Andrea Levy (Barcelona, 1984), desempeña su cargo como concejal presidenta del Distrito Retiro con la misma ilusión y entrega con las que desempeñó sus cargos como dirigente del PP. Estos días es imposible no hablar de la DANA que ha asolado Valencia. Desde el punto de vista político, considera urgente que los políticos asuman su responsabilidad en la gestión y que "todos" den explicaciones.
La actual concejal entró por la puerta grande de la política para renovar la imagen de un PP desgastado. Una nueva generación ajena a la corrupción, con nuevas ideas y menos convencional. En su despacho, una foto de aquel tiempo: ella en el centro pasea flanqueada por Pablo Casado, Javier Maroto, Javier Arenas y Jorge Moragas. Andrea no parece persona que se preocupe mucho por la decoración. Su despacho es funcional, casi impersonal. Ahí se trabaja.
En 2021, con el fin de desmentir rumores sobre su estado, hizo público que padecía fibromialgia. El pasado mayo presentó el libro La utilidad de todo este dolor. Con la euforia de quien retoma las riendas de su vida, reflexiona sobre el duro camino hasta el diagnóstico, la depresión, el abuso de ansiolíticos y la propia existencia. El trasfondo: la política en primera línea durante 10 años. Los años más sectarios y furibundos del procés, la irrupción de los nuevos partidos, el auge y caída de Casado, la gestión como concejal de Cultura en Madrid durante el COVID, y, cómo no, las redes sociales. "Años de vivir peligrosamente a mil", los llama.
Sus compañeros han aplaudido "la valentía de hacer un libro tan sincero". A ella le ha servido para reconciliarse consigo misma. Ahora tiene "días mejores y peores, momentos más frustrantes", pero ha aprendido a tener una estabilidad emocional. Considera gratificante que su experiencia, sobre todo con el dolor y la enfermedad, haya ayudado a personas que atraviesan circunstancias parecidas.
Incluso se han puesto en contacto con ella médicos, preocupados porque algunos de sus pacientes solo demandan recetas de ansiolíticos. Su consejo: "Cuando tenemos problemas que no afrontamos, sobrevivir es una forma de malvivir".
La exdirigente del PP habla rápido, sin esconderse detrás de eslóganes. Decía recientemente en una entrevista el psiquiatra francés Christophe André que vivimos en una sociedad donde los dominantes y narcisistas tienen el poder, que hacen falta personas tímidas y sensibles. No diría que Andrea Levy sea una persona tímida, pero sí sensible. La política en ella es vocación.
La guerra soterrada en el PP en 2022, entre Cibeles, Sol y Génova supuso un serio revés, un colapso. Ella había trabajado con ahínco e ilusión en el nuevo periodo que se inició en 2018 con Pablo Casado. Al ver ese proyecto y las personas en las que había confiado supeditados a rencillas personales, presentó su dimisión como presidenta del Comité de Garantías del PP.
El desencanto le hizo dejar la medicación para la fibromialgia y volver a tomar benzodiazepinas. Lo que se llama, una recaída: "Dejas de dormir una serie de días, vas muy acelerada y el cuerpo se apaga".
El médico la convenció para que aprendiera a lidiar con los problemas diarios sin medicación y lleva ya 3 años sin ella: "Convivo con el dolor físico de la fibromialgia, el emocional que puede ser el entorno profesional de cualquiera, en mi caso la política, y luego el afectivo. Todo eso nos puede ir desgastando. Yo me sobrepuse, pero hubo un momento en el que estuve muy frágil".
Asegura que mantener una postura neutral en aquel tiempo no le ha traído represalias: "Afortunadamente, el partido se repuso muy rápido y las personas que luego se pusieron a liderarlo admitieron a todo aquel que quiso reengancharse sin rencor. Sigo muy vinculada". El éxito de los diez años que estuvo en el Comité de Dirección Nacional la acompaña.
Tampoco siente que no esté en primera fila de la política. Agradece tener una menor exposición pública, pero sus "ideales y convicciones políticas siguen con la misma pasión". Además, afirma que ser concejal de Madrid es una gran responsabilidad: "Hay que saber lidiar con la ambición de uno mismo porque puede ser una gran enemiga".
Andrea Levy se inició en la política municipal como concejal de Cultura. Su gestión durante el COVID-19 contribuyó a situar Madrid en la esfera internacional. Recuerda una tarde de aquella época en el Teatro Real. La presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, se acercó para felicitarla. Madrid era la única ciudad que tenía abiertos sus teatros, salas y locales. Fue un ejemplo maravilloso de la colaboración público-privado, explica la concejal.
