Las vacaciones de verano podrían ser el momento perfecto para sacar a pasear tu esterilla y descubrir los beneficios del yoga. Una actividad a medio camino entre deporte, filosofía y estilo de vida que combina ejercicios físicos y mentales para llevar tu cuerpo y tu mente a otro nivel.
Cada vez son más las personas que se animan a probar esta disciplina india milenaria, pues han descubierto su secreto: no hace falta ser yogui (él) ni yoguini (ella) para disfrutar de sus beneficios físicos y espirituales. No importa que seas joven o mayor, si estás gorda o delgada, ni siquiera si eres realmente flexible cuando empiezas a practicarlo: con algo de disciplina, el yoga tiene la capacidad de calmar la mente y fortalecer el cuerpo, poco a poco, cada una a su velocidad y a su ritmo.
No te dejes intimidar por sus asanas (posturas, en sánscrito), sus pranayamas (o ejercicios respiratorios) o los lujosos centros que pierden el sentido de esta práctica. El yoga es para toda aquella persona que, con una mente abierta, se acerque a él. Por eso hoy te damos las claves para elegir el mejor tipo para ti; porque no todas somos iguales, y no a todas nos conviene la misma práctica.
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Eso sí, recomendamos que, si es tu primera vez haciendo yoga, no te zambullas por ti misma. Busca en tu parque o playa más cercana, seguramente haya una instructora ofreciendo prácticas guiadas.
Ríndete a la respiración… y que las agujetas no te intimiden. ¡Sat nam!
Para las clásicas: hatha
El hatha yoga es el más extendido en Occidente. En España, se puede encontrar en prácticamente todos los centros de yoga. Su nombre procede de la combinación de dos palabras en sanscrito: ha (sol o polo positivo) y tha (luna o polo negativo).
Todos los tipos del yoga que conocemos hoy provienen del hatha, pues esta práctica hace referencia a todas las asanas físicas que existen. Este tipo de yoga tiene mucho que ver con la alineación del cuerpo y la capacidad –física y mental– para mantener las posturas durante un determinado tiempo.
Este tipo de yoga tiene movimientos suaves que acompañan los cambios de posturas, pero se centra mucho más en la capacidad de la persona de dejarse llevar dentro de la asana. Sin duda, es para ti, si buscas un yoga clásico, que explora los límites de tu cuerpo, pero sin pasarse. Y sobre todo, que te enseña a respirar –algo, por cierto, muy recomendable si padeces de ansiedad–.
Para las curiosas: vinyasa
A nivel mundial, es el tipo de yoga más practicado. Se caracteriza por una secuencia de asanas que se suceden unas tras otras con movimientos continuos y fluidos. Vista desde fuera, una práctica de vinyasa yoga podría parecer una coreografía sincronizada; no por nada se traduce del sánscrito como conexión. Todos los movimientos, pues, están conectados entre sí y con la respiración.
Este tipo de yoga parte de una serie de asanas básicas –que comparte con el hatha–, pero cada instructora tiene libertad para crear sus propias secuencias. Esto tiene como consecuencia que no haya dos clases idénticas.
El vinyasa yoga es perfecto para ti si no quieres aburrirte y te gusta la novedad constante. También funcionará si es tu primer contacto con la práctica, pero estás acostumbrada al fitness.
Para las atrevidas: kundalini
Si no estás abierta a probar nuevas experiencias y no tienes la mente abierta a una práctica que es tanto mental como física, olvídate del kundalini.
Sus clases empiezan y terminan cantando, los mantras y la meditación se intercalan con las asanas, los mudras (gestos rituales), las kriyas (ejercicios cerrados) y el pranayama (respiración). Y es que esta última es clave para que este tipo de yoga surta el efecto deseado: llevarnos a otro plano de equilibrio.
Sin duda, es una de las prácticas más espirituales y desafiantes. Llegó a Occidente en la década de los 70 de la mano de yogui Bhajan. Fue en el festival de Woodstock, en 1969, donde los primeros futuros maestros occidentales entraron en contacto con este tipo de yoga del que dicen, si lo practicas con asiduidad a lo largo del tiempo, te hace sentir lo mismo que cualquier colocón químico.
Para las más sensuales: tantra
"Lo que sea que puede derribarte también puede levantarte". Esa es la razón de ser del tantra yoga, una de las prácticas más intensas y exigentes que existen. Así que no es para personas que se rinden fácilmente.
