Rocío y su hija Gabriela, en su domicilio en Aluche.

Rocío y su hija Gabriela, en su domicilio en Aluche. Rodrigo Mínguez

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Rocío Tonato es madre soltera porque su pareja la abandonó: "Dejaba a mi hija sola en casa con un año, no llegaba a todo"

De los dos millones de familias monoparentales que hay en España, más del 80% están encabezadas por mujeres, y el 53% están en riesgo de pobreza.

Más información: La dura vida "contrarreloj" de las familias monoparentales de CyL sin ayudas: "Es difícil conciliar, necesitas a alguien"

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Hay que pedirle varias veces que mire a cámara, porque Rocío del Pilar Tonato es incapaz de apartar los ojos de su pequeña Gabriela. No la pierde de vista ni un segundo. Quizás sea porque la adora, porque ahora son "prácticamente como amigas", o quizás porque hubo un tiempo en el que no se pudo permitir hacerlo. Tiene 47 años, lleva 20 viviendo en España, y 15 siendo madre soltera

Conoció al padre de su hija apenas dos años después de aterrizar en nuestro país desde su natal Ecuador y, aunque al principio fue un hombre encantador, "la cosa pronto se torció". Nunca le "levantó la mano", deja claro Rocío de manera tajante, pero psicológicamente la "destrozó". Sin embargo, eso no fue nada en comparación a lo que sucedió cuando se enteró de que sería padre.  

"No se lo tomó nada bien" y, apenas unos meses antes de que Gabriela llegara al mundo, decidió hacer las maletas y marcharse a Ecuador. "Yo le ayudé", revela Rocío, "porque para mantener una relación con alguien que no quiere estar, lo mejor es dejarlo ir". Con la marcha del que hasta entonces era su pareja, y con una recién nacida que ya yacía entre sus brazos, Rocío reparó en que estaba "completamente sola"

Rocío del Pilar Tonato, madre soltera.

Rocío del Pilar Tonato, madre soltera. Rodrigo Mínguez

No tenía casa, ni trabajo y tampoco dinero, así que dependió de la buena fe de una amiga para sobrevivir. "Lo recuerdo perfectamente, tenía tan sólo seis euros en la cuenta, y una buena compañera me acogió durante nueve meses. Empecé a buscar trabajo, pero fue muy duro lo que tuve que vivir", confiesa. 

Encadenó trabajos temporales, con jornadas muy reducidas, donde la explotación estaba a la orden del día. Rocío aguantó todo lo que le echaron porque "sólo pensaba en tener comida para alimentar a mi hija". Pero, aun así, la economía no le daba. Pudo alquilar un pequeño piso en el barrio de Aluche, donde dejaba sola a Gabriela durante las horas que trabajaba

"Tenía un año y medio y yo ya la dejaba aquí, sola. Procuraba darle bien de comer antes de marchar y dejarle cambiado el pañal. Sé que no está bien, pero no tenía con quien dejarla, y no llegaba a todo yo sola". Aún no se lo perdona. Y por eso, mientras lo cuenta, se arrima aún más a Gabriela, que está sentada junto a su madre en el mismo sofá donde hace años pasaba largos días sin ninguna compañía. 

Rocío junto a su hija, Gabriela, en el sofá de su domicilio.

Rocío junto a su hija, Gabriela, en el sofá de su domicilio. Rodrigo Mínguez

Esta es su historia, pero la de Rocío no es la única. En España ya hay dos millones de familias monoparentales, según los últimos datos del INE, y de ellas, más del 80% están encabezadas por mujeres. Además, el 52,7% se encuentran en riesgo de pobreza o de exclusión social. 

Un lenguaje que importa

A pesar de los datos, en España no existe una ley específica para familias monomarentales. Según Carmen Flores, presidenta de la Federación de Asociaciones de Madres Solteras (FAMS), se trata de un fenómeno social completamente "invisibilizado". De hecho, el término 'monomarental' ni siquiera existe. "Al igual que tampoco existía en su momento 'monoparental'", apunta, "pero la RAE evoluciona y cada vez admite nuevos términos, así que no entendemos por qué en este sentido aún no lo ha hecho". Y es que, efectivamente, "el lenguaje importa".

