El verano ya está en pleno apogeo. Pero no, en estas líneas no vas a encontrar una relación directa entre esta afirmación y mi interés por asumir unos hábitos saludables. Una conexión que resulta un error desde muchos puntos de vista, empezando por el mental y terminando, como es lógico, por el físico.
Buscar un estilo de vida saludable con hábitos que nos hagan sentir bien con nosotros mismos no debería ser algo estacional. Necesitamos hacerlo durante todo el año, todos los años.
Si tuviese que definir “hábitos saludables” lo haría de este modo: “Comportamientos aprendidos y adquiridos que te permiten vivir en armonía mental y física con tu cuerpo y te posibilitan dedicarle tiempo a lo que de verdad te importa”. Porque sí, como cualquier otro comportamiento, los hábitos saludables son eso, hábitos, y, por lo tanto, hay que trabajarlos hasta conseguir que formen parte de tu vida.
Todo es cuestión de prioridades. Si para ti no es prioritario estar sano y alcanzar un estado en el que te sientas bien mental y físicamente, de nada te va a servir enfocarte en asumir hábitos saludables porque, simplemente, no vas a (querer) sacar tiempo para ello.
Ante esta reflexión, es importante entender algo: si yo no me siento bien, poco bien voy a hacerle a todos los que me rodean, entre ellos, a mis seres queridos. Ese es, al menos para mí, el impulso que me llevó hace ya unos años a asumir ciertos comportamientos saludables en vez de otros.
Porque, cuando hablamos de hábitos, todo se reduce a la intención y la actitud que tengas frente a un comportamiento. Un ejemplo sencillo es beber un vaso de agua nada más levantarte, algo que a mí me sienta bien y que empecé a hacer hace un tiempo de forma consciente y, tras repetirlo todos los días durante años, ya realizo de manera automática y sin pensar: es un hábito asumido que yo he implantado conscientemente en mi vida.
Hábitos saludables hay muchos, aunque para mí se reducen a tres: la rutina placentera, la “no culpa” y la “no dieta”. Si te suena contradictorio con respecto a tu idea de hábitos saludables, sigue leyendo.
La rutina placentera
La RAE define “rutina” como “costumbre o hábito adquirido de hacer las cosas por mera práctica y de manera más o menos automática”. En nuestra sociedad la rutina es eso que compone la mayor parte de nuestros días, normalmente de lunes a viernes. A veces está incluso dotado de un cierto matiz aburrido, tedioso o negativo.
A mí la rutina me gusta y no siento la necesidad de desconectar de ella, básicamente porque he ido perfilándola hasta conseguir lo que yo llamo “una rutina placentera”. ¿Esto qué quiere decir? Que lo distinto o lo especial no está en hacer que te pase algo extraordinario, sino en hacer que tu día a día se corresponda con el estilo de vida que quieres.
Desconectar es importante, eso no podemos discutirlo, pero mejor que eso es intentar disfrutar de la rutina equilibrando todos los momentos para reducir esa necesidad de desconectar de ella. Eliminar todo el estrés del día a día no es algo fácil ni al alcance de todos, pero sí podemos tomar decisiones que hagan que la desconexión de nuestra rutina no sea tan necesaria. O incorporar en ella momentos de relajación que hagan menos necesario “huir” de esa rutina.
Es importante alejarnos de esa idea de “sufrimiento” que muchas veces acarrea el pensar en todo lo que tenemos que hacer bien. En todas las áreas, ya sea la alimentación, la actividad física o el trabajo enfocado a mejorar la salud mental, no se trata de sufrir, sino de incorporar acciones en nuestro día a día que nos sienten bien y nos permitan disfrutar de ellas.
Por eso es importante dejar de pensar en los fines de semana o en las vacaciones como los únicos momentos para ubicar todo aquello que nos gusta. El mejor aliado para lograrlo es la organización, contar con un sistema de planificación que ponga en orden el tiempo que quieres dedicar a cada parte de tu vida. Algo muy básico pero de gran utilidad. Te lo dice una persona muy desorganizada que ha incluido la planificación dentro de sus deberes hace mucho tiempo y que ahora la ve como una gran aliada.
