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La tercera novela de Kristine Bilkau (Hamburgo, 1974), Los del al lado, fue finalista del Premio Alemán del Libro en 2022 y obtuvo el Premio Literario de Hamburgo. En 2024, la editorial Vegueta la tradujo al español en una apuesta por dar a conocer la literatura alemana.

La novela nació con una pregunta. Si los habitantes de una casa desaparecen de pronto, ¿cómo reaccionarían los vecinos? La escritora no cree que esa casa se convirtiera en un espacio vacío: "Está llena de fantasmas, de pensamientos, de recuerdos, porque tú proyectas tus miedos e ideas sobre ella".

Son dos las protagonistas de Los de al lado: Julia, una mujer de 40 años que se acaba de mudar al pueblo y que no logra quedarse embarazada y Astrid, una doctora local de 60 años que recibe amenazas por correo postal.

Otro protagonista es el paisaje del Canal de Kiel, donde la propia Kristine ha vivido. Una zona semirrural como tantas otras que la escritora visita para hablar de sus novelas, en la que sus "centros urbanos se están secando. Tantas tiendas vacías, ventanas con polvo o sin cristal… Ahí empecé a preguntarme qué efecto tiene el abandono en la gente que vive allí. Es deprimente. Por ello, es fundamental que haya espacios públicos y lugares de reunión, sobre todo si eres adolescente".

De adolescente le gustaban los poemas de Emily Dickinson, las noveles de las hermanas Brontë y los escritores románticos de la Costa Este americana. Y siempre, Virginia Woolf, "cómo logra escribir páginas enteras sobre un solo momento. Cómo yuxtapone tantas capas: pensamientos, cosas que ves, que oyes, que sientes. Es muy artístico".

Esa cualidad de Virginia Woolf la comparte Kristine Bilkau. Especial interés tienen esos pensamientos y acciones que sus protagonistas omiten u ocultan, ya sea porque no los consideran interesantes, se avergüenzan o porque los reprimen. "El ser humano es complejo -explica la escritora-. ¿Cuánto conoces a una persona? Aunque convivas con ella, siempre hay algo que ignoras".

La entrevisto por videollamada; ella en Hamburgo, yo en Madrid. Nos sumergimos en el ambiente misterioso de Los de al lado.

'Los de al lado' novela de Kristine Bilkau

Al leer Los de al lado, constato que Alemania y España tienen problemas muy similares. Uno es lo que aquí se llama "la España vaciada", ese abandono de lo rural por las urbes.

Lleva pasando bastantes años, pero a la vez, como las grandes ciudades se han vuelto tan caras, muchas personas se están planteando volver a las zonas rurales donde la vivienda es más barata. Lo preocupante son las muchas tiendas y negocios que están cerrando en estas pequeñas ciudades y villas. 

En su novela hay dos protagonistas: Astrid y Julia, de 60 y 40 años respectivamente. ¿Por qué esas edades? 

Quería tener la perspectiva femenina de diferentes generaciones, saber qué tienen en común y en qué se diferencian. Julia es una persona introvertida, siempre mirando hacia dentro y al teléfono. Está acostumbrada a hacer todo online. Abre una tienda, pero si alguien entra, se asusta. A la vez, tiene miedo de sentirse sola. Quiere pertenecer a la comunidad, por lo que debe socializar más.

Astrid es lo contrario. Es doctora, hace visitas a domicilio. Sabe lo que pasa en las casas, pero a veces puede ser demasiado insistente, incluso cotilla. Se preocupa y mira mucho hacia afuera. Tanto su tía Elsa como su amiga y vecina le paran los pies. La cuestión principal es cómo puedes lograr que haya un sentimiento de comunidad. ¿Cómo puedes preocuparte por el otro sin ser pesado? No tengo la respuesta.

Julia y su marido son un ejemplo de ciudadanos híper preocupados por el medioambiente. ¿Esta preocupación puede desembocar en neurosis o es el signo de nuestro tiempo?

Es el signo de nuestro tiempo. Ellos intentan consumir menos, porque no necesitan tanto. La pregunta es si la neurosis está en la gente o es provocada por los tiempos que vivimos. En general, la sociedad padece más ansiedad. Con tanta información de tantísimos problemas es difícil saber cuál es el papel de cada uno en todo esto.

Aborda la maternidad a los 40... Una se pasa la vida trabajando y cuando quiere ser madre es tarde y se convierte en una obsesión.

Hay una generación de mujeres jóvenes muy preocupadas por su educación y por entrar en el mercado laboral. Tienen la sensación de que no deben empezar a tener hijos demasiado jóvenes. Primero necesitan tener un trabajo, luego otro mejor... Es muy difícil tener una estabilidad antes de los 30.

El mercado laboral no apoya la maternidad. No se dice explícitamente, pero subliminalmente la mujer entiende que un embarazo representaría un problema. Eso es malo. No se debería presionar para que se retrase la maternidad, porque de repente es tarde. 

Los tratamientos de fertilidad son procesos duros, física y moralmente. Existe un juicio sobre tu fertilidad y luego se extrapola a la persona.

No lo digo explícitamente, pero desde la perspectiva femenina en la novela se intuye algo de misoginia en estas clínicas. Los anuncios, la decoración, cómo se dirige el doctor a Julia. Hay otras formas más respetuosas y que infunden más ánimo. El estado de sus óvulos no la define como persona. Es violento hablar a las mujeres de esa manera. 

