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Tamara Rojo (1974) nació en Montreal, aunque sus padres eran españoles y llegó a España con solo cuatro meses. Siempre estuvo alrededor suyo, como flotando, un sino de viajera. Hoy visita Madrid, hasta donde ha traído su Lago de los cisnes, aunque su esforzado currículum la ha llevado a ser directora del ballet más importante de la costa oeste de Estados Unidos.

Y, como la vida tiene a menudo esas paradojas, ella misma nos cuenta que la mítica sede del San Francisco Ballet está en el mismo lugar en que se está creando la inteligencia artificial. Es decir, Hayes Valley —muy cerca también de Silicon Valley—. Así, se mezclan en esta conversación reflexiones sobre lo cultural y lo tecnológico, lo español y lo anglosajón, la innovación y el respeto por lo clásico.  

En una nueva etapa, Tamara Rojo, la que fuera primera figura del Royal Ballet londinense y posteriormente directora artística del English National Ballet —premio Laurence Olivier, Príncipe de Asturias y comendadora de la Orden del Imperio Británico por Isabel II— nos habla de un largo trayecto vital que se inició en la compañía de Víctor Ullate y que la ha llevado por todos los grandes escenarios hasta ser ya una de las más exitosas directoras del mundo.

Su tesis cum laude, algo singular, trataba precisamente de los rasgos vocacionales del bailarín de alto nivel, lo que da cuenta de una autorreflexión sobre su propia actividad. 

El ballet 'El lago de los cisnes', de Tamara Rojo, en su representación en Madrid. Jesús Vallinas

Usted analizó en su tesis cómo era la personalidad de las grandes bailarinas y bailarines… 

Sí, escribí sobre cuáles son los rasgos psicológicos de un bailarín profesional de élite y qué personalidades son las más comunes. 

¿Qué resultados obtuvo?

Entre otras cosas, aparecían la capacidad de foco, la autodisciplina 'no externa, sino interna', la inteligencia lógica, y otros rasgos de personalidad que en realidad son similares a los de los deportistas de élite.  

¿Algo que le sorprendiera encontrar en su investigación? 

Sí, por ejemplo, a mí las matemáticas se me daban muy bien de niña sin tener que hacer ningún esfuerzo y pensé que eso era anecdótico o que tenía que ver con mi madre, pero resultó ser que no. La mayoría de los bailarines de élite son muy buenos con las matemáticas.

También encontré un estudio de una universidad americana que demostró que cuando se aplicó la danza como parte de la estrategia de enseñanza de matemáticas en niñas hubo una mejora del 500% en sus resultados. En vez de estudiar sentadas en una silla lo hacían a base de bailar. En realidad, las combinaciones de pasos son ecuaciones, de tres, de cuatro o de dos, y una forma de resolverlas físicamente es con combinaciones de pasos de ballet.   

¿Vivimos acaso en una sociedad llena de vocaciones con poca capacidad de esfuerzo, un poco vacías?  

No existe la vocación verdadera sin esfuerzo. Es habitual tener un sueño como el de 'yo quiero ser político' o 'quiero ser actriz', pero sin pretender hacer el trabajo necesario para conseguirlo. 

Para mí, de niña, ser bailarina era una fantasía, porque no sabía lo que era. Lo que lo convierte en vocación es esa combinación de sueño inicial y enfocarte en el trabajo diario con una claridad de la meta.   

Acaba de trasladar veintiocho toneladas de decorados y vestuarios por el Atlántico para traer a Madrid el vértigo de El lago de los cisnes. Usted ha demostrado que es capaz de poner en marcha proyectos de gran envergadura, ¿cuál es la clave para lograrlo?

Depende de las personas. En mi caso, lo que me inspira es ver mucho arte, conocer lo que hacen otros artistas, leer, escuchar entrevistas, pódcast... Consumo mucha información cultural, para mí es inspiración. Ballet muchas veces es lo que menos. Me gusta el teatro, el cine, los conciertos, la ópera, los libros, las exposiciones… Y también estar informada de lo que sucede en el mundo.

