La neurocientífica Ana Ibáñez, experta en entrenamiento cerebral

La neurocientífica Ana Ibáñez, experta en entrenamiento cerebral

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La neurocientífica Ana Ibáñez tiene la clave para ser más productivo: "Un cerebro entrenado funciona al 180%"

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En un mundo en el que comen las prisas, aplastan las decisiones en el trabajo, oprimen las rupturas sentimentales y constriñe la presión familiar, son cada vez más los que acuden a buscar ayuda. Pero no de cualquiera. Las técnicas para reducir el estrés se van sofisticando.

Y en este contexto aparecen figuras como la de Ana Ibáñez, neurocientífica que lleva más de quince años dedicada a la investigación para el entrenamiento cerebral, una fórmula con la que consigue que los pacientes optimicen su tiempo y ritmo de trabajo. Profesionales del Ibex35, del mundo del deporte y altos mandos ejecutivos de dentro y fuera de España recurren a este servicio que considera tan vital como el ejercicio físico. Pero también la visita gente corriente, desde niños hasta adultos como o como yo, que afrontan su particular hazaña laboral y personal y quieren exprimir el tiempo lo máximo posible.

Su proyecto Mind Studio, que consiste en una especie de "gimnasio cerebral", está instalado en Madrid, Barcelona y Valencia y lleva ocho años creciendo sin freno, muestra de que cada vez son más los que se aproximan a esta disciplina que está despuntando en España. Ingeniera superior química, exnadadora de alto rendimimento, piloto de helicóptero y divulgadora, Ana Ibáñez prepara las mentes para lograr el ansiado estado de flow

Una se hace la remolona para ir al gimnasio y ahora se entera de que hay que entrenar el cerebro. ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Y cómo se hace?

Todos tenemos unas mentes muy exigidas y buscamos estar preparados para llevar esa presión. Pongamos como ejemplo a los corredores de maratón: todos quieren afrontar la carrera sin lesiones y, en el proceso, sienten estrés, ansiedad, insomnio, dolor de estómago... Si ansías correr la maratón mental que se exige hoy en día sin sufrir esas lesiones, necesitas tener una mente entrenada.

Puedes entrenarte como estudiante porque quieres tener buenas notas; o como madre y profesional para afrontar el día a día; o para sobrellevar la presión y el pensamiento divergente en un puesto de alta dirección. Cada carrera es diferente, solo hay que adecuar el entrenamiento.

¿Qué genera más estrés, estar en la cúspide o la ambición de llegar a ella?

Por mi experiencia, la gran mayoría de las personas que tienen altos puestos tienen la cabeza muy bien hecha o entrenada porque son verdaderos atletas. Manejan muy bien el estrés y saben cómo cuidarse. En ese sentido, el peor lugar respecto a la salud mental en el ámbito profesional se atisba en los mandos intermedios, en aquellos en los que todavía no se ha dado el salto.

¿Y en qué se diferencian esas mentes entrenadas de las del resto de mortales?

Saben hacer una cosa que es fundamental en el alto rendimiento, y que se entrena a nivel cerebral: y es que su cerebro es capaz de ir a lugares de mucha exigencia y funcionar al 180%, pero también tienen la gran capacidad de desconectar y descansar. Y ese chip es la base para conseguir lo que llamamos estados de flow, estados donde uno tiene una concentración muy alta sin hacer esfuerzo. Esto se logra no solo con la alta dirección, también con futbolistas, olímpicas, etc.

Los sindicatos se pondrían contentos porque si todos trabajásemos al 180%, podríamos reducir la semana laboral, como proponen entre otros...

Bueno, es que si todos tuviéramos a nuestro cerebro entrenado, podríamos aprovechar muchísimo más el tiempo y ser más eficientes en esos cuatro días a la semana. Me parecería fantástico. Al fin y al cabo, estaríamos hablando de equilibrar lo que nuestro cerebro necesita, que es combinar esfuerzo y descanso. Una de las grandes frases que repite la gente que entrena es esa de 'es que llego a todo'. Sienten que el tiempo se estira porque no pierden tiempos intermedios.

De hecho, un estudio de McKinsey señala que la eficiencia de una persona después de haberse entrenado con alto rendimiento supera el 500 por cien, es decir, que multiplica por cinco lo eficiente que se siente.

