Fue el nutricionista francés Alain Delabos quien en 1986 habló por primera vez de crononutrición, que defiende que los alimentos se asimilan de manera distinta dependiendo del momento del día en el que se ingieran. De este modo, un alimento puede transformarse en energía o bien acumularse en forma de grasa.
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Según este nutricionista, adaptar la ingesta de los alimentos al ritmo del organismo puede ayudar a perder peso de forma saludable, realizando cuatro comidas al día, en intervalos de 4 horas.
Atendiendo a este tipo de dieta los lípidos (lácteos, quesos, embutidos…) deben consumirse durante la primera mitad del día para obtener de ellos la energía necesaria para afrontar la jornada.
Las proteínas, verduras y féculas deben tomarse al mediodía, así como en la merienda se pueden consumir frutas y azúcares de bajo índice glucémico; y la cena debe ser ligera (pescado o carne magra).
No se trata sólo de perder peso, sino de comer adecuadamente, adaptando las comidas a los ritmos naturales del organismo.
La crononutrición se basa en adaptar la toma de alimentos a nuestro reloj biológico.
Según la Fundación Española de Nutrición (FEN), la cronodieta es beneficiosa para la salud porque "respeta el ritmo natural del organismo y propone ingerir los alimentos cuando el cuerpo se encuentre más preparado para asimilarlos”.
La clave está en saber que nuestro metabolismo gestiona de modo diferente las proteínas, los carbohidratos y las grasas en función de la hora del día en la que los comamos. Esto además, tiene mucho que ver con la cantidad de hormonas que nuestro cuerpo fabrica en cada momento del día, según la luz solar como la leptina, la melatonina y el cortisol. Por ejemplo, la leptina interviene en la regulación del apetito.
También hay que saber que cuando cae la noche y seguimos bajo la luz artificial de la televisión, del ordenador o del móvil, el cerebro recibe órdenes confusas y deja de generar la leptina, despertando la sensación de hambre en horas en las que ya no conviene comer.
Como consecuencia de todo esto, comer más allá de las tres y cenar más tarde de las nueve, lo que consigue es acumular más kilos, e incluso aumenta el riesgo de desarrollar enfermedades como la diabetes tipo 2 u otras cardiovasculares.
¿Comer atendiendo al reloj?
Hasta las 12.00h. A.M.
Por la mañana, nuestro organismo responde mejor a la ingesta de hidratos de carbono que por la tarde o noche, es decir, que los asimila y quema mejor hasta el mediodía.
En estas primeras horas, si te apetece pan puedes tomarlo, pero no lo dejes para la cena.
Lo ideal es desayunar entre las 7 y las 9 un completo desayuno con carbohidratos, proteínas, grasa saludable y fibra. Si quieres tomar algo de dulce este es el mejor momento porque el cortisol está más alto y favorece que la glucosa se movilice y se gaste como energía.
Hasta las 14.00h. P.M.
Si las jornadas de trabajo son maratonianas, el organismo precisa de energía para evitar el cansancio y conviene incluir alimentos ricos en tirosina tanto en el desayuno como en la comida. Estos son pasta, arroz y pan integrales.
Los alimentos que aportan esta energía son los frutos secos, el pescado, el pollo, las legumbres, y el aguacate. No te preocupes por las calorías que incluyen estos productos, ya que al tener muchas horas por delante antes del descanso nocturno, se gastarán sin problemas.
Hasta las 20.30h P.M.
Las proteínas son necesarias para formar y reparar todos los tejidos del cuerpo mientras dormimos, por eso es interesante ingerirlas en la cena. Por supuesto, lo ideal es combinarlas con una guarnición de vegetales. No es conveniente comer carbohidratos (como pastas y arroces) más allá de las 20.30 porque los adipocitos (células grasas) descansan cuando no hay luz solar y no eliminan la grasa adquirida. A partir de esa hora, tu metabolismo ya se habrá ralentizado, pero deja las que tienen más azúcar como la zanahoria, las alcachofas, la calabaza, etc., para la comida.
Por supuesto, antes de iniciar cualquier dieta, es preciso consultar con el médico o nutricionista.
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