Todo eso se termina filtrando, de repente, en tener una idea muy clara del proyecto. El siguiente paso es elegir el equipo y luego la clave está en cómo dirigirlo hacia el objetivo, dándole suficiente libertad para que su propia creatividad e ideas se multipliquen. Cada persona con sus vivencias enriquece el proceso y entre todos sale una idea que es muchísimo mejor que la inicial. Lo que es más difícil es el equilibrio entre poner parámetros (tiempo y recursos) y dar la libertad para que cada artista pueda poner lo mejor de sí mismo. 

Ahora dirige el ballet de San Francisco. Las distancias no son solo físicas, ¿cómo ve Madrid en esta visita?, ¿qué siente que ha cambiado?

Yo a Madrid la veo muy bien, la verdad. Es una ciudad maravillosa, en la que te sientes a salvo, donde da gusto pasear. Es a la vez cosmopolita, acogedora y familiar, con muchas artes y artistas, inspiradora, con una gastronomía excepcional... Creo que no está valorada internacionalmente como debería estarlo, pero quizá es mejor para que no le suceda como a Venecia y a París, que se convierten a veces en ciudades imposibles. Siempre es un placer volver.  

Tamara Rojo alaba la capacidad artística de España. RJ Muna

¿Cuál es su paseo madrileño favorito?

Me encanta el Madrid de los Austrias, pasear desde la Plaza de Oriente, bajar por Rosales y entrar en el Parque del Oeste. Es un lujo. En España estamos acostumbrados a que nuestras ciudades tengan una historia y una arquitectura impresionante, clásica y contemporánea, y nos creemos que todo el mundo es así. Y no.  

¿Cómo es su manera de pasear? 

[Sonríe] Tengo dos maneras, depende del momento. Cuando estoy en Madrid paseo despacio, sin cascos, escuchando voces, música, disfrutando de los colores de la ciudad y el cielo azul. En otras partes del mundo, lo hago con los cascos y me pongo un pódcast, para escucharlo o solo para no pensar, darme un break y aislarme y que mi cerebro se detenga.

Crea usted arte en San Francisco, ¡el lugar más tecnológico del mundo! En Silicon Valley se hace la IA, ¿no es cierto?

Bueno, la inteligencia artificial no está siendo desarrollada en Silicon Valley, sino en Hayes Valley. Más aún, ¡en la calle de atrás de la sede del San Francisco Ballet! 

Es decir, que coinciden en la cafetería, comprando un sándwich, en el intermedio, entre pasos y líneas de código…  

Sí, estamos ahí, nos vemos todos los días.  

¿Y cómo se podrían conectar esos dos mundos?

Yo creo que estas nuevas tecnologías, sobre todo la IA, está muy presente en el día a día y ya es como la industrialización: una cosa que puede traer oportunidades creativas y también destruir muchos empleos. Es una espada de doble filo, y por eso hay que tratarla con el respeto que merece, pero creo que hay que intentar ser parte del desarrollo de esa tecnología.

Cuando algo da miedo, nos defendemos de ello o lo atacamos y la distancia entre los que desarrollan la tecnología y a los que les va a afectar se hace cada vez mayor. Pienso que la manera de hacerlo sería acercándonos a aquellos que están creando la tecnología y exponiéndoles por qué tenemos miedos y preguntando cómo puede ser constructiva en lugar de destructiva. 

He leído que está preparando un montaje sobre Frida Kahlo… ¿Cómo describiría su proyecto de San Francisco Ballet?

Me gustaría que se convirtiera en la compañía de la innovación, la que sea punta de flecha hacia el futuro del ballet y la danza, no veo limitaciones tan estrictas. El futuro de las artes escénicas, el respeto y la preservación de la cultura clásica europea, pero también esa innovación y la identidad de San Francisco. Ese matrimonio de tradición, respeto por el conocimiento, la vocación y la disciplina, unida a la valentía y esa creatividad, que lleve nuestro arte y lo preserve hasta el final del siglo XXI. 