En este tipo de yoga, la sexualidad está muy presente, aunque siempre de manera espiritual. Pues el tantra entiende el cuerpo como divino. Todos los cuerpos, según esta práctica, contienen a la divinidad masculina (Siva) y a la femenina (Sakti o Kundalini). Lo que se intenta conseguir con este yoga es que ambas se unan en el interior de cada una, liberando al yo e identificándolo con la divinidad.
El tantra combina chakras (centros de energía), bandhas (bloqueos de energía), asanas y mantras que ayudan a buscar la fortaleza interior y la claridad. Su combinación ayuda a canalizar la energía sexual para encontrarse a una misma. ¿Te atreves?
Para las 'dormilonas': nidra
El nidra no es un tipo de yoga per se, aunque puede practicarse como tal. Más bien se trata de un tipo de meditación, de un estado al que se llega cuando estás entre la vigilia y el sueño profundo.
Este tipo de yoga es perfecto si buscas la relajación más absoluta. Pero, cuidado, si te quedas dormida no lo estarás haciendo bien. Sus orígenes se remontan al tantra y es una práctica altamente curativa, sobre todo para calmar la ansiedad y el estrés.
Si necesitas un extra de tranquilidad, tal vez este sea tu tipo de yoga.
Para las 'poderosas': ashtanga
Esta variedad se conoce como power yoga y llegó a Occidente, como el kundalini, en los 70. Su práctica requiere memoria, concentración e independencia: los alumnos practican juntos el ashtanga, pero nadie les guía, sino que tienen que haberse memorizado las secuencias con anterioridad. El papel de la instructora es el de corregir posturas individualmente.
Si te encanta la rutina, esta es tu práctica, sin duda. También lo es si te gusta sudar y sentir el calor interno del que hablan sus adeptos. Es perfecto, además, para fortalecer la parte superior del cuerpo y moverse de manera rigurosa y marcada. El ashtanga fluye asana tras asana y cada postura tiene su contrapostura y su inversión.
Para las 'reposadas': iyengar
Este tipo de yoga es ideal para las que quieran tomarse su tiempo y aprender a respirar correctamente, en sintonía con el movimiento. El iyengar se centra en mantener las posturas correctas –se corrigen al milímetro– durante un periodo de tiempo relativamente largo.
Te gustará si no quieres aprenderte muchas asanas, pues se ejecutan menos que en otros tipos de yoga. Aquí lo que cuenta es la presencia, es decir, estar en el aquí y ahora de la postura, con el cuerpo, la mente y la respiración.
Este tipo de yoga se basa en el que practicaba Bellur Krishnamachar Iyengar, maestro yogui. Y es que de joven padeció varias enfermedades, como la gripe, la tuberculosis o la malaria, que le dejaron débil y sin fuerzas. Fue el yoga que adaptó a su situación el que le ayudó a sobreponerse.
Para las modernas: bikram
Fue Bikram Choudhury quien lo desarrolló en los años 70. Por tanto, es un tipo de yoga bastante moderno –comparado con otros, que se popularizaron en esa época en Occidente, pero que llevaban practicándose siglos–.
Si te gusta pasar calor, el orden y las rutinas, este es tu tipo de yoga. El brikam implica realizar un conjunto específico de asanas en un orden determinado. Eso sí, la sala tiene que estar climatizada a unos 40 °C - 42 °C. Así que si te sientes bien después de una práctica sudorosa, no puedes dejar de probarlo.
Para las que necesitan recuperarse: yin yoga
Esta rama del yoga es también bastante moderna, aunque tiene sus orígenes en el taoísmo y en la medicina tradicional china. La mayoría de posturas –como en todas las disciplinas– beben del hatha yoga; sin embargo, el yin prioriza las sensaciones de quien lo practica que la precisión de la asana en sí.
Este tipo de yoga es restaurativo, así que es ideal si buscas recuperarte de una lesión, especialmente si es de tendón o de ligamento. Con su práctica, se relajan los músculos completamente para estirar profundamente las fascias o el tejido conectivo. Por eso precisamente el yin mantiene las asanas entre 3 y 5 minutos.
Eso sí, si te animas a probarlo, ten en cuenta que debes ser una observadora consciente de las sensaciones –que son muchas– y de la asana.