Una década después de que La chica del tren, un domestic noir, se convirtiera en un fenómeno global con más de 29 millones de ejemplares vendidos en más de 50 países, la escritora y periodista británica Paula Hawkins regresa con La hora azul (Planeta 2024), un thriller psicológico ambientado en el mundo del arte, que tensiona la necesidad de integrarse en la sociedad y el deseo de ser libres, sin ataduras, ni exigencias de los demás.
La novela cuenta la historia de una artista que se convierte en el objetivo de todas las miradas cuando la Tate Modern descubre que el hueso utilizado en una escultura es humano. La obra en cuestión, es de la escultora Vanessa Chapman ya fallecida, que vivía en una isla solo accesible dos veces al día. Ante la posible devaluación de toda su obra, la fundación envía a un conservador para que investigue. Se da la circunstancia de que su marido desapareció de manera misteriosa.
¿Qué sucedió antes? ¿La mujer o la isla?
La isla fue en lo primero que pensé. De hecho estaba de vacaciones en Francia y dando un paseo por la costa, vi muchas islas que estaban completamente separadas de tierra firme por la marea. Y ese lugar fue lo que dio forma a la mujer que determinó el personaje. Debía ser una artista que se viera atraída por aquel sitio, pero también atraída por la posibilidad de tener toda la soledad necesaria para enfrentarse a su proyecto creativo.
¿Esta novela tiene mucha metáfora y mucho engaño? La propia isla en sí misma lo es.
Sí, creo que eso es absolutamente cierto. Esta soledad o esta fantasía de soledad que ella buscaba también es un poco una trampa en el sentido de que ella, al principio, sí que encuentra en esta isla lo que buscaba, que era ese aislamiento, esa necesidad de estar sola para crear. Pero luego, pasado un tiempo, también se da cuenta de que es una trampa porque la hace sentir tremendamente ansiosa.
¿El techo de la libertad creativa lo pone el artista o la presión social?
Es un juego que se da entre ambos, porque yo creo que un artista puede crear lo que le apetezca, pero si quiere llegar a cierta relevancia, es decir, a que sus obras se expongan en museos, en galerías de arte... hay una parte de él que toma siempre en consideración qué es lo que desea el público o qué es lo socialmente aceptable. Y esas dos variables han ido evolucionando a lo largo del tiempo.
¿El mundo del arte en la mujer no está lo suficientemente reconocido?
Hasta hace muy poco, era muy raro ver en los grandes museos exposiciones de una artista femenina. No puedo hablar de todos los países del mundo, pero hasta 1990, tanto en Reino Unido como en Estados Unidos, aprendimos la historia del arte en un texto en el que no se mencionaba ni a una sola mujer artista.
Pienso que está cambiando, pero el arte también ha sido muy lento en reconocerlo. No cabe duda que las artistas se han visto ignoradas o que, sin lugar a dudas, no se les ha dado la misma importancia que a los artistas hombres.
¿Todos somos asesinos potenciales hasta que ocurre algo que realmente provoca que actuemos?
Creo que muy pocos de nosotros somos delincuentes o asesinos. En mis libros me dedico a explorar a personajes comunes y corrientes que pasan por circunstancias extraordinarias y que los lleva a cometer esos crímenes, pero yo no creo que haya personas que sean malvadas por naturaleza. Si viviéramos determinadas circunstancias, tal vez tendríamos el potencial de ser todos delincuentes o asesinos, pero por suerte, no es así.
¿Qué hacemos cuando una amistad se ha vuelto demasiado compleja?
Creo que no sabemos lidiar con estos casos de amistades tóxicas, de dominio y poder. Quería reflejar este tipo de amistad entre las dos protagonistas, porque se da por descontado que una amistad siempre tiene que ser buena.
A punto de cumplirse 10 años de la publicación de La chica del tren, haciendo retrospectiva, ¿qué ocurrió para convertirlo en un fenómeno que catapultó el género?
Creo que es muy difícil explicar por qué un libro se convierte en un fenómeno y la forma en que La Chica del tren lo hizo... es una combinación de factores que se unen. Por un lado, la suerte. Por otro lado, el momento exacto de la publicación. Me refiero a que por entonces había un género literario de los noirs de novela negra doméstica que estaba siendo tremendamente popular.
Hubo algo en el personaje principal que fue especialmente interesante para el público. Mucha gente se identificaba. Creo que casi todos los lectores conocían a una persona que podían imaginarse llevando una vida como la que ella llevaba. Una persona que empieza a cambiar su vida por pequeñas cosas y luego va creciendo hasta perder su trabajo, a destruir vidas personales. Entonces creo que este personaje de alguna manera conectó muy bien con el público y con la imaginación de muchos de los lectores.
Has publicado cinco novelas, con más de 29 millones de ejemplares vendidos en más de 50 países. ¿Cada nueva publicación es un nuevo reto?
El pico de mayor presión se dio justamente después de la publicación de La chica del tren. En cualquier caso, yo creo que mis lectores, cada vez que compran uno de mis libros, saben más o menos qué se van a encontrar. A pesar de que cada libro es bastante distinto el uno del otro. Ahora mismo me siento mucho más libre, sin la presión del pasado.
¿Cómo disfrutas más, cometiendo los crímenes o dejando pistas sobre quién es el criminal?
Escribir sobre cómo se ha cometido el crimen a veces es muy divertido. Pero lo que más disfruto es imaginar las vidas de los personajes y, sobre todo, cómo llegan a ser de la manera que son. Luego, obviamente, la escritura de algunos asesinatos puede ser también una experiencia de disfrute, aunque unos más que otros. El caso del asesinato de Julian Chapman, sin lugar a dudas, fue muy divertido.
¿Un acto violento también puede ser un acto de devoción?
Sí, especialmente en el caso de ciertas personas. Cuando hablamos del libro, hablamos de un personaje que cree que está haciendo algo por proteger a una persona que quiere. Por lo tanto, cree que está realizando un acto de amor y de cariño, cuando en realidad está perpetuando un acto de violencia extrema.
El arte es una expresión de vida, como un cuadro que revisitas, al igual que cuando llegas al final de la novela y retomas para ver qué te has perdido.
Exacto. Quiero que mi libro sea adictivo, intenso, agotador y aspiro a que, cuando los lectores terminen, quieran volver a releer para identificar aquellos detalles que tal vez se han perdido. Igual que hacemos ante un gran cuadro, una obra de arte que queremos observar una y otra vez para poder disfrutar de todos sus aspectos.