Para Flores, además de las palabras, lo que falla también en este caso son los números. Asegura coger los datos del INE "con pinzas", ya que se tratan de unas cifras "que no reflejan con precisión la realidad de estas mujeres ya que, en las estadísticas, no se distingue entre hogares y familias". "Para nosotros hay una ligera diferencia, porque hay familias que conviven con otras personas en el domicilio, y no sabemos si están visibilizadas en estos datos", apunta.  

Esta invisibilización, sumada a la falta de ayudas y regulación por parte del Estado, son algunos de los elementos que propician que la mayoría de estas familias se encuentren "en alto riesgo de pobreza". "Actualmente, no existe una ley estatal que proteja específicamente a estas familias. Algunas comunidades autónomas han implantado sistemas de acreditación y beneficios similares a los de las familias numerosas, pero a nivel nacional no hay ayudas", explica Flores.

Rocío y Gabriela reciben a Magas en su casa, en Aluche.

Rocío y Gabriela reciben a Magas en su casa, en Aluche. Rodrigo Mínguez

Por eso, desde FAMS, reivindican un reconocimiento estatal para que cada comunidad pueda legislar y ofrecer apoyos en ámbitos como educación, vivienda, empleo y conciliación. Además, desde la Asociación Solidaridad Madres Solteras (ASMS) de Madrid, de la que Flores es directora, ofrecen servicios como asesoría jurídica, coaching, atención psicológica y programas de empleo como mecanismo de respaldo a estas mujeres cabeza de familia.

"Es imprescindible dotar de recursos a estas familias porque, en muchas ocasiones, su situación es límite o insostenible. Desde las asociaciones nos centramos, sobre todo, en cubrir las necesidades básicas, y en ofrecer a estas mujeres lo que llamamos un 'espacio saludable'", asegura. 

Un doble rechazo

Rocío siempre creció en una familia "estructurada", y que su hija creciera sin un padre no le dejaba vivir tranquila. Por eso, cuando Gabriela apenas tenía tres años, decidió ponerse en contacto con su expareja, con el objetivo de recuperar la relación y esa figura paterna que tanto ansiaba para su pequeña. 

"Él en un primer momento se mostró receptivo, pero la condición que me ponía para ejercer de padre era volver con él a Ecuador". Rocío, de manera impulsiva, decidió dejarlo todo para volver con él, a pesar de las súplicas de su padre porque no lo hiciera, y ahora, con retrospectiva, admite que "fue un error", porque lo que se encontró no era ni de lejos lo que esperaba. 

"Cuando llegamos mi hija y yo, descubrimos que vivía con otra mujer. Ella nos quiso echar de su casa inmediatamente, pero no sé por qué, algo hizo que él se apiadara de nosotras, y dejó que nos quedáramos allí", confiesa. Al principio "fue bonito", pero apenas duró unas semanas. Los malos tratos volvieron, y la situación se tornó "horrible".

Rocío junto a su hija, Gabriela.

Rocío junto a su hija, Gabriela. Rodrigo Mínguez

"Empezó a gritar a mi niña. Incluso se la llevaba a beber por las noches y no volvía hasta medianoche. Fueron nueve meses horribles, a veces no teníamos ni para comer, así que decidí abandonar todo de nuevo y volverme a España. Económicamente y emocionalmente fue difícil, pero a la vez sentí alivio", relata. 

Con una segunda oportunidad en nuestro país, Rocío volvió al piso de Aluche –el mismo donde vive actualmente de alquiler–, y trabajó más duro que nunca. "Me contrataban dos horas allí, cuatro horas allá, limpiando, cosiendo... No tenía derecho a vacaciones, hacía muchas horas que me pagaban malamente y si me dolía algo, nunca decía nada. Tenía miedo de cogerme una baja y que me echaran, porque dependía de ese dinero para sobrevivir". 