El apoyo a la cultura

¿En qué cree que debe mejorar España? 

No está lejos del nivel internacional en nada, y a mí me gustaría que los españoles se sintieran más orgullosos de lo que ha conseguido este país en cuatro décadas. Sí creo que, en la mayoría de las ocasiones, España se merece mejores líderes. Y en el caso de las artes escénicas, líderes que puedan ser libres de la interferencia política. 

¿No serían necesarios mayores presupuestos?

Te invito a que lo compruebes, según creo España se gasta tanto como Alemania en cultura. Y fíjate que allí cada ciudad tiene una compañía permanente de danza, una compañía permanente y una casa de la ópera, un teatro sinfónico y una orquesta... Sin embargo, aquí nos gastamos el mismo dinero. No es cuánto sino cómo.

Sobre su experiencia reciente en San Francisco, ¿qué es lo que más le ha sorprendido?

No es tanto que me haya sorprendido como que me ha encantado la acogida que he recibido. Piensa que yo llevaba casi treinta años en Inglaterra, donde tenía un reconocimiento y una posición. Llegué como recién nacida, porque nunca había bailado allí, y la gente no me conocía, pero la acogida de las otras instituciones, del público y de la prensa, incluso de los otros líderes culturales, de la sociedad en general, no podía haber sido más calurosa. La compañía se ha entregado a la nueva visión artística, tanto en escena como detrás. Me siento afortunada, apoyada, muy querida.  

¿Cuál fue el primer montaje, la primera vez que sintió que había medios y que pudo trabajar a gusto? 

Cuando llegué a Inglaterra, y vi que era parte de un mundo cultural riquísimo y libre, donde no hay intervencionismo aunque los artistas reciban subsidios de dinero público. Un país como Inglaterra, no tan diferente al nuestro, que sea líder mundial de las artes escénicas es porque desde la Segunda Guerra Mundial ha existido un consejo de las artes que ha asegurado que los proyectos sean a largo plazo, que no haya intervencionismo, que los artistas puedan hacer cosas que sean relevantes e interesen al público. No es el subsidio al 100%, es uno suficiente para ser creativo pero no para ser autoindulgente, lo que es también muy importante.  

La directora de ballet, en una sesión de trabajo. Jesús Vallinas

Cisne blanco, cisne negro

¿Cuál ha sido su mayor esfuerzo físico y psíquico? ¿Ambos han coincidido?  

No, no han sido simultáneos. Los esfuerzos físicos yo diría que son los del ballet clásico, como Odile en El lago de los cisnes, porque los caracteres no son tan complejos. El esfuerzo psicológico ha sido con roles más complejos, probablemente uno de los mayores ha sido el de María Vetsera en el ballet Mayerling de Kenneth MacMillan, que trata de la vida de una mujer real. Era la amante del heredero de la Corona austrohúngara, que en teoría se suicidió, pero luego se descubrió que él la mató, aunque a la Familia Real no le interesaba que se supiera lo que había ocurrido.

El ballet, como siempre con Kenneth MacMillan, demanda muchísimo de los intérpretes. Ese ha sido uno de los mayores esfuerzos, pero también de los más grandes placeres, porque una de las mejores cosas de ser artista es perderte en la vida de otras personas. Cuando sí existió la persona a la que interpretas quizás tienes más responsabilidad.  

¿Cómo ha conquistado usted los límites del cuerpo y la mente? 

Creo que a veces no soy consciente de que lo que quiero conseguir está más allá de mis capacidades. No porque sea arrogante, sino porque probablemente soy un poco ilusa en lo difícil que es hacer las cosas. Siempre empiezo con mucha ilusión, con muchas ganas, con una idea que me parece obvia, y me sorprende cómo es posible que nadie lo haya hecho antes. Cuando me doy cuenta de que no es tan sencillo, ya estoy dos terceras partes dentro y entonces ir para atrás es más difícil que seguir para adelante. 