El éxito de Madrid ha traído consigo un auge de inversores y turismo que tiene también inconvenientes para los vecinos. "Estamos dando el paso de capital a gran capital europea o mundial -explica Levy-, y muchas veces estas expulsan a sus vecinos del centro". Para evitarlo, considera imprescindible encontrar un equilibrio entre las necesidades de los vecinos, las oportunidades internacionales y los grandes acontecimientos: "Hay que expandir lo que sucede en el centro de Madrid a los alrededores".
Como concejala presidenta de Retiro, anuncia que va a haber una nueva ordenanza de usos del Parque de El Retiro para limitar abusos: "Es un parque que se tiene que vivir y disfrutar, pero es que las praderas se están alquilando. Para el baby shower, la fiesta de cumpleaños, la clase de pilates, de meditación, el mago…"
Esta es una nueva etapa en su vida política, centrada en la dimensión local. "Es verdad que la nacional tiene mayor foco y relevancia, pero la mayoría de las veces se queda en palabras que se van con el periódico de ayer. Las oportunidades en este sector, cualesquiera que sean, hay que recibirlas con la misma ilusión", señala mientras critica que muchos de su generación que han dejado el ámbito político, no se lo hayan "tomado con la seriedad que merece".
A Andrea Levy le gustan las figuras polémicas. Cree que hay que fomentar las voces propias en política y no temer generar debate: "He aprendido que lo más importante es ser sincero y honesto con uno mismo. A veces esto tiene un precio momentáneo, pero lo contrario es una cobardía política que no aporta nuevas ideas".
Michael Ignatieff, Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales de este año, afirmaba recientemente en El Cultural que no hay profesión más difícil que la de político. El escrutinio público es implacable y las opciones son siempre difíciles. Por eso detesta la falta de respeto.
Cualquiera que lea el libro de Levy se lo pensará dos veces antes de entrar en política: alta exposición pública, dedicación plena y, en muchas ocasiones, es una profesión ingrata. Pero a ella le gusta decir que uno no puede o no debe convertirse en un cínico: "Las cosas tienen que doler, porque significa que te importan y que vas a luchar por ellas. Me gusta que se transmita esa parte de vulnerabilidad".
Aunque cree que merece la pena luchar por las ideas en las que uno cree, con el tiempo, dice, ha aprendido a ponderar: "Hay una parte del negociado que significa un 80 % de hostilidad pura y de odio. Tienes que saber reponerte de eso y seguir tu camino, porque es simplemente ruido".
Zorra, guarra, facha, inútil, chupóptera, mema, retrógrada, tonta, pija, poligonera... Son insultos que ha recibido en las redes y sobre los que llama la atención en cuanto a la contradicción que se da entre una sociedad que ha avanzado en la lucha contra el acoso y esos espacios de impunidad donde este se permite. Cree que cuando el foro de la política se aleje de las redes sociales se ganará "templanza y sentido común".
Levy fue cinco años diputada en el parlamento catalán en la época más dura de del procès, aquella en la que campaba el acoso a todo aquel que no comulgara con el independentismo. Su relato en el libro pone el foco ahí. El desgaste físico y moral tanto de ella como de todos aquellos que defendían el Estado de Derecho fue enorme. Acosados, intimidados y obligados a llevar escolta, en el PP no se tomaron en serio sus informes anteriores al 1-0.
Como conocedora del problema, considera "un error utilizar a los partidos independentistas o nacionalistas en las políticas de Estado para aprobar unas u otras votaciones, porque el fin último de estos, como se ha visto, es la independencia, aun a costa de fracturar la sociedad".
Advierte de que estos partidos llevan años trabajando desde la política y desde las instituciones para lograr sus fines: "Creo que hay que sortear el problema y, más allá de los partidos políticos, trabajar en la unión de afectos de la sociedad".
¿Qué tiene la política que engancha a pesar del desgaste personal?, pregunto. ¿Estar en primera línea, la adrenalina, la intensidad de trabajo…? Me explica en clave autobiográfica que el "político vive el momentum pensando que es el todo, como si todo lo que pasara ese día fuera excepcional". Que su "ejercicio de aprendizaje de estos años ha sido la desescalada del instante. Intentar ver más a largo plazo".
Finalmente, cree equivocada esa inmediatez en la que vive la política: "Si todos trabajásemos en planes más a medio plazo, habría menor tensión y solucionaríamos más las cosas".