Y lo hacía, pero a duras penas. En un piso que apenas tiene 50 metros cuadrados, llegó a alquilar parte del salón a otra madre con hijos para compartir gastos, pero la convivencia no fue bien. "Es un piso demasiado pequeño, y la situación era insostenible. De esta familia pasé a compartir con un solo compañero, pero tampoco funcionó. Salía y entraba a altas horas e, incluso, un día se fue de casa cerrando con llave, dejando a mi hija aquí encerrada", cuenta. 

El pequeño salón que Rocío alquilaba a otra familia.

El pequeño salón que Rocío alquilaba a otra familia. Rodrigo Mínguez

Todas esas situaciones hicieron de Rocío una mujer deprimida, con un carácter inestable. Con lágrimas en los ojos, cuenta como pagó "todo lo malo" con la única persona que no se lo merecía: Gabriela. "Estaba rabiosa, la situación me superaba, y lo acabé volcando todo sobre mi niña". Apenas puede articular palabra, pero Gabriela le tiende su mano. "Por suerte, todo lo hemos superado". 

No tener padre

Fue en su momento más delicado, hace "cuatro o cinco años", cuando Rocío se cruzó en su camino con la ASMS de Madrid. Por aquellas, optaba únicamente a la ayuda a la infancia que ofrece el Estado –la misma con la que cuenta ahora–, y recurría a Cruz Roja y Cáritas para recibir comida y ropa. Sin embargo, "lo que necesitaba era otra cosa". 

Desde ASMS le ofrecieron ayuda psicológica, aparte de cubrir también necesidades básicas, y asegura que fue "lo mejor" que le ha pasado nunca. "Me daban apoyo con la niña, porque le conseguían hueco en campamentos urbanos y actividades para que no se quedara sola mientras yo trabajaba, y a mí me ofrecieron ir a terapia. Eso hizo que gestionara mejor las emociones, que superara cosas que aún no había superado. Fue un antes y un después con mi hija. Ahora nuestra relación es casi como de amigas, y no podría estar más agradecida", cuenta mientras rodea fuertemente a Gabriela con sus brazos. 

Ahora, aseguran, "todo se ha encauzado". Rocío es costurera. Trabaja en una pequeña tienda con contrato indefinido, de 8:00 a 15:00, y puede disfrutar de mucho rato junto a su hija. Gabriela lo agradece. Es consciente de todo por lo que ha pasado su madre pero, aunque no tiene ningún interés en recuperar la relación con su padre, reconoce que su ausencia la ha "marcado"

Rocío abraza y besa a su hija.

Rocío abraza y besa a su hija. Rodrigo Mínguez

Gabriela tuvo a su perra como parte de una terapia.

Gabriela tuvo a su perra como parte de una terapia. Rodrigo Mínguez

"Emocionalmente me afectó muchísimo. No soy una persona muy sociable, y las relaciones con los demás me cuestan. Además, recuerdo la sensación de ver que todas mis compañeras tenían un padre y pensar que yo también quería eso. A medida que fui creciendo, descubrí de verdad cómo era mi padre, y decidí que valía la pena no tener uno si el que tenía era así", confiesa la propia Gabriela. 

Para ayudarla, cuenta con dos grandes amigos, un gato y una perra que les dieron desde ASMS, y Rocío asegura que fue "mano de santo". "Mi hija tuvo unas rachas muy malas y difíciles, pero desde que llegaron los animales la veo feliz. No sabes lo que adora al gato, y la perra la sigue allá donde va", añade Rocío. 

Gabriela volvió a sonreír. Dejó de ser una niña triste, y ahora se ha convertido en toda una adolescente estudiosa y responsable. Está en busca de perseguir su sueño, estudiar criminología en Estados Unidos. En este momento, Rocío está de baja. Ahora sabe que no pasa nada por ello. Tiene una tendinitis por pasar tantas horas con la máquina de coser, pero está tranquila porque sabe que en tres días estará de vuelta en el taller, trabajando para que Gabriela tenga una buena vida. "Y que sea feliz. Es lo único que me importa".