¿Cómo se le ocurrió tratar el tema de la mujer que pasados los 40 tiene dificultades para quedarse embarazada? ¿Tiene usted hijos? 

Sí, tengo un hijo de casi 17 años, yo voy a cumplir 50. Cuando empecé esta novela estaba a mitad de los 40 y muchas mujeres a mi alrededor que querían formar una familia estaban recibiendo tratamientos de fertilidad.

No es fácil encontrar un buen compañero en estos tiempos de Tinder y cambios frecuentes. Cuando, por fin, encuentran uno, empieza el agobio. Me tengo que quedar embarazada, no lo consigo, ¿qué hacemos ahora? Quería escribir sobre ello, sobre cómo lo siente una mujer. También, acerca del aborto natural, porque en Alemania no se habla de ello, pero no es tan infrecuente. Es una experiencia muy triste. Quería hacerlo visible.

El vacío de los personajes se refleja en el paisaje urbano y viceversa. Todo se vacía.

Sí, pero también hay un anhelo grande de comunidad y de estabilidad. Empecé hace varios años a escribir esta novela, pero hoy es aún más pertinente. La sociedad parece más agresiva y dividida. Mira las elecciones de EEUU. 

La vida en el entorno rural puede parecer idílica, pero las rencillas entre vecinos -aunque no explícitas- y la desconfianza suponen una amenaza.

Sí, toda la novela tiene un tono de misterio. Es el punto de vista de estas dos mujeres, Astrid y Julia. La casa vacía y las preguntas que suscita. ¿Qué pasó con la madre? ¿Con los hijos? Todo se vuelve un poco raro. Si sientes que estás en una situación extraña, tiendes a mirar con más detenimiento, buscas detalles… Eso quería, que Julia y Astrid fueran más suspicaces, que estuvieran atentas a lo que está pasando, dónde están, cuál es su papel. Por eso creé esa atmósfera de misterio.

Internet y las redes sociales se convierten en el nexo con el mundo, pero desvían la atención sobre lo más próximo. En el caso de Julia, internet es una ventana donde proyectar pulsiones que esconde a los demás.

Totalmente. Julia, que no consigue quedarse embarazada, mira en Instagram todas las cuentas de madres tradicionales que hornean bizcochos y tienen muchos hijos. Sabe que es tóxico, pero está fascinada. Se fija en los detalles, los pasteles, qué ropa llevan los niños… Sin embargo, no recuerda cuándo vio a su vecina por última vez. 

A lo largo de la novela las protagonistas sienten soledad. Siempre hay algo que nos separa del otro. Ese algo puedes asumirlo como parte inherente de nuestra individualidad. A partir de ahí, puedes aprender a apreciar los momentos de conexión con el otro.

Sí, pueden ser las dos cosas. Estás inevitablemente sola, pero hay momentos de conexión con los demás. Hay una imagen de las dos hermanas en el trapecio. Me gusta que la hayan puesto como portada del libro. Estás sola, puedes caer y caerás sola, pero a la vez se pueden sujetar una a la otra en el momento oportuno y ayudarse mutuamente a balancearse. Julia, al final, tiene esta clarividencia sobre la necesidad de confiar en el otro. 

¿Cuál ha sido el mayor reto al escribir esta novela?

Encontrar el equilibrio entre lo que se puede saber del otro y lo que debe permanecer en secreto. Acertar dónde dejar espacios para la imaginación del lector. Algunas personas dicen que el final es abierto y les gustaría conocer qué pasa. Yo creo que las respuestas están ahí. La novela no trata de lo que le pasó a la familia de la casa vacía, sino de lo que una casa vacía nos hace reflexionar acerca de la comunidad. 

También, acerca del papel de la mujer, cómo cuidarnos mutuamente, lo que es un hogar. Este puede ser acogedor y seguro, pero también un lugar horrendo y peligroso, especialmente para las mujeres. Conocemos las cifras de violencia doméstica. Quería reflexionar sobre el hogar y la comunidad.

¿Por qué empieza el libro con un poema de Sarah Kirsch?

Ella nació en Alemania del Este, pero se exilió cerca del Canal de Kiel. Escribió unos diarios preciosos sobre el día a día, el paisaje y su misterio, en prosa y en verso. Quería que estuviera presente en la novela. Ya murió, pero es como un fantasma maravilloso.

Kristine Bilkau

Usted es periodista. Ha escrito sobre economía y en medios especializados de mujeres. En su primera novela Los felices describe el descenso social de una familia hacia la precariedad. Él es editor de un periódico, ¿está la profesión tan mal? 

Ha habido años mejores, hace tiempo. Depende del trabajo, pero en Alemania las editoriales siempre están intentando ahorrar y minimizar el personal. Ahora, algunas han empezado a probar la inteligencia artificial. Eso no debe de ser muy alentador para un periodista.

El trasfondo de precariedad, de personas que son desahuciadas, de los centros de acogida de menores, también aparece en Los de al lado. ¿Percibe usted un empobrecimiento de la clase media? 

Empobrecimiento es demasiado fuerte, pero cuando el precio de la vivienda se encarece tanto, aparece un problema. Conozco a parejas que se han separado, pero no pueden permitirse dos apartamentos y tienen que seguir compartiendo el mismo. O los jóvenes que no pueden irse de casa de sus padres. Eso afecta a tu perspectiva del mundo. Con 20 años tienes que empezar a volar, a explorar el mundo.