Never complain, never explain. (Nunca te quejes, nunca des explicaciones). Angela Merkel (Hamburgo, 1954) aplicó a rajatabla este consejo de la nobleza con el rigor de una luterana y con la voluntad de una mujer como ella, procedente de la Alemania comunista, empeñada en no salirse ni un milímetro de la línea invisible de su destino.
No se quejó cuando una reportera se aproximó a sus zapatos, reptando sobre el suelo, para captar la imagen del estado de los tacones de la nueva ministra. Tampoco movió un músculo al ser preguntada si realmente era feminista. O cuando Putin le regaló un peluche con una nota para echarse a temblar viniendo de la mano de un exespía sin escrúpulos: 'tranquila, que este perro no muerde'.
Angela Merkel, 31 años en diferentes puestos en gobiernos de la Alemania Federal, de 1990 a 2021, dieciséis de los cuales los vivió como canciller de la primera potencia económica europea, acaba de publicar sus memorias (editorial RBA), con un título simple, luminoso y definitivo a la vez: Libertad. Las 800 páginas del libro son un manifiesto de poder ejercido con contención y sin alharacas, que dan la razón a la revista Forbes cuando la eligió la mujer más poderosa del mundo en 2020.
La anécdota de la reportera gráfica, por el suelo para mostrar en exclusiva los raídos tacones de la flamante ministra de la Mujer y de la Juventud, sirve a Merkel para poner al lector en aviso de que el poder pesa mucho y desgasta más, como veremos al final con las escenas de sus temblores.
Sucedió en 1991. Angela Merkel había sido nombrada, sorpresivamente, miembro del gobierno democristiano de Helmut Kohl. Un año antes vivía como investigadora en Berlín Oriental, en el lado comunista, una división de las dos Alemanias que se consumió como una pavesa con la caída del muro el 9 de noviembre de 1989.
"... Me preguntaba si las feministas eran capaces de confiar en que los hombres lucharan junto a ellas contra las estructuras masculinas restrictivas. Sobre todo porque había experimentado literalmente en mi propia piel que las mujeres podían comportarse de manera insolidaria con las personas del mismo sexo".
Ahora viene su pellizco a la intrépida reportera. Una queja con sordina para no faltar a su credo Never complain, never explain. "Por poner un ejemplo, durante mi mandato como ministra para Asuntos de la Mujer, al inicio de una sesión del gobierno, una fotógrafa no se avergonzó a la hora de estirarse (sic) en el suelo para poder fotografiar los tacones gastados de mis zapatos. ¿Qué imagen de mujer perseguía? Ni rastro de solidaridad entre las mujeres" (Pág. 239).
El camino hacia el poder de la doctora en Ciencias Físicas por la Universidad Karl Marx, en Leipzig (entonces, en la RDA), comenzó la noche del 9 de noviembre de 1989, con la caída del Muro de Berlín. Si el carácter lo imprimen y forjan en gran medida los padres con su Adn y con la educación -los de Angela fueron un pastor luterano y una profesora de inglés y de latín-, la personalidad de cada cual se advierte en los pequeños detalles.
Aquella noche histórica, Angela, como miles de alemanas sometidos a la férula comunista, pasó libremente de un lado a otro de Berlín, ya sin cemento, sin perros adiestrados y sin fusiles AK-47, flojos de gatillo (los famosos Kalasnikof), que lo impidieran. Cuenta la futura canciller que los alemanes del otro lado los acogieron con los brazos abiertos, los invitaron a entrar a sus casas, a consumir lo que quisieran, "olía a Occidente", o a utilizar los teléfonos para comunicar la buena nueva.
Y así lo hizo ella hasta darse cuenta de que eran las 11 de la noche y al día siguiente debía levantarse pronto para preparar una conferencia en la universidad. Deshizo el camino hasta volver a su casa, al otro lado del muro abierto como las puertas de la libertad.
El paraíso podía esperar. Ganó el sentido de la responsabilidad, que ha perseguido favorablemente a esta mujer a la que sus padres dieron sólo un consejo al irse a estudiar a la universidad. "Si miembros de los Servicios Secretos -muchas veces, con bata de profesor- te plantean colaborar con ellos, la excusa perfecta es decirles: mi problema es que soy bastante indiscreta y lo cuento todo". Parece que funcionó.