¿Cómo desconecta? 

El ejercicio repetitivo es un buen sitio para que la mente descanse un poco. El gimnasio. 

Un momento wow en el que sintió que su realidad se ensanchó…  

Me sucedió una vez mientras veía una película de Lars Von Trier, que se titula Dancing in the dark, la que hizo con Bjork. La vi, y a mitad de la película, me asaltó una idea, que aquello era una versión contemporánea de Giselle, que así era como había que contar la historia hoy en día para que el público contemporáneo comprendiera su tragedia.

Cuando se creó ya fue una revolución de tecnología, porque tenía tules de algodón por primera vez y fue el principio de las luces de gas. Esas funciones fantasmagóricas creaban hasta miedo en la audiencia... Y quizás con los años, la intención del artista se había perdido y ahora se había quedado como en una caja de muñecas. Sentí que hacía falta mirar a los clásicos desde otro punto de vista, y ahí empezó el germen de la creación de Giselle con Akram Khan y de otras libertades que me he tomado como con mi propia Raymonda.

Esa idea se reafirma luego muchas veces, cada vez que fui a ver una obra de teatro del canon clásico inglés, de Shakespeare, o incluso las adaptaciones de los ingleses de nuestro propio canon. Uno de los ejemplos más alucinantes que he visto es la adaptación del Young Vic [teatro Victoria más reciente] de Yerma al mundo de la inseminación artificial, mostrando lo que las mujeres son capaces de hacer, y de hacerse a sí mismas hoy en día,. Se te ponían los pelos de punta. Así le perdí el miedo a empujar a los clásicos a sobrevivir dentro de otros contextos.  

El lago de los cisnes llegó a Madrid gracias a una donación anónima, ¿cuál cree que es la razón de su vigencia? 

Su vigencia es variada en razones. Una, porque atrae al público que no se atreve con otras obras que no conoce, como El cascanueces o La bella durmiente. Eso es importante, siempre he tenido sensación de responsabilidad de saber que es muy probable que sea gente que viene por primera vez y tiene que ser memorable.

La otra parte es para el desarrollo artístico de los bailarines, son roles muy difíciles para la compañía, todos tienen que bailar en su más alta capacidad artística y técnica. Y también porque los clásicos son clásicos, porque hablan de temas humanos, que no cambian, de los que hablaban los griegos y romanos. El amor, los celos, la envidia, el perdón, la venganza, la justicia... Te guste o no te guste el ballet, la historia es relevante siempre.  

¿Un instante del montaje que le fascina de esta famosa pieza?

Ha ido cambiando según mi carrera: la parte más fácil para mí al principio era la del cisne negro, la más virtuosa y más técnica, aunque la que más me gustaba era la del cisne blanco. Cuando lo hice las últimas veces, me di cuenta de que la parte clave de la historia era el cuarto acto, donde casi no hay técnica, el final de la trama dramática, y empecé a deshacerme casi del todo de la coreografía.

En las últimas actuaciones de El lago de los cisnes, era impresionante, ¡casi no bailaba! Y fue una revelación para mí. Son cosas a las que una se atreve cuando está en un punto de la carrera en la que no tiene que demostrar nada. Intento ahora pasarle a mis bailarinas ese aprendizaje: ¡no esperes a tener 40 años para tomarte libertades artísticas! hazlo desde el principio. 

Menciona usted en sus entrevistas a un nutrido grupo de mujeres que la han enseñado mucho, como Ana Laguna, Sylvie Guillen, Lynn Seymour, Loipa Araújo, que fue su maestra durante años… ¿cuál me faltaría?

Muchas. Mi madre; por su apoyo, generosidad, su disciplina y sus principios éticos. 

¿Cómo se llama?

Sara Díez. Junto a mi padre ella me enseñó todo, valores y esfuerzo. 

¡A ella se le daban bien las matemáticas!  

Me ayudaba mucho con las tareas, a ir a clase con los deberes terminados.