La “no culpa”
Mi segundo hábito saludable es “la no culpa”. Ser conscientes de nuestras decisiones va a ser la clave a la hora de gestionar la culpa que solemos sentir cuando hacemos algo considerado como “poco saludable”.
Necesitamos entender que el equilibrio entre un estilo saludable físico y mental y elementos puntuales que podemos considerar como “caprichos” es fundamental, porque no hay nada menos saludable que la culpa.
Debemos aprender a aceptar, como ya decía Voltaire, que “lo perfecto es enemigo de lo bueno”, que es preferible hacer algo con una calidad buena en un tiempo razonable que hacerlo de una forma excelente o perfecta dedicando un tiempo excesivo a dicha tarea o, peor aún, retrasando de forma indefinida su consecución debido a esa búsqueda de la perfección. O como me gusta decir a mí: mejor hecho que perfecto.
Y para asumir esto, lo mejor es desprenderse de la culpa y valorar los pequeños pasos que damos. Y, por supuesto, dejar de autoengañarnos con la idea de que, como no vamos a poder hacer algo en su totalidad, mejor ya ni hacerlo. Porque todos entendemos que si salimos a caminar diez minutos después de ocho horas sentados en una silla es mejor decisión que no salir.
La “no dieta”
Nos pasamos toda la vida en busca de una relación con nuestra alimentación idónea, o a eso nos animan a menudo los medios de comunicación, las redes o la sociedad en general. Como ocurre entre las personas, nuestra relación con la forma en la que nos alimentamos también puede ser tóxica.
Y el peor factor de este tipo de relaciones no tiene que ver tanto con la comida en sí, sino con la adquisición de un matiz que poco tiene de saludable: la imposición. En mi caso, me resulta inconcebible pensar en seguir una dieta, palabra que ya en sí me produce rechazo.
Frente a esto, yo defiendo la “no dieta” o una relación con la alimentación de respeto hacia los alimentos que tomamos y hacia nuestro propio cuerpo; una forma de alimentarse intuitiva, sana y, sobre todo, consciente. Algo que quizás te ayude a entender esta relación es que nunca me verás forzando a mis hijos a comer o imponiéndoles tomar ciertos alimentos. Prefiero dejarles libertad –con ciertos límites– para que puedan desarrollar una relación positiva con la comida.
No se trata de “sufrir” de forma puntual, ni siquiera de sentir que vivimos en un ejercicio impuesto de mejora permanente: se trata de ser conscientes de lo que comemos, de cómo lo comemos y de cuándo lo comemos.
Esta forma de relacionarnos con nuestra alimentación tiene además un componente saludable desde el punto de vista mental. Porque nuestro cuerpo no es una pieza que funcione aislada de nuestra mente y por eso es imposible tratarla de forma independiente sin tener en cuenta nuestro bienestar mental.
Pero, ¿cómo podemos asumir esta “no dieta”? Lo primero es conocernos, saber qué alimentos nos hacen bien y cuáles nos hacen menos bien. Encontrar el equilibrio es cosa nuestra, ya que, aunque suene a tópico, es cierto que cada persona es un mundo, y lo que funciona para mí puede no funcionar para ti.
Es crucial, además, informarse de fuentes fiables y ponerse en manos de buenos profesionales, ya que la alimentación es algo serio y entender mal los preceptos de una dieta puede acarrear problemas.
En mi caso, lo que veo que me funciona desde hace ya muchos años es consumir productos ecológicos y sostenibles, nada de procesados ni azúcares y tener una alimentación muy rica en fermentados, entre ellos, la kombucha, ya que consumirla de forma frecuente es algo que me hace sentir bien, me permite tener energía y disminuir mi consumo de otras bebidas más dañinas para mi cuerpo.
***Beatriz Magro Nogales es CEO y cofundadora de Komvida, marca española de kombucha que elabora de forma artesanal una bebida probiótica con ingredientes naturales y 100 % ecológicos, sin gas añadido, vegana, sin gluten y sin pasteurizar.