De cotilla Merkel, a decir por sus Memorias, no tiene nada. Impaciente tampoco parece serlo, lo cual es compatible con ser resolutiva en la toma de decisiones importantes. Casada en 1977 con Ulrich Merkel, compañero de profesión, en 1981 llegó a la conclusión de que sus caminos eran distintos. Hizo la maleta y se marchó, silente, a otra parte de Berlín Oriental.
Años después, cuando conoció a Mijail Gorbachov, escuchó de sus labios algo que ella, intuitivamente, sintió en 1981: "La vida castiga a los que llegan demasiado tarde". Para no llegar tarde, se fue de casa y se convirtió literalmente en una okupa. Quién lo iba a decir de una persona de orden. Ocupó un pequeño piso en Berlín-Mitte, propiedad del estado comunista, como todo en la RDA, al que el portero de la finca ya le había echado el ojo para su hijo.
Merkel, divorciada en 1982, mantuvo el apellido. Para qué perder el tiempo en papeleos. Una okupa en Berlín este. También fue una especie de okupa política en la Alemania reunificada, entendiendo por tal aquella a la que sus compañeros de partido y muchos ciudadanos alemanes observaban como sospechosa al proceder de la Alemania Oriental (RDA) y hacer carrera en la República Federal Alemana (RFA).
Carrera meteórica
Su escalada política en la nueva Alemania fue meteórica. En diciembre de 1990 ya era diputada del Bundestag; en 1991, meses después de que el canciller Helmut Kohl, gran líder de la coalición del centro derecha alemán, le preguntara "¿qué tal te llevas con las mujeres?", la nombró ministra para Asuntos de la Mujer y de la Juventud; en 1994 pasó a ser ministra de Medio Ambiente; en 1999 se convirtió en líder de la CDU (equivalente al PP español); y en 2005 hizo historia al ser la primera mujer canciller de Alemania.
"Ahora me tocaba a mí. La primera (mujer canciller) era yo (...). Se trata de una clara señal para muchas mujeres y, sin duda alguna, para muchos hombres", señala, ufana, en sus memorias.
Todo en menos de 15 años. Pese ser escrutada por ser y no ser: ser alemana, pero ser un poco menos, criada y educada en la Alemania comunista. El pecado de la sospecha culposa. Ejemplo: si exigía desde el gobierno el compromiso del Estado para proveer de plazas en guarderías para todas las familias, los maliciosos deslizaban que, claro, quería implantar las clásicas medidas 'estatalizantes' del otro lado.
Angela Merkel se retrata así misma como una niña asilvestrada en su infancia, capaz de beber sin importarle donde lo hacían las gallinas. Una mujer heredera de la ética protestante y de la estética de la comodidad.
Poco antes de tomar posesión de su primer ministerio, un amigo le aconsejó que se pasara por una tienda y no tirara de fondo de armario, cargado de faldas largas con chaqueta de punto tipo RDA. No son pocas las menciones que la autora dedica a asuntos de la apariencia como la ropa, el maquillaje o el pelo, cuando la imagen que podemos tener de ella es de cierta despreocupación por tales banalidades.
Papel ejemplar de un consorte
Admite que sentía preferencia por los colores llamativos, seguramente por la asociación en su imaginario entre los tonos apagados y la Alemania Oriental. Menciona con deferencia a su maquilladora/peluquera, Petra Keller, a la que fichó después de conocerla en su juventud en una televisión de la RDA. Esto nos recuerda, inevitablemente, a la decisión de Letizia Ortiz de mantener los servicios de la misma peluquera al salir de la TVE e instalarse como princesa en el Palacio de la Zarzuela. De su modista, Merkel dice lo siguiente: "A la hora de vestir, había encontrado en Bettina Schoenbach a una modista con la que podía desarrollar mi propio estilo" (pág. 337).
Si Angela Merkel presume de algo es de su participación en dos olimpiadas. Sí, en dos olimpiadas: una de Matemáticas y otra de la Lengua Rusa. Siempre fue muy mala en gimnasia, dice. En la RDA y en los países de la órbita soviética se celebraban este tipo de competiciones del conocimiento.
