En cualquier relación que se precie, debemos tener en cuenta lo que llamo el pilar fundamental basado en las tres erres: respeto, reciprocidad y responsabilidad.
Pero estos pilares deben estar fundamentados en ambas direcciones: tiene que haber reciprocidad. Por un lado, hacia uno/a mismo/a y hacia la otra persona. Cuando hablamos de respeto hacia uno/a mismo/a hablamos de respetar tu propio cuerpo, tus preferencias sexuales, etc.
No puedes dejar pasar ciertas líneas rojas cuando te relacionas con otra persona. Tienes que pensar racionalmente qué es lo que quieres y qué no quieres, para que todo lo que hagas esté en coherencia contigo sin dejarte llevar por la atracción irracional que suele haber al comienzo de una relación.
En el momento en que esto no está bien cimentado, podemos notar que la relación comienza a andar coja: el respeto es un equilibrio donde ambas partes se cuidan mutuamente para no ser dañados.
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En cuanto hablamos de responsabilidad, hablamos de no hacer daño a las terceras personas, ya sea a nivel psicoafectivo o en el hecho de no transmitir ninguna enfermedad de transmisión sexual de forma totalmente irreflexiva, porque no has querido usar el preservativo. Y también hay que hablar de la responsabilidad afectiva, es decir, no dañar de forma emocional a esa persona.
Por ejemplo, si quieres tener una relación esporádica y la otra persona quiere tener una relación seria contigo, no sería nada responsable usar a esa persona, aprovechando que le gustas y luego “tirarla” como si fuera una colilla. O, por ejemplo, tener una relación a través de las redes sociales con una persona y de repente hacer “luz de gas”, te esfumas. Esto es uno de los síntomas de una irresponsabilidad afectiva.
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Cada cual es responsable de sí mismo, de su cuerpo, de su placer. De cómo quiere cuidarse, de elegir qué hacer y con quién. También hemos de ser responsables de no dañar a la otra persona: no engañarla ni cosificarla, no abusar de su confianza o su entrega para luego hacerle daño, pues esto es otro de los grandes pilares de una relación: la responsabilidad afectiva. Y esta, cuando se ve afectada, por ejemplo, cuando engañas a otra persona mostrándole falsos sentimientos para usarla, es una grave irresponsabilidad.
Y finalizando por donde he comenzado, la reciprocidad tiene que ser en ambos sentidos y trabajar con lo anteriormente expuesto. Cuando esto se da, la pareja fluye libre de exigencias, miedos o culpas. Pero hay casos en los que la persona no puede entrar en esa reciprocidad sexoafectiva porque separan el sexo de los afectos. Esto ocurre especialmente en personas que son ansiosas, evitativas o mezcla de ambas.
El sexo, cuando no es responsable ni respetuoso, puede dar placer en el momento, pero una vez pasa el placer queda vacío. El sexo sin respetar los afectos o la intimidad es como un producto de consumo, como la comida basura, puede ser agradable al paladar, pero si siempre te alimentas así, no te traerá nada bueno para tu salud.