¿Seríamos más ejecutivos? Históricamente nos han colgado todos los adjetivos asociados a una baja productividad.

Esto se debe más bien a una cuestión cultural sobre la importancia que le damos a nuestro tiempo. A veces la gente no se enfoca y trabaja mucho, pero van como pollos sin cabeza. Nos falta entrenamiento y estructura mental para el trabajo, y esto parte desde la educación, desde cómo hemos estudiado en España, cómo nos han enseñado a concentrarnos o a trabajar en equipo.

Las habilidades que necesitamos en el trabajo no son las que necesariamente hemos entrenado, por eso cuando llegas a un trabajo no sabes qué hacer. Otros sistemas educativos están mucho más avanzados, como Alemania, Suiza o Inglaterra, y por eso sus mentes están más preparadas. Pero todavía no se ha democratizado el entrenamiento cerebral porque todavía se está conociendo.

¿Se ha trivializado la ansiedad en redes sociales? Parece que uno no es popular hasta que se jacta de ella.

Claro que se ha trivializado. Es que ahora se le llama ansiedad a todo, y además se confunde con el estrés. Se piensa que es tener palpitaciones en un momento determinado, pero no es así. Aparece cuando tu sistema no ha podido sostener estrés en el tiempo y lo cronifica, aparece incluso cuando estás en un momento de tranquilidad. Probablemente las redes no estén haciendo un favor porque mezclan conceptos.

¿Por qué la ansiedad nos afecta más a las mujeres? Podría citar estudios que lo demuestran, pero no acabaríamos esta entrevista.

Lo dicen todos los organismos, también la Organización Mundial de la Salud (OMS). Las mujeres sufrimos más de insomnio, de ansiedad, de enfermedades degenerativas, tenemos más Alzheimer que los hombres... Además, tenemos cambios hormonales muy potentes cada mes desde la pubertad, primero con la menstruación, luego por supuesto con la perimenopausia y la menopausia.

Y esta biología tan demandante supone mucho trabajo para nuestro cerebro. Ahora trabajamos en un entrenamiento que sea capaz de revertir la ralentización de las funciones que provocan estos cambios hormonales. Es decir, que trabajando activamente se le pueda dar un empujón al cerebro para que desaparezcan estos factores.

Esto es lo que nos lleva al famoso síndrome de la impostora... Ya pueden hacer pedagogía, que no nos lo van a quitar.

Nunca. El síndrome lo sufrimos todos, ellas y ellos. Pero las mujeres tenemos el hemisferio derecho del cerebro mucho más desarrollado que los hombres, y eso hace que percibamos mucha más información del exterior y, por tanto, tendamos a preocuparnos más por lo que pasa a nuestro alrededor. En realidad es un talento, porque vemos cosas que a veces ellos no ven y somos mucho más conscientes de los impactos que vienen de fuera. Lo curioso es que el síndrome del impostor viene porque hemos asumido que las cosas bien hechas exigen mucho esfuerzo y, cuando algo sale de manera natural gracias al talento, nos sentimos impostoras.

Un entrenamiento en un gimnasio puede afrontarlo una gran masa de población, sobre todo con las ofertas low cost. Pero el entrenamiento cerebral está al alcance de muy pocos bolsillos.

El entrenamiento cerebral debe formar parte de nuestra vida al igual que el entrenamiento físico, y creo que en unos pocos años nos parecerá ridículo, absurdo y tremendo que estuviéramos haciendo frente a los retos mentales sin habernos entrenado. Y, al final, será la mejor inversión que puedes hacer en ti, porque te va a ahorrar mucho dinero en todos los niveles (terapias, medicación), aparte de que generarás más oportunidades en tu vida.

En su libro 'Sorprende a tu mente', clama contra las notas en los colegios: "No es extraño que el miedo a no estar a la altura y no ser suficiente lo tengamos tan arraigado", escribe. ¿Qué hacemos, las eliminamos?