También presume, pero esta vez de verdad, de su segundo marido, Joachim Sauer, al que conoció a mediados de los 80 y del que le impresionó su "claridad en el análisis político". A un lector español, de Joachim, científico de profesión como la excanciller, le impresionará otro pequeño gran detalle, tan decisivo en la etiqueta personal.
Si Merkel, como Letizia, conservó la misma la maquilladora, el consorte Joachim tuvo un comportamiento muy diferente al que ha desarrollado Begoña Gómez, la esposa del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
Leamos qué escribe Angela del día en que fue elegida por primera vez canciller, el martes 22 de noviembre de 2005, por el Bundestag, equivalente al Congreso de los Diputados español. "Abrí la puerta -del despacho del canciller, que se encuentra próximo al hemiciclo, en las dependencias del Reichstag- y me encontré con mi familia y mis allegados, que tras seguir la votación desde la tribuna de honor del hemiciclo, pudieron felicitarme en persona".
"Joachim no se encontraba entre ellos, pues para él era importante dejar claro desde el principio que también en el futuro seguiría con su propio camino científico, lo que yo entendía perfectamente". (Pág. 336).
Las Memorias de Merkel deberían ser de obligada lectura para presidentes, consortes y aspirantes a dirigir un país. De Sánchez a Feijóo, pasando por Isabel Díaz-Ayuso. Y para feministas que hacen de la defensa de la mujer una oportunidad para su provecho personal y para lanzarla como venablos a merecedores y no merecedores, disparando a ráfaga según la adscripción política.
¿Es usted feminista?
En 2017, como presidenta del G20 (que integra a países industrializados y emergentes) una moderadora interrogó a Merkel si se consideraba feminista. "¿Soy feminista?", se preguntó a sí misma, sorprendida, quizás, por el propósito escondido de la pregunta.
Recordó para sus adentros la resistencia desde su grupo a la tipificación de la violación conyugal, que ella apoyó con éxito, o de la modificación del artículo 3 de la Constitución para concretar sin ambages la igualdad de los derechos entre mujeres y hombres.
También pensó en la paridad que había propiciado ella en todos los ámbitos, en los privados y en los gubernamentales, desde que se convirtió en ministra de la Mujer y luego en canciller en 2005, 2009, 2013 y 2017.
Never complain, never explain. No contestó si se sentía feminista, lo cual atribuye en sus Memorias a su animadversión a que la encasillen. También porque cierto feminismo defendía estilos políticos que ella había sufrido en la Alemania comunista.
Los temblores de Angela
Piense en un mandatario importante en el mundo en los últimos 30 años. Pues Merkel estuvo con él. Probablemente al que más minutos, horas y días dedicó en acción y pensamiento fue a Vladimir Putin, el del regalo del perro de peluche que no mordía. La política alemana sentía desde niña pánico por los canes tras ser mordida por uno. El dictador ruso al final no pudo resistirse y en un encuentro le mostró su labrador negro con el propósito, seguramente, de amedrentarla psicológicamente. No se quejó, pero sí le hizo frente al sospechar de la voladura de un avión de pasajeros al pasar por Ucrania.
Su dictamen sobre Putin no puede ser más directo y elocuente. Europa tiene que armarse. "Sería un error infravalorar a Putin", por más que Trump sienta fascinación por el presidente ruso, según detectó Merkel en una entrevista con el expresidente de EEUU.
¿Temblaba Merkel, como vimos en televisión que le sucedía en 2019, al pensar en dos personajes como Putin o Trump y en el futuro que le aguarda a Europa? De una manera simple y sin aspavientos, explica por qué temblaba ante los ojos del mundo entero. "Mi cuerpo se había emancipado y ya no obedecía a mi mente. Una osteópata me explicó que mi cuerpo estaba liderando tensiones que había acumulado, no sólo después de la muerte de mi madre que no me dio tiempo a llorarla".
Conclusión: Grande Merkel, con sus 1,65 centímetros. Gran autobiografía, con sus 800 páginas.