción de clases sociales. Las domésticas vivían rodeadas de opulencia y lujo solo para mantenerlo limpio y en orden.

Sí, siempre me ha interesado mucho ese ejercicio de arriba y abajo. Porque a menudo se daba el caso de que los criados eran hijos de los señores, en concreto del marido. Y se daba la paradoja que podía haber dos hermanos, donde uno era el señorito y estaba tomando champán en el salón y el otro hermano estaba vaciando orinales en la cocina.

¿Hubo un antes y un después del Titanic?

Sí, se considera que el Titanic es el fin de una época y el comienzo de la sociedad tal como la conocemos ahora. Fue el hecho de que murieran muchísimas personas tanto de segunda, como de tercera clase y que los primeros en embarcar fueran los ricos, lo que produjo esto. Ese mundo tan estratificado socialmente naufraga con el Titanic.

¿Por qué causó tanta fascinación?

Una de las razones es porque es como una obra de Shakespeare o de Cervantes, en la que están todas las pasiones humanas. Están aquellas personas que murieron por salvar la vida de otras y luego gente absolutamente abyecta.

Llegó la emigración de España a Cuba y la abolición de la esclavitud, pero se seguía con penosas condiciones…

Sí, al abolirse la esclavitud, los dueños de las plantaciones querían seguir teniendo mano de obra barata, y se crea la figura del captador. Este era un señor vestido elegantísimo que recorría los pueblos de España contando su historia; la de un niño pobre, que se fue a Cuba y ahora es multimillonario. Todos los niños se querían ir a América. 

En determinadas generaciones, tanto en Asturias, Galicia o Cataluña, prácticamente todos tenían algún miembro de su familia en América.

Les hacían firmar un contrato de cinco años, que era muy leonino porque le hacían pagar el pasaje, le pagaban una miseria, les maltrataban, mucha gente moría, y la única diferencia con la esclavitud es que el contrato expiraba al cabo de cinco años.

La Gran Guerra, y el papel de la mujer en la sociedad, también fueron una revolución.

Sí, esa es otra revolución de la época. La Primera Guerra Mundial fue una verdadera carnicería, millones de hombres murieron y otros tantos quedaron imposibilitados de por vida. Estas bajas en la población obligaron a recurrir a las mujeres como mano de obra en las fábricas, pero también muchas mujeres viudas y con una cierta educación se ponen a trabajar en oficinas.

Doña Emilia Pardo Bazán escribía crónicas en el periódico que son por sí mismo literatura, y la literatura es el tema principal de esta historia. Se cierra el círculo. 

Quería que ella fuera protagonista porque es el tipo de escritora que a mí me gustaría ser. Era una mujer buena, brillante. Estaba a la altura de Pérez Galdós y de quien tú quieras ponerla, porque es extraordinaria, pero también tiene una preocupación social, tiene una visión muy moderna de la mujer, se interesa por todo y tiene mucho sentido del humor. 

Hay muchas cosas en las que coincidimos y por eso me ha encantado ponerme en su piel.

Un príncipe ruso, un conde francés, Blasco Ibáñez y un gitano pintor, eran algunos de los 'miquiños' de doña Emilia Pardo Bazán, además de por supuesto Pérez Galdós, su amigo, su cómplice, su amante. Sin embargo, doña Emilia no era para nada atractiva. 

Si eres guapa tener tantos novios no tiene mérito, pero doña Emilia era muy fea, te pongas como te pongas. Y, sin embargo, creo que era una persona tan vital, tan divertida, tan inteligente que compensaba su aspecto físico con eso. 

La realidad supera a la ficción y en la literatura nunca puedes contar del todo la realidad porque no es creíble.

La realidad supera la ficción no porque los escritores no tengan imaginación, pero no se atreven a poner ciertas cosas porque parecen absolutamente inverosímiles. Sin embargo, la vida, no tiene esos prejuicios. Entonces, se permite todo tipo de coincidencias inverosímiles, actos rocambolescos, lo que te dé la gana. Y eso me parece muy literal y muy interesante.

Autoras de palabra con Rosa, Carmen Posadas

¿Qué parte, te ha divertido más de la novela?

Para mí la literatura es como un mal amor, porque cuando escribo lo paso terrible, pero si no escribo lo paso peor. O sea, que lo mío es masoquismo absoluto. El mejor momento de un libro es cuando pones la palabra fin.

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