La comparación da mucha inseguridad y obliga a que entres en un molde establecido cuando, en realidad, puede que estés fuera mucho mejor, sobre todo en el caso de las mentes más creativas que tienen un hemisferio derecho muy desarrollado y piensan fuera del box, fuera de la caja establecida. Esta comparación desde pequeños limita el talento natural. En la época de Pitágoras ya decían aquello de 'ojalá no estudie matemáticas antes de los 18, sino que juegue con ellas'. La educación está coartando y limitando las habilidades innatas.

Va a asustar más que a un ministerio, a muchos padres. ¿Qué propondría?

Es mucho más interesante la educación experimental, aquella en la que los alumnos pueden utilizar su inteligencia para desarrollar temas con distintos ángulos trabajando en equipo. Es decir, solucionando problemas, que es de lo que en el fondo trata la vida.

Ya que la tenemos aquí, ¿cuál sería ese tip de oficina para todos aquellos que estén en un pico de estrés, como aquella Emily Charlton y su I love my job?

En el libro tengo varios. Lo más directo para relajarse es el patrón de respiración: cuando estamos estresados y nos forzamos a respirar de manera calmada, el cerebro entra en un dilema, porque identifica que esa forma de respirar se corresponde a cuando estás tranquilo. Entonces empieza a actuar la electroquímica. Hay un método que se llama del cuadrado y consiste en inspirar, retener, exhalar y retener durante cuatro segundos de cada fase, y eso calma mucho. También está la respiración de pranayama, que se hace mucho en yoga y consiste en alternar las fosas nasales: inspiras por la derecha, retienes, exhalas por la izquierda, luego inspiras por la izquierda, retienes, exhalas por la derecha...

Claro, así llegan luego a la noche y no pueden conciliar el sueño. Más de cinco millones de personas toman pastillas para poder dormir. ¿Qué nos perturba tanto?

Bueno, es que el sueño es la capacidad que tiene tu cerebro para pasar del estado de alerta y activación que tiene durante el día, a poder relajarse y dormirse. Y esto está reñido con lo que nos ocurre hoy en día: estamos tan estresados que nuestro cerebro dice: '¡cómo te vas a dormir, con todas las cosas que tienes por hacer!'. El insomnio no es más que el estrés sostenido mezclado con la falta de actividad física. Además, está relacionado con nuestro ciclo circadiano, que se beneficia del sol que recibe la retina durante el día. Y, si nos fijamos bien, realmente hay poca gente que reciba esa luz natural directa.

¿Cómo convencemos por la noche a nuestro cerebro de que 'todo está bien'?

Hay que tener un diálogo con él. Puede ayudar que, cuando vayas a la cama, hagas un ejercicio de memoria para recordar las cosas buenas que han pasado en el día y convencerte de que mañana también habrá muchas horas donde se pueda hacer frente a todo lo que queda. Los sueños y las pesadillas no se pueden controlar, al fin y al cabo son la manera de soltar la presión acumulada que no se ha expresado en vigilia.

Psicólogos, psicoanalistas, neurocientíficos... ¿Buscamos ayuda o se nos crea la necesidad?

La necesidad existe, y lo que hacen falta son buenos profesionales. Obviamente es un sector lucrativo, hay negocio en el mundo de la salud, pero hay más necesidad que nunca y por eso se demandan expertos.

En cualquier caso, siempre nos quedará el amor, como sostiene en tu libro.

Desde luego. El amor es esa energía expansiva, amorosa, constructiva, apasionada, motivante, que te hace creen en ti y en lo que está pasando a tu alrededor. Cuando nuestro sistema siente amor, ya sea por una pareja, por tu trabajo o por tu vida, el cerebro baja los mecanismos de alerta y conecta las áreas del córtex prefrontal, que son las que hacen fluir mucho más. Por eso, hay dos formas de afrontar un reto: lo puedes conectar con el amor o con el miedo. El cerebro siempre se engancha rapidísimo a este último por una cuestión de supervivencia, pero si somos capaces de engancharlo al amor, funcionaremos mucho mejor.

¿A qué le teme una neurocientífica que puede controlar su cerebro?

Bueno, en realidad veo las oportunidades detrás de las cosas y digo sí a aquellas a las que veo como experiencias vitales.

O sea, a nada...

Hago muchas cosas con incomodidad y miedo al principio, pero es normal tenerlo frente a lo desconocido. Lo importante es saber que lo podemos atravesar y que puede acabar convirtiéndose en nuestro aliado.