Vídeo | Historia de las mariscadoras: Marita y Sheila, madre e hija y compañeras de la mar. Cristina Villarino

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La estirpe de mariscadoras que faena en Galicia desde el siglo pasado: "Es nuestra vida, no lo cambiamos por nada"

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Amanece en la Ría de Arousa (Pontevedra) y Marita Torrado Sánchez sale, como buena mariscadora, a la hora en la que comienza a bajar la marea. Llueve, pero no es problema para ella. Ya está acostumbrada al frío Atlántico y ni siquiera escucha a sus rodillas, que le piden a gritos dos implantes nuevos. Carga con su cubo y los demás utensilios en dirección a la orilla. Se adentra hasta que sus muslos quedan cubiertos por el agua salada y comienza a rastrillar la arena en busca del marisco, que pareciera esperarla cada mañana.

Es una mujer tosca, de gesto serio, y las arrugas de su rostro muestran lo curtida que está en la mar. Agachada, pasa el rastrillo con fuerza una y otra vez. Una y otra vez. Una y otra vez. Sus riñones ya están hechos y su semblante imperturbable refleja la concentración que la tarea requiere. De pronto, yergue la espalda y mira al horizonte. Ya no frunce el ceño y su mentón se ha relajado. Es porque está pensando en su hija Sheila, que también es mariscadora y está faenando en la playa de enfrente.

La mariscadora Marita, en plena faena.

La mariscadora Marita, en plena faena. Javier Carbajal

Desde el otro lado, la joven Sheila retira los berberechos que ha recogido y mira con dulzura sus guantes desgastados. Se los pone para no dañarse las manos y la manicura, de tonos granates y con brillos. Muy elegante. Ella tiene 30 años, es la mariscadora más joven de la Ría de Arousa y la última generación de una verdadera dinastía de mujeres que han dedicado su vida al mar.

Hoy, al igual que sus antepasadas hicieron en otro siglo, agacharán una vez más sus costados y los acercarán al agua en busca de las mejores almejas finas, que son oro para ellas. Lo harán juntas, hombro con hombro, para continuar con el legado de su familia, de su mar y de su querida Galicia.

De madres a hijas

Marita lleva más de 30 años faenando las playas de su ría, las que le vieron crecer, y no hay detalle que se le escape si hablamos de marisco. De entre sus cinco hermanas, es la única que ha continuado con el oficio por el que vivió su madre, y también la que ha dado pie a que su hija coja el relevo. "El resto están en la fábrica, pero yo en el mar. ¡Y de aquí no me sacan! ¡Nin sequera morta!", exclama. Ni muerta, lo tiene claro.

El marisqueo a pie en Galicia ha sido un oficio tradicionalmente de mujeres.

El marisqueo a pie en Galicia ha sido un oficio tradicionalmente de mujeres. Javier Carbajal

Ya no parece tan seria: cuando habla del mar, se convierte en una mujer afable y risueña, y lo traslada a través de su mirada. "Para mí lo es todo. Es mi libertad, mi vida. Yo me siento feliz aquí. No tengo un jefe que me mande y mi oficina es la playa", dice, a la vez que libera de sus manos el rastrillo en el que se apoya, dejándolo caer al agua. Después, contiene el aliento: "Y qué orgullo que mi hija también lo sea... ¡Cómo lo fue mi madre!". Entonces, aguanta las lágrimas y recoge el rastrillo. Vuelve a la faena y con ella a su gesto serio. Aunque todos sabemos que está emocionada.

"Claro, es que a mi madre le encanta que trabaje con ella", dice Sheila en la otra orilla. "Cuando le dije que también iba a ser mariscadora, no quería que viniese porque es un trabajo muy sacrificado. Pero luego le hizo tanta ilusión y se puso toda contenta". Lleva ya cuatro años en el mar, "desde el 11 de enero de 2020", y, tras haber trabajado en supermercados y fábricas de la zona, está segura de que quiere seguir exactamente los pasos de su madre y su abuela: "Yo con los guantes de mariscadora hasta que me jubile, no cambio mi trabajo por nada", afirma convencida, antes de echarse a reír.

Sheila es la mariscadora más joven de la Ría de Arousa. Tiene 30 años.

Sheila es la mariscadora más joven de la Ría de Arousa. Tiene 30 años. Javier Carbajal

Ella sabe que su pasión por el mar no es casualidad, sino herencia de las mujeres que poblaron su familia antiguamente. Ha vivido, desde pequeña, el oficio por dentro: "Venía a la playa cuando tenía vacaciones en el colegio. Me traía mi abuela, que ya estaba jubilada, porque así veíamos a mi madre faenar", reconoce Sheila mientras se agacha a recoger un par de berberechos más. Lo hace con gran maestría. Lejos quedaron aquellos primeros pasos como mariscadora cuando, admite, "tenía unas poquitas agujetas". Ahora, ya es toda una profesional.

Juntas "hasta la lonja"

A mitad de mañana, las nubes se echan a un lado y el sol asoma en la ría. Entonces, acalorada, Sheila se quita su chubasquero y, cuando se acerca a la zona más seca de la playa para dejarlo, ve a su madre llegar. "¡Miña filla!, ¡miña filla!", se escucha a Marita desde la lejanía. Ha decidido cambiarse de playa para proseguir la faena junto a ella. Y, sin decir ni media, juntas vuelven a la orilla para rematar la mañana.

Durante algo más de media hora, rastrillan juntas y a la vez, al son que sus antepasados les enseñaron. Mientras tanto, charlan entre ellas: "He de decir que, como madre e hija, a veces discutimos porque queremos hacerlo de maneras diferentes, pero son muy pocas", explica. Quién lo diría, pues la imagen de ambas mujeres trabajando denota pura armonía. "¡Y cuando llegamos a casa comentamos lo que pasa en la lonja!", añade la madre, adelantándose a lo que iba a suceder poco después.

Madre e hija trabajando juntas en el marisqueo a pie.

Madre e hija trabajando juntas en el marisqueo a pie. Javier Carbajal

Sobre las doce de la mañana, Marita y Sheila ya han recogido todo el marisco que está estipulado por día y por mariscador: 5 kilogramos de almeja japónica, uno de berberecho y medio de almeja fina. Ha llegado el momento de juntarlo para, entre las dos, ver qué ejemplares son mejores. Arrodilladas en la arena de la propia playa, cuantifican el producto y lo agrupan en pequeñas redes. "Lo llevamos a medias, como se suele decir. Entre madre e hija no hay problema", dice Sheila.

La joven toma la iniciativa y carga todo en el camión, ante la atenta mirada de Marita: "Mi hija me ayuda a trasportar el marisco, me quita gran trabajo de encima", dice con los ojos repletos de admiración, mientras se frota la arena de unas rodillas ya cansadas. Después, la acompaña y juntas se suben a su furgoneta. Van camino de la lonja, donde etiquetarán el marisco para que los compradores pujen por él en la subasta de la tarde.

Ya en el mercado todo el mundo parece conocerlas y esperarlas: "¡Marita y Sheila, llegáis tarde!", exclama de broma la encargada de la lonja que, tras pesar sus almejas, pone un sello en cada una de las redes. "Aquí se especifica la cantidad de kilos, dónde se captura, el tipo de especie... Luego vienen los compradores y se quedan con la caja que más les gusta", explica Sheila mientras recoge sus cosas y las de su madre. Ya han terminado la jornada y se van a tomar algo juntas. "¡Adeus, vémonos despois!". Y, a su salida, dejan tras de sí la sombra de toda una estirpe de mariscadoras que, día tras día y durante siglos, han velado por el oro más valioso de Galicia.